Sexta
entrega de una serie sobre la batalla de jóvenes indígenas de la
Amazonia para proteger a sus comunidades. Hoy, en Ecuador, de la mano
de un líder achuar que muestra cómo se enfrentan al extractivismo y
al avance de las infraestructuras hacia la selva.
por Francesc
Badia i Dalmases y Pablo Albarenga
A
pesar de la crisis política que vive Ecuador, y del valor con que
las comunidades indígenas se enfrentan al extractivismo galopante en
el país, el avance de las infraestructuras hacia la selva es
imparable. Todo será beneficioso, cuenta el discurso oficial. ¿Quién
podría dudarlo? Sin embargo, para algunas comunidades indígenas en
el suroeste amazónico de Ecuador, cerca de la frontera con Perú, el
carácter incontestable de ese beneficio se pone hoy en duda. Más
que nunca.
Desde
hace algunos años está en marcha la construcción de una carretera
que, a partir de la ciudad de Puyo, como una aguja afilada
introducida sin piedad para extraer toda su sangre, penetra hacia la
cuenca amazónica habitada por los pueblos shuar y achuar. La
construcción avanza, como avanza una columna incansable de hormigas obreras. Se abre camino, conquista el interior de la selva, derriba
cualquier obstáculo, irrumpiendo estrepitosamente en territorio
virgen.
Siguiendo
la vía hasta la comunidad de Copataza, corriendo en paralelo el
torrentoso río Pastaza, la carretera atraviesa territorio de la
nacionalidad shuar. Esta comunidad acordó en su día que los
beneficios de la carretera compensarían su potencia destructora. Y
aprobaron su avance. Las consecuencias están a la vista. Por todas
partes, a lo largo de la vía, se observan edificaciones de madera de
nueva planta, rodeadas de áreas incipientemente deforestadas.
También proliferan las nuevas iglesias evangélicas, de ladrillo y
acero.
Todo
es muy reciente y, a la vez, muy explícito. Aquí y allá se hace
aparente el repentino capital que traen los madereros. A lo largo de
la ruta se acumulan en el arcén pilones de árboles cortados, con
precisión geométrica, listos para su carga, transporte y
comercialización.
Pero
este capital repentino puede resultar un efímero espejismo a tenor
de algunos relatos que se escuchan: una vez talada y vendida su
parcela de selva, la familia propietaria queda empobrecida y
despojada. Obligada entonces a venderse como mano de obra barata, a
menudo desplazada hacia la periferia de la ciudad, apenas sí
alcanzan a subsistir.
En
muchos rincones de la Amazonia, los efectos de abrir una vía de comunicación por carretera son devastadores. Basta observar
fotografías satelitales para ver cómo, en cuanto se abre una
carretera que penetra el bosque, inmediatamente se abren vías
secundarias que extraen las maderas. Las más valiosas primero, y
luego todas la demás. La depredación es inmisericorde.
El
viaje de Puyo a la comunidad de Wisui, donde por el momento termina
la carretera, lo sigue Julián Illanes, un líder achuar que terminó
recientemente su mandato político como dirigente de territorio de la
NAE (Nacionalidad Achuar del Ecuador). Illanes se plantea ahora
acompañar la llegada de la carretera y paliar los efectos que esta
infraestructura tendrá inevitablemente en sus comunidades.
La
NAE aprobó en su día el trazado de la pista ahora en vías de
ejecución, y Julián tiene por objetivo disminuir su impacto en
Copataza, que es la próxima comunidad en la línea trazada por el
proyecto, y cabeza de puente para penetrar de lleno en territorio
virgen.
Antes
de llegar a Wisui se levanta, rodeado de terreno deforestado, un
ceibo centenario de madera preciosa. Es un orgulloso gigante que se
mantiene en pie pese a las ofertas que el dueño ha recibido por él.
“Primero le ofrecieron 100 dólares americanos, y más tarde 500.
Por suerte, el dueño del árbol es un profesor de escuela. No
necesita el dinero y no lo vende”, cuenta Julián. En cualquier
caso, ese ser majestuoso, sagrado, es la excepción que confirma la
regla: todos sus vecinos han sido derribados sin remedio, uno tras
otro.
Todavía
en territorio shuar, al pie de la carretera, Julián identifica unas
estaciones de extracción de madera. Son instalaciones de cable de
acero suspendido que penetra en la selva para cargar de vuelta el producto más precioso que está siendo talado a toda velocidad. La
proliferación de estas estaciones extractivas y el sonido de fondo
de las motosierras alarman a Julián y aumentan su escepticismo sobre
los beneficios de la pista en construcción.
Conforme
avanza la carretera y el territorio shuar queda atrás, las imágenes
que se agolpan en la retina hablan por sí solas y levantan un
sentimiento profundo, a caballo entre la tristeza y la estupefacción.
Intrusiones
constantes
Hace
tiempo que el pueblo achuar se protege de las intrusiones exteriores
todo lo que puede, y el ingreso en su territorio debe ser autorizado.
Por eso, junto a Julián, la expedición incorpora a Ernesto Senkuam,
dirigente de comunicación de la NAE, con la misión de abrir la
puerta “política” de las comunidades, presentar a los visitantes
y negociar la autorización de entrevistas y la toma de imágenes en
el interior del territorio.
Hasta
que no esté lista la carretera, para llegar a Copataza es necesario
embarcarse en una canoa y enfrentar un río lleno de corrientes y
bajos pedregosos, cuya navegación se convierte en una aventura
azarosa. La naturaleza torrentosa e impredecible del río ha sido,
junto a la densidad del bosque primario en esta Amazonía remota, una
protección portentosa para estos pueblos. Por lo menos hasta ahora.
Estos
viajes en canoa son costosos. Si vienen de río arriba, además del
pasaje, necesitan bajar cargados de combustible, un suministro
esencial para generadores de electricidad, bombas de agua o motores
fuera borda. El peso reduce la altura del francobordo que asegura la
flotabilidad. Eso facilita que la ola de un rápido mal acometido
pueda anegar la fina canoa y llevar a pique carga y pasaje en un
abrir y cerrar de ojos.
En
consecuencia, el transporte seguro de pasaje y combustible, junto a
la escolarización en la ciudad y al acceso expeditivo a un centro de
salud en caso de emergencia, son argumentos poderosos para defender
la carretera.
Los
achuar han sido un pueblo nómada hasta hace muy poco tiempo y sus
asentamientos en el territorio son relativamente recientes (solo unas
cuantas décadas), pero las comunidades están altamente organizadas
política y socialmente. Jaime Vargas, que ocupa un lugar prominente
en Copataza como síndico (así se denomina al jefe de la comunidad
en territorio achuar), tiene una voz grave y una mirada imponente, de
una enorme profundidad. Él habla desde el orgullo de este pueblo y
desde la responsabilidad que tiene de procurar lo mejor para la
comunidad.
Jaime
determina que la decisión de autorizar a Julián a hablar en nombre
de la comunidad no le corresponde a él, sino a la comunidad entera,
que queda convocada en asamblea para las siete de la tarde.
El
sentido de la autoridad y la decisión colectiva son rasgos
esenciales de las comunidades achuar. Es por eso que validar en
asamblea la opinión que Julián emita sobre la carretera es tan
importante.
Es
éste un momento decisivo para el pueblo, que ha visto cómo sus
hermanos shuar se han beneficiado con transporte rápido a la capital
en todoterrenos y omnibuses que milagrosamente superan los obstáculos
más pedregosos e inciertos, sobre todo cuando bajan caudalosos los
torrentes en las crecidas. A pesar de ello, la carretera es funcional
y ahorra días de duras caminatas.
Pero
los achuar también han visto la dimensión de la catástrofe que las
carreteras conllevan en el norte de la Amazonía, donde opera la
industria petrolera. Y están alerta.
Sin
embargo, la decisión está tomada: la carretera llegará a la
antigua pista de aterrizaje de las avionetas que construyeron los
misioneros en Copataza, como ya está a punto de suceder en Wisui.
Desde el principio de los asentamientos de estas comunidades, hace no
más de cinco o seis décadas, esas pistas han significado su vía de
comunicación primordial para superar, en poco tiempo, distancias que
en canoa o a pie llevan varios días, o a veces incluso semanas.
Efectos
indeseados
Durante
el debate abierto en la casa comunal, los mayores de la comunidad
expresan su escepticismo a la llegada de la carretera y no se cansan
de repetir los peligros que ésta entraña. Llegarán los madereros
ilegales, el alcohol, las peleas. Los misioneros evangelistas tendrán
más fácil acceso. Otros elementos negativos se filtrarán,
inevitablemente, por la vía abierta.
Pero
el consenso político no se rompe. Abrirán el territorio a la
carretera. Aurelio, el líder más elocuente, afirma: “La decisión
está tomada, y harían falta cien Aurelios para revertirla”.
Tras
la asamblea, Julián queda autorizado a hablar en nombre de la
comunidad y a defender la llegada de la carretera, aunque esta
decisión no contente a casi nadie. Con bastante más entusiasmo que
de la carretera, Julián habla de las decisiones que habrá que
tomar, a partir de ahora, para controlar el fuerte impacto inminente.
Queda
alguna incertidumbre sobre el calendario de ejecución de la obra.
Mucho depende del gobernador de la provincia de Pastaza, y la
situación política que vive el país es tensa y complicada. Dos
semanas antes de la visita a territorio achuar, Ecuador estaba
bloqueado y Quito, la capital, ocupada por más de 40.000 indígenas.
Llegados
del altiplano andino y de la cuenca amazónica en protesta ante las
medidas de austeridad adoptadas sin previo aviso por el gobierno, los indígenas plantaron cara. La protesta derivó en revueltas que
duraron 12 días consecutivos.
La
represión de la policía militarizada fue feroz; la resistencia.
Invencible. Y finalmente, cuando las víctimas mortales empezaban ya
a acumularse, el gobierno retiró el paquete de medidas. Luego
estableció una mesa de diálogo con los representantes indígenas,
quienes tras dos semanas de trabajos, presentaron una alternativa a
la reducción del déficit que el gobierno planificó para complacer
al FMI. No es banal que por parte de la comunidad indígena, el líder
sea Jaime Vargas, precisamente un indígena achuar, que lleva el
mismo nombre que el síndico de Copataza.
Desplazado
a Puyo, Julián participó activamente en las protestas, lo que
aumentó su convicción de la necesidad de paliar los efectos
indeseables de la llegada de la carretera a Copataza. Lo que se
plantea ahora es cuál va a ser el trazado final de esa llegada,
dónde conectará la carretera con el río, y si efectivamente lo va
a cruzar.
La
oposición a la construcción de un puente es unánime. Abrir una vía
que cruce el río significa hipotecar el bosque virgen del otro
costado, donde controlar las actividades extractivas ilegales se
haría prácticamente imposible para la comunidad. Aquí, por
ejemplo, la construcción de un teleférico para cruzar el río sería
la opción soñada.
Río
abajo, durante el viaje en canoa hacia la comunidad de Sharamentsa,
las trazas de agresión al territorio continúan apareciendo bien
visibles. En algunas de las islas se observa actividad extractiva de
madera de balsa, un material a la vez duro y muy ligero que es muy
valorado por los mercados exteriores.
A
la vista de este nuevo impacto, Julián siente el peso de la
responsabilidad. Sabe que su territorio y la vida comunitaria, hasta
ahora protegidos por el aislamiento y la inaccesibilidad, están
condenados a transformarse en algo muy diferente de lo que es ahora.
El
sueño de Julián
Pero
si los achuar conservan la toma colectiva de decisiones,
probablemente intentarán paliar las tensiones que, de manera
inevitable, se van a producir por la tentación de las riquezas que
se supone traerá la carretera.
La
determinación que encarna Julián es conservar la soberanía, hacer
que el nuevo puerto fluvial funcione. Conseguir evitar que la
carretera continúe penetrando, inexorable, selva adentro.
Que
el río solo sea atravesado por un teleférico. Que se afiance el
proyecto de canoas eléctricas propulsadas por energía solar que
lidera la Fundación Kara Solar. Que se instalen las estaciones de
recarga necesarias a lo largo del río Pastaza. Julián aspira, en
definitiva, a conectar su sueño con el sueño solar de los achuar,
que aporte energía limpia a la soberanía de su territorio.
Los
indígenas achuar, que no fueron colonizados y que han sobrevivido a
múltiples amenazas, otorgan una importancia primordial a los sueños.
Los usan para guiar su vida cotidiana y también sus decisiones más
trascendentales.
Y
se los cuentan de madrugada, mientras beben en oblongas calabazas la
wayusa. Se trata de una infusión que acaba produciendo un vómito
purificador, que los fortalece, antes de enfrentar sus duras jornadas
de trabajo.
Hoy,
ante la llegada inminente de la carretera, la capacidad de continuar
defendiendo la selva de agresiones exteriores depende, quizás más
que nunca en la historia del pueblo, de los sueños solares de Julián
y los suyos.
Y
a fe que los achuar están soñando mucho.
Este
reportaje pertenece a una serie sobre defensores de los bosques que comenzó en Brasil y ahora sigue en Ecuador. Es un proyecto de
openDemocracy/democraciaAbierta y ha sido realizado con el apoyo del
Rainforest Journalism Fund del Pulitzer Center.
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Fuente:
Francesc Badia i Dalmases y Pablo Albarenga, Julián: la lucha contra la carretera que divide al pueblo amazónico, 14 enero 2020, El País. Consultado 16 enero 2020.
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