por
Paul Krugman
Las
imágenes llegadas de Australia la semana pasada son aterradoras:
paredes de llamas, cielos teñidos de rojo, residentes apiñados en
las playas, intentando huir del infierno. Los incendios forestales
han sido tan intensos que han generado “remolinos de fuego” con
potencia suficiente como para volcar camiones pesados. El problema es
que el verano de incendios australiano no es sino el último de la
cadena de sucesos meteorológicos catastróficos ocurridos el año
pasado: las inundaciones en el Medio Oeste estadounidense, una ola de
calor en India que elevó las temperaturas hasta los 50 grados, otra
ola de calor que provocó temperaturas insólitas en buena parte de
Europa.
Y
todas estas catástrofes están relacionadas con el cambio climático.
Fíjense en que he dicho “relacionadas con”, no “causadas por”,
el cambio climático. Es una distinción que ha desconcertado a
muchos a lo largo de los años. Cualquier suceso meteorológico
concreto tiene múltiples causas, y esa es una de las razones por las
que los medios de comunicación evitaban mencionar la posible
influencia del cambio climático en los desastres naturales. Sin
embargo, en los últimos años, los expertos climáticos han
intentado abrirse camino entre toda esta confusión mediante la
“atribución de eventos extremos”, que se centra en las
probabilidades: no se puede decir necesariamente que el cambio
climático haya causado una ola de calor concreta, pero sí se puede
preguntar cuánto ha influido el calentamiento global en la
probabilidad de que dicha ola de calor se produjese. Y la respuesta
es, por lo general, que mucho: el cambio climático hace que los
eventos meteorológicos extremos sean mucho más probables.
Y
aunque hay una enorme aleatoriedad en los resultados meteorológicos,
esa aleatoriedad hace efectivamente que el cambio climático sea
mucho más perjudicial en sus fases iniciales de lo que la mayoría
de la gente cree. Si mantenemos nuestra trayectoria actual, toda
Florida acabará siendo engullida por el mar, pero mucho antes de que
eso ocurra, la subida del nivel del mar convertirá las marejadas
ciclónicas en algo habitual. Buena parte de India se volverá
inhabitable, pero las olas de calor y las sequías mortíferas se
cobrarán muchas vidas antes de alcanzar ese punto.
Pongámoslo
de esta manera: si bien transcurrirán generaciones antes de que las
consecuencias del cambio climático se manifiesten con toda plenitud,
por el camino tendrán lugar muchos desastres temporales y
localizados. El apocalipsis se convertirá en la nueva normalidad, y
es algo que está ocurriendo delante de nuestros ojos. La gran
incógnita es si la proliferación de desastres relacionados con el
clima acabará siendo suficiente como para superar la oposición a la
acción.
Hay
algunas señales esperanzadoras. Una es que los medios de
comunicación están mucho más dispuestos a hablar de la influencia
del cambio climático en los sucesos meteorológicos. No hace mucho
era muy normal leer artículos sobre olas de calor, inundaciones y
sequías que parecían hacer grandes esfuerzos por no mencionar el
cambio climático. Tengo la sensación de que los reporteros y los
jefes de redacción han superado por fin ese bloqueo. También la
opinión pública parece estar prestando atención, y la preocupación
por el cambio climático ha aumentado considerablemente en los
últimos años.
La
mala noticia es que esa creciente toma de conciencia respecto al
cambio climático está teniendo lugar principalmente entre los
demócratas; la base republicana en su gran mayoría permanece
impasible.
Y
el extremismo antiecologista de los políticos conservadores se ha
vuelto, si cabe, aún más intenso a medida que su posición se hace
intelectualmente insostenible. La derecha solía fingir que existía
una intensa controversia entre los científicos respecto a la
realidad del calentamiento global y sus causas. Ahora los
republicanos, y el Gobierno de Trump en concreto, se han vuelto
directamente hostiles a la ciencia en general. ¿Acaso los
científicos no forman parte efectivamente del Estado profundo?
Es
más, este no es solo un problema estadounidense. Incluso mientras
Australia arde, su actual Gobierno está reafirmando el compromiso
con el carbón y amenaza con convertir en delito los boicots a
empresas destructoras del medio ambiente. La triste ironía de la
actual situación es que el antiecologismo se vuelve más extremo
precisamente ahora que las perspectivas de una acción decisiva
deberían ser mejores que nunca. Por una parte, los peligros del
cambio climático no son ya predicciones sobre el futuro: podemos ver
el daño ahora, aunque no sea más que una pequeña cata de los
horrores que nos esperan. Por otra, las reducciones drásticas de las
emisiones de gases invernadero ahora parecen extraordinariamente
fáciles de lograr, al menos desde el punto de vista económico. En
concreto, se han conseguido tantos progresos tecnológicos en
energías alternativas que el Gobierno de Trump trata
desesperadamente de apuntalar la industria del carbón frente a la
competencia solar y eólica.
¿Influirá
la política medioambiental en las elecciones de 2020? Los demócratas
en su mayoría parecen poco dispuestos a convertirla en un asunto
importante, y entiendo por qué: históricamente, la amenaza
planteada por la política medioambiental de la derecha parecía
abstracta, distante y difícil de sostener en comparación con,
pongamos por caso, los intentos republicanos de desmantelar el
programa sanitario de Obama. Pero es posible que la oleada de
catástrofes relacionadas con el clima esté cambiando el cálculo
político. No soy experto en campañas electorales, pero a mí me
parece que las campañas podrían ganar terreno con anuncios que
muestren los recientes incendios e inundaciones y señalen que Donald
Trump y sus amigos hacen todo lo que pueden para crear más desastres
de este tipo. Porque lo cierto es que la política medioambiental es
lo peor que Trump le está haciendo a Estados Unidos y al mundo. Y
los votantes deberían saberlo.
Paul
Krugman es premio Nobel de Economía.
©
The New York Times, 2020.
Traducción
de News Clips.
Fuente:
Paul Krugman, El apocalipsis se convierte en la nueva normalidad, 3 enero 2020. Consultado 4 enero 2020.
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