¿Qué
significa dejar la selva tropical más grande del planeta hacia la
Antártida? Eso es lo que cuenta la columnista brasileña Eliane Brum
en un diario a bordo de un barco de Greenpeace que ha zarpado este
sábado.
por
Eliane Brum
¿Qué
significa partir de la mayor selva tropical del planeta hacia la que
se considera la última frontera? De la Amazonia a la Antártida: es
el viaje que cuento en este diario a bordo del Arctic Sunrise, de
Greenpeace. La expedición se ha organizado para estudiar el impacto del colapso climático en el continente helado, especialmente en las
colonias de pingüinos. Cuenta con nueve científicos, algunos con 25
años de experiencia en la Antártida. A principios del siglo XX, la
carrera hacia el polo sur distinguía la mirada de los conquistadores, que necesitaban clavar su bandera sobre la tierra que
exploraban. Hoy, en el siglo XXI, nuestro desafío es dimensionar el
impacto de la acción humana que ha alterado el clima del planeta y
buscar caminos para reducir este impacto. Dejo una selva en convulsión, cada vez más cerca del punto sin retorno, para
adentrarme en un universo que literalmente se derrite.
En
unas horas estaré a bordo del Arctic Sunrise, un barco mítico de la
organización ambientalista Greenpeace, que utilizan para realizar
estudios científicos y acciones de denuncia en todo el mundo. En una
de esas denuncias, en Rusia, en 2013, los 28 activistas y dos
periodistas que los acompañaban fueron abordados, arrestados y llevados a prisión, donde permanecieron durante dos meses.
Protestaban pacíficamente contra la extracción de petróleo en el
Ártico. La actuación de la policía fue cinematográfica, el vídeo se hizo viral en Internet. El pasado viernes (17/1) se descubrió que
la policía británica ha incluido a Greenpeace en la lista de
“alerta contra el extremismo”, una guía de 24 páginas de la
unidad antiterrorista para “identificar posibles autores de actos
terroristas y prevenir situaciones extremas”. ¿Acaso el gobierno
de Boris Johnson nos considera “piratas”? ¿Somos “sospechosos
de terrorismo” por estudiar lo que les sucede a los pingüinos y a
las ballenas con la crisis climática?
En
un planeta gobernado por criaturas como Johnson, Vladímir Putin,
Donald Trump y, por supuesto, Jair Bolsonaro, nuestra especie
enfrenta el mayor desafío de su trayectoria en la Tierra: el
sobrecalentamiento global provocado por la acción humana. En otras
palabras, nuestra especie se ha convertido en una fuerza de
destrucción capaz de alterar el clima del planeta. Afortunadamente
-y esto forma parte de mi profunda emoción al acompañar esta
expedición del Arctic Sunrise-, la Antártida no tiene dueño.
Varios países mantienen bases de investigación científica en el
denominado continente helado, pero ninguno de ellos tiene derecho de
propiedad. Es fascinante estar en un lugar del planeta en que ninguno
de los déspotas elegidos que hoy circulan libremente por ahí puede
reclamar la propiedad de la naturaleza.
¿Cuándo
comienza un viaje? Posiblemente en el momento en que decidimos
hacerlo. Yo me encontraba en casa, en Altamira (Brasil), una ciudad
que es el epicentro de la destrucción de la Amazonia. Todavía era
diciembre y mi primer reflejo fue rechazarlo: por muy interesante que
fuera el viaje, sería imposible dejar la Amazonia en ese momento.
Desde que Bolsonaro anunció el decreto provisional que permite que
los grileiros (ladrones de tierras públicas) puedan legalizar las
áreas de selva que robaron hasta diciembre de 2018, se han
multiplicado las amenazas contra los agricultores familiares que
luchan para que se haga una reforma agraria y contra los pueblos de
la selva que viven en ella. Algunos han sido asesinados. Esta Navidad
y Año Nuevo, varios líderes han tenido que abandonar a sus familias
y esconderse. “Envenenaron a mis gallinas, les rompieron las patas
a mis terneras, apuñalaron a mis perros”, advirtió uno de los
líderes, en forma de llamada de socorro, cuando regresó a casa hace
unos días. Así es cómo se vive en la Amazonia desde que Bolsonaro llegó al poder.
En
agosto de 2017, me mudé de São Paulo, la mayor ciudad de Brasil, a
Altamira, la ciudad más violenta de la Amazonia, porque entiendo que
la Amazonia debe ser la gran causa de nuestro tiempo, más allá de
las nacionalidades y también las identidades. Sin la mayor selva
tropical del mundo, no se puede controlar el sobrecalentamiento
global. Desde entonces, participo en el movimiento global Amazonia
Centro del Mundo, que reivindica la urgencia de reconocer la
centralidad de la selva si queremos tener un futuro posible. Si la
población mundial no se da cuenta de que tiene que poner su cuerpo
en la batalla decisiva de este momento histórico, la selva
posiblemente llegará al punto sin retorno en los próximos años. Y
el futuro de nuestros hijos y nietos será un planeta hostil. Llena
de dudas, escribí a Antonio Nobre, un científico de la Tierra que
en 2014 publicó el informe El futuro climático de la Amazonia,
disponible en portugués, inglés y español y que señala la
urgencia de hacer que la Amazonia sea una causa de todos. Este
informe cambió mi vida. Gracias a él aprendí que existen los ríos
voladores que la selva lanza a la atmósfera todos los días: la
selva suda, transpira, y expele unos 20 billones de litros de agua a
la atmósfera cada 24 horas. Este volumen de agua es mayor que el que
el río Amazonas, uno de los más grandes del mundo, lleva al océano
Atlántico. Como he escrito innumerables veces, esta apoteosis de la
naturaleza, ahora amenazada, es más extraordinaria que un poema de
Fernando Pessoa, una obra de Picasso o un concierto de Villa-Lobos.
Antonio
Nobre me respondió que sería importante establecer conexiones entre
la Amazonia y la Antártida, es decir, cómo la deforestación de la
selva podría impactar en el continente helado. Y este también fue
mi primer aprendizaje cuando llegué a Chile. En Santiago, donde
participé en un evento anual llamado Congreso Futuro, que reúne a
personas de todas las áreas y de diversos países, pude comprobar,
una vez más, cómo impacta cada gesto en todo el planeta. Sobre la
cordillera andina que escolta la ciudad, un observador atento podía
avistar un contorno más oscuro. Era el humo de los incendios
forestales de Australia que llegaba hasta allí. Al aterrizar en
Punta Arenas, en la Patagonia, la noticia fue que el humo del
Australia ya había llegado a la Antártida. “La Antártida siempre
se ha llamado ‘el continente aislado’”, nos contaba el viernes
Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico Chileno. “Es un
mito. La Antártida no está aislada. Todo está conectado”. A los
científicos les resultará fácil saber cuál es la marca de la
nieve de 2020: una línea negra. Marcelo Leppe continúa: “Hay
microplásticos en toda la Antártida”.
De
la Amazonia a la Antártida, de la Antártida a Australia, de
Australia a Siberia, de Siberia a California, sabemos que 2020 no
empieza bien. Será un año decisivo. El mío empezó con las
amenazas de los grileirosa los líderes de toda la región amazónica
y ahora continúa con esta expedición a la Antártida, en la que
acompañaremos a un equipo de nueve científicos que estudiará el
impacto de la crisis climática en las colonias de pingüinos.
También las ballenas, estos fabulosos animales que fertilizan los
océanos, se encuentran en el horizonte antártico de nuestra
expedición.
Sin
embargo, antes de embarcar, mi preocupación se centra en unas
criaturas vivas infinitamente más pequeñas. La Antártida ha sido
alterada por humanos que llevan en la ropa, en las suelas de los
zapatos y en los objetos unos seres extraños: semillas, esporas y
virus que pueden corromper un ecosistema tan delicado. Tengo que
cepillar las suelas de todos los zapatos y llevar ropa que no suelte
fibras. Sé que cuanta menos gente haya en la Antártida, mejor. La
investigación más responsable hoy en día es, siempre que sea
posible, la que se realice con muestras tomadas de la Antártida,
pero fuera de ella. Le pregunto a Leppe si debemos entrar en este
majestuoso mundo blanco, que cada vez es más verde debido al sobrecalentamiento global. Él dice que es importante que podamos
contarle al mundo lo que está sucediendo. Pero que la delicadeza de
pisar la Antártida nos da la enorme responsabilidad de hacer nuestro
trabajo aún mejor.
Todos
mis sentidos están entregados a la tarea de contarles lo que tengo
el privilegio de presenciar en esta expedición, que comienza en unas
pocas horas. Pero mi contar solo se completa con la lectura de cada
uno. Y en el gesto que cada uno pueda hacer tras leer este diario de
a bordo.
Regresaré
tan pronto como pueda y me lo permitan las náuseas casi seguras que
me provocarán las olas de varios metros de altura.
Traducción
de Meritxell Almarza
Fuente:
Eliane Brum, Del centro del mundo al fin del mundo, 18 enero 2020, El País. Consultado 20 enero 2020.
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