por
Miguel Muñiz
Hace
unos días me reuní con un compañero del disuelto colectivo con el
que intentamos impulsar la ILP contra la prórroga de los siete
reactores nucleares que funcionan en España.
Este
compañero, excelente persona y generoso activista voluntario,
participa en los encuentros (en su mayoría de gente joven) que
"ExtinctionRebellion" (ER) realiza en Barcelona desde hace
unos meses, y me comentó que la mayoría de esa juventud preocupada
por las consecuencias devastadoras del cambio climático, se
pronunciaban favorablemente sobre la energía nuclear, considerándola
una "alternativa libre" de emisiones de gases de efecto
invernadero y, por tanto, un medio para paliar la catástrofe en
curso. El compañero veía necesario hacer algo ante una
irracionalidad ecológica tan evidente.
Anticipo:
este artículo no va de ese "algo". El "algo"
(que se debe hacer al margen de que sirva o no para "algo")
sólo puede surgir de una actividad colectiva (si hay base social
para impulsarla). Aquí se trata de aproximarnos a el actual estado
de las cosas y apuntar algunas de las causas por las que una parte de
esa juventud apoya a un monstruo tecnológico como la energía
nuclear, con un historial -que se acrecienta día tras día- de
sufrimiento, muerte y destrucción; con dos catástrofes globales e
irreversibles que siguen activas (Fukushima y Chernóbil), más un
número difícil de determinar de catástrofes regionales con proyección global. Porque sin entender cómo hemos llegado a este
punto difícilmente podremos plantearnos hacer «algo» para
cambiarlo.
La
industria nuclear ha madurado
Superadas
las locuras de infancia y juventud (aquella propaganda de que la
electricidad nuclear eliminaría los contadores por ser "demasiado
barata para medirla"), y superadas las maniobras para
presentarse como alternativa total en el conflicto energético (el
"renacimiento" como respuesta a la escasez de combustibles
fósiles), hemos llegado a un punto en que la industria es consciente
de las limitaciones impuestas por las reservas de uranio y la escasez
de materias primas y, al mismo tiempo, sabe que mantener el
despilfarro energético que exige el capitalismo neoliberal en la
situación actual de agotamiento progresivo de los recursos
energéticos fósiles bloquea el desarrollo de modelos alternativos.
La
economía exige echar mano de todo lo que hay, y la industria nuclear
lleva ocho años desplegando una estrategia discreta: alargamiento al
máximo del funcionamiento de reactores activos mediante pactos
económicos y políticos (caso por caso, si es necesario), e impulso
de un programa de construcciones adaptado a las exigencias de la
geopolítica global con varios centros de poder, y todo ello sin
ruido mediático.
Dos
ejemplos para ilustrar esta madurez: las nucleares en China y Rusia,
y la política de las potencias emergentes en zonas de interés
económico.
El
programa de construcción de centrales en China ha llevado a
reevaluar las valoraciones, incluidas las críticas. El primer
reactor de "Fase III" entró en funcionamiento en 2010, y
todo el programa va ilustrado con referencias al ahorro de emisionesde carbono de cada etapa de desarrollo; y el programa se cumple, en
julio de 2019 el gobierno chino ha anunciado tres nuevos proyectos:
Rongcheng, Zhangzhou y Taipingling.
Rusia
botó, en agosto de 2019 la llamada "primera central nuclear
flotante del mundo" que, y no por casualidad, ha puesto rumbo a la zona del Ártico. La central fue rápidamente adjetivada como un
"Chernóbil flotante" desde el movimiento ecologista
occidental; y por cierto, pese a ser rusa uno se pregunta por qué no
llamarla una "Fukushima flotante", ya que tiene una mayor
relación con el mar, pero ¿sería eso políticamente correcto?
El
segundo ejemplo es la construcción de nucleares en potencias
emergentes como la India o Egipto, se trata de sociedades marcadas
por fuertes desigualdades, pero decididas a seguir los patrones de
crecimiento y a hacer valer su peso demográfico en la geopolítica
global.
El
resultado: mientras el movimiento ecologista occidental sigue anclado
en el discurso crítico tolerado la nuclear se estabiliza. Una prueba
es la página idel WNISR actualizada en septiembre de 2019, donde se
informa de que hay 415 reactores nucleares funcionando en julio de
2019, es decir, 2 reactores más que en el recuento de 2018 (en julio
eran 4 más, lo que indica la fluctuación). Una consulta al
seguimiento de informaciones permite una visión más ajustada de lo
que está pasando más allá de Occidente. Así como el Informe 2019,
que dedica un apartado especial a China.
La
realidad es que la energía nuclear va ocupando su lugar en un mundo
en que la geopolítica manda.
Pero,
al margen de si los nuevos reactores, o los nuevos proyectos, se
sitúan en Asia, Oriente Medio o Extremo Oriente, la propaganda
nuclear se ha centrado en su supuesta contribución a la reducción
de los GEI y, en ese campo, también han pulido sus técnicas.
Los
propagandistas
Entre
2001 y 2011, el renacimiento nuclear fue apoyado por personas del
mundo científico, algunas con historial ecologista, que
multiplicaron declaraciones y libros en su defensa, con la amenaza
del cambio climático (y para algunos, el impacto visual de los
aerogeneradores) como telón de fondo, en su mayoría se trataba de
personas de edad avanzada, Hansen y Lovelock fueron los más
publicitados.
Pero
desde Fukushima la estrategia ha cambiado, los perfiles de calidad,
de peso y prestigio han sido sustituido por una multiplicidad de
portavoces jóvenes, o de mediana edad, y una constelación de ONGs.
Los
medios también han cambiado, en vez de libros y artículos extensos,
se recurre a destellos informativos en internet, a notas
propagandísticas que no permiten margen de duda o de debate, y a
presentaciones simples y divulgativas de amplio despliegue en clave
yo. Las charlas TED, uno de los vehículos de dispersión de ideas y
discursos progresistas, son un buen indicador: en 2016 se publicaron
tres conferencias TED sobre bondades nucleares que tuvieron un amplio
seguimiento y que estaban, además, subtituladas en varios idiomas
(más de 10 habitualmente). Así, en el momento de redactar este
artículo, la de Kirk Sorensen, tenía 574.620 visionados; las de
Michael Shellenberger, 1.563.439 y 847.377, respectivamente; y
también está la de Joe Lassiter, 1.164.776, y Jam Pedersen
(438.542), o antes (2013), Sunniva Rose (334.659), y más…; todas
son personas que se declaran preocupadas por el medio ambiente y por
el futuro, vinculadas a ONGs, muy comunicativas y con un elevado
perfil técnico. En varias charlas comienzan confesando haber sido
críticas con la energía nuclear bien por educación (las de mediana
edad son hijas e hijos de la contracultura), bien por convencimiento,
pero que la necesidad les ha obligado a cambiar de opinión.
Aunque
hay críticas a la dinámica impuesta por las charlas TED (una de las
más completas puede leerse aquí en inglés, o aquí en traducción castellana automática, con limitaciones), no existe proporción
entre la difusión de esas críticas y la difusión de las charlas.
Pero
la propaganda va más allá de conferencias y videos, se mantiene un
trabajo permanente de interrogación con potente apoyo mediático que
vuelve una y otra vez a insistir en el argumentario de la industria.
Las instituciones que apoyan a la industria nuclear no descansan.
¿Y
las/los ecologistas?
Lo
expuesto hasta ahora sólo es una cara, la otra es la responsabilidad
de aquellas entidades que debían poner el interés común de la
sociedad por delante de cualquier otra consideración.
A
diferencia de las proclamas en los documentos de ER, no podemos
saldar este conflicto con la declaración de que "no existen culpables". Por supuesto que existen culpables de que la nuclear
sea considerada como parte de la "solución" del cambio
climático. Para empezar, el propio autor de este texto, miembro
durante años de colectivos ecologistas que debían haber cumplido un
papel en los 65 años que han pasado desde que la primera central
nuclear entró en funcionamiento. Algo que no hicimos, que no
hicieron.
Pues
asumida la cuota de responsabilidad es necesario decir que no todas
las personas o grupos del llamado movimiento ecologista somos
culpables por igual; la responsabilidad principal recae en las
grandes organizaciones ecologistas institucionalizadas, aquellas que
durante la campaña del "renacimiento" nuclear, entre 2001
y 2011, decidieron adaptar el discurso crítico a las pautas dictadas
por la industria para ganar visibilidad. Así que suprimieron de sus
denuncias las referencias al impacto de las radiaciones sobre la
salud y el medio ambiente, silenciaron la dispersión cotidiana de
radiaciones en el funcionamiento normal de los reactores (o en
averías y accidentes), y callaron las consecuencias irreversibles de
Chernóbil primero (y Fukushima después), no mencionaron la
vinculación entre la nuclear civil y militar, o a las emisiones de
gases de efecto invernadero del ciclo nuclear, etc.
En
su lugar, las organizaciones ecologistas institucionalizadas
centraron su denuncia en la falta de viabilidad económica de la
nuclear frente a los mecanismos de mercado, en los "problemas
técnicos" y de seguridad de reactores actuales o de modelos
futuros o, como mucho, en el problema de los residuos. No es de
extrañar que con esa linea se dé la desinformación actual. No es
de extrañar que quiénes siguen el discurso dominante, entre las que
se encuentran una parte de las participantes en ER, crean que la
nuclear está limpia de emisiones de gases de efecto invernadero
(GEI). Es normal de que muchas se limiten a considerar que lo nuclear
se reduce a un problema de costes excesivos, que lo de los residuos
ya lo arreglará la tecnología, y que acepten, sin cuestionarlas,
todas las barbaridades que se publican sobre "fusión",
"torio", o "reactores intrínsecamente seguros".
Con la linea de denuncia seguida en los últimos 18 años (como
mínimo) todo eso de lo más normal. Y sin contar con la continuada
banalización de las referencias a "Chernóbil" [1] y el
silencio sobre Fukushima.
Pero
todo esto son lamentos por hechos pasados que, como mucho, sirven
para evitar repetir errores.
Conclusiones
Centrándonos
en el marco de ExtinctionRebellion tenemos, que la industria sigue
fuertemente organizada, y ha tenido éxito en aprovechar el cambio
climático para difundir su propaganda; que han logrado silenciar la
catástrofe de Fukushima (los próximos JJOO 2020 son la prueba) y
hacer desaparecer la realidad de Chernóbil, y que sus mensajes
simplistas conectan fácilmente con las visiones, también simples,
que una parte de la sociedad tiene del cambio climático y sus
consecuencias.
Por
otra parte, tenemos que el impacto de la radiactividad no es fácil
de explicar; que no hay una reacción de la ciencia médica y sus
instituciones al envenenamiento radiactivo (la OMS continua, en la
práctica, subordinada a la AIEA); que el debate se produce en medios
que eliminan la complejidad y, por tanto, faltan a la verdad, y que
se produce en un entorno en que el recurso a la sentimentalidad, y la
apelación al tú (por encima del nosotros) es la pauta dominante.
Hay
que asumir, por tanto, que ese algo que se debe hacer tiene un margen
de intervención muy limitado. Que sólo podremos incidir a nivel
regional, difundir información, y cruzar los dedos.
Notas
[1]
La banalización de Chernóbil implica dos lineas, la más general,
en la que en ocasiones cae el propio movimiento ecologista, es el uso
de la palabra «Chernóbil» para calificar cualquier amenaza
ambiental tenga a ver o no con la energía nuclear, así se han dado
casos que aplican "Chernóbil" a amenazas que van desde
presas hidraúlicas a procesos de desforestación o contaminaciones
químicas. La segunda, representada por la serie «Chernobyl», como
caso extremo però no único, es la reelaboración falsificada de la
catástrofe como instrumento político. Puede leerse un análisis en
profundidad de esa variante en este artículo.
[Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la página divulgativa http://sirenovablesnuclearno.org/]
Fuente:
Miguel Muñiz, La energía nuclear va ocupando su lugar en el mundo, 29 septiembre 2019, Mientras Tanto. Consultado 16 octubre 2019.
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