Cargar
las tintas en cambiar conductas en lo individual para llegar luego a
soluciones colectivas, es ni más ni menos que desarrollar una
coartada para que el sistema siga funcionando mal.
por
Sergio Federovisky
Durante
el último ciclo “Argentina: Estado, Ética y Sociedad” realizado
en la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), el día
15 de octubre, Margarita Stolbizer presentó a un panel de expertos
para debatir sobre “Los desafíos públicos y privados frente al
Cambio Climático”.
Compartí
panel con Guillermo Marchesi, director ejecutivo de la Fundación
Expoterra, Jordana Carvallo, gerente de Sustentabilidad de Unilever y
el periodista Sergio Elguezabal. Comparto mis palabras durante el
encuentro.
Desde
hace algunos años tengo una especie de obsesión con la política
pública, porque entiendo que cuando hablamos de cuestiones
ambientales y de lo climático normalmente la tendencia es a
responsabilizar al ciudadano por conductas individuales que todos
creemos que debería asumir y no asume. Pareciera que todo se va a
resolver si todos nosotros tomamos una actitud en una determinada
dirección y la sumamos algebraicamente. Y un día mágicamente, la
sociedad va a ser otra porque todos nos comportamos bien.
Aún
si cada uno de los integrantes de la sociedad separásemos la basura,
apagásemos las luces que no utilizamos, cerrásemos la canilla a
tiempo, les puedo garantizar que es muy probable que la sociedad
siguiese funcionando mal. Porque la sociedad es mucho más que la
suma de las partes.
Una
de las personas que mejor pensó estas cuestiones es el Papa
Francisco. En la Encíclica “Laudato Si´ ”, dice enfáticamente
que el problema es el sistema, es el modelo, que hace supeditar al
bien común a los intereses sectoriales. “El clima es un bien común
a proteger que no debe supeditarse a los intereses sectoriales”.
Si
lo que vamos a tratar de hacer es proteger ese bien común, no
conozco otro instrumento que la política pública. Y aquí quiero
señalar dos cosas. La primera es que las cuestiones que hacen al
cambio climático, a escala de los Estados, constituyen el fracaso
más grande de la diplomacia internacional desde que existe. Solo
basta mirar los convenios y acuerdos firmados desde 1992 en Río,
hasta el Acuerdo de París en 2015, que es el cenit del fracaso,
porque no genera compromisos. El que quiere lo cumple y el que no,
no. Lo que vemos es el retiro de los Estados en beneficio de un
modelo que funciona cada vez peor.
En
Argentina mientras el Estado anuncia compromisos para la reducción
de emisiones de gases efecto invernadero, el país se coloca entre
los países de mayores emisiones per cápita en el mundo. Y
simultáneamente todo lo que tiene que ver con la adaptabilidad a los
efectos y consecuencias del cambio climático, que ya se están
percibiendo concretamente, el Estado no tiene quien se ocupe de
programar, y menos aún de proyectar y obtener resultados en relación
al mismo.
La
segunda es que el Estado tramita cuestiones que la sociedad percibe
como ambientales, de modo “no ambiental”. Por ejemplo para la
sociedad las cuestiones vinculadas con la energía y las energías
renovables son ambientales mientras que para el Estado son
simplemente energía. Lo mismo lo que pasa con el agro y las
fumigaciones, o con los desastres naturales, que los tramita en el
ámbito de la seguridad.
Argentina
nunca tuvo en su historia una persona que defendiera los intereses
del ambiente. Como dice el politólogo Brian Berry: “La paradoja de
lo ambiental es que se sabe todo lo que hay que hacer pero no aparece
el sujeto que lo haga”.
Sergio Federovisky es biólogo y director de la Fundación Ambiente y Medio
Fuente:
Sergio Federovisky, Medio Ambiente: las conductas colectivas solo se pueden modificar a partir de la implementación de políticas públicas, 27 octubre 2019, Infobae. Consultado 29 octubre 2019.
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