por
Vanesa Rosales de la Quintana
Los
datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura arrojan que el sistema alimentario agroindustrial
solamente alimenta a un 30 % de la población del mundo y utiliza la
mayoría de tierras, agua y combustibles disponibles. La agricultura
industrial utiliza el 75-80 % de la tierra arable y el 70 % de agua
de uso agrícola. Sin embargo, el 70 % de la población mundial se
alimenta por los pequeños productores que no disponen de la mayoría
de la biotecnología.
Una
de las ventajas de la siembra tradicional era que al utilizar
distintas alternativas evitaba que las malezas desarrollaran
resistencia a los productos. Al unificarse el uso exclusivo del
glifosato se generaron biotipos, primero tolerantes que requirieron
aumentar la cantidad de producto y luego resistentes. Convirtiéndose
en un circuito de producción que se intensifica en el uso de los
recursos naturales. Con una relación insumo-producto ineficiente,
consume mucha energía en su ciclo y hace un uso desmedido de
agroquímicos y fertilizantes.
Inicialmente
la parcela a sembrar debe ser deforestada. La deforestación reduce
las materias orgánicas del suelo, dando una erosión con pérdida de
la capacidad de retención del agua. Lo que genera inundaciones de
cuencas, como se ha visto a lo largo de estos años en el país.
Posteriormente la aplicación del glifosato en los suelos produce la
esterilización de la tierra debido a la desaparición de bacterias.
Vuelve inerte a la tierra y necesitada de fertilizantes ya que impide
el proceso de descomposición natural.
Los
fertilizantes requieren un gran uso de energía para su fabricación.
Su elaboración produce el 2 % de emisiones de gases de efecto
invernadero, sumadas a las emisiones que se generan cuando son
aplicados al suelo, que es aún mayor. Cada 100 kilos de
fertilizantes nitrogenados que se aplican al suelo, 1 kilo termina en
la atmósfera como óxido nitroso, un gas 300 veces más potente que
el dióxido de carbono como gas con efecto invernadero.
En
los últimos años la oferta de fertilizantes nitrogenados producidos
a partir de gas natural comenzó a crecer y el proceso por el que se
extrae el gas natural dependerá cada vez en mayor medida del
fracking o fractura hidráulica.
El
fracking pierde 60 % más de gas metano que los pozos convencionales
de extracción, y resulta de mayor efecto invernadero que el dióxido
de carbono.
Al
aumentar cada vez más la dependencia de la agricultura a los
fertilizantes químicos derivados de combustibles fósiles, junto con
la reciente aparición de los biocombustibles líquidos para el
transporte derivados de cultivos agrícolas se han reafirmado los
vínculos entre los mercados de productos agrícolas y los de
productos energéticos.
Aunque
se intente instalar en el imaginario social que es necesaria la forma
de producción agroindustrial dependiente de la tecnología semilla
transgénica-plaguicida para abastecer al mundo, no hay una sola
hectárea de transgénicos que dé de comer a una de las tres mil
millones de personas con hambre.
Los
alimentos se han convertido en monocultivos de soja y maíz, de los
cuales la mitad de su producción se la usa para alimentar animales y
el resto para biocombustibles.
El
biodiesel y el bioetanol, son los dos combustibles fabricados a
partir de los cultivos de maíz, soja y girasol. La palabra
biocombustible genera confusión porque dota al término de
connotaciones positivas que no tiene. El prefijo “bio” se utiliza
para los casos en que la producción es ecológica. Lo correcto es
denominarlos agro-combustibles, ya que su producción a gran escala
genera un impacto ambiental y social nocivo.
La
producción de los agrocombustibles entra en competencia con la de
los alimentos, en cuanto a la demanda de tierras para cultivos, lo
que provoca una suba en el precio que incide en la composición de la
canasta básica.
La
ganadería que siempre había sido practicada en rotación con la
agricultura, fue desplazada hacia otros territorios con ecosistemas
más frágiles. La producción masiva de soja transgénica ha
impulsado una expansión de la producción de carne de manera
industrial en feedlots, con graves impactos ambientales y sanitarios.
El
crecimiento de las tecnologías no ha sido acompañado del
conocimiento de todas sus implicancias e impactos, pero las
tecnologías igual llegaron al mercado por su supuesta mayor
eficiencia. El desafío actual es el de conseguir un verdadero
crecimiento proveniente de una economía sostenible con el medio
ambiente y la salud.
Vanesa
Rosales de la Quintana es médica. Especialista en Medicina Familiar.
Auditora de Servicios de Salud. Universidad de Buenos Aires.
Fuente:
Vanesa Rosales de la Quintana, Glifosato: un modelo que se intensifica en la explotación de los recursos naturales, 29 octubre 2019, Página/12. Consultado 30 octubre 2019.
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