Este
lunes 23 de septiembre, comienza en Nueva York la cumbre de la ONU
sobre cambio climático. Aquí, destacamos el papel de la sociedad,
los activistas, la ausencia estatal y el arte que denuncia esta
catástrofe.
por
Héctor Pavón
"Y
la tierra fértil, rica en frutos quedará convertida en un
desierto”. Adelantado y pionero, concluía con esta profecía
incomprensible para su tiempo un texto sobre la naturaleza amenazada
en pleno Renacimiento. ¿El autor? Leonardo da Vinci. Lo escribió en
el Códice Arundel cuyo texto original se encuentra en el Museo
Británico. El físico austríaco Fritjof Capra considera que
Leonardo es el primer pensador orgánico y ecológico del mundo.
Probablemente, haya sido el primer notable que prestó atención al
devenir planetario y que consideraba que la vida eterna de la Tierra
era una simple fantasía. La necesidad de celebrar una cumbre mundial
sobre el cambio climático organizada por la ONU, a partir de este
lunes, subraya la preocupación profunda por el deterioro acelerado
del planeta.
La
semana pasada, el escritor Jonathan Franzen desde las páginas del
New Yorker, totalmente desesperanzado, no ya del futuro, sino del
presente, señaló: “Si te importan el planeta y las personas y los
animales que viven en él, hay dos maneras de pensarlo. Podés seguir
esperando que la catástrofe sea prevenible y sentirte cada vez más
frustrado o enfurecido por la inacción del mundo. O podés aceptar
que se avecina un desastre y comenzar a repensar lo que significa
tener esperanza”.
Lo
que está ocurriendo y parece imparable es que las emisiones de gases
de efecto invernadero producidas por el consumo de combustibles
fósiles están calentando el planeta más rápido de lo previsto.
Hacia el año 2100, con este ritmo, la temperatura media podría
aumentar entre 6,5 y 7 ºC respecto de los niveles de la vida
preindustrial. Esto es hasta dos grados más de lo que previó el
Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC)
en su Quinto Informe de Evaluación de 2014. En resumen, con un
calentamiento de solo un grado más de la temperatura actual, el
mundo va a sufrir olas de calor más intensas, más sequías, más
inundaciones, entre otros fenómenos extremos.
La
situación es cada vez más complicada y, aunque hay quienes creen
que todavía hay procesos que se pueden revertir, ocurren cosas que,
por el contrario, aceleran el proceso destructivo.
Además
de la tragedia de la Amazonia, en el Chaco paraguayo vemos como las
rachas de vientos y las altas temperaturas registradas en los últimos
días provocaron que más de 175.000 hectáreas de vegetación fueran
consumidas por el fuego, desde que hace un mes comenzaron los
incendios que afectan a zonas como el gran humedal del Pantanal.
En
nuestro país, se encendieron las alarmas cuando el gobierno publicó
el decreto 519/2019 del 26 de agosto que modifica la normativa que
prohibía el ingreso de basura al país. Según la Fundación
Ambiente y Recursos Naturales, “esto implica que puedan ingresar al
país residuos que han sido ‘valorizados a través de distintos
procesos y convertidos en nuevas materias primas’ sin un
certificado que asegure que son inocuos para el ambiente”. También
ha ocurrido que una fuga de gas en el yacimiento de Vaca Muerta
generó un incendio y un movimiento de fuerzas de gendarmería para
custodiar estos pozos que los piensa como el futuro de la Argentina.
Ha
habido aportes fundamentales por parte de intelectuales como
Maristella Svampa, que se adentró en los movimientos sociales que
defienden el medio ambiente. El fracking, el extractivismo de bienes
naturales y la posterior despojo y contaminación de los terrenos
abandonados por las empresas mineras, son abordados en su obra
ensayística. En varias ocasiones ha sido acompañada por el abogado
y activista Enrique Viale con quien ha escrito el libro
Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y del despojo. A su
vez, la narradora y crítica cultural Gabriela Massuh se ha
especializado en la denuncia del extractivismo urbano en CABA que ha
volcado en su ensayo El robo de Buenos Aires. Su activismo en las
redes suele irritar a funcionarios y empresas que buscan todas las
formas posibles del negocio inmobiliario sin reparar en los daños a
la escena y medio ambiente de la ciudad.
En
todas las latitudes, las emergencias se multiplican. Cada año,
aproximadamente ocho millones de toneladas métricas de plástico
terrestre ingresan a los océanos del mundo. El plástico
eventualmente se descompone en microplástico y, aunque esto lleva
varios años a algunos polímeros, otros pueden deshacerse casi de
inmediato e ingresan al océano como microplásticos. En muchos
casos, han sido detectados en peces de mares y ríos de todo el
mundo.
El
científico Peter Kalmus escribió en Los Angeles Times que es
tentador adherir al incorrecto “estamos condenados” de Jonathan
Franzen. No importa lo mal que se ponga, debemos seguir haciendo lo
posible para evitar que empeore”, se esperanza.
Fuente:
Héctor Pavón, Un planeta a la intemperie, 20 septiembre 2019, Clarín. Consultado 23 septiembre 2019.
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