Recientemente
galardonada con el premio Fundación Bunge y Born, la ecóloga
asegura que la crisis climática es de una escala e intensidad
inéditas, y que su solución exige un cambio rotundo de paradigma.
por
Martín De Ambrosio
Es
un año intenso para Sandra Díaz: después del impacto del reporte
del Informe Global de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y
Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) del
que fue copresidenta y vocera, no para de atender sus repercusiones.
También este año llegó el anuncio del premio Princesa de Asturias,
que le entregarán el 18 de octubre en Oviedo (España), y el premio
Fundación Bunge y Born, que recibió en agosto en Buenos Aires. La
ecóloga es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad
Nacional de Córdoba con una carrera impresionante, que incluye ser
miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos y fellow de
la Royal Society de Londres (sí, la de Isaac Newton), algo que para
la cordobesa nacida en 1961 en Bell Ville fue "un sueño hecho
realidad".
Más
allá de galardones, Díaz está alarmada por el estado que ha
alcanzado la civilización de espaldas a la naturaleza, negándola y
atacándola. Pero cree que aún hay tiempo para cambiar una tendencia
que puede ser, literalmente, mortal. En particular, Díaz estudia
cómo las características morfológicas y fisiológicas de las
plantas afectan la forma en que reaccionan a factores del ambiente,
incluido el factor humano. "Antes se pensaba que la evolución
solo era notable en el plazo de miles o millones de años. Los
dinosaurios, luego pequeños mamíferos, después nosotros. Pero hay
pequeños cambios evolutivos que se dan muy rápido, en la escala de
años o décadas en algunos organismos. Lo vemos como consecuencia de
las presiones ambientales en los microorganismos resistentes a los
antibióticos, pero también en la maleza resistente a los pesticidas
y herbicidas; en plantas y animales resistentes a la contaminación".
¿El
cambio climático acelera esa evolución?
Sí,
para bien y para mal. Todo lo que hacemos influye. No solo el cambio
climático, sino también el uso de la tierra, la contaminación; por
la intensidad y la escala en que los hacemos, promovemos cambios
evolutivos a escala contemporánea. En la Argentina, se ve en la
resistencia de las plagas agrícolas. Eso trae consecuencias
positivas y negativas. ¿Van a evolucionar las especies lo
suficientemente rápido para adaptarse y que no pase nada? No todas
lo harán. La mayoría, de hecho, no. Y no todas podrán migrar con
la velocidad necesaria para encontrar sitios favorables a su
supervivencia. La naturaleza se adapta a muchas cosas; hubo
glaciaciones y no desapareció la vida sobre la Tierra, se retrajeron
plantas y animales y después avanzaron. Pero fue a escala lenta. Lo
que estamos haciendo en los últimos cincuenta años es de una
intensidad y escala inéditas. Hay organismos, plantas y procesos
ecológicos que no se pueden ajustar.
¿Se
viene una reducción de la vida en la Tierra?
Lo
que quiero decir es que nuestra impronta es tan grande e intensa que
afecta el proceso evolutivo mismo. Es así de profundo. No quiere
decir que la vida va a evolucionar como un Pokémon y va a estar todo
bien. Lo que hacemos supera la capacidad adaptativa de los sistemas.
¿Puede
haber una extinción de toda la fauna a excepción de los seres
humanos?
Antes
de eso, nos extinguiremos. Hay organismos que son más resistentes
que nosotros. Estamos hablando de un 25 % de las especies sobre la
Tierra, si no consideramos insectos, que están hoy en riesgo de
extinción. Es mucho. No quiere decir que se vayan a extinguir
inexorablemente, pero están en peligro. Depende de nosotros si se
extinguen o no. Creo que aunque nos pongamos a trabajar hoy, ya no
salvaremos a todos.
Un
proceso irreversible.
Es
como si viniera un tsunami y hubiera que manotear y salvar la ropa.
Se pueden parar muchos procesos, pero no todos. Es demasiado profundo
y grande lo que desencadenamos. Hay muchas especies que se pierden y
no sabemos que se pierden porque no las conocemos a todas [N.de la R:
se conoce el 10 % de las ocho millones de especies que se calcula
existen en la Tierra].
¿Qué
ejemplos hay de esa evolución acelerada?
No
es que nace una nueva especie, sino que las plantas producen pequeños
cambios evolutivos para adaptarse a cambios en la temperatura, en los
regímenes de heladas o para vivir en suelos contaminados. Las
poblaciones de aves en ciudades evolucionan para adaptarse a ellas.
Las poblaciones de peces se adaptan a las grandes presiones de la
pesca. Hay muchísimos ejemplos.
¿No
implicaría entonces un cambio en la teoría de Darwin?
No,
es absolutamente compatible con Darwin. La ciencia lo sabe hace mucho
tiempo; lo que pasa es que esa información estaba en manos de
expertos hasta hace poco, y ahora se ha visto que es masivo, se ha
documentado por todos lados. En el informe del Ipbes hablamos por
primera vez de evolución en la síntesis para tomadores de
decisiones. Antes se hablaba de contaminación, de extinción, de
usos de la tierra. Ahora dejamos claro que nos estamos metiendo con
la evolución misma. Miren las consecuencias prácticas, miren lo que
se gasta en usar cada vez más herbicidas. La Argentina es un caso
claro: se tienen que poner cada vez más productos químicos porque
las malezas son geniales en sobrevivir.
Respecto
de ese millón de especies en peligro, ¿qué se puede hacer?
Si
vamos a hacer algo, hay que empezar hoy. De hecho, hay muchos
ejemplos de cosas que funcionan, pero no a la escala que hace falta.
Se pueden salvar especies de la extinción, se puede hacer una
agricultura que sea con la naturaleza y no en contra de ella, incluso
en la Argentina. Se puede consumir menos y ser feliz. Pero
necesitamos escala. Hoy estamos con un palillo tratando de matar un
búfalo a toda carrera. Hay que poner el pie en el acelerador. Lo que
se hace bien, hacerlo rápido y masivamente. Hay muy poco tiempo,
todos los modelos lo muestran. No hay que limitarse a atacar el
síntoma: crear áreas protegidas, reciclar la basura y demás ayuda,
pero es un analgésico cuando te caíste del piso 24 y te rompiste
todos los huesos. Sirve, pero no te salva. Hay que deforestar menos,
trabajar mejor con la basura, crear más áreas protegidas, usar
menos pesticidas. Pero para que funcione hay que atacar la raíz del
problema: los factores o impulsores directos.
¿Y
cuáles son esos factores?
Son
sociales, económicos, políticos e institucionales. Los modos del
comercio, del consumo y de la producción. Las regulaciones que se
cumplen y las que no; dónde los estados ponen los incentivos y las
ideas de progreso; qué idea de éxito tenemos en la cabeza. Hoy el
programa que nos hace actuar es incompatible con un mundo vivible a
largo plazo. Atacar lo inmediato no tiene sentido si no hay un cambio
de fondo.
¿Es
posible ese cambio?
No
imposible, pero sí muy difícil. Técnicamente tenemos un informe de
1500 páginas donde decimos que estos cambios no son imposibles. No
es ciencia ficción. Requiere renunciamientos por parte de todos los
sectores, bastante chicos comparado con lo que sucederá si seguimos
esta trayectoria.
Sería
como plantear una emergencia bélica, pero sin que se vean caer las
bombas.
Hay
gente que sí siente caer las bombas. No todos, porque los impactos
son muy desiguales, y los responsables de los impactos no los
sienten. La atmósfera está cambiando; el impacto del informe sobre
la biodiversidad fue impresionante, no lo imaginábamos. En el G7 y
en [el Foro Económico de] Davos se habla de biodiversidad, está en
la agenda privada como nunca antes. Hay protestas en todos lados por
la biodiversidad; en Europa sobre todo, pero los movimientos de
jóvenes se dan en todo el mundo. El problema es que cuando sintamos
algo con la intensidad de una bomba no se podrá hacer nada.
¿Hay
ejemplos históricos de cambios en los comportamientos sociales del
volumen que se necesita ahora?
Pienso
en la abolición de la esclavitud o la liberación de las mujeres.
Bien, entiendo la objeción de que ambos grupos se incorporaron al
mercado laboral y al consumo, pero dejaron de ser mano de obra
gratuita en cada casa, lo que era excelente negocio para algunos. O
el trabajo infantil, que sigue siendo un negocio espectacular, pero
se ha reducido muchísimo. Es cada vez menos tolerado socialmente
cuando antes era normal. Lo mismo la esclavitud. Hay una mejora. Y
eran cosas que en su momento no se pensaba que fuera posible lograr.
Si no nos jugamos a la mínima posibilidad, ¿qué nos queda? Es
utópico en el buen sentido: algo que hay que construir, una visión
a la que hay que propender. La gente cree que es difícil y que no se
puede hacer nada, yo creo que no es así.
¿Entonces
es optimista?
Cautelosamente
optimista. Realista, porque no nos queda otra que hacerlo.
Pero
mire la Argentina: la biodiversidad está en riesgo por la
agroganadería, que es la única manera de obtener dólares para un
país endeudado. Y el extractivismo parece la única plataforma común
a los movimientos políticos con posibilidades de ser gobierno. Hay
esfuerzos de ecoproducción, pero son minoritarios. ¿Hay salida?
Es
una pregunta demasiado general, yo no puedo arreglar el país. A
nivel de estos factores impulsores, me parece que en la Argentina y
América Latina el principal es el uso de la tierra, más que el
cambio climático. El tipo de comunidades biológicas que uno
encontraba hace cien años en la pampa gringa no tiene nada que ver
con lo que se encuentra hoy. Es terrible la forma en que se ha
liquidado, en el sentido financiero, el patrimonio natural. Las
quemas en el norte argentino, con dos millones de hectáreas en diez
años? eso es patrimonio de todos. Quienes se benefician no están
pagando las contribuciones de la naturaleza que dejamos de percibir
hoy y dejarán de percibir los argentinos del futuro.
¿Sugiere
cambiar el estatus jurídico del derecho de propiedad?
Hay
formas de agricultura que tienen en cuenta lo que se llama las
externalidades en economía [incorporar al precio el costo del daño
al ecosistema]. De la misma manera que hay muchos subsidios para
favorecer áreas de la economía que son dañinas para la naturaleza
y que no necesariamente son para el beneficio colectivo.
El
problema es cómo hacer la transición económica.
Quién
se hace cargo de la transición, ésa es la cuestión. Hacen falta
políticas de Estado. El derecho a la naturaleza es inalienable, pero
no es solo ir los domingos a la reserva ecológica: es derecho a
tener comida sana, una buena cantidad de espacios verdes en tu casa,
un aire limpio. Es la trama de la vida; no nosotros acá y la
naturaleza allá, sino un tapiz donde todos los días tenemos esa
relación. Al no sentirla parte de la narrativa social, la pensamos
como algo distinto y alejado. O la idea de conquistar la naturaleza y
usarla como recurso, o el edén idílico, Adán y Eva sin ropa, el
león y el cordero coexistiendo. Son paradigmas, caras de la misma y
perversa moneda, que dice que estamos separados. La naturaleza como
daño colateral del desarrollo o la naturaleza como privilegio para
ricos y quienes tienen tiempo libre. Sin embargo, estamos
entretejidos; puede sonar poético, pero es lo que muestra la ciencia
más actualizada y rigurosa. Es lo que muestra el informe del Ipbes.
Tenemos que asumirlo, tomar la responsabilidad y trabajar sobre eso.
Nos han hecho creer que el derecho a ganar plata y consumir, los que
pueden, es más importante que el derecho a una relación
significativa con la trama de la vida.
Habría
que cambiar todo un imaginario.
No
nos queda otra. Hay que desintoxicarse y recuperar nuestros
verdaderos derechos, los derechos colectivos ambientales.
¿Y
si la civilización fuera camino a un poshumanismo tecnológico, que
se olvidara de la flora y la fauna?
¿Por
qué? La trama de la vida nos gusta a todos. En cada uno de tus actos
está presente la vida, en el sabor de la comida, en la decoración
de tu casa, en las fotos de Instagram. Tenemos millones de años de
evolución en relación con la trama de la vida, todo lo que somos
responde a eso.
No
puedo dejar de preguntarle por los incendios en el Amazonas.
Son
un excelente ejemplo de lo que pasa a escala global. Nuestro Chaco es
otro ejemplo, algo menos dramático. Las causas son fundamentalmente
socioeconómico-políticas, no climáticas.
¿Le
gusta la expresión "salvar al planeta"? Hay una discusión
al respecto.
No,
no me gusta. El planeta probablemente se salve; me gusta salvar
nuestra vida en el planeta. Salvar nuestra intensa, antigua y
profunda relación con la Tierra.
Biografía
Sandra
Myrna Díaz nació en 1961, en Bell Ville, Córdoba. Bióloga
especializada en biodiversidad y cambio ambiental, es investigadora
del Conicet, miembro de la Academia de Ciencias de Francia y de la
Royal Society. Obtuvo el premio Bunge y Born y el Princesa de
Asturias de investigación científica y técnica.
Fuente:
Martín De Ambrosio, Sandra Myrna Díaz: "La impronta humana está afectando el proceso evolutivo mismo", 7 septiembre 2019, La Nación. Consultado 11 septiembre 2019.
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