por
Ferrán Barber
Los
desplazados por la guerra del Donbass -tanto los ucranianos como los
secesionistas rusos, quienes se están disputando el sudeste del
país- han buscado refugio en las casas abandonadas de las aldeas que
salpican el borde externo de la zona de exclusión de Chernobyl.
Prefieren arriesgarse a morir lentamente de un cáncer de tiroides
que caer fulminados por una bala o una granada de mortero.
“Pasan
cosas aquí que ni siquiera nosotros entendemos. Si no sobornas a los
médicos, no te dan la pensión de Chernobyl”, dice una octogenaria
a su también octogenario esposo, a la sombra de un castaño de la
calle Gagarin. Que la aldea ucraniana en la que están lograra
conservar el nombre de una calle que evoca los tiempos de la Unión
Soviética da idea de su abandono.
Zelena
Polyana significa “campo verde”. El koljós de este asentamiento
no debía tener un aspecto muy diferente en los tiempos de la URSS.
No hay un solo indicio en la belleza de ese puñado de chozas de
madera estranguladas entre abetos y campos de lavanda que insinúe
que se está a menos de tres kilómetros del borde de la zona de
exclusión de Chernobyl. “Aquí no hay industria ni nada, así que
se fue más de la mitad de la comarca. Ahora están viniendo las
familias de Luhansk para huir de la guerra”, dice un abuelo con la
apariencia de un mujik en el mismo momento en el que una desplazada
del Donbass camina junto a su marido por el centro de la pista que
divide la aldea.
Ninguno
de estos recién llegados se ha unido hasta la fecha a los llamados
samosany, los proscritos que poco después del desastre de Chernobyl
expusieron sus vidas para ocupar ilegalmente el ecosistema
radiactivo. Claro que para qué iban a arriesgarse si existen cientos
de casas de evacuados a su disposición en la llamada Zona IV, la
inmediatamente anexa al páramo nuclear de acceso restringido, al que
ahora acuden en masa los turistas tras el éxito de la serie de
televisión de la cadena HBO.
A
la entrada de Zelena Polyana hay una casa algo más sólida que el
resto de las cabañas, con un cartel medio caído de “se vende”.
La mejor de estas viviendas -con su parcela, su corral y sus
cobertizos- podría adquirirse por menos de tres mil euros. “¿Y
por qué habríamos de pagar por algo que nadie va a reclamar
jamás?”, dice Elena Kachalina. En el pueblo está también su
hija, su nieto y un sobrino. “La radiactividad te corroe lentamente
pero las bombas te fulminan”, razona. Su casa en el Donbass ardió
tras ser golpeada por un mortero.
Se
estima que el conflicto que enfrenta a los ucranianos con los
separatistas apoyados por los rusos ha obligado a abandonar sus
lugares de origen a un millón y medio de personas -o quizá dos-, de
manera que era sólo cuestión de tiempo que los más desesperados
buscaran un nuevo hogar en el lugar de donde casi todos han salido
huyendo. En Zelena Polyana hallamos a dos familias de los oblast de
Donetsk y Luhansk, conviviendo con el resto de los lugareños, la
gente de Chernobyl que se quedó pese a la hecatombe nuclear de hace
33 años. En el resto de aldeas cercanas al cinturón hay al menos
otra docena más.
“Claro
que esto es seguro”, nos dice una abuela. Y otro anciano la
corrige: “Todo lo seguro que podría ser”. Que algunos de estos
retornados se hayan hecho longevos no significa que otros no murieran
de cáncer de tiroides u otras enfermedades asociadas al más
sibilino de los asesinos. La nube nuclear no se detuvo ante la línea
que trazaron los apparatchik soviéticos, pero los habitantes de la
llamada Zona IV no fueron inicialmente evacuados.
Kachalina
y su familia ocupan una casa abandonada hace diez años. No todos los
vecinos originales de Zelena Polyana se fueron por la radiactividad.
“No hay trabajo por aquí, salvo una empresa forestal que emplea a
un par de docenas de personas”, nos aclara otro de los viejos,
justamente en el momento en el que atraviesa la localidad un camión
cargado de abetos. Al menos tres familias del Donbass que probaron
suerte en este pueblo han fracasado por la ausencia de empleo.
El
alto el fuego en el sudeste de Ucrania no se ha hecho efectivo nunca.
No hay un solo día en que los contendientes de ambas partes no
registren un herido o algún muerto, ni una sola semana en que no se
produzcan intercambios de disparos en las aldeas situadas junto al
frente. “Comparado con aquello, incluso Chernobyl se asemeja a un
paraíso”, dicen los desplazados.
Muy
de tanto en tanto, un técnico de la administración se acerca a
Zelena Polyana a medir los niveles de radiactividad.
Que
el lugar se considere “prácticamente” seguro no significa que se
conozca todavía bien el efecto de la radiactividad a largo plazo
sobre determinados tipos de hongos u hortalizas. Un equipo de
científicos detectó hace ya algunos meses altos niveles de
cesio-137 en la leche de una vaca que se encontraba fuera de la zona
de exclusión.
Ferrán
Barber, enviado especial a Zelena Polyana, Ucrania
Fuentes:
Ferrán Barber, “Okupas” de Chernobyl: prefieren vivir en medio de la radiación antes que caer por las balas de la guerra, 10 julio 2019, Clarín.
La obra de arte que ilustra esta entrada es “Chernobyl. Last day of Pripyat” del artista Alexey Akimov.
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