Svieta Volochay durante el Foro Social Mundial Antinuclear, en Madrid el 1 de junio de 2019. |
Los efectos del accidente nuclear de Chernóbil siguen muy presentes en una zona donde "todavía hay radiación en nuestra aldea, perdemos familiares, vivimos con dolor y estamos solos", ha lamentado a Efe 33 años después de la catástrofe una de las supervivientes, Svieta Volochay, de la Asociación vasca Chernobil Elkartea.
por Juanjo
Cordero
Esta
maestra de la pequeña localidad de Orane, en Ucrania, tenía 12 años
cuando en la madrugada del 26 de abril de 1986 se produjo el
siniestro de la central nuclear instalada en la región y que llevaba
el nombre de Vladimir Ilich Lenin, uno de los cabecillas de la
Revolución Soviética de 1917.
Zona
de exclusión
Volochay
aún reside en esta aldea ubicada al borde de la zona de exclusión
de 30 kilómetros a la redonda que el Ejército soviético estableció
tras la catástrofe, por orden del Gobierno de Moscú.
En
los años 90 ingresó en Chernobil Elkartea, entidad sin ánimo de
lucro que organiza regularmente programas de acogida en España para
jóvenes de esta zona ucraniana, con el fin de apoyar una iniciativa
que les ayuda mucho pues tras dos meses en España “el sistema
inmunológico de estos adolescentes mejora mucho”.
Según
ha precisado durante una visita a España, el terreno donde vive
Volochay fue “uno de los más contaminados porque los militares que
trabajaban en Chernóbil venían al pueblo para contactar con sus
familiares a través del correo” y no solo ellos sino que “sus
coches y pertenencias estaban envenenados con radiactividad”.
Sin
embargo, ella tomó la decisión de no abandonar su pueblo para
apoyar la iniciativa de la asociación vasca ya que ansía “dar un
futuro a los jóvenes, que son los que más problemas de salud tienen
por culpa de la radiación”.
En
sus recuerdos, la semana posterior al accidente transcurrió “con
una falsa tranquilidad” como si no hubiera sucedido nada
importante, hasta que un día en el colegio les explicaron en qué
consistía la radiación y les aconsejaron cerrar las ventanas de
casa, cegar los pozos y tomar pastillas de yodo.
Obligados
a evacuar
Meses
más tarde llegó el comunicado de que debían evacuar la aldea y
proceder a una revisión médica cada miembro de la familia.
“A
mi hermana le detectaron una cantidad de cerca de 800 roentgens/hora,
cuando la dosis considerada normal en el ser humano es de 0,02”, ha
precisado.
A
partir de entonces empezaron a escuchar “cómo los adultos nos
daban una esperanza de vida de dos años”, así que “planeamos
cómo vivir nuestros últimos días… Yo estaba muy enfadada ante la
perspectiva de que no podría terminar mis estudios en la escuela”.
En
cierto momento “nos acostumbramos a vivir con la incertidumbre, sin
saber cuándo nos detectarían algo malo a cada uno” y entonces el
cáncer empezó a afectar a toda su familia.
“Primero,
fue mi primo, después, mi tío; luego, mi hermano; ahora, mi hermana
y yo tenemos problemas de tiroides”, ha relatado esta maestra.
Hoy
día “estamos solos” porque hasta 2015 existía una subvención
para apoyar a las personas afectadas, pero en esa fecha se suspendió
la ayuda y “solo los liquidadores de primera categoría reciben
todavía 327 grivnas”, unos 11 euros.
Y
eso a pesar de que “en cada hogar tenemos, mínimo, un familiar con
cáncer” pero hay personas sin dinero para pagar el tratamiento.
El
problema sigue en la tierra. Habrá que esperar 300 años
En
la actualidad, el aire de la región no está tan polucionado pero
“el problema sigue en la tierra, sobre todo en especies como las
setas”, lo que imposibilita cultivar alimentos sanos.
Pesimista,
Volochay explica que, según algunos expertos, tendrán que esperar
“300 años para que la radiactividad desaparezca, así que para
nosotros el problema nunca terminará”.
Esta
maestra ha sumado su testimonio a la campaña antinuclear de
Greenpeace, porque “la energía nuclear es peligrosa, la radiación
no tiene fronteras y la salud debe estar por encima del interés
económico”.
“Nos
creemos dioses y no lo somos”, ha concluido.
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Fuente:
Juanjo Cordero, Aún hay radiación, vivimos con dolor y estamos solos, según superviviente de Chernóbil, 30 junio 2019, EFEverde. 3 julio 2019.
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