por
Caley Pigliucci
NACIONES
UNIDAS, 12 jun 2019 (IPS) - Las poblaciones rurales e indígenas en
países como El Salvador, Guatemala y Honduras están cada vez más
en movimiento, ya sea desplazándose internamente o migrando hacia
otros países.
Pero
el foco mediático no se pone sobre estas poblaciones, que permanecen
olvidadas, mientras los embates del cambio climático les fuerzan a
abandonar sus lugares de origen, lo que se suma a otras causas
expulsoras tradicionales en los espacios rurales centroamericanos.
La
reducción de las tierras de cultivo y la falta de fiabilidad de las
cosechas debido a sequías e inundaciones, llevan a las familias
campesinas de los países centroamericanos a la inseguridad
alimentaria y económica, que las fuerza a migrar.
“En
general, podemos decir que la mayoría de los migrantes rurales son
personas pobres, pero a menudo no son las más pobres, porque estas
últimas no pueden pagar los costos significativos de estos viajes”,
indicó a IPS Ricardo Rapallo, oficial sénior de Seguridad
Alimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO).
Según
la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal),
entre 2000 y 2010, la cantidad de migrantes de El Salvador, Guatemala
y Honduras aumentó en un promedio del 59 por ciento y la cantidad de
inmigrantes en situación irregular detenidos en Estados Unidos pasó
de 50.000 en 2010 a más de 400.000 en 2016.
Elizabeth
Kennedy, investigadora en Honduras de Human Rights Watch (HRW), dijo
a IPS que “cuando hablamos sobre el cambio climático, tenemos que
pensar en los factores históricos y sociales que dejan a ciertos
grupos más afectados que otros”.
Para
la activista en temas humanitarios, son los productores de la
agricultura de sobrevivencia y los dedicados a la pesca artesanal
quienes resultan más maltratados por los eventos climáticos, porque
son los que viven en las zonas más vulnerables.
“Comprender
que los más afectados son indígenas es crítico”, porque hasta
ahora ellos no han sido parte del debate sobre los impactos del
recalentamiento planetario, “y debe serlo”, planteó Kennedy.
Hasta
ahora, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no etiqueta a
los forzados a emigrar debido al cambio climático como “refugiados
climáticos”, aunque ya son muchas las organizaciones y comunidades
afectadas que lo demandan.
Un
cambio en esa dirección, que es mucho más que de lenguaje,
requeriría un acuerdo entre los Estados miembros que altere la
definición de refugiados, que actualmente se circunscribe en dentro
de la ONU a “alguien que se ha visto obligado a huir de su país
debido a la persecución, la guerra o la violencia”.
También
se precisa que un refugiado tiene un temor fundado de persecución
por motivos de raza, religión, nacionalidad, opinión política o
pertenencia a un grupo social en particular.
Sin
embargo, Kennedy enfatizó que la pertenencia a un pueblo indígena
es un factor de protección especial dentro de la ONU, y “esa es
una razón para solicitar asilo”. Pero advierte que en el caso de
la migración desde centroamericana, “muchas personas en Estados
Unidos, incluidos los abogados, no son conscientes de que necesitan
considerar (el factor de) la inclusión histórica y sistémica”.
Agregó
que este olvido de los derechos específicos de los indígenas como
migrantes “también sucede incluso en Guatemala y Honduras. Esto es
de hecho demostrativo de que el Estado no se lo toma en serio”.
Los
cientistas sociales como Kennedy se sienten frustrados porque ven
poca información y pocos programas que ayuden específicamente a los
migrantes pertenecientes a los pueblos indígenas y las poblaciones
rurales cuyo origen es América Central, una región que aún se
recupera de los conflictos armados de los años 80 y 90, en que esos
grupos fueron las mayores víctimas.
Muchos
migrantes climáticos también quedan fuera del ojo público porque
solo se mueven dentro de su propio país y cuando lo hacen a otras
naciones, sus orígenes rurales y las razones de su migración quedan
diluidos.
“Es
importante enfatizar que, incluso si la migración internacional es
la que está atrayendo la atención pública y motivando las
reacciones políticas, la migración interna es mucho más grande”,
dijo Rapallo, de la FAO.
El
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estimó la
migración externa en 2015 en alrededor de 244 millones de personas,
mientras que la migración interna hasta ese año y desde 2009 se
estimó en 740 millones de personas.
Muchas
familias que experimentan inseguridad alimentaria envían a un
miembro a otro país, para que sea el sostén desde lejos, mientras
el resto permanece en el lugar de origen, recordó Rapallo.
Estudios
de la FAO evidencian que en el ámbito rural “lo que se ha
observado es que los jóvenes representan una parte importante de los
migrantes internacionales”.
Kennedy
reconoció ese fenómeno, pero añadió que también se ha visto un
incremento de unidades familiares completas que emigran desde
Guatemala y Honduras, lo que a su juicio “muestra que está
ocurriendo una migración que supera lo necesario para proporcionar
estabilidad económica al hogar”.
Rapallo
subrayó que “si queremos dar opciones a las personas y generar un
impacto positivo en los movimientos de migración, deberíamos
trabajar en las causas de esa migración”.
Mientras,
la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) ha tomado la primera
iniciativa política específica para proteger a los migrantes
climáticos: la Plataforma para el Desplazamiento de Desastres (PDD).
Un
representante de Acnur dijo a IPS que el PDD “promueve desarrollos
normativos y no normativos para abordar las brechas en la protección
de las personas en riesgo de desplazamiento o que ya están
desplazadas a través de las fronteras, dentro de un contexto del
cambio climático y los desastres” que el fenómeno genera.
Acnur
considera que los Estados miembros y las partes interesadas tendrán
la oportunidad de “aportar promesas y contribuciones concretas que
promuevan los objetivos del Pacto Mundial para una Migración
Ordenada, Segura y Regular, y destacarán los logros clave y las
buenas prácticas”, durante el foro mundial sobre el tema del 17 y
18 de diciembre.
Pero,
hasta el momento, no está claro hasta qué punto el PDD ha tenido un
efecto en la admisión o protección de los migrantes climáticos.
También
podría ser abordado durante la Cumbre de Acción Climática de 2019,
que se llevará a cabo en septiembre durante las sesiones de la
Asamblea General de las Naciones Unidas.
Luis
Alfonso de Alba, enviado especial del secretario general de la ONU
para esta cumbre, aseguró a IPS que “esta no es una reunión para
realizar negociaciones… Entonces, creo que el tema del lenguaje
seguirá siendo un problema para (tratar) los Estados miembros”.
“Obviamente
estamos tomando en cuenta el impacto del cambio climático en la
migración como un tema”, pero “no estamos negociando sobre el
lenguaje”, agregó.
A
Kennedy le preocupa que no se está haciendo lo suficiente para
atender las razones climáticas de la migración de los indígenas y
pobladores rurales centroamericanos. “Necesitan programas
específicos, necesitan estadísticas específicas y no se
proporcionan”, dijo.
Rapallo
consideró que “el derecho a migrar también implica el derecho a
no migrar. La migración debería ser una opción, pero no la única
opción para buscar una vida mejor, o incluso para sobrevivir”.
T:
MF
Fuente:
Caley Pigliucci, Migrantes rurales e indígenas, los olvidados de América Central, 12 junio 2019, Inter Press Service.
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