El cine siempre se ha usado como una herramienta más de propaganda. Hollywood lo sabe, y por eso hace series sobre Chernobyl y no sobre Three Mile Island, el accidente nuclear más grave de la historia de Estados Unidos.
por Jose
Carmona
Homer
Simpson, inspector de seguridad del sector 7-G de la central de
Springfield, es el fiel reflejo de lo que pasó en el accidente
nuclear más grave de la historia de Estados Unidos: la precaria
cualificación de los trabajadores de las plantas estadounidenses
casi provoca un roto que hubiera contado por miles los cadáveres.
Hace
cuarenta años, el 28 de marzo de 1979, Harrisburg se despertaba con
la noticia de que algo pasaba en la central nuclear situada a apenas
16 kilómetros. Aún restaban siete años hasta Chernobyl, la catástrofe nuclear más grande que ha sufrido la humanidad. El
accidente norteamericano cambió drásticamente la política atómica
de Estados Unidos, que entendió las consecuencias irreparables que
deja un error en una central nuclear, y puso en relieve la escasa
formación de los técnicos que operaban en las plantas del país.
El
desastre, el operativo y las ñapas fueron tan irregulares y azarosas
que la transcripción de la Comisión Reguladora Nuclear (NRC) da a
entender que la magnitud del desastre podría haber sido irreparable:
"Esto se parece a un par de ciegos que se tambalean alrededor de
una toma de decisiones”, dijo Joseph M. Hendrie, presidente de la NRC por aquel entonces.
"Las
causas no suelen ser por problemas técnicos. En este caso, fue falta
de organización. Se detectó que el problema era que los
trabajadores apenas tenían una formación básica, no tenían
conocimientos cualificados", cuenta Ignacio Fernández, físico
e inspector de Centrales Nucleares en España, ya jubilado.
El
accidente que cambió la dinámica
Durante
la madrugada del 28 de marzo el núcleo de Three Mile Island (TMI)
sufrió una fusión parcial y puso en riesgo a toda la flora y fauna que rodeaba el terreno. El accidente nuclear más grave de la
historia de Estados Unidos generó todo un debate en torno a la
radiación, ya que casi dos millones de personas quedaron
práticamente expuestas, de las cuales unos 70.000 recibieron un
aviso para estar preparados ante una posible evacuación.
El
reactor 2 de TMI fue el que sufrió la fuga, y según los análisis
se debió a un fallo humano al realizar ciertos protocolos de cierres
de válvulas. "Ese accidente fue un toque de atención. A partir
de aquello se exigió mayor formación a los técnicos. Una persona
que no sabe ciertas cuestiones sobre física no puede trabajar en una
central, porque no sabe cómo funciona un reactor. Se exigió mejorar
los procesos de reciclaje, se promovió la formación continua..., y
además, desde aquello, cada central tuvo su propio simulador para
practicar ante hipotéticos problemas, mientras que antes había uno
genérico para todos. Los métodos se volvieron más cuidadosos y se
hacían muchas más operaciones preventivas", cuenta el físico
Ignacio Fernández.
Incluso
se hizo mayor campaña de concienciación con los técnicos e
inspectores, para que no bajaran la guardia y evitar así nuevos
accidentes: "Varios técnicos españoles se fueron a un curso al
Georgia Institute of Technology -lugar de Estados Unidos donde se
investiga sobre la energía nuclear- y les hacían repetirse todos
los días frases como 'Soy consciente de que tengo a mi cargo un
núcleo a mucha temperatura', para que no se les olvidase la gravedad
de un error", asegura el trabajador.
El
accidente hizo saltar alarmas y provocó la creación en 1980 de un Sistema de Notificación de Incidentes con la intención de que todos
los países informasen de los acontecimientos e incidentes inusuales
en las centrales nucleares para el conocimiento de otros países.
¿No
hay radioactividad en los alrededores?
La
fuga de TMI se catalogó como problema de nivel cinco -accidente con
consecuencias amplias- y hasta Chernobyl y Fukushima era el percance
nuclear más grave de la historia. ¿Cómo es posible que no se hayan
revelado problemas y consecuencias en la salud y en el medio ambiente
a largo plazo?
Según
las estimaciones del NRC, del Departamento de Salud, Educación y
Bienestar y de la Agencia de Protección Ambiental, se observó un incremento en la exposición de radiactividad, pero sin llegar a
guarismos peligrosos.
Desde
Ecologistas en Acción aseguran que no se puede llegar a conclusiones
sobre las consecuencias del accidente por culpa de la opacidad de las
investigaciones: "El problema es que el acceso a estudios
fiables con la intensidad que debería no existen, entonces es
difícil prever los problema de la radiación. No es solo la
exposición directa, sino la que se produce a lo largo del tiempo",
asegura Javier Andáluz, portavoz de la organización.
"Hay
evidencia de contaminación radiactiva, es obvio que afectó al medio
ambiente. Decir que no hubo consecuencias es no querer contar la
verdad. Además, hay enfermedades relacionadas, no sólo cáncer:
estrés postraumatico, problemas psicológicos derivados de este tipo
de catástrofes, ansiedad, angustia que puede acabar en
alcoholismo... Hay que entender la angustia vital si tú o los tuyos
van a padecer algún tipo de enfermedad", asegura Raquel Montón,
responsable de la campaña antinucleares de Greenpeace en España.
"La
Organización Mundial de la Salud (OMS) debería liderar estos
estudios, pero nunca ha analizado TMI y hay un porqué claro: la OMS
depende de Naciones Unidas, que también tiene dentro de sus
administraciones al Organismo de Energía Atómica, por lo que hay un
claro conflicto de intereses. La American Nuclear Society también ha
publicado informes, pero no tienen credibilidad", critica
Montón.
Un
informe del investigador Steven Wing al que Greenpace cita y da credibilidad asegura que el escape de radiación fue más de diez
veces superior al reconocido oficialmente. A través de la cercanía
geográfica respecto a la central, el investigador asegura que los
índices de cáncer pulmonar son de cuatro a seis veces más
elevados, al igual que hay entre dos y diez veces más casos de
leucemia ahí donde el viento era favorable a las corrientes que
arrastran el aire de TMI.
Steve
Ala, profesor asociado de epidemiología de la Universidad de
Carolina del Norte, daba alas a desoír las interpretaciones del
Gobierno: "Es consistente la hipótesis de que la radiación del
accidente llevó a un aumento en el cáncer en las zonas que se
encontraban en el camino de la plumas radiactiva", concluía en su informe.
Y
llegó Chernobyl
Varios
años después, toda la gravedad que pudo tener el accidente en suelo
estadounidense quedó en anécdota al lado de lo acontecido en
Ucrania: "Lo de Chernobyl no tuvo nada que ver con lo que pasó
en TMI, aquello fue una falta de control de todo tipo. Llegaron
técnicos desde Moscú para hacer una prueba y aprovecharon el
reactor que mejor funcionaba, pero quitaron a los operadores
responsables y metieron la pata. Hicieron una prueba de comprobación
de los generadores de emergencia, para saber cuántos minutos podían
mantener la central de manera segura. El jefe de turno ya avisó de
que aquello era muy peligroso, pero no le hicieron caso", cuenta
Ignacio Fernández. 31 muertos por un ejercicio de cabezonería.
Ecologistas
en Acción reflexiona sobre el peligro de la energía nuclear,
incontrolable cuando hay accidentes: "TMI fue la primera
advertencia del riesgo nuclear. La segunda fue Chernobyl y la tercera
Fukushima. Tenemos tres accidentes con graves consecuencias, y aún a
día de hoy no tenemos solución para residuos de alta intensidad. Si
los romanos hubieran usado energía nuclear, todavía seguiríamos
sufriendo sus residuos acumulados", concluye.
Fuente:
Jose Carmona, El Chernobyl estadounidense del que no se hacen series: el accidente nuclear de Three Mile Island, 8 junio 2019, Público.es
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