El 33 % de ellos es considerado “altamente peligroso” por la OMS. Contaminan los recursos y producen muertes silenciosas. El mercado de agroquímicos y semillas avanza contra el paradigma de la agroecología.
por
Miriam Campos
“Hoy
podés comprar plaguicidas en una ferretería, en lugares donde
venden alimentos para mascotas, incluso en los supermercados. Tenemos
una venta muy flexibilizada y la gente hace uso de ellos sin
conciencia de los efectos”, dice a La Nueva Mañana Javier Souza
Casadinho, ingeniero agrónomo, docente de la Universidad de Buenos
Aires (UBA) y presidente de Red de Acción en Plaguicidas de América
latina (Rapal) que nuclea a instituciones, asociaciones y
universidades de 11 países de la región que investigan, capacitan y
denuncian los efectos nocivos de estos productos en la salud
socioambiental.
“Está
tan naturalizado el acceso y uso de los plaguicidas que también en
forma cotidiana se utilizan en las plazas, sobre los animales y hasta
en el pelo de los niños con los piojicidas”, agrega Souza
Casadinho que publicó recientemente una investigación sobre el uso
en Argentina de plaguicidas altamente peligrosos. El informe indica
que 107 productos que se usan acá están prohibidos o no autorizados
en otros países. Y de ese total, 36 -es decir el 33 %- son
plaguicidas altamente peligrosos (PAP) según los criterios
establecidos por la OMS y la Organización de Naciones Unidas para la
Agricultura y Alimentación (FAO).
Entre
los plaguicidas fuertemente dañinos, que fueron vedados en otras
regiones del mundo por su peligrosidad y posibilidad de generar
deterioros crónicos en la salud de las personas, se destacan los
herbicidas “Atrazina”, usado para controlar el crecimiento de
malas hierbas en la agricultura y el “Paraquat”, aplicado tanto
en el cultivo del tabaco como en el de hortalizas. El litro de estos
productos se consigue en Mercado Libre a un valor de entre $600 y
$700.
El
medio litro de glifosato marca Roundup se ofrece en Internet a $850 y
el envío del “potente preparado que elimina todo” corre a cuenta
del comprador. Esta marca de herbicida, perteneciente a
Monsanto-Bayer, es la misma por la que un jurado de la corte estatal
de Oakland, en California, Estados Unidos, dictaminó esta semana que
el gigante químico debía indemnizar a una pareja con el pago de
2.045 millones de dólares por causarle linfoma no hodgkiniano tras
la exposición reiterada ante el producto. El jurado determinó que
la compañía había actuado de forma negligente al no advertir sobre
los riesgos asociados a este herbicida.
Políticas
estatales que se resisten
Hace
33 años que Souza Casadinho trabaja con productores rurales y cuenta
que para muchos de ellos está muy instalada la idea de que “pueden
manejar” a los agrotóxicos. “Hay una especie de resistencia.
Sobre todo en las producciones más extensivas, muchas veces el
productor no vive en el predio y entonces ni siquiera toma dimensión
de lo que está pasando y naturaliza el uso de plaguicidas”, señala
el ingeniero agrónomo.
En
muchos casos las personas expuestas a estos químicos “no toman
conciencia porque usan los productos hace mucho tiempo”, otros
argumentan que no tienen más opción porque es el único trabajo al
que pueden acceder o “toman como fatalismo” cuando alguien les
dice que el contacto continuo afecta la salud. “Existe un
desconocimiento social sobre las características de los plaguicidas
y sus grados de toxicidad. El trabajo pasa por sensibilizar y que el
Estado tome decisiones a favor de la salud de las personas”, indica
el presidente de Rapal.
“Se
naturaliza lo que no es natural”
“Después
está la naturalización de algo que no es natural. En Misiones, por
ejemplo, se naturaliza que una familia, a su vez, naturalice que de
tantos hijos uno va a tener una discapacidad. Se naturaliza que las
mujeres, en zonas expuestas a fumigaciones, tengan abortos
espontáneos, se naturaliza también que una persona se muera joven”,
precisa el docente de la UBA y agrega: “Se naturaliza lo que no es
natural y eso es lo que indigna”.
Hay
varios motivos por los cuales se llegó a este punto; por un lado, la
dependencia de los plaguicidas se fue incrementando en los últimos
años con la expansión de los monocultivos y en este contexto del
sistema establecido, Argentina ocupa el tercer lugar en el mundo
respecto a la utilización de semillas transgénicas. Por otro lado,
tiene que ver con situaciones en las cuales se va creando dependencia
de los químicos “que permearon tanto en la soja, el tabaco y
también en los árboles frutales y las hortalizas”, dice Souza
Casadinho. Se conjugan así algunos elementos, como la falta de
regulación sobre plaguicidas que en otros lados están prohibidos y
acá los seguimos usando y también, algo no menor, la inacción de
implementar políticas de Estado que antepongan la salud de las
personas sobre el lucro.
-
¿Hay alguna manera de revertir esta situación?
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Primeramente, la distancia prudencial, poner barreras entre
plaguicidas y la gente, que no es la panacea pero ya marca algo, ese
es un primer paso. Luego es importante determinar de qué manera se
prohíben los plaguicidas altamente peligrosos y cómo se puede ir
girando a producciones que sean sustentables. Los que trabajamos en
esto decimos que se pueden poner barreras, se puede restringir el uso
pero el tema es cómo cambiamos el modelo, ese es el gran desafío.
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¿Es rentable la experiencia agroecológica?
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Sí, de hecho en Córdoba hay muchas experiencias de productores
familiares, empresariales que están demostrando que es rentable,
porque se baja los costos de producción y en consecuencia los
ingresos son mejores. También porque los productores van hilvanando
todo el ciclo, desde la autoproducción de semillas, la producción,
la industrialización y comercialización, entonces vemos
experiencias de media hectárea a 400 hectáreas con altísima
rentabilidad. Como dicen muchos productores, mejoran sus condiciones
de vida sin la utilización de agrotóxicos y esto lleva a querer
producir de otra manera, a tener más tiempo libre, hay muchas cosas
interesantes en este proceso. También la gente se pone contenta
porque no contamina el ambiente, se relaciona de manera diferente con
los bienes naturales. Es importante prestar atención a lo que uno
come porque los efectos del plaguicida son progresivos.
El
veto de Cosquín
En
Argentina se utilizan alrededor de 200 mil litros de glifosato por
año para fumigaciones. En este contexto, Damián Marino, doctor en
Ciencias Exactas, especializado en química orgánica e investigador
del Conicet en la Universidad de La Plata, halló en sus
investigaciones que la atmósfera está contaminada y el agrotóxico
además puede encontrarse en el agua de lluvia, también está
presente en los productos elaborados a través de los cultivos
resistentes al glifosato, como el algodón. En una zona fumigada, si
uno levanta la cara hacia el cielo un día de precitaciones, recibirá
agua y glifosato.
A
sabiendas de los efectos del agrotóxico, a fines de septiembre de
2018, en Cosquín, el concejal Raúl Cardinali presentó un proyecto
para prohibir la aplicación del herbicida, tanto en el ejido
municipal como las reservas principales de la zona. Tras varios
meses, el 17 de abril pasado, el Concejo Deliberante aprobó por
diferencia de un voto, la ordenanza 3.735 en contra del agrotóxico.
Tres semanas después el intendente Gabriel Musso vetó la medida.
A
la salida de Cosquín, está el puente carretero y a unos tres
kilómetros más adelante hay una estancia donde desde hace unos diez
años se cultiva soja y maíz, y cuando se fumiga se hace hasta el
alambrado que está pegado a la ruta. Si uno la atraviesa se da con
el límite donde empiezan cuatro barrios e inclusive, muy cerca, hay
una escuela. Las fumigaciones que alcanzan a esta zona fueron las que
originaron el proyecto. “Pese a que las multinacionales digan que
no, está archicomprobado que el glifosato tiene efectos letales,
como el cáncer, enfermedades tiroidéas, malformaciones genéticas,
linfomas y un sin número de enfermedades que se relacionan al uso y
el contacto directo con los agrotóxicos”, indicó a este medio
Cardinali, que además es médico.
Los
argumentos del freno
El
intendente, cuando veta, se resguarda en la ley 9.164, artículo 9 e
indica que la prohibición del plaguicida resultaría contraria a la
normativa provincial al vedar absolutamente en todo el territorio de
la ciudad de Cosquín el uso y la comercialización de un producto
químicos o biológico de uso agropecuario, “que no ha sido
prohibido por la legislación provincial ni por el Senasa”. Este
medio intentó comunicarse con el intendente de Cosquín para ampliar
la argumentación de la medida, y hasta el cierre de esta nota no fue
posible.
“Musso
pone como si esto generaría derechos adquiridos y sentara
jurisprudencia para que otros municipios del interior puedan hacer lo
mismo a nivel provincial y que la aprobación de esta ley sería un
peligro para el resto de la provincia”, explica el edil haciendo
una lectura sobre la decisión del mandatario municipal y agrega:
“Entiendo que haya una jerarquía normativa, Nación, Provincia,
municipio y que con el veto se argumente que la ordenanza sería
inconstitucional, pero hay muchas leyes que se contraponen y ponen
derechos en pugna". Tal vez de eso se trata, a veces, para poder
cambiar cosas.
Las
muertes silenciosas de Ituzaingó
En
Córdoba existe la ley 1208 aprobada en 2014 que legisla la política
ambiental, y en ella se prevé específicamente en el artículo
tercero, la creación de una fiscalía especializada en delitos
fiscales. Lleva ya cinco años sin materializarse, “eso muestra la
falta la falta de voluntad de darle a estos temas un marco de
superioridad”, dice el ex fiscal Carlos Matheu quien siguió muy de
cerca el reclamos de las madres de barrio Ituzaingó Anexo, cuando en
el 2001, preocupadas por la notoria cantidad de casos de cáncer
entre los vecinos, sin entender mucho por dónde empezar a
cuestionar, se movilizaron por el derecho a vivir libres de
fumigaciones. Este martes, trascendió que finalmente el juicio
comenzaría, tras casi dos décadas de espera, en febrero de 2020,
pero nadie hasta el momento salió a confirmarlo.
Matheu
actualmente está jubilado y en los últimos años como funcionario
público esperó por la concreción de la nueva fiscalía para poder
abocarse de lleno a los casos de daños al medioambiente. Se cansó,
pidió la jubilación y creó una fundación desde donde trabaja en
causas como la contaminación del lago San Roque, o el caso de
presencia de abesto en el colegio Garzón Agulla.
-
¿Qué representa el caso de la lucha de los vecinos de barrio
Ituzaingó?
-
Este caso es el originario. La denuncia se realizó en el año 2002
presentado por la Fundación para Defensa del Medio Ambiente (Funam),
donde está el biólogo Raúl Montenegro. Él junto a muchos vecinos
del barrio, que varios ya murieron, se pusieron este tema al hombro.
En el 2008 trabajando como fiscal de Cámara tuve otra denuncia que
la hizo en ese entonces el subsecretario de la Municipalidad de
Córdoba, informando que el 1 de febrero de 2008 habían fumigado en
esa zona. Empecé a investigar y en un año elevamos la causa a
juicio, se llevó adelante el proceso y logramos la condena. Ahí se
condenó a Francisco Parra, un productor agropecuario y Edgardo
Pancillo, que fue el fumigador aéreo. Ambos fueron condenados a dos
años de prisión en suspenso, con tareas comunitarias en centros con
personas con cáncer. El Tribunal Superior confirmó la condena y
sentó jurisprudencia. La apelación llegó a la Corte Suprema y ahí
también se avaló la condena, rechazó el recurso y quedó firme el
fallo. Ese peregrinaje sentó precedente. Ese juicio fue un apéndice
del reclamo que al día de hoy lleva 17 años esperando.
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¿Cuáles considera que serían las medidas más urgente para frenar
las fumigaciones sin control?
-
Lo primero es que desde fiscalía provincial debería haber un
impulso a los fiscales de instrucción para que investiguen esto,
sobre todo en el interior porque la mayor cantidad de casos están en
esas localidades. En Marcos Juárez, por ejemplo, la tasa de
mortalidad por cáncer es el doble que en Córdoba.
Hay
mucha ineficiencia por parte de la Justicia, no es una sensación, es
real. El caso Ituzaingó es el ejemplo de la inacción judicial.
Los
efectos son nocivos y hay que investigar y regular. Por ejemplo, el
registro de tumores de la provincia de Córdoba es muy contundente,
ahí se ve que en los departamentos del interior se duplica la muerte
por enfermedad de cáncer. Todo lo que es la pampa del sudeste
provincial, allí, la tasa de mortalidad de cáncer es superior. Los
registros muestran que hay 135 casos de cáncer en Córdoba capital
cada 100 mil habitantes y en el interior provincial, en Marcos
Juárez, San Justo, todo el sudeste, hay 269 casos de muertes por
cáncer cada 100 mil habitantes. Y Canals es un caso muy notorio,
desde el 1 de marzo de 2017 al 1 de marzo de 2018, es decir, en un
año, murieron 111 personas en total, de las cuales 75 fueron por
cáncer. La Justicia mira con indiferencia mientras los agrotóxicos
cosechan estas muertes silenciosas.
Fuente:
Miriam Campos mcampos@lmdiario.com.ar, Agrotóxicos: en Argentina se usan 107 plaguicidas prohibidos en el mundo, 17 mayo 2019, La NUEVA Mañana. Consultado 20 mayo 2019.
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