La fotografía pertenece a la muestra "Monólogos sobre Chernobyl" del fotoperiodista Raúl Moreno. |
Acercándonos al Foro Social Mundial Antinuclear que se celebrará en Madrid del 31 de mayo al 2 de junio, y ante el trigésimo tercer aniversario de la catástrofe de Chernobyl este jueves 26 de abril, repasamos hoy la historia de la nuclear. Desde su origen bélico hasta los problemas actuales, como la minería o la gestión de los residuos, y sin olvidar las tragedias por todas conocidas, nos detenemos por un momento esta semana para tomar impulso y recordar nuestra misión: #JubilarLaNuclear.
por Raúl Sánchez
Saura
La destructora
de mundos
05:29 am. 16 de
julio, 1945. En el desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México,
se produce la primera detonación atómica de la historia. La bomba
de prueba, Gadget, estalla con una energía equivalente a 20.000
toneladas de TNT y, mientras se alza por los cielos en forma de hongo
e ilumina la noche con colores cambiantes, los científicos y
oficiales del Proyecto Manhattan escuchan un tronar como nunca antes
se había escuchado. A Robert Oppenheimer, máximo responsable del
laboratorio de Los Álamos, se le viene a la cabeza un verso de la
Bhagavad Gita: "Ahora me he convertido en Muerte, destructora de
mundos". Nace la era atómica.
Al mes siguiente,
esto se haría público con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.
En el primero, Little Boy, que usa uranio como combustible, mata a
casi 75.000 personas y destruye alrededor de 50.000 edificios. Fat
Man, con el mismo diseño que Gadget, mata a entre 35.000 y 80.000 personas. Y la Guerra Fría da el pistoletazo de salida en un proceso
paralelo al auge de la energía nuclear comercial, intrínsecamente
ligada a estos acontecimientos.
Una sucesión de
catástrofes
Los primeros
países en construir centrales, como los Estados Unidos, la Unión
Soviética o el Reino Unido, seguidos más adelante por otros como
Francia, se convertirían desde el primer momento en poseedores de
bombas atómicas. No es casual. Como nos dijera aquí González
Bayón: "Estos países procesan una pequeña parte del
combustible gastado [en el ciclo de energía que se da en las
centrales] para extraer el plutonio necesario para fabricar sus
bombas. Al fin y al cabo, para eso se inventaron las centrales
nucleares, pues el proceso de “fabricación” del plutonio hubiera
resultado carísimo y no hubieran podido construir las decenas de
miles de cabezas nucleares que están repartidas entre las grandes
potencias".
Las centrales
nucleares servían así como respaldo para estos imperios que
desarrollaban su arsenal en una carrera desesperada por la supremacía
global. Sin mayores preocupaciones por el efecto que se había
demostrado sobre las vidas humanas en Japón, o que se estaba
produciendo sobre la corteza terrestre (antes de los 40, con las
primeras pruebas, no existía el plutonio en nuestro planeta),
siguieron jugando a ser dios. Y su irresponsabilidad la seguimos
pagando a día de hoy, como reflejan los grandes éxitos de este
ingenio.
En España, el
primer contacto de la mayoría poblacional con la destructora de
mundos se produjo con el accidente de Palomares de 1966, cuando
chocaron un bombardero con un petrolero, ambos estadounidenses. 7
personas murieron en la colisión, y tres bombas que iban de
cargamento en el bombardero cayeron sobre el ahora famoso pueblo de
Palomares, en Almería, liberándose plutonio sobre tierra y mar.
Como la prensa ha recogido, el territorio cercano ha seguido
sufriendo las consecuencias varias décadas después. Y por más
esfuerzos que haya habido en estos 53 años, el acuerdo de 2015 entre
el Ministro de Exteriores Margallo y el Secretario de Estado John
Kerry para la limpieza y traslado de los terrenos contaminados
amenaza con jamás cumplirse ante la inacción de la administración
Trump, gran defensora de la nuclear tanto civil como militar.
El resto del
mundo no se ha librado de su carga de tragedia: en 1979 tuvo lugar el
mayor accidente en una central nuclear comercial en la historia de
Estados Unidos. Se trata de Three Mile Island, también conocido como
Harrisburg, y que alcanzó una puntuación de 5 sobre 7 en la Escala
Internacional de Accidentes Nucleares: Accidente con riesgo fuera del
emplazamiento. Por lo pronto, el coste de la limpieza alcanzó los
mil millones de dólares. Fue tal el escándalo que se produjo que
aumentaron las medidas de seguridad, y se ha apuntado a este hecho
como el motivo de estancamiento de la energía nuclear en el mundo.
Más adelante, con Chernobyl y Fukushima, la tendencia ha sido
marcadamente decreciente, siendo el alemán el caso paradigmático
por excelencia. Han alcanzado tal estatus de iconicidad que parece
redundante abarcar los detalles aquí cuando otras lo han hecho mejor
de lo que podría un servidor. Me limito a remitir a los enlaces para
quienes quieran mayor información.
Huelga decir que
estos dos casos han sido los únicos en alcanzar la categoría 7, la
máxima, y que el número de personas desplazadas, traumatizadas,
muertas o de cánceres como el de la tiroides y costes varios siguen
siendo material de disputa. Pero los hechos se mantienen
incontestables: hablamos de dos grandes tragedias, sin paliativos.
Que deberíamos hacer todo lo posible por no repetir. Sobre
Fukushima, me disculparán la autorrefencia, desde el Movimiento
Ibérico Antinuclear publicamos en Libros en Acción los testimonios
de mujeres que vivieron de primera mano aquel caos iniciado el 11 de
marzo de 2011. Para las personas más seriéfilas, el caso de
Chernobyl, del que se cumple el trigésimo tercer aniversario este
jueves 26, lo vamos a revivir en forma de miniserie a partir del 7 de
mayo, por medio de HBO España. Por aquí caerá alguna reseña.
Y sin embargo,
incólumes ante tanta destrucción, los defensores de la energía
nuclear gustan de sacar pecho mencionando los estándares de
seguridad actuales, como si tuviéramos que agradecer que nuestras
justificadas presiones les pudieran en su día. Presumen también de
que la tecnología ha cambiado y las centrales en funcionamiento
tienen nuevos diseños, mientras esconden que los reactores de
Fukushima y Garoña eran del mismo modelo. Y, bueno, sucesos como el
de Vandellós II de la semana pasada en cualquier caso indican que
esos estándares de seguridad en ocasiones brillan por su ausencia.
El desarrollo de
esta energía, que siempre se las apaña para estar en la cresta de
la ola cuando mayores son las tensiones internacionales, ha sido a
costa una y otra vez de millones de personas de la sociedad civil,
inocentes y desconocedoras sobre lo que se les venía encima. Todo
por culpa de unos gobiernos sedientes de poder o, más recientemente,
de unos oligarcas ávidos de beneficios. La carrera de la destructora
de mundos, si bien no siega vidas en conflictos bélicos como sí
hacía en sus inicios, ahora hace peligrar la salud y la prosperidad
de las personas normales al tiempo que se irresponsabiliza de sus
mayores males: como la radiación o los residuos. En su evolución,
no ha avanzado, sino que se ha transmutado como arma de doblegación
para que una élite, global o de clase, se imponga sobre todas las
otras. Quien piense que Nagasaki, Three Mile Island o Fukushima
quedan muy lejos, lea la carga que todavía llevamos a nuestras
espaldas.
Los problemas
continúan
En primer lugar,
conviene recordar el riesgo que corren quienes viven cerca de una
central nuclear, ya que el envejecimiento de las centrales y la
posibilidad de error humano siguen ahí. Quienes piensen que el caso
patrio difiere por completo de las tragedias de Chernobyl y Fukushima
se demuestra víctima de la desinformación que sufrimos en este
país. Nuestra cultura de seguridad nuclear deja mucho que desear, no
solo en el pasado, como denunciamos ante el escándalo de los
residuos radioactivos del Jarama, sino como también han evidenciado
Vandellós, Trillo y Cofrents. Brown nos recuerda en una entrevista
que "la exposición a la radiación a largo plazo y en dosis
bajas tardan entre 5 y 10 años en hacerse notar. El cáncer tiene un
periodo de latencia de doce años. Los problemas de infertilidad
obviamente se descubren a la generación siguiente. Los defectos
congénitos llegan a manifestarse tres generaciones después".
Hablar de seguridad al 100 % resulta una quimera.
Además, esta
energía trágica, peligrosa, cara y subvencionada desde sus propios
orígenes, en la construcción de centrales o en las subidas de la
luz que pagamos, tiene más problemas. Uno es el medioambiental,
ahora que los pronucleares se visten de ecologistas cuando quienes
nos manifestamos por el clima y nos organizamos en la sociedad civil
nunca les hemos visto por ningún lado. Sovacool estimó en su
estudio sobre el ciclo de vida de la nuclear que esta emite 66 g CO2e por cada kWh, cantidad que irá en aumento conforme se agoten las
reservas de uranio en el mundo y que queda muy lejos de las energías
renovables, que pueden llegar a ser 4 o 6 veces menos contaminantes.
Modelo de producción centralizado, vertical y escasamente
democrático, hablando fino.
Pero si vamos a
la obtención del combustible para las centrales, el uranio,
descubrimos que la minería se da fundamentalmente en Kazajistan, Namibia, Canadá y Australia. En los dos últimos casos, afecta
principalmente territorios indígenas mientras en los primeros se
trata de países empobrecidos y desprotegidos. En cualquier caso, se
evidencia una trampa neocolonial que se aprovecha de los cuerpos más
débiles para alumbrar las farolas occidentales o gestar las armas
más destructivas que el ser humano ha creado. Una y otra vez, la
nuclear amplía las desigualdades en vez de combatirlas. Y la lista
ni siquiera ha terminado.
La reciente
apuesta energética de la interconexión con Francia busca que
importemos la energía nuclear de nuestros vecinos pese a la
oposición popular entre la ciudadanía vasca, la impopularidad de
este modelo y su herencia franquista en nuestro país. La lucha en el
municipio de Gatika, así como en las zonas cercanas a una mina,
central o cementerio nuclear, nos llena de esperanza para un futuro
energético de consenso, transparente, pacífico y empoderador para
la ciudadanía.
Algo que
dificulta la presencia de los residuos. Estos también generan
problemas en tanto se mantienen radioactivos durante cientos de miles de años, algunos más que el periodo de existencia total del Homo
sapiens sapiens. A día de hoy no se ha encontrado respuesta
satisfactoria sobre qué hacer con ellos, mucho menos se ha
proyectado realizar a gran escala nada al respecto. Pero mientras
tanto, que el oligopolio no se preocupe: la gestión del transporte,
custodia y almacenamiento de los residuos radioactivos, al tener tan poca rentabilidad, queda en manos del Estado. Todo esto mientras las
centrales ya están amortizadas y, de ampliarse su permiso de
funcionamiento, harían solo beneficios para empresas tan necesitadas
de ellos como Iberdrola o Endesa.
Siendo como es la
nuclear un pozo sin fondos de dolor y gastos, queda claro, pese a
este batiburrillo de pobre estructura y escasa fluidez, que antes de
achicar el agua con un cubo, hay que cerrar el grifo. La destructora
de mundos, que nació espectacularmente para ahora patalear de
impotencia ante la realidad, barata y renovable, necesita
desesperadamente una jubilación. Hasta hacer el mal es un trabajo.
Antes de la próxima Chernobyl a ser posible. Para ello, lo único
que hemos conocido han sido las plataformas ciudadanas y la
organización que plantan cara a un intrincado organigrama de
financión pública y beneficios privatizados, donde solo una fina
línea separa los intereses bélicos de los económicos. Misántropos
en cualquier caso.
Grupos como el
MIA, y tantos otros, han demostrado que la coordinación, la unidad
y, en ocasiones, la audacia, pueden hasta con los más poderosos. Y
quizás, solo quizás, si seguimos sumando apoyos y conquistando
espacios, podremos conseguir un modelo energético democrático,
horizontal, transparente y sostenible. Sin grandes injusticias ni
pobreza, pero con la decencia que da ni humillar ni dejarse humillar.
Creo, a modo de cierre, que la enumeración de estas catástrofes tan
decadentes solo refuerza el firme compromiso de ponerles fin antes de
que nos lleven por delante. Porque es posible una producción
descentralizada, propiedad de sus consumidorxs y trabajadorxs. En
eventos como el Foro Social Mundial Antinuclear, que se celebrará en
Madrid del 31 de mayo al 2 de junio, seguiremos compartiendo y
escuchando cómo alcanzar ese futuro y tenerlo más cerca. Allí nos
veremos, con una misión bien clara. #JubilarLaNuclear.
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