jueves, 4 de abril de 2019

Energía nuclear y cambio climático: el dedo y la luna


Una tecnología cuya capacidad de destrucción es superior a la de cualquier otro artefacto humano merece una reflexión política y ética más allá de megavatios o emisiones.

por Rosa Martínez

Rosa Martínez, coordinadora de Elkarrekin Podemos y de EcoPolítica, responde con esta tribuna al ecologista y fundador de la ONG Environmental Progress Michael Schellenberguer, cuyos argumentos puedes leer en esta entrevista publicada en Ethic.

En el debate existente hoy en día en la comunidad geológica es determinar, precisamente, si estamos en una nueva era geológica. Serían los isótopos radioactivos de las pruebas nucleares de la década de 1950, detectables en sedimentos de todo el mundo, desde la ría de Bilbao a los corales del Pacífico, el hito que marcaría el inicio del antropoceno. Una tecnología cuyos efectos son capaces de marcar un cambio de era geológica -y cuya capacidad de destrucción es superior a la de cualquier otro artefacto humano-, merece una reflexión política y ética más allá de megavatios o emisiones.

La complejidad de variables y consecuencias de ciertas decisiones políticas, como la apuesta o no por la energía nuclear, hace que las evidencias científicas no puedan ser el único criterio sobre el que apoyarse, más especialmente si no existe el consenso dentro de la comunidad científica. Por lo tanto, más que trasladar el debate científico a la arena política, me parece más interesante insertar los razonamientos en un marco en el que pese más el proyecto político qué define dónde y para qué invertir los recursos, además del modelo económico que sustenta (con sus consecuencias sociales, ambientales y distributivas).

Es evidente que desde las primeras protestas del movimiento ecologista -con Petra Kelly a la cabeza-, contra las armas nucleares y la energía nuclear, la seguridad de las instalaciones ha mejorado sustancialmente. Sin embargo, esa seguridad requiere unas inversiones -tanto de actualización de viejas centrales como en la construcción de nuevas- tan descomunales que es más que razonable preguntarse si ese dinero no estaría mejor invertido en otras herramientas y programas relacionados con la mitigación y adaptación contra el cambio climático. El que las renovables no vayan a poder mantener el actual nivel de consumo energético mundial no es un argumento para justificar y defender la energía nuclear, sino simplemente un motivo ineludible para avanzar hacia otro sistema económico.

Al elevado coste de la seguridad nuclear hay que añadirle el coste de la gestión de residuos, una hipoteca financiera, ambiental y de seguridad que dejamos para las generaciones venideras. No cabe duda que los almacenes nucleares de hoy no son los bidones lanzados al mar hasta los inicios de los 80 (unas 140.000 toneladas de residuos yacen en el fondo del Atlántico). Hoy sabemos más que hace 40 años, pero sin duda nuestro conocimiento es menor del que tendremos dentro de otros 40, y por lo tanto, lo que hoy puede ser la medida de máxima de seguridad, puede ser considerada una temeridad en un par de décadas. A falta de pruebas de que contenedores y almacenes puedan aguantar eternamente, políticamente debería imponerse el principio de precaución.

Sin embargo, más allá de la seguridad está la cuestión del modelo energético que queremos construir. Además de reducir las emisiones, las tecnologías renovables favorecen la descentralización de la producción. Es decir, evolucionar de un modelo basado en grandes centrales de producción (térmicas, nucleares, gas, hidroeléctricas) que requieren grandes inversiones que solo las grandes empresas y fondos de inversión pueden permitirse hacia un modelo de producción distribuida en el que se multipliquen los agentes que participan en el sistema (personas, municipios, PYMES, cooperativas). Esto supone, por una parte, hacer de la producción energética un vector de cambio de modelo económico relocalizado y, por otra, que esta sea menos dependiente de la especulación y la acumulación financiera.

Esta idea es especialmente importante cuando hablamos de energía, ya que se contraponen dos ideas irreconciliables: energía como derecho o como negocio. En el contexto tecnológico actual sería ingenuo pensar que los estados regularían de forma restrictiva y altamente garantista el negocio de la producción eléctrica nuclear. Se impondría la necesidad de hacer atractivo el negocio nuclear a los grandes inversores, favoreciendo la alta rentabilidad frente al acceso a la energía de ciertos sectores de la población y, si fuera necesario para cuadrar los números, rebajando los estándares de seguridad.

¿Nucleares sí o nucleares no? Un debate grandioso, atractivo por lo controvertido y lo polarizado de las posiciones. Sin embargo, si alejamos un poco el foco, y tratamos de ver con una perspectiva holística lo que supone la gran crisis ecológica que vivimos, resulta casi hasta ridículo pensar que la energía nuclear salvará el planeta sin tocar ni un ápice el sistema económico ni el crecimiento como brújula absoluta -y obsoleta-, de nuestros destinos como sociedad: las nucleares y el cambio climático, el dedo y la luna.
Rosa Martínez es coordinadora de Elkarrekin Podemos y de EcoPolítica (@EcoPoliticaOrg).
Fuentes:
Rosa Martínez @rosa_mr_, Energía nuclear y cambio climático: el dedo y la luna, 26/03/19, ethic.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Chernobyl I", de Roberta Griffin.

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