Una tecnología cuya capacidad de destrucción es superior a la de cualquier otro artefacto humano merece una reflexión política y ética más allá de megavatios o emisiones.
por Rosa Martínez
Rosa Martínez,
coordinadora de Elkarrekin Podemos y de EcoPolítica, responde con
esta tribuna al ecologista y fundador de la ONG Environmental
Progress Michael Schellenberguer, cuyos argumentos puedes leer en
esta entrevista publicada en Ethic.
En el debate
existente hoy en día en la comunidad geológica es determinar,
precisamente, si estamos en una nueva era geológica. Serían los
isótopos radioactivos de las pruebas nucleares de la década de
1950, detectables en sedimentos de todo el mundo, desde la ría de
Bilbao a los corales del Pacífico, el hito que marcaría el inicio
del antropoceno. Una tecnología cuyos efectos son capaces de marcar
un cambio de era geológica -y cuya capacidad de destrucción es
superior a la de cualquier otro artefacto humano-, merece una
reflexión política y ética más allá de megavatios o emisiones.
La complejidad de
variables y consecuencias de ciertas decisiones políticas, como la apuesta o no por la energía nuclear, hace que las evidencias
científicas no puedan ser el único criterio sobre el que apoyarse,
más especialmente si no existe el consenso dentro de la comunidad
científica. Por lo tanto, más que trasladar el debate científico a
la arena política, me parece más interesante insertar los
razonamientos en un marco en el que pese más el proyecto político
qué define dónde y para qué invertir los recursos, además del
modelo económico que sustenta (con sus consecuencias sociales,
ambientales y distributivas).
Es evidente que
desde las primeras protestas del movimiento ecologista -con Petra
Kelly a la cabeza-, contra las armas nucleares y la energía
nuclear, la seguridad de las instalaciones ha mejorado
sustancialmente. Sin embargo, esa seguridad requiere unas inversiones -tanto de actualización de viejas centrales como en la
construcción de nuevas- tan descomunales que es más que razonable
preguntarse si ese dinero no estaría mejor invertido en otras
herramientas y programas relacionados con la mitigación y adaptación
contra el cambio climático. El que las renovables no vayan a poder
mantener el actual nivel de consumo energético mundial no es un argumento para justificar y defender la energía nuclear, sino
simplemente un motivo ineludible para avanzar hacia otro sistema
económico.
Al elevado coste
de la seguridad nuclear hay que añadirle el coste de la gestión de
residuos, una hipoteca financiera, ambiental y de seguridad que
dejamos para las generaciones venideras. No cabe duda que los
almacenes nucleares de hoy no son los bidones lanzados al mar hasta
los inicios de los 80 (unas 140.000 toneladas de residuos yacen en el
fondo del Atlántico). Hoy sabemos más que hace 40 años, pero sin
duda nuestro conocimiento es menor del que tendremos dentro de otros
40, y por lo tanto, lo que hoy puede ser la medida de máxima de
seguridad, puede ser considerada una temeridad en un par de décadas.
A falta de pruebas de que contenedores y almacenes puedan aguantar
eternamente, políticamente debería imponerse el principio de
precaución.
Sin embargo, más
allá de la seguridad está la cuestión del modelo energético que queremos construir. Además de reducir las emisiones, las tecnologías
renovables favorecen la descentralización de la producción. Es
decir, evolucionar de un modelo basado en grandes centrales de
producción (térmicas, nucleares, gas, hidroeléctricas) que
requieren grandes inversiones que solo las grandes empresas y fondos
de inversión pueden permitirse hacia un modelo de producción
distribuida en el que se multipliquen los agentes que participan en
el sistema (personas, municipios, PYMES, cooperativas). Esto supone,
por una parte, hacer de la producción energética un vector de
cambio de modelo económico relocalizado y, por otra, que esta sea
menos dependiente de la especulación y la acumulación financiera.
Esta idea es
especialmente importante cuando hablamos de energía, ya que se
contraponen dos ideas irreconciliables: energía como derecho o como
negocio. En el contexto tecnológico actual sería ingenuo pensar que
los estados regularían de forma restrictiva y altamente garantista
el negocio de la producción eléctrica nuclear. Se impondría la
necesidad de hacer atractivo el negocio nuclear a los grandes
inversores, favoreciendo la alta rentabilidad frente al acceso a la
energía de ciertos sectores de la población y, si fuera necesario
para cuadrar los números, rebajando los estándares de seguridad.
¿Nucleares sí o
nucleares no? Un debate grandioso, atractivo por lo controvertido y
lo polarizado de las posiciones. Sin embargo, si alejamos un poco el
foco, y tratamos de ver con una perspectiva holística lo que supone
la gran crisis ecológica que vivimos, resulta casi hasta ridículo
pensar que la energía nuclear salvará el planeta sin tocar ni un
ápice el sistema económico ni el crecimiento como brújula absoluta -y obsoleta-, de nuestros destinos como sociedad: las nucleares y
el cambio climático, el dedo y la luna.
Rosa Martínez es coordinadora de Elkarrekin Podemos y de EcoPolítica (@EcoPoliticaOrg).
Fuentes:
Rosa Martínez @rosa_mr_, Energía nuclear y cambio climático: el dedo y la luna, 26/03/19, ethic.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Chernobyl I", de Roberta Griffin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario