Las empresas que
deciden qué se produce y qué come la población mundial. Un informe de
organizaciones alemanas muestra cómo unas pocas corporaciones
manejan el sistema alimentario del planeta. El agronegocio y la
complicidad de los gobiernos. El caso argentino: los pueblos
fumigados y la expulsión de Monsanto de una localidad cordobesa.
por Darío Aranda
Un puñado de
empresas de Estados Unidos, Europa y China decide qué produce el
agro mundial, cómo se alimenta la población y, al mismo tiempo,
cómo se enferma y empobrece. Son algunas de las definiciones del
“Altas del agronegocio”, una investigación de fundaciones
alemanas que denuncia con nombres propios el accionar de las
compañías y la complicidad de los gobiernos. El trabajo también
derriba el mito de las multinacionales agrícolas: “El agronegocio
(de transgénicos y agrotóxicos) no puede conservar al medio
ambiente ni la subsistencia de productores, y tampoco puede alimentar
al mundo”.
La investigación
denuncian el accionar de las empresas del agro, cerealeras,
multinacionales de la alimentación y supermercados. De Alemania
apuntan al accionar de Bayer y Basf; de Estados Unidos a Bunge,
Cargill, Coca Cola, Dow, DuPont, Kraft y Monsanto. De Gran Bretaña a
la multinacional Unilever; de Franca a Danone y Carrefour; de China a
ChemChina y Cofco; de Suiza a Glencore, Nestlé y Syngenta; de Países
Bajos a Louis Dreyfus y Nidera. De Argentina aparecen las empresas
Los Grobo, Don Mario, Biosidus y Cencosud (Vea, Jumbo y Disco),
entre otras.
El trabajo fue
realizado por las fundaciones Heinrich Böll, Rosa Luxemburgo, Amigos
de la Tierra Alemania (BUND), Oxfam Alemania, Germanwatch y Le Monde
Diplomatique. Sindica como “el moderno latifundio” al modelo de
agronegocio, que desde finales del siglo XX avanzaron con la llamada
agricultura industrial, de monocutltivos (principalmente palma
aceitera, maíz y soja).
Apunta a cuatro
empresas que dominan el mercado de semillas y agrotóxicos: Bayer
(que en 2018 cerró la compra de Monsanto), ChemChina-Syngenta,
Brevant (Dow y Dupont) y Basf. En 2015 facturaron 85.000 millones de
dólares y, según proyecciones de Bayer, llegarán 120.000 millones
en 2025.
Cuestiona que las
empresas del sector hayan asumido poca responsabilidad por las
consecuencias de su accionar, que repercutió en el “el hambre, el
cambio climático, la sostenibilidad, la enfermedad y la injusticia”.
La investigación
cuenta con un capítulo titulado “La república unida de la soja”
(en base a una publicidad de la multinacional Syngenta, que así
llamó a Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Brasil). “El papel
de Argentina en la promoción del modelo agrícola industrial
transgénico fue crucial. Representó la cabecera de playa de esta
expansión para la industria semillera y agroquímica mundial”,
afirma.
Explica que jugó
un rol clave el eje gubernamental. Denuncia la complicidad de la
Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), el Servicio de
Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), la Secretaría de
Agricultura y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA). A más de 20 años aprobar la primera soja transgénica, los
mismos organismos aún bendicen los transgénicos y agrotóxicos en
base a estudios de las mismas empresas que los producen y venden.
El trabajo
también denuncia el rol de “pseudo-organizaciones técnicas” que
publicitan las bondades del modelo pero ocultan las consecuencias.
Señala a la Asociación de Productores de Siembra Directa
(Aapresid), Asociación de Consorcios Regionales de Experimentación
Agrícola (Aacrea) y las fundaciones Fertilizar y Producir
Conservando. Afirma que el modelo agropecuario actual es una
“agricultura minera” que extrae nutrientes de los países
sudamericanos y genera enormes impactos ambientales.
Precisa el rol de
empresas que suelen pasar desapercibidas en el debate del agro
mundial: las exportadoras o, como llamó el periodista Dan Morgan,
“traficantes de granos”. Cuatro transnacionales dominan el
sector: Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill y Louis Dreyfus.
Juntas son conocidas como el “Grupo ABCD”. Su participación en
el mercado mundial es del 70 por ciento. En los últimos años se
sumó al grupo la china Cofco.
El mercado de
alimentos también está en muy pocas manos: 50 grupos empresariales
facturan la mitad de las ventas mundiales. Las diez principales (sin
incluir el sector bebidas) son Nestlé (Suiza), JBS (primer proveedor
de carne mundial, de Brasil). Del tercero al sexto lugar son empresas
de Estados Unidos: Tyson Foods, Mars, Kraft Heinz, Mondelez. Le
siguen Danone (Francia), Unilever (Gran bretaña) y las
estadounidenses General Mills y Smithfield.
“Con la
expansión de los consorcios multinacionales se modifican los hábitos
alimenticios. Los alimentos poco procesados son sustituidos por los
ultraprocesados. El sobrepeso, la diabetes y las enfermedades
crónicas son sólo algunas de las consecuencias”, alerta la
investigación, que se presentó en Europa, Brasil y Argentina, y
contó con la participación local del Grupo de Ecología del Paisaje
y Medio Ambiente (Gepama) de la UBA.
También destaca
la urgente necesidad de fortalecer mediante políticas públicas la
agroecología (un modelo sin transgénicos ni agrotóxicos, con rol
protagónico de campesinos, indígenas y pequeños productores) y
resalta dos acciones históricos contra las multinacionales: el
boicot mundial contra Nestlé (entre 1977 y 1984) por su engañosa
publicidad de leche en polvo para bebés y la lucha de los pueblos
fumigados de Argentina, que son la prueba viva de los impactos de los
agrotóxicos en la salud y al mismo tiempo impulsan modelos de
producción sin venenos. Recuerda la epopeya de la localidad de
Malvinas Argentinas (Córdoba), que luego de cuatro años de
resistencia echó a Monsanto de su territorio.
Un modelo
fracasado
El “Atlas del
Agronegocio” asegura que los sistemas alimentarios influidos por
las transnacionales “han fracasado” en garantizar una
alimentación segura. “El hambre no se eliminó. Sigue habiendo
casi 800 millones de personas desnutridas en el mundo. El problema se
relaciona con la distribución desigual de los alimentos, que a su
vez se vincula con la pobreza y la exclusión social. Los sistemas
alimentarios industriales más bien han agravado esta desigualdad en
lugar de resolverla”, destaca. También advierte que el modelo de
agronegocio sobreexplota los ecosistemas. A modo de ejemplo, precisa
que más del 20 por ciento de las superficies agrícolas sufre
degradación del suelo y ese mal avanza a la velocidad alarmante de
doce millones de hectáreas por año.
Fuentes:
Darío Aranda, Los dueños del agro y la alimentación, 04/03/19, Página/12. Consultado 04/03/19.
Un modelo fracasado, 04/03/19, Página/12. Consultado 04/03/19.
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