miércoles, 13 de marzo de 2019

Fukushima 2019, avances prácticos para normalizar la catástrofe

Edificio del reactor de la Unidad 4 de la accidentada central nuclear de Fukushima Daiichi, en Okuma, Japón, noviembre 2013. Fuente: David Guttenfelder / AP Photo.

por Miguel Muñiz

El 10 de septiembre de 2013 el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, intervino en el Foro Económico de Davos; tres días antes, el 7 de septiembre, Tokio había sido seleccionada como sede de los Juegos Olímpicos del 2020; la nominación, en la sesión 125 del Comité Olímpico Internacional (COI), representó un respaldo global a los esfuerzos combinados de los poderes económicos y políticos que dirigen Japón para contribuir a la gobernanza internacional con la normalización de una situación anómala; habían pasado dos años y seis meses desde el inicio de la que sigue siendo la mayor catástrofe nuclear de la historia, y tanto políticos como empresarios sabían que enfrentaban una situación irreversible y en progresiva degradación. Por eso, tanto el discurso de Abe como el informe especial difundido en Davos por el gobierno japonés, sentaban las bases de la normalización; en cuatro páginas había tres referencias a Fukushima: reinicio de las nucleares cerradas, expansión de la industria atómica japonesa, y el anuncio de la creación del primer parque eólico flotante en la zona, con fotografía incluida [1].

Revisar el calendario es comprobar la firme voluntad que impulsa la normalización. El 23 de mayo de 2011, el COI abrió el plazo de presentación de candidaturas para 2020, Japón llevaba entonces sólo dos meses y 12 días de catástrofe: las restricciones eléctricas, las colas, el caos de los desplazados, las protestas, las áreas devastadas, toneladas de ruinas acumuladas, la desatada reacción en cadena de los reactores..., todo eso marcaba el día a día. Las referencias continuas al tsunami, a sus víctimas y a la devastación material visible, permitían enmascarar la otra devastación, la ecológica y social, irreversible e invisible: la dispersión radiactiva desde los reactores destruidos. En ese clima, las Olimpiadas eran una oportunidad de acallar las voces críticas, disimular el desconcierto político y tapar vergüenzas y mentiras de una industria nuclear y una clase política presentadas hasta entonces como el máximo de la modernidad.

En esas condiciones se preparó la candidatura; el 2 de septiembre de 2011, el COI anunció el nombre de las seis ciudades candidatas y se pusieron en marcha los mecanismos de presión y negociación habituales; el 23 de mayo de 2012, el número se redujo a tres (Tokio, Estambul y Madrid); la campaña desplegada en toda España, a favor de la candidatura de Madrid impidió percibir que Tokio era claramente la favorita, como pudo comprobarse en las votaciones del COI en la sesión del 10 de septiembre de 2013 [2].

Cumplida su misión, Shinzo Abe no volvió a Davos en los siguientes cinco años; hasta que el pasado 24 de enero se presentó en la noche de celebración dedicada al Japón. Lo hizo mediante un discurso y un brindis con una copa de sake producido en la prefectura de Fukushima a favor del libre comercio [3].

Dos días antes se había publicado en Japón un amplio reportaje sobre la importancia de la producción de sake en Fukushima, sobre las exquisiteces del sake que se serviría en Davos, y las excelentes condiciones de fabricación que había permitido a la prefectura acumular premios de calidad en los últimos seis años [4].

Este artículo analiza esa normalización. Porque las referencias a Fukushima, viniesen o no a cuento y todas en clave positiva, han arreciado desde que comenzó 2019; aunque desde 2017 se difunden los espectaculares videos y anuncios de la Diamond Route Japan, con una estética muy cuidada, vinculada a la cultura de las artes marciales (especialmente al bushido), la tradición culinaria y los deportes de montaña y nieve. Dichos anuncios hacen referencia sólo a tres prefecturas: Fukushima, Tochigi e Ibaraki, presentándolas como la experiencia extrema del conocimiento de Japón [5]. Se puede entender todo lo que esto representa, sólo en el campo de las artes marciales, con una analogía: mencionar estas tres prefecturas como centro del bushido y la cultura samurái [6] es como promocionar Barcelona como una de las cunas del cante y el baile flamencos.

Porque la cuenta atrás para las Olimpiadas ha comenzado y se refuerza una normalización de la vida en Japón en general, y de Fukushima en particular, en tres ejes: multiplicación de noticias banales en clave positiva, referencia continua a Fukushima como algo pasado y férreo control informativo de todo aquello relacionado con la catástrofe activa. Entrar en el tercer eje desborda el marco de este artículo, pero los ejemplos de los dos primeros abundan: el 1 de enero de este año se informaba que las antorchas olímpicas se fabricarían reutilizando el aluminio usado en las casas temporales, ya abandonadas, que alojaron a las personas desplazadas de Fukushima; el 13 de enero se rescataba una noticia (del 17 de diciembre de 2018) sobre grupos de estudiantes de diversos centros de enseñanza de la prefectura dedicados a desarrollar nuevos platos con productos de Fukushima para promover su recuperación social; el 26 de enero se informaba de la promoción de los alimentos de Fukushima en Hong Kong; el 17 de febrero se publicaban los detalles de las actividades de una asociación culinaria de Fukushima, formada por mujeres mayores y dedicada a la recuperación del cultivo de una hierba silvestre que era un ingrediente clave en la confección de un delicado plato de arroz congelado de fama local, y susceptible de expansión a todo Japón, etc. [7].

De cara a las Olimpiadas, la pieza clave en el refuerzo de la normalización son los “tours” por zonas cercanas a los reactores destruidos, su objetivo es presentar la contaminación radiactiva como algo relativo e incluso inocuo. Este trabajo incluye difundir propaganda que relativiza las dosis de seguridad, banalizar las clasificaciones de riesgo, y minimizar los impactos de la radiación en la salud, es siniestramente lógico: hay que animar a viajar y “experimentar”. Esta línea, ya iniciada en 2018, se inscribe en la morbosa industria de explotación comercial y turística de escenarios catastróficos y sensaciones de peligro; una industria desarrollada desde hace años por la catástrofe de Chernóbil, y ampliada en los recorridos turísticos por zonas devastadas, como el Nueva Orleans destruido por el Katrina, tanto en las fechas cercanas al desastre como hoy mismo [8].

La normalización se complementa con el control informativo, ello implica presiones para evitar o reducir la difusión de informaciones consideradas conflictivas. El control es mucho mayor en el interior de Japón que fuera: informaciones que ocupan titulares en medios críticos internacionales apenas se mencionan en los medios japoneses, a ello hay que sumar la autocensura, y técnicas de probada eficacia como la demora informativa, que permiten hacer digerible lo malo presente contrastándolo con lo peor pasado, o sofocar la reacción social haciéndola extemporánea, por el procedimiento de difundir informaciones conflictivas con un retraso de meses o años.

El despliegue orquestado de la normalización pone en el mismo plano una información local con otra que afecta a amplias capas sociales. Así la decisión del gobierno japonés y Tepco, publicada el 22 de enero, de liberar masivamente agua contaminada al Pacífico por motivos económicos, es una información más, casi equivalente a los premios en la confección de licor, y aún más cuando se inscribe en la normalidad de haber entregado los preceptivos informes a la Asociación Internacional de Energía Atómica; o como el 12 de febrero, allí la publicidad sobre el primer contacto de un robot con el combustible fundido, permite dejar en segundo plano el hecho de que la fisión nuclear continúa activa desde hace ocho años [9].

Más ejemplos: el 15 de febrero, se dieron datos sobre los progresos de reconstrucción en la prefectura de Fukushima, pero no se dieron datos sobre la situación material y la salud de las 42.105 personas reconocidas oficialmente como desplazadas, de las que 32.769 eran de otras prefecturas; y aunque el 20 de febrero se supo que un tribunal de distrito ha ordenado a Tepco y al estado japonés que paguen 3,78 millones de euros a los evacuados, no se destacó el hecho de que han pasado 8 años de pleitos, y que el regateo y los litigios continúan [10].

Preguntas sin respuesta en un marco normalizado

Más allá de la denuncia, las personas que propugnamos el cierre ordenado y urgente de todos los reactores nucleares operativos, tenemos la obligación de interrogarnos sobre cuál debe ser la línea de actuación correcta hacia los sectores sociales víctimas de una catástrofe irreversible en términos ecológicos y humanos, con secuelas que no tienen equivalente en ninguna catástrofe industrial. No se puede tolerar la impunidad, pero ¿cómo se afronta un futuro de progresiva degradación social y de salud desde una perspectiva ética? Las víctimas, las presentes y las futuras, deben ser reconocidas y compensadas, pero es necesario también superar secuelas que van más allá del reconocimiento y la compensación. La estrategia del poder es clara: el olvido y la amnesia selectiva inducidas socialmente, el arte de mirar para otro lado. Pero los que nos oponemos a semejante estrategia carecemos de estrategia alternativa en clave propositiva, algo que vaya más allá de la necesaria denuncia.

Notas
6/2018: “Japan Radiation - Are You Still at Risk From Fukushima?”, https://www.worldnomads.com/travel-safety/eastern-asia/japan/how-dangerous-is-the-radiation-in-japan.

Miguel Muñiz Gutiérrez mantiene la página de divulgación energética www.sirenovablesnuclearno.org

Fuente:
Miguel Muñiz, Fukushima 2019, avances prácticos para normalizar la catástrofe, 25/02/19, Mientras Tanto. Consultado 13/03/19.

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