por Silverio E.
Escudero
Córdoba es una
provincia nuclear. A 110 kilómetros de la capital cordobesa, sobre
la costa sur del Embalse del río Tercero -también llamado
Ctalamochita según su denominación primigenia-, en una pequeña
península a unos 660 metros de altura sobre el nivel del mar se
levantan los muros de la central nuclear que, al momento de su puesta
en marcha, tenía una potencia instalada de 648 megavatios.
Allende los
mares, en Viena, la capital de Austria, en un edificio de propiedad
de Naciones Unidas funciona -desde el 29 de julio de 1957- el
Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA o IAEA, por sus
siglas en inglés). Allí, una oficina conocida como Incident
Reporting System (IRS) -Sistema para la Comunicación de Incidentes
Nucleares- ha construido un robusto archivo de informes secretos
sobre hechos o episodios producidos en centrales energéticas
nucleares de todo el mundo.
Archivo al que
han contribuido cientos de organizaciones no gubernamentales que han
denunciado, antes que los estados comprometidos, eventos de distinta
gravedad sucedidos en torno a las usinas nucleares sembradas por todo
el globo terráqueo.
Entre esos hechos -y por eso nuestro particular interés- el ocurrido el 30 de junio
de 1983 en Embalse, pero que recién fue conocido y notificado en
mayo de 1986. Es decir, la declinante dictadura militar argentina, en
medio de su crisis política, moral y económica, puso en riesgo la
existencia de ciudades importantes de nuestra provincia y calló.
Las dudas sobre
la seguridad de las usinas nucleares nunca han sido satisfechas
acabadamente. Tras el accidente de Harrisburg, en Pennsylvania,
crecieron los reclamos y el silencio de quienes tenían que dar un
alerta temprano e informar. Los responsables de esa central, ante una
comisión investigadora, admitieron haber mentido sobre la dimensión
del accidente que puso en grave riesgo a miles de vidas en torno a
Three Mile Island, al no ordenar la evacuación de la población en
forma inmediata.
El 26 de abril de
1986, cuando el mundo había casi olvidado el suceso de Harrisburg,
Chernobyl estremeció a todos. A menos de un año de aquella
catástrofe, los sensores registraron en Europa Occidental
preocupantes niveles de radioactividad. Los primeros datos -que luego
fueron confirmados- señalaban el estallido en una usina nuclear en
Ucrania. Cuestión negada por las autoridades soviéticas que
acusaban a los organismos internacionales y la prensa mundial de
participar de un complot en contra de Moscú.
Mientras sucedían
los ocultamiento de la política nuclear, en el frente de combate y
ante las radiaciones, los bomberos -esos servidores duramente
criticados por los medios de comunicación- se batían con denuedo.
Su comandante, Leonid Telyatnikov, jefe de la Estación de Bomberos
No. 2, se subió al techo de la Unidad de Reactores 3. Había que
extinguir los incendios en el techo del reactor en buen estado y en
la sala de máquinas. El resto es historia conocida…
Las centrales
están trabajando a plena potencia. Ese exclusivo club está
integrado por un puñado de países que, en su totalidad, reportan
con alguna morosidad sus incidentes y/o accidentes al IRS. Al resto
de los mortales nos queda confiar en las habilidades de esos modernos
hechiceros que han logrado domesticar a los átomos, más allá de
estar inundados de preguntas que nadie se preocupa por responder.
Si hubiese
oportunidad de enfrentar a un directivo de la usina le pediríamos
que, en buen romance y lenguaje llano, dijera cómo se determina el
límite entre un incidente y un accidente nuclear. Y, de paso, cuáles
son las medidas de seguridad que se toman para proteger a la
población. ¿Conocemos el plan de contingencia nuclear de la ciudad
de Córdoba? ¿Quién lo coordina? ¿Hacia dónde correr o alcanza
con resguardarnos debajo de una mesa? ¿Defensa Civil dirá donde
están ubicados los refugios en caso de que se produzca un estallido
en nuestra peligrosa usina instalada sobre la Falla de Santa Rosa?
Los datos de
archivo en nuestro poder indican que el “incidente” de 1983 fue
clasificado como peligroso. Sucedió tras la falla de una de las
bombas del circuito de refrigeración de emergencia. El operador de
campo, se señala en los informes a los que tuvo acceso el semanario,
apeló a recursos de emergencia que tuvo a mano. Desviando agua hacia
un circuito auxiliar para refrescar el principal, lo que sirvió de
poco: una importante válvula quedó cerrada.
Cuando se
descorrió el velo de lo sucedido en Embalse muchos fueron los que se
preguntaron si esas eran las únicas respuestas que ofrecía la
tecnología; si no había otras que explorar, más eficaces que
perfeccionaran los sistemas automáticos de alarma mientras perduren
en su limitada vida útil.
“En momentos de
emergencia la gente reacciona instintivamente”, afirma siempre
Helmut Hirsch, un físico de origen austríaco, integrante del Grupo
de Ecología de Hannover y de la Sociedad Alemana para la Seguridad
de las Instalaciones y los Reactores Nucleares (GRS). “Nadie en
esas circunstancias puede pensar tan complejamente como sería
necesario”, agrega.
Si bien en la
Central Nuclear de Embalse -a tenor de los partes de prensa- no
hubo fuga radiactiva, en casi todos los incidentes sólo falló un
componente importante.
¿Qué haríamos
si una avería menor afectara más de uno de los componentes de la
usina? ¿Correr? ¿Hacia dónde? ¿Alguien puede explicar el por qué
del extremo secretismo que rodea la actividad nuclear?
Es imposible
volcar en los límites de El Balcón la totalidad del informe de Der
Spiegel y saber con certeza si hubo o no liberación “involuntaria”
de radiactividad el 30 de junio de 1983. La revista alemana, en su
versión de los hechos, señala: “A pesar de que no hubo daños
importantes a la planta, y de que los sistemas de seguridad ni el
Sistema de Suministro de Agua de Emergencia fueron necesarios, el
incidente puso de relieve una serie de distintos tipos de fallas.
Entre ellas pueden señalarse en el capítulo “Errores de diseño”,
las siguientes: Diseño de válvula de retención; diseño de
transferencia rápida; ausencia de suficiente independencia entre la
descarga de las principales bombas de alimentación de agua y la
bomba auxiliar”.
En el apartado
titulado “Errores u omisiones en la documentación y
procedimientos”, leemos: “No se prohibía explícitamente, en la
documentación sobre funcionamiento, la operación de la planta con
un tren de alimentación de agua deteriorado”.
Del acápite
“Fallas en la organización del funcionamiento, resumimos: “Además
de la falta de una prohibición formal en la documentación, la
organización del sistema permitió a la planta funcionar varios días
con un tren de agua de alimentación en condiciones anormales,
hallándose desmantelados y sin posibilidad de funcionar varios
componentes esenciales y, la existencia de un caos en las órdenes
provenientes del personal responsable que colisionaban con los
manuales de procedimiento”.
No sabemos
cuántos incidentes protagonizó nuestra peligrosa vecina. La
organización Fundación para la Defensa del Medio Ambiente (FUNAM)
denunció que la remodelación de la usina de Embalse la torna más
peligrosa y sus efectos devastadores. Y, que, el 17 de noviembre de
2017 se produjo el salto de varios sellos de contención en el Área
de Operaciones del reactor nuclear, lo que permitió la liberación
de vapor con tritio 3 radiactivo en el Área de Operaciones donde se
encontraban unas 50 personas.
Durante las cinco
horas que duró el episodio hubo registros altos de tritio radiactivo
al mediodía y a las 14 horas, situación que forzó la evacuación
total del área contaminada. Según datos proporcionados por un
informante de FUNAM, hubo cinco trabajadores contaminados. La persona
más impactada recibió 12 mSv en dos horas de exposición.
¿Cuánto hay más
por saber? ¿Cómo incide en el cambio de clima que sufre la región
y en la aparición de peces monstruosos en los anzuelo de los
pescadores?
Fuente:
Silverio E. Escudero, ¿Córdoba enfrenta su propia catástrofe nuclear?, 16/01/19, Comercio y Justicia. Consultado 16/01/19.
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