por Paul Krugman
No hace falta
decir que el gobierno de Donald Trump está profundamente en contra
de la ciencia. De hecho, está en contra de la realidad objetiva. Sin
embargo, su control del gobierno sigue siendo limitado: no se
extendió lo suficiente para evitar que se diera a conocer la más
reciente Evaluación Nacional del Clima, que detalla los impactos
actuales y futuros esperados del calentamiento global en Estados
Unidos.
Es cierto, el
informe se dio a conocer el Viernes Negro, evidentemente con la
esperanza de que se perdiera en el alboroto. La buena noticia es que
la estrategia no funcionó.
En esencia, esta
evaluación confirma, con una gran cantidad de detalles adicionales,
lo que cualquiera al tanto de la ciencia climática ya sabía: el
cambio climático supone una gran amenaza para el país y ya se están
comenzando a sentir algunos de sus efectos adversos. Por ejemplo, el
informe, escrito antes del más reciente desastre de California,
subraya los riesgos cada vez mayores de incendios incontrolables en
el suroeste del país; el calentamiento global, y no la falta de
recolectar las hojas con un rastrillo, es la razón por la cual los
incendios se están haciendo cada vez más grandes y más peligrosos.
No obstante, el
gobierno de Donald Trump y sus aliados en el Congreso seguramente
ignorarán este análisis. Negar el cambio climático, sin importar
la evidencia, se ha vuelto un principio republicano básico y vale la
pena tratar de entender tanto la manera en que ocurrió como la
inmoralidad absoluta que implica ser un negacionista a estas alturas.
Un momento,
¿acaso inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte? ¿No se
supone que la gente tiene derecho a estar en desacuerdo con la
sabiduría convencional, incluso si esa sabiduría está sustentada
en un abrumador consenso científico?
Sí, así es en
ambos casos, siempre y cuando sus argumentos se hagan de buena fe. No
obstante, casi no hay negacionistas del cambio climático que actúen
de buena fe. Negar la ciencia con fines de lucro, de ventaja política
o para satisfacer el ego no está bien; cuando no actuar con base en
la ciencia puede tener consecuencias nefastas, el negacionismo es,
como señalé antes, inmoral.
El mejor libro de
reciente publicación que he leído al respecto sobre este tema es
The Madhouse Effect, de Michael E. Mann, un importante científico
climático, ilustrado con cartones de Tom Toles. Como explica Mann,
el negacionismo climático en realidad sigue los pasos de casos
anteriores en los que se ha negado la ciencia, comenzando con la
larga campaña de las compañías tabacaleras para confundir al
público sobre los peligros de fumar.
La cruda verdad
es que para la década de los cincuenta, estas empresas ya sabían
que fumar ocasionaba cáncer de pulmón, pero gastaron enormes
cantidades de dinero en mantener la apariencia de que había una
controversia real sobre este vínculo. En otras palabras, estaban
conscientes de que su producto estaba matando a la gente, pero
trataron de impedir que la gente entendiera ese hecho a fin de seguir
obteniendo ganancias. Eso se considera inmoralidad, ¿o no?
En muchos
sentidos, el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del
cáncer. Las empresas con un interés financiero en confundir al
público -en este caso, las empresas de los combustibles fósiles-
son las principales impulsoras. Hasta donde sé, cada uno del puñado
de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo
climático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o de
conductos de dinero oscuro como el DonorsTrust; el mismo conducto, en
realidad, que apoyó a Matthew Whitaker, el nuevo fiscal general interino, antes de que se uniera al gobierno de Donald Trump.
No obstante, el
negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más
profundas que las que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer. En
la práctica, no puedes ser un republicano moderno respetable salvo
que niegues la realidad del calentamiento global, afirmes que tiene
causas naturales o insistas en que no se puede hacer nada al respecto
sin destruir la economía. Tienes ya sea que aceptar o consentir
mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebas del cambio
climático son un engaño, fabricado por una vasta conspiración de
científicos.
¿Por qué
alguien haría una cosa así? Principalmente, por dinero: casi todos
los negacionistas importantes reciben sobornos de los combustibles
fósiles. Sin embargo, la ideología es otro factor: si para ti los
temas ambientales son cosa seria, te planteas la necesidad de que
haya normas gubernamentales de algún tipo, de tal modo que las
ideologías rígidas de libre mercado no quieren creer que las
preocupaciones ambientalistas son reales (aunque, en apariencia,
obligar a los consumidores a subsidiar el carbón está bien).
Por último,
tengo la impresión de que también tiene algo que ver con la postura
del tipo duro: los hombres de verdad no usan energías renovables ni
nada por el estilo.
Esos motivos
importan. Si los actores importantes se opusieran a la acción
climática por un desacuerdo de buena fe con la ciencia, sería una
lástima, pero no un pecado, que requeriría de mayores esfuerzos en
términos de convencimiento. No obstante, en las circunstancias
actuales, el negacionismo climático se basa en la avaricia, el
oportunismo y el ego, y oponerse a la acción por esas razones es un
pecado.
De hecho, es
inmoral, en una escala que hace que el negacionismo del cáncer
parezca trivial. Fumar mata a la gente y las compañías tabacaleras
que trataban de confundir a la gente sobre la realidad estaban siendo
malvadas. No obstante, el cambio climático no solo tiene que ver con
matar gente: puede incluso matar a la civilización. Tratar de
confundir al pueblo sobre eso es maldad a un nivel totalmente
distinto. ¿Qué acaso algunas de estas personas no tienen hijos?
Digámoslo con
claridad: aunque Donald Trump sea un excelente ejemplo de la
inmoralidad del negacionismo climático, este es un tema en el que
todo su partido se fue al lado oscuro hace años. Los republicanos no
solo tienen ideas malas; a estas alturas, son, necesariamente, malas
personas.
Fuente:
Paul Krugman, La inmoralidad del negacionismo del cambio climático, 29/11/18, The New York Times.
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