La carpa de
Jáchal No Se Toca está hace tres años en la plaza central de la
ciudad. Desde allí, educa a los vecinos y enfrenta a la Barrick Gold
y otras transnacionales mineras, que ya derramaron millones de litros
de cianuro y mercurio desde 2015, y silencia a medios con pauta
comercial. ¿El Gobierno? Se niega a brindar estadísticas de casos
de cáncer en la zona y extorsiona a la gente para que no participe
en la Asamblea.
por Ricardo
Serruya
El nombre real y
completo es San José de Jáchal. Está bordeado en su margen derecho
por el río del mismo nombre. Dicen que es un término brindado por
los pueblos originarios que habitaron esta zona: significa “río de
las arboledas” o “distrito de metal”. Es la ciudad cabecera del
departamento y, como otras localidades cuyanas, su riqueza se basa en
la producción agrícola y minera.
El último censo
poblacional realizado en 2010 determinó que allí viven un poco más
de 21 mil personas, lo que la convierte en la quinta localidad en
importancia -en cuanto a cantidad de habitantes- de la provincia de
San Juan. Por decisión de las autoridades provinciales y por
merecimientos propios, San José de Jáchal es la capital sanjuanina
de Cultura y Tradición, fiesta que celebra este mes, noviembre.
En los últimos
años, San José de Jáchal, o Jáchal, no se hizo conocida por su
pasado, sino por su presente. Un presente marcado por la impunidad de
algunas transnacionales, pero también por la dignidad de su gente.
El 13 de
septiembre de 2015, por una supuesta falla en una válvula, se
produjo un derrame de cianuro en la explotación minera de Veladero,
propiedad de la empresa canadiense Barrick Gold. El cianuro cayó
sobre la cuenca del río Jáchal. Fue el primero, pero no fue el
único: vinieron otros y probablemente vendrán más. Ese fue el
motivo por el cual un grupo de quijotes se movilizó por su salud y
la vida.
Esta historia
ameritaba viajar para conocerla de boca de sus protagonistas. Por eso
recorrimos casi 1.000 kilómetros, pasamos las provincias de Santa
Fe, Córdoba, La Rioja y nos adentramos, por bellísimos caminos
montañosos, en San José de Jáchal. En su plaza central, frente a
la municipalidad, se levanta orgullosamente la carpa donde -¡desde
hace 3 años!- los vecinos resisten a la ignominia.
Entre ellos se
encuentra Saúl, de contextura pequeña, tez morena y un pelo que ya
tiene algunas canas. Usa lentes cuadrados que deja caer sobre su
nariz, y me cuenta sobre la historia de esa carpa: “Comenzó con un
gazebo el 18 octubre de 2015, acompañada por una ramada (ramas y
cañas). Tiempo después nos prestaron una carpa que usamos hasta los
primeros meses de 2017, que es la misma que estuvo en Famatina y
Malvinas Argentinas (Córdoba). Cuando la tuvimos que devolver, un
vecino construyó toda la estructura de caños que compramos con
beneficios y bonos. Esta es la carpa que está desde abril de 2017”,
recuerda.
Las palabras de
Samuel y la presencia de tantos carteles, afiches, mapas que muestran
cómo la geografía cuyana está en peligro, hacen que uno no pueda
dejar de respirar dignidad, coraje y valentía debajo de esa lona
blanca. Es el mismo Saúl quien cuenta la motivación de esta
resistencia urbana: “En septiembre de 2015 ocurre el primer derrame
y en octubre arranca la carpa”.
El inicio de esta
patriada comienza unos meses antes, en febrero de ese año, cuando
los vecinos se enteran que una empresa -floja de papeles- junto a una
multinacional australiana pretendían explorar aquellas montañas en
búsqueda de riquezas en su subsuelo. En esos días nace la asamblea
“Jáchal no se toca”. Fue el mojón: 120 vecinos se convocaron y
expresaron su negativa.
Saúl no escatima
en datos. Tampoco hace esfuerzo por recordar, lo tiene todo muy
claro, muy presente: “A los dos días hicimos una gran reunión,
más de 3.000 personas le dimos nacimiento a la Asamblea. Después,
el derrame de septiembre ocasionado en Veladero por la Barrick Gold
nos dio un nuevo impulso”.
Como suele pasar
en esto casos, aquel derrame fue minimizado por la empresa y por los
gobiernos provincial y municipal, que están más ocupados en cuidar
las espaldas de las mineras que la salud de los vecinos. La primera
versión sostenía que se trataba de 15 mil litros y que no llegaría
al río. Sin embargo, el abogado Samuel contrapone esa versión con
datos contundentes: “La Justicia sostuvo que se trató de un millón
setenta y dos mil litros. Según documentación de la empresa, se
reconoce que fueron, por lo menos, 5 millones y medio de litros de
cianuro derramados en el rio Potrerillos, que desemboca en el río
Las Taguas, Río Blanco y Jáchal, y que sigue para unirse al río
Bermejo, que es la cuenca más extensa de la República Argentina,
termina como Río Colorado y desemboca en el Atlántico”. Solo este
dato genera preocupación y miedo. Sin embargo, sólo fue el inicio
de una cadena de “descuidos” asesinos.
Mientras un
asambleísta nos ceba mate para hacerle frente a una mañana fría,
Samuel parece dar clase: camina por la carpa y le muestra a este
periodista didácticos mapas que ayudan a entender. “Tres son los
derrames que acepta el gobierno de la Provincia de San Juan y la
Barrick Gold”, comenta arrastrando las erres con esa bella tonada
cuyana. Y aclara: “Septiembre de 2015 con 5 millones y medio de
litros de cianuro, septiembre de 2016 con mucho más mercurio, y
marzo de 2017. En los primeros dos derrames dijeron que no había
llegado la contaminación al río, pero la Universidad detectó que
si llegó”.
Preocupados,
asustados (pero no paralizados), los vecinos continuaron denunciando:
la carpa fue y es el lugar de encuentro, de denuncia, el rincón
donde buscan fuerzas para pelear en una lucha desigual.
Siempre hay
alguien en su interior. Saben que si la dejan por un momento
deshabitada, alguien puede romperla, quemarla o “plantarles” algo
para jugar con su desprestigio. De día, de siesta, de noche,
constantemente hay alguien, se van turnando y cuidándose. Y siempre
tienen un mortero con una bomba de estruendo preparado para encender
y hacer explotar en el caso de que se enteren de algún derrame o de
una actividad peligrosa. Esa bomba es la señal para que los vecinos
se acerquen a la plaza y se enteren qué sucede. La bomba es el nuevo
chasqui que lleva información.
Cuando promedia
la mañana, dos mujeres entran a la carpa: son Nora y Carolina.
Saludan con dos besos, uno en cada mejilla: “Acá se saluda así”,
dicen. Las dos llevan remeras alusivas a la causa. Una dice “Jáchal
no se toca”; la otra, “El agua vale más que el oro”.
Ambas son
asambleístas y agradecen que estemos haciéndole una nota. “Acá
pocos medios nos dan micrófono, están muy presionados por el poder
político y por la pauta comercial”, dice Nora. “Con decirle que
en el gran San Juan ni saben lo que pasa acá… los medios de esa
ciudad tergiversan la información y nos muestran como anti mineros.
No somos anti mineros, somos defensores del agua, lo que nos preocupa
es la megaminería en las nacientes de nuestros ríos, porque sabemos
la cantidad de agua que utilizan y las consecuencias que traen en la
zona contaminando”, refuerza Carolina.
Mientras el mate
pasa de mano en mano y más vecinos se acercan a la carpa, ambas
cuentan con cierta nostalgia que hubo un tiempo donde eran más: “Se
fueron achicando los números de compañeros de lucha, necesitan
comer y el municipio les ofrece un contrato o una pasantía siempre y
cuando no participen de la asamblea”.
El poder es así
de cínico
Pero enseguida se
reponen. Carolina abre grande sus ojos marrones, respira hondo, infla
su pecho y dice: “No importa, hay que seguir, yo no podría mirar a
mis hijos si no hago nada, porque si entrego el agua, entrego a mi
pueblo. A veces me pregunto por qué estoy acá, en esta lucha y no
le dedico más tiempo a la familia. Y enseguida me siento, le hablo a
mis hijos y les digo que cuando me voy dos horas a la carpa lo hago
por ellos y por el bien de todos los niños de Jáchal. Yo puedo
comprarles agua en botellas, ¿pero cuántas familias toman agua
contaminada?”, reflexiona.
Ambas explican
que ningún habitante de Jáchal debería tomar agua de la canilla
porque proviene del río y está contaminada. Y aclaran que las
mismas aguas subterráneas están contaminadas. El sol ya asoma por
las montañas, los rayos se cuelan entre las ramas de los árboles e
invita al lugareño a acercarse a la plaza central. Dentro de la
carpa, dos mujeres relatan que la salud de la ciudad está en
peligro.
Nora fija su
mirada en el mate, se puede ver la tristeza en su rostro: “En
nuestro pueblo se muere mucha gente de cáncer, no tenemos números
exactos, nos cansamos de pedir estadísticas al hospital más cercano
y no nos dan respuesta, nos piden trámites burocráticos, pero
caminando por la ciudad nos damos cuenta de que hay muchos enfermos y
muertos de cáncer, por cuadra hay siempre uno o más enfermos. Hay
gente joven, hay mucho cáncer de tiroides y leucemia”, precisa.
Llama la atención
como los testimonios se repiten: son las mismas palabras que expresan
los vecinos de los pueblos fumigados de provincias como Santa Fe,
Entre Ríos, Córdoba o Buenos Aires. El extractivismo agropecuario
sojero y el de la minería a cielo abierto enferman y matan.
Pero a pesar de
todo, estos soñadores enseñan con el ejemplo y la palabra: “Hay
que participar -dice con absoluta convicción Nora- y no tener miedo
porque este es nuestro futuro”. Carolina interrumpe y completa:
“Todos tenemos que movilizarnos, porque es una problemática que
atraviesa a todo el país, la cordillera es de todos y los glaciares
nos proveen de agua a todo el país. El agua es un recurso de nuestro
planeta. Tenemos que defender nuestros glaciares. Hay que tener una
mirada global para proteger el recurso. El agua es la vida, la
existencia del humano; no puedo decir hoy no tomo agua”.
En pocos minutos,
con la simpleza de la gente del pueblo, ambas mujeres estaban dando
una clase de geopolítica, de ecología, de sustentabilidad, pero
fundamentalmente de tenaz dignidad.
Fuentes:
Ricardo Serruya, La Asamblea que lucha por un agua sin veneno, diciembre 2018, Revista Crítica.
Dibujo por Chelo Candia, de la serie Un dibujo por día contra la megaminería, el saqueo y la contaminación.
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