viernes, 14 de diciembre de 2018

La Asamblea que lucha por un agua sin veneno

La carpa de Jáchal No Se Toca está hace tres años en la plaza central de la ciudad. Desde allí, educa a los vecinos y enfrenta a la Barrick Gold y otras transnacionales mineras, que ya derramaron millones de litros de cianuro y mercurio desde 2015, y silencia a medios con pauta comercial. ¿El Gobierno? Se niega a brindar estadísticas de casos de cáncer en la zona y extorsiona a la gente para que no participe en la Asamblea.

por Ricardo Serruya

El nombre real y completo es San José de Jáchal. Está bordeado en su margen derecho por el río del mismo nombre. Dicen que es un término brindado por los pueblos originarios que habitaron esta zona: significa “río de las arboledas” o “distrito de metal”. Es la ciudad cabecera del departamento y, como otras localidades cuyanas, su riqueza se basa en la producción agrícola y minera.

El último censo poblacional realizado en 2010 determinó que allí viven un poco más de 21 mil personas, lo que la convierte en la quinta localidad en importancia -en cuanto a cantidad de habitantes- de la provincia de San Juan. Por decisión de las autoridades provinciales y por merecimientos propios, San José de Jáchal es la capital sanjuanina de Cultura y Tradición, fiesta que celebra este mes, noviembre.

En los últimos años, San José de Jáchal, o Jáchal, no se hizo conocida por su pasado, sino por su presente. Un presente marcado por la impunidad de algunas transnacionales, pero también por la dignidad de su gente.

El 13 de septiembre de 2015, por una supuesta falla en una válvula, se produjo un derrame de cianuro en la explotación minera de Veladero, propiedad de la empresa canadiense Barrick Gold. El cianuro cayó sobre la cuenca del río Jáchal. Fue el primero, pero no fue el único: vinieron otros y probablemente vendrán más. Ese fue el motivo por el cual un grupo de quijotes se movilizó por su salud y la vida.

Esta historia ameritaba viajar para conocerla de boca de sus protagonistas. Por eso recorrimos casi 1.000 kilómetros, pasamos las provincias de Santa Fe, Córdoba, La Rioja y nos adentramos, por bellísimos caminos montañosos, en San José de Jáchal. En su plaza central, frente a la municipalidad, se levanta orgullosamente la carpa donde -¡desde hace 3 años!- los vecinos resisten a la ignominia.

Entre ellos se encuentra Saúl, de contextura pequeña, tez morena y un pelo que ya tiene algunas canas. Usa lentes cuadrados que deja caer sobre su nariz, y me cuenta sobre la historia de esa carpa: “Comenzó con un gazebo el 18 octubre de 2015, acompañada por una ramada (ramas y cañas). Tiempo después nos prestaron una carpa que usamos hasta los primeros meses de 2017, que es la misma que estuvo en Famatina y Malvinas Argentinas (Córdoba). Cuando la tuvimos que devolver, un vecino construyó toda la estructura de caños que compramos con beneficios y bonos. Esta es la carpa que está desde abril de 2017”, recuerda.

Las palabras de Samuel y la presencia de tantos carteles, afiches, mapas que muestran cómo la geografía cuyana está en peligro, hacen que uno no pueda dejar de respirar dignidad, coraje y valentía debajo de esa lona blanca. Es el mismo Saúl quien cuenta la motivación de esta resistencia urbana: “En septiembre de 2015 ocurre el primer derrame y en octubre arranca la carpa”.

El inicio de esta patriada comienza unos meses antes, en febrero de ese año, cuando los vecinos se enteran que una empresa -floja de papeles- junto a una multinacional australiana pretendían explorar aquellas montañas en búsqueda de riquezas en su subsuelo. En esos días nace la asamblea “Jáchal no se toca”. Fue el mojón: 120 vecinos se convocaron y expresaron su negativa.

Saúl no escatima en datos. Tampoco hace esfuerzo por recordar, lo tiene todo muy claro, muy presente: “A los dos días hicimos una gran reunión, más de 3.000 personas le dimos nacimiento a la Asamblea. Después, el derrame de septiembre ocasionado en Veladero por la Barrick Gold nos dio un nuevo impulso”.

Como suele pasar en esto casos, aquel derrame fue minimizado por la empresa y por los gobiernos provincial y municipal, que están más ocupados en cuidar las espaldas de las mineras que la salud de los vecinos. La primera versión sostenía que se trataba de 15 mil litros y que no llegaría al río. Sin embargo, el abogado Samuel contrapone esa versión con datos contundentes: “La Justicia sostuvo que se trató de un millón setenta y dos mil litros. Según documentación de la empresa, se reconoce que fueron, por lo menos, 5 millones y medio de litros de cianuro derramados en el rio Potrerillos, que desemboca en el río Las Taguas, Río Blanco y Jáchal, y que sigue para unirse al río Bermejo, que es la cuenca más extensa de la República Argentina, termina como Río Colorado y desemboca en el Atlántico”. Solo este dato genera preocupación y miedo. Sin embargo, sólo fue el inicio de una cadena de “descuidos” asesinos.

Mientras un asambleísta nos ceba mate para hacerle frente a una mañana fría, Samuel parece dar clase: camina por la carpa y le muestra a este periodista didácticos mapas que ayudan a entender. “Tres son los derrames que acepta el gobierno de la Provincia de San Juan y la Barrick Gold”, comenta arrastrando las erres con esa bella tonada cuyana. Y aclara: “Septiembre de 2015 con 5 millones y medio de litros de cianuro, septiembre de 2016 con mucho más mercurio, y marzo de 2017. En los primeros dos derrames dijeron que no había llegado la contaminación al río, pero la Universidad detectó que si llegó”.

Preocupados, asustados (pero no paralizados), los vecinos continuaron denunciando: la carpa fue y es el lugar de encuentro, de denuncia, el rincón donde buscan fuerzas para pelear en una lucha desigual.

Siempre hay alguien en su interior. Saben que si la dejan por un momento deshabitada, alguien puede romperla, quemarla o “plantarles” algo para jugar con su desprestigio. De día, de siesta, de noche, constantemente hay alguien, se van turnando y cuidándose. Y siempre tienen un mortero con una bomba de estruendo preparado para encender y hacer explotar en el caso de que se enteren de algún derrame o de una actividad peligrosa. Esa bomba es la señal para que los vecinos se acerquen a la plaza y se enteren qué sucede. La bomba es el nuevo chasqui que lleva información.

Cuando promedia la mañana, dos mujeres entran a la carpa: son Nora y Carolina. Saludan con dos besos, uno en cada mejilla: “Acá se saluda así”, dicen. Las dos llevan remeras alusivas a la causa. Una dice “Jáchal no se toca”; la otra, “El agua vale más que el oro”.

Ambas son asambleístas y agradecen que estemos haciéndole una nota. “Acá pocos medios nos dan micrófono, están muy presionados por el poder político y por la pauta comercial”, dice Nora. “Con decirle que en el gran San Juan ni saben lo que pasa acá… los medios de esa ciudad tergiversan la información y nos muestran como anti mineros. No somos anti mineros, somos defensores del agua, lo que nos preocupa es la megaminería en las nacientes de nuestros ríos, porque sabemos la cantidad de agua que utilizan y las consecuencias que traen en la zona contaminando”, refuerza Carolina.

Mientras el mate pasa de mano en mano y más vecinos se acercan a la carpa, ambas cuentan con cierta nostalgia que hubo un tiempo donde eran más: “Se fueron achicando los números de compañeros de lucha, necesitan comer y el municipio les ofrece un contrato o una pasantía siempre y cuando no participen de la asamblea”.

El poder es así de cínico

Pero enseguida se reponen. Carolina abre grande sus ojos marrones, respira hondo, infla su pecho y dice: “No importa, hay que seguir, yo no podría mirar a mis hijos si no hago nada, porque si entrego el agua, entrego a mi pueblo. A veces me pregunto por qué estoy acá, en esta lucha y no le dedico más tiempo a la familia. Y enseguida me siento, le hablo a mis hijos y les digo que cuando me voy dos horas a la carpa lo hago por ellos y por el bien de todos los niños de Jáchal. Yo puedo comprarles agua en botellas, ¿pero cuántas familias toman agua contaminada?”, reflexiona.

Ambas explican que ningún habitante de Jáchal debería tomar agua de la canilla porque proviene del río y está contaminada. Y aclaran que las mismas aguas subterráneas están contaminadas. El sol ya asoma por las montañas, los rayos se cuelan entre las ramas de los árboles e invita al lugareño a acercarse a la plaza central. Dentro de la carpa, dos mujeres relatan que la salud de la ciudad está en peligro.

Nora fija su mirada en el mate, se puede ver la tristeza en su rostro: “En nuestro pueblo se muere mucha gente de cáncer, no tenemos números exactos, nos cansamos de pedir estadísticas al hospital más cercano y no nos dan respuesta, nos piden trámites burocráticos, pero caminando por la ciudad nos damos cuenta de que hay muchos enfermos y muertos de cáncer, por cuadra hay siempre uno o más enfermos. Hay gente joven, hay mucho cáncer de tiroides y leucemia”, precisa.

Llama la atención como los testimonios se repiten: son las mismas palabras que expresan los vecinos de los pueblos fumigados de provincias como Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba o Buenos Aires. El extractivismo agropecuario sojero y el de la minería a cielo abierto enferman y matan.

Pero a pesar de todo, estos soñadores enseñan con el ejemplo y la palabra: “Hay que participar -dice con absoluta convicción Nora- y no tener miedo porque este es nuestro futuro”. Carolina interrumpe y completa: “Todos tenemos que movilizarnos, porque es una problemática que atraviesa a todo el país, la cordillera es de todos y los glaciares nos proveen de agua a todo el país. El agua es un recurso de nuestro planeta. Tenemos que defender nuestros glaciares. Hay que tener una mirada global para proteger el recurso. El agua es la vida, la existencia del humano; no puedo decir hoy no tomo agua”.

En pocos minutos, con la simpleza de la gente del pueblo, ambas mujeres estaban dando una clase de geopolítica, de ecología, de sustentabilidad, pero fundamentalmente de tenaz dignidad.

Fuentes:
Ricardo Serruya, La Asamblea que lucha por un agua sin veneno, diciembre 2018, Revista Crítica.
Dibujo por Chelo Candia, de la serie Un dibujo por día contra la megaminería, el saqueo y la contaminación.

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