La cantidad de
residuos electrónicos producidos en el mundo solo en 2016 equivale
al peso de 4.500 torres Eiffel, según la Universidad de las Naciones
Unidas.
por Francesco Rodella
En el centro de
Accra, la capital de Ghana, hay una “llanura desolada donde el
cielo de repente es gris y no crece nada”. Es Agbogbloshie, uno de
los vertederos ilegales de basura electrónica más grandes del
mundo. Y así lo describe Jelena Bosnjakovic, una joven italiana que
estuvo allí el pasado julio para realizar un trabajo académico
sobre esta forma de contaminación moderna. “Hay personas,
incluidos menores, que trabajan allí y queman todo el tiempo la
basura para recuperar los materiales valiosos o los objetos que se
podrían reutilizar. Viven de eso”, agrega esta recién licenciada.
Ese lugar
infernal no es el único así existente en países en vías de
desarrollo, tal y como aseguran informes y trabajos periodísticos.
La mayoría de los residuos que se acumulan en estas áreas proceden
ilegalmente de Estados Unidos, Europa y China. Muchos contienen
materiales químicos peligrosos, sacados de las profundidades de la
Tierra y utilizados en la fabricación de móviles y otros
dispositivos. La contaminación derivada afecta al medio ambiente y a
los habitantes de aquellos sitios: esos vertidos pueden dejar huellas
en su sangre, según demuestra una serie de estudios científicos
publicado en 2017 por investigadores de la Universidad de las Palmas
de Gran Canaria. Los efectos para la salud de estas sustancias,
advierten los especialistas consultados, aún están largamente
desconocidos.
La pulsante
carrera tecnológica global dejó en herencia solo en 2016 45
millones de toneladas métricas de basura electrónica, según el
informe Global E-waste Monitor 2017, realizado por la Universidad de
las Naciones Unidas (UNU), el International Telecommunication Union
(ITU) y el International Solid Waste Association (ISWA). Lo que
equivale al peso de 4.500 torres Eiffel. El documento prevé además
para los años que vienen un aumento de estos residuos: en el 2021 se
superarán los 50 millones de toneladas métricas, según calculan
los autores.
Hay diferencias
abismales en la producción de basura electrónica entre las
distintas regiones del mundo, según este informe. En 2016, en EE UU
y Canadá cada habitante produjo en media unos 20 kg de estos
residuos. En Hong Kong (China), de media se produjeron 19 kilográmos
por persona. Los habitantes de los Estados miembros de la UE tiraron
a la basura 17,7 kilográmos de productos tecnológicos cada uno. Por
el otro lado, los 1.200 millones de habitantes del continente
africano generaron cada uno en media 1,9 kilogramos de residuos
electrónicos.
Problemas de
reciclaje y tráficos ilegales
A principios de
2017, uno de cada tres países no tenía una legislación nacional en
materia, según el informe de la UNU. “En muchas regiones de
África, América Latina o el sur-este de Asia ni siquiera se
reconoce la basura electrónica como tal”, afirma Vanessa Forti,
una de las autoras del informe de la UNU.
En la UE sí hay
una legislación estricta, explica la investigadora. Todos los países
miembros deben establecer puntos de recogida y de procesamiento de
los residuos, favorecer el diseño y la producción de aparatos
reutilizables y ofrecer datos anuales sobre cuánta basura
electrónica se genera y cuánta se recicla. Pero también en este
caso queda trabajo por hacer. “Para muchos países es difícil
desarrollar plantas eficientes. Reciclar algunos tipos de residuos y
recuperar todos los materiales es caro”, explica Forti.
Esta situación
hace que incluso en la UE se recicle menos de un 50% de la basura
electrónica generada. La brecha se extiende si se consideran los
datos a escala mundial. Según la UNU, el paradero de casi un 80% de
los residuos electrónicos producidos en todo el mundo en 2016 quedó
desconocido o no reportado.
También es un
problema de definiciones. El Convenio de Basilea, firmado en 1989 por
186 países establece que existen residuos peligrosos, que no se
pueden exportar como un producto comercial. Pero incluye también
entre los objetivos principales para conseguir mayor sostenibilidad
medioambiental la reutilización de los productos. El informe de la
UNU explica que, por eso, en el caso de los residuos electrónicos la
distinción entre si algo es basura o un objeto de segunda mano es
“un debate de larga data”.
Forti afirma que
esta indeterminación favorece tráficos ilegales de residuos
electrónicos. “Se exportan bajo la etiqueta de reutilizables
productos que en realidad no lo son. Uno de los métodos es hacerlos
pasar como donaciones para países en vías de desarrollo, aunque
cuando llegan a su destino no son utilizables”, asegura la
investigadora. El proyecto de la Unión Europea Countering WEEE Illegal Trade calculó que solo en 2012 se exportaron de la UE de
forma indocumentada 1,3 millones de toneladas de productos
electrónicos desechados. De ellos, se estima que un 30 % eran
residuos inutilizables. Así se explica por qué parte de la basura
electrónica producida en los países ricos acaba en lugares como
Agbogbloshie.
Basura en la
sangre de los más pobres
En ese vertedero,
donde se acumulan residuos como móviles rotos, pero también
aparatos más grandes y otro tipo de basura, “las personas trabajan
sin precauciones de ningún tipo”, cuenta Bosnjakovic. Las
condiciones de vida son ínfimas, según esta joven. “Hay gente que
vive en las neveras abandonadas o en las carrocerías de los coches”,
asegura. “Los materiales que salen de estos residuos peligrosos
pueden terminar en el suelo. También la tierra, en el sentido
físico, está enferma”.
No solo en
Agbogbloshie se sufre por esa contaminación. El segundo de los
estudios realizados en Canarias, publicado hace un año en
Enviromental Pollution, examinó la sangre de 245 individuos recién
llegados de 16 países africanos. Luis Alberto Henríquez, el autor
principal, asegura que se encontraron muchos elementos químicos
procedentes de los residuos tecnológicos. Los individuos con más
cantidades de sustancias peligrosas en el cuerpo, agrega, son los que
“venían de países importadores de basura electrónica o con más
desarrollo industrial”. En otro artículo, publicado en Environment International, se demostró una asociación entre la presencia de
estos metales y una mayor tasa de anemia.
El docente
asegura que algunos de estos elementos pertenecen al grupo de las
“tierras raras”, minerales como el sedium, el samarium o el
europium que hasta hace pocos años no se utilizaban y se quedaban en
el subsuelo. “A día de hoy no sabemos si son tóxicos para los
individuos ni sabemos los niveles a partir de los cuales pueden
producir toxicidad”. Argelia Castaño, directora del Centro
Nacional de Sanidad Ambiental, confirma que sobre muchos elementos
contenidos en los dispositivos electrónicos “realmente se sabe
poco” y cree que para conocer qué consecuencias pueden suponer
para la salud humana se necesitan estudios de biomonitorización
periódicos. “Lo primero que hay que hacer es ver si efectivamente
los niveles de contaminantes se están incrementando y en qué
poblaciones”, afirma.
En opinión de
Henríquez, “si nos pasamos los próximos 20 años quemando los
móviles y tirándolos a la basura, la cantidad de contaminantes
nuevos que nos pueden rodear va a ser muy alta”, alerta. Castaño
recuerda que los daños de la contaminación no se quedan solo en el
sitio donde se produce. “No hay ningún elemento en el mundo que
sea estanco”, asegura. Forti agrega: “Estos materiales pueden
penetrar en el subsuelo, en los acuíferos, y contaminar la cadena
alimenticia”.
La investigadora
de la UNU recuerda que reciclar los dispositivos electrónicos
permite sacar un beneficio importante, porque así se pueden
“recuperar materiales valiosos como oro y plata”. Por eso cree
que los productores tienen que dar prioridad al diseño de
dispositivos cuyos componentes se puedan intercambiar y reutilizar
para favorecer más sostenibilidad ambiental.
De propuestas
como esa habla también el trabajo de Jelena Bosnjakovic. Esta joven
afirma que en Agbogbloshie tocó realmente con mano las consecuencias
de la contaminación electrónica. “La manera en la que tratas al
medio ambiente se refleja en tu vida, en tus condiciones de salud y
en tu humanidad. El medio ambiente es tu casa”.
Dónde tirar el
móvil que ya no tiene arreglo
En España el
reciclaje de residuos electrónicos es obligatorio desde 2005. “Cada
vez que adquirimos un aparato electrónico, una pequeña proporción
de su precio final se destina a ese proceso de recogida y reciclaje”,
explica José Pérez, consejero delegado de Recyclia, la principal
plataforma de recogida de este tipo de basura en el país. Los
productores están obligados a financiar el reciclaje de estos
productos, pero toca a los ciudadanos hacer el primer paso.
Si se le rompe el
móvil y no sabe qué hacer con él, encontrar una salida sostenible
para el medioambiente no es muy complicado. “Se puede llevar a un
punto limpio municipal, o también entregarlo en cualquier
establecimiento comercial de más de 400 m2, ya que estos están
obligados a recoger cualquier aparato electrónico de menos de 25
centímetros para su reciclaje”, asegura Pérez.
Recyclia también
pone a disposición un servicio destinado explícitamente a la
recogida de residuos electrónicos. “Hay 665 puntos de recogida,
llamados Tragamóvil, desplegados por toda España en tiendas de
telefonía, servicios técnicos, ayuntamientos, universidades y
superficies comerciales”, añade el consejero delegado de la
plataforma.
De allí la
basura tecnológica se tiene que llevar a plantas de tratamiento
autorizadas. “Con las tecnologías de reciclaje disponibles
actualmente en nuestro país, entre el 85 y el 90 % de los materiales
contenidos en los residuos electrónicos ya se pueden reciclar”,
asegura Pérez. Según los datos de Recyclia, en 2017 se gestionaron
262.000 toneladas de estos residuos, un 16 % más que el año
anterior, lo que supone el 50 % del peso medio de los aparatos puestos
en el mercado en los tres años anteriores.
Fuentes:
Francesco Rodella, Las huellas de la basura tecnológica acaban en la sangre de los habitantes de África, 19/11/18, El País. Consultado 20/11/18.
La obra de arte que ilustra esta entrada fue creada por el artista Vic Muniz.
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