por Julio Vallana
Le iba muy bien
en cuanto a cumplir los mandatos establecidos en ciertos sectores
sociales, hasta que un día decidió decir basta, tomó una bicicleta
y se fue a viajar para ver si por ahí encontraba respuestas a su
vacío existencial. Descubrió realidades, otras miradas y continúa
buscando, aunque de lo que no tiene dudas es de la deconstrucción de
los conocimientos adquiridos para el ejercicio de su profesión de
ingeniero agrónomo. Mauricio Mattalia -asesor y productor
independiente, e integrante de un programa de ganadería sustentable
de la secretaría de Ganadería, Lechería y Recursos Naturales del
ministerio de Producción de Santa Fe- desnuda, desmitifica y
denuncia todos los resortes del modelo sojero.
La ciudad, el
campo y un descubrimiento
- ¿Dónde
naciste?
- En Santa Fe,
capital, calle 9 de Julio, donde mi abuela tenía una pensión, luego
viví en un barrio más afuera y lo que recuerdo es de los 3 o 4
años, en barrio Guadalupe. Pero como alquilaban, íbamos rotando.
- Barrio
Candioti, muy tranquilo y hermoso, donde andábamos en bicicleta y
patineta, nada que ver con lo que es ahora por el flujo de autos. Nos
metíamos a jugar en muchos baldíos, donde hoy hay edificios. Luego
recuerdo el centro.
- ¿Había
límites que no podías trasponer?
- No; mis padres
dormían la siesta y no sabían por dónde andábamos en bicicleta,
lugares que hoy serían prohibidos. La costanera, el ferrocarril y la
avenida Alem eran las referencias. Iba a La Salle y ahí hacíamos
deporte.
- ¿Otros juegos?
- Mucho deporte,
jugué al rugby, fútbol, iba al Club Regatas a nadar y remar, y
jugaba al ajedrez en el colegio.
- ¿Qué
actividad profesional desarrollaban tus padres?
- Mi papá es
consignatario de campos y mi mamá, ama de casa.
- ¿Sentías una
vocación?
- No, me atrapaba
viajar; me gustaba el campo -por mis abuelos de Santiago del Estero-
y la conexión con la Naturaleza y los animales, y lo acompañaba a
mi papá, así que veía paisajes hermosos. Cuando vino la época de
las computadoras, quedé atrapado, pero luego pasó.
- ¿Qué materias
te gustaban?
- Mucho
Matemáticas, Biología, Física, Educación Física, y algo de
Literatura y Química.
- ¿Leías?
- Sí, mucho y lo
sigo haciendo.
- ¿Los primeros
libros influyentes?
- Los de aventura
de Julio Verne, Emilio Salgari, Mac Twain, Jack London, José Mauro
Vasconcelos, Juan Salvador Gaviota, la Colección Robin Hood y a
veces los retomo (risas).
- ¿El primer
viaje iniciático?
- A los 7 años,
con mi papá, por su trabajo, cuando conocí la Cuña Boscosa de
Santa Fe y los Bajos Submeridionales. ¡Fue importante! Al igual que
Salta y Jujuy, la Quebrada de Humahuaca y la Montaña de los 7
Colores, e ir de vacaciones a Piriápolis. En Uruguay tengo un grupo
de gente amiga con quienes rescatamos saberes ancestrales. Me siento
más cómodo que en cualquier lugar de Argentina.
- ¿Por qué
estudiaste para ingeniero agrónomo?
- Tuve
orientación vocacional y averigüé sobre seis carreras:
Arquitectura, Arqueología, Ingeniería Agronómica, Forestal, Naval
y Biología. La elegí por la historia con mi papá y por mandato
encubierto. Tenía dudas y también pensé en no estudiar nada. Me
gustaba el norte de Santa Fe y del país como desafío para irme.
- ¿Por qué
vivís en Valle María?
- Cosas de la
vida que no entendés en un momento. Valle María me llamó; antes de
dejar todo -en 2010- compré como inversión la casa donde vivo, la
alquilé, me fui de viaje, cuando volví me la entregaron los
inquilinos y fui a vivir en agosto de 2013. Me permite estar a mitad
de camino del campo, ya que estoy a 150 metros. Hay muchas parcelas
de alfalfa y ganadería en las cuales no se fumiga, y se respeta un
poco esa cuestión. Cuando llego, siento paz, que no siento en la
ciudad.
Por sobre todo,
rentabilidad
- ¿Qué
paradigma predominaba?
- Nos mostraron
una fase de la agronomía y de los campos, muy orientada a la
administración y la renta, la tecnología y los insumos -lo que se
hace ahora. Apliqué eso en mi profesión.
- ¿En qué
momento te tomó la irrupción del paquete tecnológico de la soja?
- Comencé la
carrera en 1989 y terminé en 1994, y ni bien me gradué, trabajé en
Formosa y Corrientes. Estudié en Esperanza y en ese momento era la
transición. Actualmente es todo agricultura pero en ese momento era
ganadería –de producción de carne y tambos– con agricultura.
Quedan algunos tambos y todo es soja, con siembra directa. Los
transgénicos comenzaron a fines de la década de 1990. Mi perfil fue
de la ganadería, lo extensivo y los pastizales, así que no me
influyó, aunque sí lo de ver sólo la rentabilidad económica. La
ganadería extensiva te permite cuidar el paisaje pero siempre estaba
viendo cómo le podía sacar un poco más de dinero al territorio.
- ¿Cuándo
comenzaste a revisar ese enfoque?
- A partir de
2006 no me satisfacía lo que hacía, tuve una crisis personal fuerte
de pérdida del sentido, una separación, comencé a buscar un camino
más terapéutico y espiritual, a meditar, y vi lo que no me hacía
bien.
Enfoques
alternativos y enseñanzas de un viaje
- ¿Alguna
influencia particular?
- Varios eventos:
hice estudios y encuentros de Agricultura biodinámica -de Rudolf
Steiner- y conocí los libros Masanobu Fukuoka, quien integra la
producción con un camino filosófico budista. Fue un punto de
inflexión para la forma de ver mi profesión y la producción.
También el libro Arno Klocker y el pastoreo rotativo -un chileno
hijo de alemanes-,con mucho de agronómico y filosófico -escrito por
dos referentes de la UBA. Me cayó la ficha definitivamente al ir a
Bolivia cuando se hizo la Cumbre de los Pueblos Originarios por el
Cambio Climático. Cuando volví, decidí dejar todo lo que estaba
haciendo.
- ¿Cuál fue el
mayor desaprendizaje?
- No sabía qué
hacer y la única decisión fue dejar todo lo que hacía en Formosa,
por la profunda crisis existencial. Sólo sostenía lo que hacía por
lo económico y me animé a dejar -en diciembre de 2010. El único
cable a tierra era la Alianza del pastizal -un programa de producción
de carne sustentable-, pero tampoco pude canalizar la crisis por
allí, así que me tomé un año sabático y me fui viaje en
bicicleta por Sudamérica.
- ¿Tenías un
destino previsto?
- Sí, pero no
ocurrió (risas). Fue un gran viaje porque me llegó otro sentido del
sentir latinoamericano, ya que me eduqué siempre mirando a Europa.
- ¿Te sirvió
para integrar las nuevas miradas y búsqueda que hacías?
- Más o menos;
en realidad fue comenzar a deconstruir una imagen errónea.
Pedaleando por el Salar de Uyuni –en Bolivia– pensaba que me iba
a morir de frío, me rescató una familia que iba en un camión y fue
una experiencia que me hizo ver la solidaridad y la humildad. Estuve
con muchas familias campesinas humildes, y me generó mucha empatía
y fortaleza.
- ¿Y en cuanto a
tu forma de ejercer la agronomía?
- Tanto en el
norte argentino como en la parte andina en Perú, Bolivia, Ecuador,
Colombia y Venezuela, no existe la llanura como acá y si la hay, es
selva. Los campos son parcelas chicas, lo cual hace que subsistan y
persistan las familias campesinas -algo que me resultó novedoso. Eso
está ligado a las ferias de las ciudades y pueblos, como lugar de
encuentro, también, social y cultural entre el productor y
consumidor.
- También las
hubo por estos lares.
- Se fueron
perdiendo porque el sistema de agricultura desplazó del campo a las
familias, y muchas se fueron a vivir a las ciudades. Los campos se
industrializaron con el sistema moderno y los agroquímicos, muchos
son taperas, casas abandonadas, molinos rotos, tanques y bebederos
con yuyos, y alambres caídos. Donde estuve, la forma de producir en
muchos casos es agroecológica, algo que está comenzando a ocurrir
en Paraná, con el surgimiento, también, de algunas ferias.
El desierto de
soja
- ¿Una postal
del proceso de sojización?
- Conozco todo el
proceso porque la primera soja comenzó a sembrarse a principios de
la década de 1980. Cuando volví del viaje en bicicleta llegué a
Paraná y salí por Entre Ríos y Uruguay, y yendo por un camino de
tierra hacia la ruta 18, escribí un relato que se llama El desierto
de soja.
- ¿Por qué?
- Por los campos
con las casas abandonadas, los molinos caídos, el tanque australiano
roto y con yuyos; me sentí solo y con angustia, algo que no me había
pasado en otros lugares. Es un paisaje que hoy continúa. Son los
pasos lógicos del desarrollo capitalista, extractivista y
patriarcal, y de los sistemas intensivos de producción de pollos,
cerdos y ganado, que está terminando porque el daño, el agotamiento
de los suelos, la injusticia y la marginalidad se notan mucho. A la
par y muy incipiente se observa algo nuevo –como la Agroecología y
los sistemas de producción biológicos o naturales– con distintas
miradas integradoras. Son sistemas que le dicen sí a la vida y a sus
ciclos naturales, y ésa es su fortaleza por el equilibrio que tienen
y por incorporar al hombre. Es un cambio de paradigma y de
consciencia. A quienes trabajamos en el medio rural, nos interpenetra
profundamente y las personas urbanas con cierta consciencia también
comienzan a ser parte.
- ¿Se puede
hacer una prospectiva del agravamiento de las consecuencias del
modelo sojero, de continuar con el actual nivel de intensidad?
- Comencé a ver
mi profesión desde la salud de las personas y del ambiente. En la
salud hay un deterioro y las generaciones más jóvenes son las que
más problemas tienen. En cuanto a la salud de los campos y los
bosques, hay un retroceso que se tiene que frenar ya. Hay que volver
a conectar con la Tierra, el paisaje y las personas de esos lugares,
y cuidar los derechos de la Madre Tierra, más allá de que lo
económico y la renta tengan que estar. Tenemos que construir la
transición con los productores y campesinos, atravesando los
conflictos de sojeros, agroecólogos y técnicos. Lo bueno es que las
herramientas y la tecnología están. Hay que hacerlo entre todos.
- ¿Cómo incide
la primarización de la economía argentina y el falso axioma de
salvarse con una cosecha?
- Juega
totalmente en contra porque Argentina jamás competirá con China o
Europa en tecnología, pero hay tecnologías intermedias relacionadas
al agro con las cuales sí. Con muy poco capital, un grupo de
productores pueden hacer aceite ecológico o harinas integrales
agroecológicas, y es un pequeño paso de valor agregado y aumenta la
necesidad de gente trabajando. En cuanto al campo más tradicional,
si parte de la familia volviese al lugar, vuelven los frutales, las
gallinas, los patos, la huerta... como era con mis abuelos, y es otro
valor agregado porque ya no compran en el súper.
- ¿Tenés dudas
sobre los efectos de los agrotóxicos?
- Es muy grave,
porque los laboratorios mienten. Si fuesen con la verdad o tuviesen
consciencia, ya hubieran retirado del circuito de los países que
permitimos todavía productos que en otros –Estados Unidos y de
Europa– están prohibidos. Lo mismo con los remedios. Muchos de los
laboratorios de agroquímicos son de productos farmacéuticos, o sea
que por un lado te envenenan y por el otro te dan el remedio para
tenerte como víctima y esclavo. Hay una forma de medir el nivel de
toxicidad y es la dosis letal 50, establecida cuando mata el 50 por
ciento de una población de ratas. En esto hay cierta mentira porque
se refiere a una dosis instantánea pero no sobre el efecto residual
y acumulativo de 20 o 0 años. Hay trabajos muy importantes de
(David) Lagmanovich –quien trabaja en el Conicet y en la UNL–
sobre la residualidad de los agrotóxicos en anfibios y reptiles, y
unas médicas que trabajan sobre las malformaciones que produce el
glifosato. Lo otro grave es pensar que si podemos producir sin
agroquímicos -más barato y autónomamente- por qué lo hacemos. La
respuesta es la cadena de publicidad, marketing, lobby y poder
económico constante sobre las leyes para que el productor no pueda
quedarse con las semillas y poner trabas, más el sistema de
financiamiento de los insumos de la cosecha. Hay muchos jugadores que
no son los productores, sino financistas, bancos e inversionistas.
Sin ánimo de ofender, es una timba.
Ciclos naturales
y escalas
- ¿Cómo definís
la Agroecología?
- Es muy amplio;
es el volver a mirar al agro con la mirada de los ciclos naturales de
vida, entender al campo, sus familias y el paisaje, como un ciclo de
vida.
- ¿Para eso hay
que modificar la escala productiva?
- No, al
contrario; permite que existan las pequeñas escalas y parcelas
pequeñas. Conozco familias que producen en media o una hectárea, y
también es viable. Depende si es horticultura, agricultura, granja,
fruticultura, ganadería o todo eso integrado. La mirada
agroecológica permite deconstruir la barrera de la escala productiva
y el tamaño del campo. Es una mirada más amplia e integradora.
- ¿Experiencias
atractivas?
- Muchos de los
campos ganaderos de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Chaco y
Formosa -que son de producciones extensivas- tienen un poco de la
filosofía de la sustentabilidad, porque todavía hay familias con
amor por la tierra -una connotación agroecológica. En cuanto a
campos de producción agroecológica, conozco varios casos que son
viables y les va bien. Trabajé en un programa en Hersilia -Santa Fe-
donde hay una ordenanza de restricción de fumigación hasta 800
metros y hay 1.100 hectáreas que no se pueden fumigar, en las cuales
con un compañero trabajábamos con 20 productores. Lo siguen
haciendo y cada vez con mejoras, porque no se fumiga y la Naturaleza
vuelve a un clímax de equilibrio. En Entre Ríos está el caso de
(la granja agroecológica) La Porota, con un proceso muy interesante,
al igual que el de Naturaleza Viva -en Santa Fe-, que además tiene
pequeñas industrias. En Colombia estuve en ecoaldeas y en Europa
tiene bastante desarrollo el neorruralismo, con gente que no es del
palo agropecuario, pero que se van de la ciudad al campo.
"Soy
autocrítico con lo hecho y algunos productores también"
Mattalia asegura
que la Revolución Verde "fracasó" por lo que estima
inconciliable la Agroecología con los cultivos genéticamente
modificados. "El actual modelo de desarrollo genera la
dependencia del productor, de los laboratorios y las semilleras",
enfatiza.
- ¿Es
conciliable la Agroecología con lo genéticamente modificado?
- No, porque en
el caso de Argentina, lo genéticamente modificado está relacionado
con la Revolución Verde, que es un fracaso. Su desarrollador -Norman
Borlaug- enfocado en los trigos y maíces de alta producción
quería resolver el hambre del mundo y no sucedió, y hay más
desigualdad entre los que tienen y los que tienen menos. Es un
desarrollo que genera dependencia del productor, de los laboratorios
y las semilleras. Durante miles de años no fue así, salvo en los
últimos 40 años.
- ¿Y conciliar
la producción intensiva con la preservación de los recursos?
- Los cambios se
están dando dentro de las instituciones y en la carrera de Agronomía
de Esperanza hay un postgrado de Agroecología, cátedras con estos
contenidos y sobre Soberanía alimentaria, y los estudiantes
demandan.
- ¿Hay una
reflexión o autocrítica del papel que han cumplido y cumplen los
ingenieros agrónomos en el proceso de sojización?
- Algunos
productores y técnicos sí; comienza a haber una autocrítica con lo
que hicieron y con lo que hacen. Soy autocrítico con lo que hice,
porque somos frutos de una construcción educativa y cultural de
siglos. Están los que no, los más radicales que dicen que hay que
alimentar el mundo, mientras que es inexplicable que haya
desnutrición. No se trata de falta de alimentos sino de injusticia
social y mala distribución. Los números tampoco son fáciles y
muchos productores cuando hablamos de estas cosas, reconocen que lo
que hacen no está bien y que es para criticar, pero no saben cómo
hacer otra cosa. Es algo real, porque a mí también me pasaba.
- ¿El cuidado
del medio ambiente es ajeno a la formación del ingeniero agrónomo?
- Había una
materia que era Ecología, con un enfoque muy general. La
Agroecología es la Ecología aplicada al agro y la parcela rural.
Hoy las facultades están cambiando.
Fuente:
Julio Vallana, "Hay un deterioro de la salud y los campos por los agrotóxicos", 02/11/18, UNO Entre Ríos. Consultado 15/11/18.
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