Central nuclear José Cabrera, en Guadalajara, España, dejó de operar en 2006. Foto: Marina Segura/ EFE |
En este artículo abordamos el debate sobre la llamda "vida útil" de las centrales nucleares atendiendo a su envejecimiento, a las empresas responsables, a la generación de residuos y al estado de las infraestructuras españolas. La responsabilidad para con las generaciones futuras y el desigual reparto de beneficios y gastos en el mantenimiento de este sistema suponen unas dudas demasiado profundas para el mantenimiento del presente modelo.
por Francisco
Castejón
Un visitante
asiduo de nuestro blog de El Salto que se hace llamar Operador
escribió una interesante disertación sobre la “vida útil” de
las centrales nucleares. Este artículo desea entrar en ese debate,
ya que muy interesante y muy de actualidad es cuánto tiempo puede
funcionar una central nuclear, cuál es su “vida útil”. Tanto
los partidarios como los detractores de esta fuente de energía
rechazamos el concepto de vida útil. Los partidarios lo rechazan
porque dicen que el tiempo de funcionamiento depende de las mejoras y
el mantenimiento que se le haga a la central. Según éstos, el
tiempo de funcionamiento de un reactor no está limitado, pues es
posible mantenerlo en unos niveles aceptables de seguridad, siempre
que se tomen las acciones apropiadas y se invierta lo necesario.
Para los
detractores de la energía nuclear de fisión, entre los que me
incluyo, el concepto tampoco tiene sentido porque las centrales nunca
deberían haberse puesto en marcha. El riesgo de accidente, por baja
que sea la probabilidad de éste, es inaceptable y además las
nucleares generan residuos de alta actividad con una duración de
cientos de miles de años.
Se puede añadir
con sorna que el concepto “vida útil” no puede tener sentido
pues una central nuclear no está viva y que resulta más inútil que
útil. Sin embargo, sí merece la pena bajar a la arena y plantearse
el debate de la duración del parque nuclear español, pues en estos
momentos es necesario establecer un calendario de cierre de las
centrales y habrá que decidir cuál es el tiempo que, de la forma
menos insensata, puede funcionar un reactor nuclear.
Desde el punto
de vista económico, el tiempo clave es aquel en que las centrales
estén ya amortizadas. Hasta la liberalización del sistema
eléctrico, en 1997, el precio del kWh producido por las diferentes
tecnologías se fijaba mediante el sistema de costes reconocidos: era
el llamado Marco Legal Estable. En el caso de las nucleares, el coste
mayor a considerar era el de amortización. Por tanto, los
propietarios metían en el precio del kWh un coste de amortización,
que podía alcanzar el 75 % del precio total, y que variaba según
las circunstancias. Por ejemplo, se podía usar como medida de
presión para alargar el funcionamiento de las centrales, aduciendo
que aún no estaban amortizadas. A partir de la liberalización, el
precio se fija mediante subastas marginales y la nuclear entra
siempre en el pool, por lo que la fijación de un coste de
amortización pasa a no tener sentido. El hecho es que el kWh nuclear
se viene pagando desde ese momento a precio de gas y que esto hace
que todos los reactores estén ya más que amortizados, pues en el
momento de la aplicación del Protocolo Eléctrico que liberalizaba
estas actividades, hace ahora 19 años, todos los reactores españoles
ya casi lo estaban. A partir del momento de la amortización de la
central, el coste del kWh nuclear es muy bajo para sus productores
(entre 1,3 y 1,8 c€ dependiendo de las centrales), dado que no se
incluyen los costes ocultos, como la gestión a largo plazo de los
residuos de alta actividad. Y dado que, como se ha dicho, en este
mercado marginalista todas las fuentes se pagan a precio de gas en la
mayoría de las ocasiones, el kWh nuclear se paga a más del triple
de lo que cuesta producirlo. De ahí el interés de sus propietarios
en mantener estas instalaciones en funcionamiento el mayor tiempo
posible.
Desde el punto de
vista de ingeniería el tiempo de “vida” es de 40 años. Se
supone que los sistemas están diseñados para funcionar ese tiempo,
sin que se produzcan fallos. Esta evaluación ingenieril del tiempo
de funcionamiento está fundamentada cuando se realizan operaciones
industriales rutinarias, bien establecidas, que se han practicado en
numerosas ocasiones. Pero en el caso de las centrales nucleares hay
que poner cuatros importantes objeciones.
La primera de
ellas es que los diseños teóricos no siempre se llevan a la
práctica de forma correcta y el producto final no es el previsto por
los cálculos ideales de la ingeniería. Un ejemplo de este hecho lo
tenemos en la central nuclear de Trillo (Guadalajara), donde tras el
programa de inspecciones conocido como AEOS (Análisis de Experiencia
Operativa y Sistemas), que se llevó a cabo a finales de los años 90
del siglo pasado, se descubrieron unas 200 anomalías, muchas de
ellas existentes desde el momento de la puesta en marcha de la
central.
La segunda
objeción es que algunas de las tecnologías que se han introducido
en las centrales están en el estado del arte y que, por eso, han
dado sorpresas desagradables en la operación de los reactores
nucleares. El problema más llamativo que aparece en algunos equipos
de los reactores es el de la corrosión. El fenómeno conocido como
“corrosión intergranular bajo tensión” se descubrió, por
ejemplo, en la central nuclear de Zorita (Guadalajara). Las emisiones
radiactivas afectan la naturaleza química del metal ,que puede
presentar fisuras o tensiones debidas, por ejemplo, a las operaciones
de soldadura. Este conjunto de factores hace que aparezca la
corrosión en elementos tales como las tapas de las vasijas o las
penetraciones de las barras de control, dando lugar a fisuras que
llegan a amenazar con la rotura de la barrera de presión del
reactor. Nadie predijo que esa corrosión iba a hacer acto de
presencia antes de los 40 años de funcionamiento. Sin embargo ha
sido prácticamente ubicua y ha afectado a la ya citada central
nuclear de Zorita (Guadalajara), a Garoña (Burgos), a los
generadores de vapor de Ascó I y II (Tarragona) y de Almaraz I y II (Cáceres) y a las tapas de los reactores de Ascó, entre otros
ejemplos.
La tercera
objeción tiene que ver con el hecho de que no se contempla la
interacción entre el conjunto de los componentes y las sinergias
negativas pueden jugar malas pasadas. Así, el accidente de Vandellós I (Tarragona), que tuvo lugar en 1989, comenzó con un incendio en
una turbina, lejos del reactor. Sin embargo el fuego se transmitió
al reactor a través de los cables eléctricos. El sistema de
refrigeración del reactor se vio afectado y estuvimos cerca de que
se produjera la fusión del núcleo. No bastaba, por tanto, con
diseñar cables o sistemas de refrigeración que funcionaran 40 años,
sino que es imprescindible analizar a fondo las posibles sinergias y
ver cual es el eslabón más débil de la cadena.
Finalmente, hay
que tener en cuenta el cuidado, el mantenimiento de los sistemas y la
cultura de seguridad de los operadores de la central. Una mala
cultura de seguridad y un desprecio por la degradación de los
sistemas que hacen aumentar la seguridad de la central supone una
amenaza que, desgraciadamente, no deja de ser común. Existen
múltiples ejemplos en que una deficiente cultura de seguridad de los
explotadores ha aumentado el riesgo de accidente. Un buen ejemplo de
esto podría ser la rotura de la tubería de refrigeración de las
aguas de sistemas esenciales de Vandellós II (Tarragona) en 2005. La
rotura se produce por el mal mantenimiento de la tubería, cuyos
registros se pintaron con una pintura inapropiada. La rotura se
produjo mucho antes de lo previsto por los cálculos de ingeniería y
la probabilidad de accidente aumentó sustancialmente de forma
inaceptable.
Cuando una
central llega a un tiempo de funcionamiento en torno a los 40 años
entra en lo que se llama “extensión de vida útil”. El deseo de
sus propietarios es que funcionen el mayor tiempo posible, dado que
los reactores están ya amortizados y las ganancias de los
propietarios son muy grandes. La extensión de vida consiste en
cambiar los sistemas necesarios para alargar al máximo el
funcionamiento de los reactores. En estos cambios se mira, por
ejemplo, a qué sistemas de la central afecta la corrosión de la que
hablamos más arriba. O se miran los sistemas de control y
seguimiento de los parámetros del reactor. Son claves también la
actualización de los sistemas eléctricos y de la protección contra
incendios. Sin embargo, el núcleo del reactor no puede ser cambiado
a un precio razonable, así como tampoco puede serlo el circuito
primario en su totalidad. Y a menudo son justo esos sistemas los
afectados por la corrosión.
Pero además, si
alguien propone la prolongación del funcionamiento de las centrales
nucleares debería explicar qué hay que hacer con los residuos
radiactivos generados y, por supuesto, debería garantizar que su
gestión completa es pagada por quienes los han generado. No es
aceptable de otra manera mantener en funcionamiento las centrales
permitiendo así que se agrave el problema, al aumentar la cantidad
de residuos que nos tocará gestionar. En estos momentos el vigente
6º Plan General de Residuos Radiactivos está completamente
obsoleto. En él se preveía, por ejemplo, la construcción en 2010
de un Almacén Temporal Centralizado (ATC), donde se depositarían de
forma transitoria los residuos de alta actividad procedentes de todas
las centrales nucleares españolas.
La elección del
emplazamiento en Villar de Cañas (Cuenca) no pudo ser más
desafortunada, dados los problemas geológico de los terrenos. Por
eso y por la oposición social ha fracasado el proyecto. Pero ni
siquiera sería aceptable un emplazamiento perfecto, puesto que el
ATC sólo es un parche para aplazar la difícil decisión de qué
hacer con unas sustancias que serán peligrosas durante cientos de
miles de años. Con el ATC, la decisión se aplaza hasta más allá
de 2080, cuando no exista ninguno de los actores actuales y sean
otras generaciones las que tengan que sufrir las consecuencias de
esta fuente de energía. Quizá ni siquiera existan las empresas que
los generaron, con lo que será imposible reclamarles la
responsabilidad de la gestión.
Hoy en día no
son sólo los residuos de alta actividad el problema a resolver,
también tenemos el problema de los residuos de media, baja y muy
baja actividad. En estos momentos, estos residuos se depositan en el
cementerio nuclear de El Cabril (Córdoba), ubicado en un
emplazamiento inadecuado y a punto de saturarse cuando sólo se han
desmantelado dos de las diez centrales españolas. Es perentorio
también hacer una propuesta para estos residuos y, asimismo, cubrir
los gastos de su gestión. El Cabril no debería ser ampliado pero
quien propone la prolongación del funcionamiento de los reactores
debería también explicar públicamente cuál es su propuesta.
En estos momentos
en que se ha demostrado que las centrales nucleares no son necesarias
y no van a formar parte del mix energético futuro, el debate es, en
efecto, cuándo es sensato cerrar las que funcionan hoy en día.
Dados los argumentos desarrollados en este artículo, lo más sensato
y ajustado a derecho es ir cerrándolas según expiren sus permisos
de explotación, atendiendo únicamente a la garantía de suministro.
Francisco Castejón dirige la campaña antinuclear de Ecologistas en acción
Fuente:
Francisco Castejón, ¿Cuánto tiempo puede funcionar una central nuclear?, 26/11/18, El Salto Diario. Consultado 28/11/18.
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