miércoles, 28 de noviembre de 2018

¿Cuánto tiempo puede funcionar una central nuclear?


Central nuclear José Cabrera, en Guadalajara, España, dejó de operar en 2006. Foto: Marina Segura/ EFE

En este artículo abordamos el debate sobre la llamda "vida útil" de las centrales nucleares atendiendo a su envejecimiento, a las empresas responsables, a la generación de residuos y al estado de las infraestructuras españolas. La responsabilidad para con las generaciones futuras y el desigual reparto de beneficios y gastos en el mantenimiento de este sistema suponen unas dudas demasiado profundas para el mantenimiento del presente modelo.

por Francisco Castejón

Un visitante asiduo de nuestro blog de El Salto que se hace llamar Operador escribió una interesante disertación sobre la “vida útil” de las centrales nucleares. Este artículo desea entrar en ese debate, ya que muy interesante y muy de actualidad es cuánto tiempo puede funcionar una central nuclear, cuál es su “vida útil”. Tanto los partidarios como los detractores de esta fuente de energía rechazamos el concepto de vida útil. Los partidarios lo rechazan porque dicen que el tiempo de funcionamiento depende de las mejoras y el mantenimiento que se le haga a la central. Según éstos, el tiempo de funcionamiento de un reactor no está limitado, pues es posible mantenerlo en unos niveles aceptables de seguridad, siempre que se tomen las acciones apropiadas y se invierta lo necesario.

Para los detractores de la energía nuclear de fisión, entre los que me incluyo, el concepto tampoco tiene sentido porque las centrales nunca deberían haberse puesto en marcha. El riesgo de accidente, por baja que sea la probabilidad de éste, es inaceptable y además las nucleares generan residuos de alta actividad con una duración de cientos de miles de años.

Se puede añadir con sorna que el concepto “vida útil” no puede tener sentido pues una central nuclear no está viva y que resulta más inútil que útil. Sin embargo, sí merece la pena bajar a la arena y plantearse el debate de la duración del parque nuclear español, pues en estos momentos es necesario establecer un calendario de cierre de las centrales y habrá que decidir cuál es el tiempo que, de la forma menos insensata, puede funcionar un reactor nuclear.

Desde el punto de vista económico, el tiempo clave es aquel en que las centrales estén ya amortizadas. Hasta la liberalización del sistema eléctrico, en 1997, el precio del kWh producido por las diferentes tecnologías se fijaba mediante el sistema de costes reconocidos: era el llamado Marco Legal Estable. En el caso de las nucleares, el coste mayor a considerar era el de amortización. Por tanto, los propietarios metían en el precio del kWh un coste de amortización, que podía alcanzar el 75 % del precio total, y que variaba según las circunstancias. Por ejemplo, se podía usar como medida de presión para alargar el funcionamiento de las centrales, aduciendo que aún no estaban amortizadas. A partir de la liberalización, el precio se fija mediante subastas marginales y la nuclear entra siempre en el pool, por lo que la fijación de un coste de amortización pasa a no tener sentido. El hecho es que el kWh nuclear se viene pagando desde ese momento a precio de gas y que esto hace que todos los reactores estén ya más que amortizados, pues en el momento de la aplicación del Protocolo Eléctrico que liberalizaba estas actividades, hace ahora 19 años, todos los reactores españoles ya casi lo estaban. A partir del momento de la amortización de la central, el coste del kWh nuclear es muy bajo para sus productores (entre 1,3 y 1,8 c€ dependiendo de las centrales), dado que no se incluyen los costes ocultos, como la gestión a largo plazo de los residuos de alta actividad. Y dado que, como se ha dicho, en este mercado marginalista todas las fuentes se pagan a precio de gas en la mayoría de las ocasiones, el kWh nuclear se paga a más del triple de lo que cuesta producirlo. De ahí el interés de sus propietarios en mantener estas instalaciones en funcionamiento el mayor tiempo posible.

Desde el punto de vista de ingeniería el tiempo de “vida” es de 40 años. Se supone que los sistemas están diseñados para funcionar ese tiempo, sin que se produzcan fallos. Esta evaluación ingenieril del tiempo de funcionamiento está fundamentada cuando se realizan operaciones industriales rutinarias, bien establecidas, que se han practicado en numerosas ocasiones. Pero en el caso de las centrales nucleares hay que poner cuatros importantes objeciones.

La primera de ellas es que los diseños teóricos no siempre se llevan a la práctica de forma correcta y el producto final no es el previsto por los cálculos ideales de la ingeniería. Un ejemplo de este hecho lo tenemos en la central nuclear de Trillo (Guadalajara), donde tras el programa de inspecciones conocido como AEOS (Análisis de Experiencia Operativa y Sistemas), que se llevó a cabo a finales de los años 90 del siglo pasado, se descubrieron unas 200 anomalías, muchas de ellas existentes desde el momento de la puesta en marcha de la central.

La segunda objeción es que algunas de las tecnologías que se han introducido en las centrales están en el estado del arte y que, por eso, han dado sorpresas desagradables en la operación de los reactores nucleares. El problema más llamativo que aparece en algunos equipos de los reactores es el de la corrosión. El fenómeno conocido como “corrosión intergranular bajo tensión” se descubrió, por ejemplo, en la central nuclear de Zorita (Guadalajara). Las emisiones radiactivas afectan la naturaleza química del metal ,que puede presentar fisuras o tensiones debidas, por ejemplo, a las operaciones de soldadura. Este conjunto de factores hace que aparezca la corrosión en elementos tales como las tapas de las vasijas o las penetraciones de las barras de control, dando lugar a fisuras que llegan a amenazar con la rotura de la barrera de presión del reactor. Nadie predijo que esa corrosión iba a hacer acto de presencia antes de los 40 años de funcionamiento. Sin embargo ha sido prácticamente ubicua y ha afectado a la ya citada central nuclear de Zorita (Guadalajara), a Garoña (Burgos), a los generadores de vapor de Ascó I y II (Tarragona) y de Almaraz I y II (Cáceres) y a las tapas de los reactores de Ascó, entre otros ejemplos.

La tercera objeción tiene que ver con el hecho de que no se contempla la interacción entre el conjunto de los componentes y las sinergias negativas pueden jugar malas pasadas. Así, el accidente de Vandellós I (Tarragona), que tuvo lugar en 1989, comenzó con un incendio en una turbina, lejos del reactor. Sin embargo el fuego se transmitió al reactor a través de los cables eléctricos. El sistema de refrigeración del reactor se vio afectado y estuvimos cerca de que se produjera la fusión del núcleo. No bastaba, por tanto, con diseñar cables o sistemas de refrigeración que funcionaran 40 años, sino que es imprescindible analizar a fondo las posibles sinergias y ver cual es el eslabón más débil de la cadena.

Finalmente, hay que tener en cuenta el cuidado, el mantenimiento de los sistemas y la cultura de seguridad de los operadores de la central. Una mala cultura de seguridad y un desprecio por la degradación de los sistemas que hacen aumentar la seguridad de la central supone una amenaza que, desgraciadamente, no deja de ser común. Existen múltiples ejemplos en que una deficiente cultura de seguridad de los explotadores ha aumentado el riesgo de accidente. Un buen ejemplo de esto podría ser la rotura de la tubería de refrigeración de las aguas de sistemas esenciales de Vandellós II (Tarragona) en 2005. La rotura se produce por el mal mantenimiento de la tubería, cuyos registros se pintaron con una pintura inapropiada. La rotura se produjo mucho antes de lo previsto por los cálculos de ingeniería y la probabilidad de accidente aumentó sustancialmente de forma inaceptable.

Cuando una central llega a un tiempo de funcionamiento en torno a los 40 años entra en lo que se llama “extensión de vida útil”. El deseo de sus propietarios es que funcionen el mayor tiempo posible, dado que los reactores están ya amortizados y las ganancias de los propietarios son muy grandes. La extensión de vida consiste en cambiar los sistemas necesarios para alargar al máximo el funcionamiento de los reactores. En estos cambios se mira, por ejemplo, a qué sistemas de la central afecta la corrosión de la que hablamos más arriba. O se miran los sistemas de control y seguimiento de los parámetros del reactor. Son claves también la actualización de los sistemas eléctricos y de la protección contra incendios. Sin embargo, el núcleo del reactor no puede ser cambiado a un precio razonable, así como tampoco puede serlo el circuito primario en su totalidad. Y a menudo son justo esos sistemas los afectados por la corrosión.

Pero además, si alguien propone la prolongación del funcionamiento de las centrales nucleares debería explicar qué hay que hacer con los residuos radiactivos generados y, por supuesto, debería garantizar que su gestión completa es pagada por quienes los han generado. No es aceptable de otra manera mantener en funcionamiento las centrales permitiendo así que se agrave el problema, al aumentar la cantidad de residuos que nos tocará gestionar. En estos momentos el vigente 6º Plan General de Residuos Radiactivos está completamente obsoleto. En él se preveía, por ejemplo, la construcción en 2010 de un Almacén Temporal Centralizado (ATC), donde se depositarían de forma transitoria los residuos de alta actividad procedentes de todas las centrales nucleares españolas.

La elección del emplazamiento en Villar de Cañas (Cuenca) no pudo ser más desafortunada, dados los problemas geológico de los terrenos. Por eso y por la oposición social ha fracasado el proyecto. Pero ni siquiera sería aceptable un emplazamiento perfecto, puesto que el ATC sólo es un parche para aplazar la difícil decisión de qué hacer con unas sustancias que serán peligrosas durante cientos de miles de años. Con el ATC, la decisión se aplaza hasta más allá de 2080, cuando no exista ninguno de los actores actuales y sean otras generaciones las que tengan que sufrir las consecuencias de esta fuente de energía. Quizá ni siquiera existan las empresas que los generaron, con lo que será imposible reclamarles la responsabilidad de la gestión.

Hoy en día no son sólo los residuos de alta actividad el problema a resolver, también tenemos el problema de los residuos de media, baja y muy baja actividad. En estos momentos, estos residuos se depositan en el cementerio nuclear de El Cabril (Córdoba), ubicado en un emplazamiento inadecuado y a punto de saturarse cuando sólo se han desmantelado dos de las diez centrales españolas. Es perentorio también hacer una propuesta para estos residuos y, asimismo, cubrir los gastos de su gestión. El Cabril no debería ser ampliado pero quien propone la prolongación del funcionamiento de los reactores debería también explicar públicamente cuál es su propuesta.

En estos momentos en que se ha demostrado que las centrales nucleares no son necesarias y no van a formar parte del mix energético futuro, el debate es, en efecto, cuándo es sensato cerrar las que funcionan hoy en día. Dados los argumentos desarrollados en este artículo, lo más sensato y ajustado a derecho es ir cerrándolas según expiren sus permisos de explotación, atendiendo únicamente a la garantía de suministro.
Francisco Castejón dirige la campaña antinuclear de Ecologistas en acción
Francisco Castejón, ¿Cuánto tiempo puede funcionar una central nuclear?, 26/11/18, El Salto Diario. Consultado 28/11/18.

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