Hace 15 años un
grupo de familias brasileñas ocuparon tierras en barbecho. Los
suelos contaminados del pasado se han convertido hoy en campos sanos
y cultivables.
por Ciara Long
Cuando Jonas de
Souza pisó por primera vez las tierras de labranza en la costa Este
de Brasil, se encontró en medio de un terreno baldío, en una zona
casi muerta. Botellas vacías de pesticida por todas partes, el suelo
estaba completamente arruinado. "Normalmente el suelo contiene
mucha vida”, dice Souza. "Pero aquí era casi imposible
encontrar un solo gusano vivo. Ocurría lo mismo con el río: no
había peces porque todo había sido contaminado por pesticidas”.
Era el año 2003
y acababa de llegar con otras 19 familias para ocupar esta tierra
abandonada. En ella se extiende una porción de la Mata Atlántica,
un bosque que ha sido explotado de tal manera que está perdiendo
biodiversidad a un ritmo tan rápido que recientemente los
investigadores lo han descrito como un "vórtice de extinción”.
La tierra había
sido sobreexplotada durante años de cría de búfalos, pero Souza,
que es agricultor, creía que era rescatable y que la producción
sostenible podía ayudar a recuperar el ecosistema forestal.
Quince años
después, el campamento José Lutzenberger, llamado así en honor a
un reconocido ambientalista brasileño, cultiva de todo, desde café
hasta repollo, y todo ello sin pesticidas. Cerca del 90 por ciento de
las 20 toneladas de alimentos que se producen al mes se envían a
escuelas públicas de la región como parte de un programa de
almuerzo gratuito, mientras que el resto se divide entre la venta en
los mercados locales y la alimentación de las familias del
campamento.
Recuperando la
naturaleza mediante la agricultura
Para recuperar la
tierra, los campesinos del campamento utilizaron métodos de cultivo
tradicionales en armonía con el ecosistema. Comenzaron, por ejemplo,
a plantar de nuevo árboles Inga, que eran nativos de la región.
Este árbol, de
crecimiento rápido, produce vainas llenas de frutos y proporciona
sombra a las plantas de café, que requieren así menos agua para
crecer. La mayoría de los árboles habían sido talados por
ganaderos, que habían trabajado la tierra para sembrar pasto para
forraje, que normalmente no crece en esta región de Brasil.
Con el tiempo,
los animales han regresado a la zona, lo que, según Souza, indica el
buen estado del bosque. "Cada vez están apareciendo más
especies, desde pequeños jabalíes hasta todo tipo de pájaros.
Incluso hemos empezado a recibir visitas de animales más grandes,
como el jaguar”, cuenta. Asimismo, los lugareños pueden volver a
beber agua del que fuera un río contaminado.
"A día de
hoy, es el bosque mejor conservado del país”, afirma Katya
Isaguirre, profesora de derecho ambiental y agrario de la Universidad
Federal de Paraná, estado donde se encuentra el campamento. "Es
muy diferente a los paisajes de agricultura mecanizada, donde no hay
ni gente ni naturaleza”, aclara Isaguirre, que ha estado
monitorizando el campamento desde 2013.
Multinacionales
versus granjas familiares
No obstante, el
campamento Lutzenberger es tan solo un ejemplo de un conflicto más
amplio en Brasil, que enfrenta dos ideas opuestas sobre cómo debe
practicarse la agricultura. Por un lado, están quienes apoyan los
latifundios, granjas a gran escala que a menudo suelen ser propiedad
de corporaciones multinacionales que cultivan principalmente
monocultivos como la soja para la exportación.
Por otro lado,
están los defensores de la agricultura en pequeñas granjas familiares, que representan el 84,4 por ciento de todos los
establecimientos agrícolas del país, según el Instituto Brasileño
de Geografía y Estadística (IBGE). "Es una disputa sobre
métodos alternativos de producción, pero también se trata de cómo
se comunica a la gente”, opina Nurit Rachel Bensusan, coordinadora
de biodiversidad del Instituto Socioambiental brasileño ISA.
"Hay una
narrativa a favor de la agroindustria como futuro del país, pero
aproximadamente el 70 por ciento de lo que comemos proviene de
negocios familiares. El futuro es algo que hay que crear, no algo que
haya que dar por sentado”, explica.
El ISA formó
parte de un jurado que otorgó al campamento Lutzenberger el premio Juliana Santilli a la agrobiodiversidad en 2017 por su trabajo en la
agricultura sostenible y la conservación, así como por su activismo
a favor de los derechos de la tierra. "La gente del campamento
ha luchado contra todas las adversidades, como obstáculos
institucionales, desafíos a sus derechos o incluso la violencia
física”, explica Bensusan.
Biblia, buey y
balas
Souza es miembro
del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), que se
autodenomina como uno de los movimientos sociales más grandes de
Brasil, y que desde mediados de los años ochenta defiende la
ocupación de latifundios por parte de pequeños agricultores.
Según los
activistas del MST, los latifundios no cumplen la mejor "función
social” de la tierra y podrían utilizarse de manera más efectiva
para respetar mejor los derechos ambientales y laborales. Este
reclamo tiene implicaciones legales potencialmente profundas, ya que
la legislación brasileña otorga a los trabajadores sin tierra el
derecho a ocupar tierras improductivas o que no cumplen con su
"función social”.
Sin embargo, las
ocupaciones se enfrentan a la oposición de los terratenientes, la
agroindustria y los políticos, así como a la creciente y
reaccionaria Bancada BBB "Biblia, buey y balas" en el
Congreso de Brasil, que une a la bancada evangelista ("de la
biblia”), a la bancada ruralista ("del buey”) y a la bancada
armamentista ("de la bala”). Desde su punto de vista, las
ocupaciones están perjudicando la economía del país.
En un discurso
pronunciado el año pasado, Jair Bolsonaro, reciente ganador de la
primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas este mes,
y conocido como el Donald Trump de Brasil, sugirió que los
"invasores” del MST deberían ser "asesinados” porque
"obstaculizan el negocio agrario”.
Esto, con
frecuencia, ha dado lugar a desafíos legales con los campamentos y
amenazas de violencia contra los activistas de la tierra. Así que no
es de extrañar que el campamento Lutzenberger también haya tenido
problemas considerables en los primeros cinco años desde su
fundación.
Los ganaderos de
búfalos, que en realidad eran los propietarios de la tierra, no
querían saber nada sobre la idea de utilizar sus tierras de forma
más social y ecológica. Para complicar aún más las cosas, las
ONGs medioambientales compraron parcelas de tierra para salvarla de
la explotación humana.
Una y otra vez la
policía ambiental visitaba el campamento para arrestar a sus
habitantes. Los empleados de los ganaderos aprovechaban su ausencia
para quemar los refugios familiares. Algunas familias se rindieron
ante las amenazas casi constantes y la baja productividad. A pesar de
todos los ataques, la voluntad de quedarse del resto se hizo más
fuerte, según Souza. "Sabíamos que teníamos que luchar para
poder quedarnos. No había otra manera”, explica.
En 2008, los
esfuerzos de recuperación comenzaron a dar sus frutos. Otros grupos
locales que también vivían de la tierra, como comunidades pesqueras
y grupos indígenas, notaron el cambio y comenzaron a apoyar el
campamento y a sus ocupantes. A medida que la opinión local se
inclinaba a favor del campamento, los ataques cesaron. Ahora otros
quieren unirse al proyecto y los activistas están considerando la
posibilidad de permitir la entrada de diez familias nuevas.
"En el
futuro espero que otros grupos y campamentos puedan progresar como
nosotros a pesar de las dificultades, y cuidar al mismo tiempo el
medio ambiente”, dice Souza. "Estoy convencido de que podemos
cambiar nuestra sociedad para construir una mejor relación con la
tierra, el agua y el bosque”, concluye optimista.
Fuente:
Ciara Long, Pequeños agricultores brasileños recuperan tierras devastadas con agricultura de subsistencia, 16/10/18, Deutsche Welle. Consultado 19/10/18.
No hay comentarios:
Publicar un comentario