miércoles, 26 de septiembre de 2018

Las bombas aliadas sobre Alemania alteraron la atmósfera exterior


Los bombardeos debilitaron la ionosfera, lo que no hicieron los ataques de la aviación nazi sobre Londres.

por Miguel Ángel Criado

Las bombas que los aliados arrojaron sobre Alemania durante la II Guerra Mundial se notaron hasta en el borde inferior del espacio: la ionosfera se debilitó bajo el influjo de la onda expansiva de tanto explosivo. Aunque el efecto era temporal, se llegó a sentir sobre los cielos de Inglaterra. Sin embargo, los bombardeos alemanes, primero de la Luftwaffe (la aviación nazi) y después con los cohetes V1 y V2 apenas dejaron rastro en la atmósfera.

Desde los años 20 del siglo pasado, el Gobierno británico había instalado su Radio Research Centre (RRC) en la localidad de Slough, 30 kilómetros al oeste de Londres. Allí, entre otras muchas investigaciones sobre la nueva tecnología, se emitían pulsos de radio a distintas frecuencias hacia el cielo que rebotaban contra las partículas cargadas de la ionosfera. Este fenómeno, esencial para las transmisiones por radio, ayudaría a conocer mejor esta capa exterior de la atmósfera. Los registros se iniciaron en 1933 y prosiguen desde entonces.

Situada entre los 80 y los 600 kilómetros (límites muy variables) de altura, la ionosfera está formada por partículas cargadas eléctricamente debido a la radiación solar. Las altas temperaturas que allí se registran, que pueden alcanzar los 1.500º, le han reservado el nombre también de termosfera. En ocasiones, este manto protector de las radiaciones extremas se ve perturbado desde fuera por los vientos o llamaradas solares. Por abajo, solo los grandes terremotos o las tormentas con mucho aparato eléctrico pueden tener un impacto local en la ionosfera. Pero los humanos también son capaces de trastocar los cielos.

Investigadores británicos buscaron en los registros de Slough las señales devueltas desde la ionosfera, que se graban de forma constante, y sobre ellas desplegaron los días y horas en las que Alemania (y ciudades francesas, holandesas y belgas bajo el control alemán) sufrieron bombardeos masivos por parte de las fuerzas aliadas. Solo tuvieron en cuenta los 152 más destructivos, medidos por la cantidad de explosivos descargados, como el que arrojó 6.800 toneladas de TNT y derivados sobre Caen, en la Normandía francesa, en julio de 1944, el que destruyó el 98% de la ciudad Jülich, con 9.600 toneladas en noviembre de ese mismo año o el más intenso de los muchos que sufrió Berlín, con casi 11.000 toneladas de bombas en menos de dos horas, el 29 de enero de 1944.

"Es impresionante ver cómo las ondas causadas por explosiones provocadas por los humanos pueden afectar al borde del espacio", dice en una nota el profesor de física de la atmósfera y del espacio de la Universidad de Reading (Reino Unido) y coautor del estudio, Chris Scott. "Cada ataque liberó la energía de al menos 300 impactos de rayos. La enorme potencia involucrada nos ha permitido cuantificar cómo los eventos en la superficie de la Tierra pueden también afectar a la ionosfera", añade.

El trabajo muestra cómo, tras uno de aquellos bombardeos, unas horas mas tarde (mediana de cinco horas), aparece una perturbación en el registro de Slough. Aunque las señales, grabadas como ionogramas, son muy variables, los investigadores encontraron alteraciones en su intensidad dependientes incluso de la cantidad de explosivo arrojado o la duración del bombardeo. Y eso que Slough y su cielo están a unos 1.000 kilómetros de Berlín.

Aunque el qué y el cómo aún no está muy claro, el trabajo, publicado en la revista de la Unión Europea de Geociencias (Annales Geophysicae), apunta al efecto de la onda expansiva provocada por las bombas: al alcanzar la parte superior de la atmósfera, se produciría una pérdida de ionización al calentarla, liberándose una buena porción de los electrones de las partículas cargadas. Aunque el efecto era temporal (desaparecía en el registro del día siguiente), reducía la densidad de la ionosfera, una reducción que debió ser mayor cuanto más cerca (en sentido vertical) de las detonaciones.

"Tripulantes que participaron en los bombardeos informaron de daños en sus aparatos por la onda expansiva de las bombas y eso que volaban por encima de la altura recomendada [en torno a 2.000 metros]", cuenta el historiador especializado en la Segunda Guerra Mundial y coautor del estudio, Patrick Major. En el trabajo también razona por qué los bombardeos alemanes sobre Londres, tan cerca de Slough, no dejaran rastro.

Aunque los investigadores no disponían de una información tan completa sobre los ataques alemanes, intentaron sin éxito hallar su marca en Slough. Pero la señal registrada durante los meses que duró el Blitz sobre Londres, entre 1940 y 1941, no se distinguía de la variabilidad natural.

Major da dos posibles razones. Por un lado, una tecnológica: los aliados usaron modernos cuatrimotores, solo disponibles a partir de 1943, como el Avro Lancaster británico que podía llevar bombas de gran capacidad explosiva de una tonelada y media, además de varias de peso medio e incendiarias, o el B-17, la llamada fortaleza volante de los estadounidenses, que podía llevar en su bodega una bomba de 3.600 kilos. Mientras, los bombarderos alemanes eran bimotores como el Heinkel 111, que no podían cargar bombas de gran tamaño.

"En conjunto, los bombardeos anglo-americanos fueron mucho más destructivos que los de la Luftwaffe: unos 600.000 alemanes murieron en la guerra de las bombas, frente a los 60.000 británicos", recuerda Major en un correo. La media de tonelaje de los ataques aliados a partir de 1943 fue de unas 2.000 toneladas, mientras que el mayor bombardeo alemán apenas llegó a las 350 toneladas. En cuanto a los misiles V1 y V2, usados al final de la guerra, podían tener un gran impacto, pero muy localizado. La otra explicación que dan los autores es que la descarga de bombas sobre Londres fue, aunque menos intensa, tan continua que su señal sería más uniforme.

Fuente:
Miguel Ángel Criado, Las bombas aliadas sobre Alemania alteraron la atmósfera exterior, 26/09/18, El País.

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