Enrique Viale es
el presidente de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas
y asesor de derecho ambiental en el Congreso Nacional. Como abogado,
lleva adelante causas por daño y recomposición socioambiental
contra numerosas multinacionales.
por Rodrigo
Fedele y Mauro Miguez
Las problemáticas
socioambientales están estructuradas sobre una matriz económica
basada en la especulación y el despojo. La explotación voraz de
recursos no renovables genera puestos de trabajo por un período de
tiempo corto. Una vez finalizados esos proyectos, sólo quedan
despidos y desastres en el ambiente.
El capitalismo
considera los recursos naturales como simples mercancías. Sin
embargo, en los últimos tiempos, fue revalorizada una concepción
originaria en la que la naturaleza es sujeto de Derecho. Ecuador y
Bolivia plasmaron esta posición en sus respectivas constituciones,
aunque su desarrollo (o maldesarrollo, como indican el propio Enrique
Viale y Maristella Svampa) fue contradictorio.
En el caso de
Argentina, el gobierno actual ha favorecido con creces, de forma
arbitraria, injusta y despótica, la rentabilidad de los sectores
concentrados de la economía con decretos de necesidad y urgencia o a
través de leyes que contaron con un gran apoyo por parte de la
oposición. Además, nuestro país está impedido para ejercer real
soberanía debido a una serie de mecanismos legales y jurídicos,
algunos provenientes de las dictadura, como la ley de Administración
Financiera o la modificación del Código Civil y Comercial de la
Nación que prorroga la jurisdicción en tribunales extranjeros.
En ese contexto,
el saqueo de recursos naturales, económicos y financieros aumenta.
En los '90, el Plan Brady, el ingreso al Centro Internacional de
Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), una
institución del Banco Mundial, y la firma de acuerdos bilaterales de
inversión consolidaron nuestra posición de neocolonia. Ante
cualquier conflicto socioambiental con multinacionales, el Estado
Argentino debe iniciar acciones judiciales en el exterior, comúnmente
bajo legislación de Estados Unidos, Gran Bretaña o París, y en
tribunales compuestos por recomendaciones de las empresas.
En dirección
contraria, Enrique Viale fue impulsor de la ley de Glaciares y forma
parte del Grupo Permanente de Alternativas al Desarrollo, coordinado
por la organización Rosa de Luxemburgo, junto a otros referentes
latinoamericanos. Además, es miembro del Tribunal Ético por los
Derechos de la Naturaleza y la Madre Tierra. En época de gobiernos
neoliberales, le preguntamos sobre las luchas socioambientales de la
región.
En septiembre de
2015 ocurrió un desastre en la cuenca del Río Jachal. La empresa
Barrick Gold derramó cianuro desde la mina Veladero en al menos
cinco ríos. ¿Cuál es la situación actual del juicio que
iniciaron?
Aquel derrame
generó distintas acciones judiciales; entre ellas, una en la que
estamos como querellantes y llevamos adelante en representación de
la Asamblea del Jachal. A raíz de esa acción, se dio inicio a la
instrucción en el Juzgado Federal y se imputó y procesó a los más
altos cargos jerárquicos de la gestión ambiental anterior. La
investigación del juez Casanello fue objetiva e imparcial y enfrentó
diversas presiones.
En algunos meses
se dará inicio al primer juicio oral por una causa de estas
características contra las máximas autoridades federales en materia
ambiental. En esa zona se hallan distintos tipos de glaciares, motivo
por el cual la actividad megaminera está prohibida, según la ley de
2010. Esa ley fue incumplida al no realizarse el inventario de
glaciares ordenado. Sin embargo, el derrame de cianuro en el Jachal
fue determinante para entender la participación activa del pueblo,
que se movilizó en bicicleta hasta Buenos Aires en febrero de este
año.
En medio de la
conversación, suena el teléfono de Enrique. Es su pareja. Dice que
en el banco donde trabaja, aparentemente, suspenderán la venta de
dólares. Enrique viaja mañana a Bolivia y piensa comprar divisa
extranjera para llevar. Le preguntamos por el motivo del viaje.
En Bolivia
pretenden construir una autopista que atraviese el Territorio
Indígena Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS). Ese territorio
tenía categoría legal de intocable, pero fue modificada
recientemente para avanzar en la ejecución del proyecto.
El año pasado
estuvimos en Bohn, Alemania, participando del Tribunal Internacional
de los Derechos de la Naturaleza en el marco de la Cumbre sobre el
Cambio Climático. Allí fueron representantes del TIPNIS a
manifestar su preocupación, denunciar los hechos y solicitarnos que
nos acerquemos al lugar. Por eso vamos al territorio: para articular
con su gente, para apoyar y fortalecer su lucha.
Ya que hablamos
de países vecinos y de la actualidad en los conflictos
socioambientales, ¿qué opinión te merece el vínculo entre los
últimos gobiernos progresistas de Latinoamérica y el extractivismo?
En el libro que
escribimos junto a la investigadora Maristella Svampa, Maldesarrollo,
desarrollamos el concepto «consenso de commodities». Tanto los
gobiernos de izquierda como los de derecha están orientados a ser
exportadores de naturaleza como destino y a generar grandes proyectos
extractivos. Aunque haya notorios cambios en la distribución, no
somos ingenuos.
En Argentina,
salvo excepciones como la izquierda o sectores que luchan por la
defensa del medio ambiente, como Proyecto Sur, la clase política
considera el fracking como la salvación del país, con Vaca Muerta
como ejemplo emblemático. Cuestión aparte es cómo se reparte esa
riqueza. Otro caso es el del monocultivo. La superficie sembrada con
cultivos transgénicos y agroquímicos, principalmente soja, pasó de
8 a 23 millones de hectáreas entre 2003 y 2012.
Cuándo decís
que el fracking es visto como la salvación de la Argentina, ¿pensás
que hay un proyecto de país o se trata solamente de un asunto de
negocios privados?
Creo que es una
mezcla. Por ejemplo, Estados Unidos apuesta al fracking como una
forma de no depender de Medio Oriente. Eligen sacrificar parte de su
territorio, a pesar del impacto y el desastre ambiental, en busca de
una ambigua independencia energética. En nuestro caso es distinto:
grandes multinacionales que gozan de un crecimiento enorme. Shell,
Total y Chevron son algunas de las que operan en el país con
proyectos de fracking. Creemos que no es un modelo sostenible a largo
plazo, de desarrollo sustentable en el tiempo. Romper esos consensos
es muy difícil porque la sociedad y los medios están detrás de
eso. Cualquiera que diga algo distinto “está loco”, “¿quién
se cree?” o “no entiende nada”. Es complejo quebrar el consenso
de commodities.
En medio de la
locura de la que se los acusa, ¿qué proponen ustedes como
alternativa a este modelo de desarrollo?
Hay que
replantear un modelo productivo amigable con la naturaleza y sus
habitantes, sustentable en el tiempo. Los pozos de fracking tienen
una duración de 10 a 15 años. Lo mismo con los proyectos
megamineros. Creemos en un modelo energético basado en las energías
renovables. Con metas establecidas, se puede modificar la matriz
eléctrica al 100% para 2050. Eso generaría una transformación del
trabajo y la inversión en energías fósiles hacia las limpias y
renovables.
Planteamos la
reconversión de YPF en energías alternativas. Así retomaría el
rol estratégico que cumplió el siglo pasado. En la zona del
desierto de Atacama, compartido con Chile y Bolivia, tenemos una de
las mayores concentraciones de energía solar por metro cuadrado del
planeta. La Patagonia cuenta con una de las mejores capacidades de
generación de energía eólica en el mundo. YPF podría tomar ese
rumbo junto a un Estado activo, que funde ciudades y pueblos en el
marco de un desarrollo sostenible. Pero es muy complejo enfrentar los
lobbies petroleros, mineros y sojeros que no permiten pensar otro
modelo.
¿Cómo sería el
planteo estratégico respecto a los socios económicos? ¿De dónde
provendrían las inversiones?
Pino siempre
cuenta la anécdota del gasoducto de Comodoro Rivadavia a Buenos
Aires, el más extenso de Latinoamérica en su momento. Construido en
tiempo récord, 18 meses, sin financiamiento externo. Una obra
monumental hecha sin la ayuda de nadie. En la actualidad, seguro nos
endeudaríamos.
Más allá de
esos ejemplos, creemos que la salida del extractivismo debe ser
latinoamericana, no una Argentina cerrada. No se puede salir de un
día para el otro, pero habría que debatir sobre estos ejes
fundamentales y comenzar un período de transición. Por ejemplo,
plantear qué minerales necesitamos, observar las necesidades
comunes, avanzar colectivamente. También necesitamos soberanía
alimentaria, repoblar el campo y salir del monocultivo, que la
agricultura produzca alimentos sanos, baratos, accesibles y variados.
Nosotros creemos en una agricultura con agricultores y sin venenos.
¿Dónde están
las trabas legislativas para materializar estos proyectos?
Es muy difícil
debatir sobre estos temas. Por ejemplo, la Comisión de Agricultura,
presidida por el senador Alfredo de Angeli, impide el tratamiento de
los temas vinculados a la tierra. En energía, el presidente del
Sindicato Petrolero, Guillermo Pereyra, traba los proyectos que
buscan fomentar la transformación de la matriz energética de
fósiles a limpias, renovables y alternativas.
¿Qué lectura
hacés sobre los procedimientos de las multinacionales? ¿Pensás que
elaboran algún modelo de planeta o sólo buscan la propia
reproducción económica?
El capitalismo
necesita acumulación por disposición: voracidad sobre los recursos
para mantener una ilusión de crecimiento ilimitado. El problema es
que no es sustentable por los límites que tiene el planeta. Aunque
esos límites se rompen cada vez más. Siempre encuentran nuevos
mecanismos.
El fracking es
una vuelta de tuerca en la especulación petrolera, es chuparse los
últimos jugos del planeta. Megaminería significa comerse las
ultimas migajas, raspar el fondo de la olla. El agronegocio busca
expandirse constantemente sobre bosques nativos o territorios de
pueblos originarios. Por eso demonizan o invisibilizan a los pueblos
originarios. Un ejemplo claro son los casos de la Patagonia, donde se
criminaliza a los mapuches (Rafael Nahuel, asesinado por la espalda;
o la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado). Esas
medidas, articuladas en complicidad con los medios, no enfrentan
grandes cuestionamientos sociales.
¿La idea de
federalismo en nuestro país suele obstruir normativas ambientales
cuando se apela a la participación o a la autonomía de las
provincias?
Es así, aunque
también es ambiguo. Siete provincias prohibieron la megaminería
gracias a la lucha y la participación ciudadana. Incluso las leyes
provinciales devienen de consultas populares o plebiscitos a nivel
municipal. Todas.
Ahora, el
gobierno nacional presiona para que se deroguen las leyes que
prohíben la megaminería. El capital es federalista o unitario según
la conveniencia. Cuando están en contra, dicen que sólo la
provincia puede legislar; pero cuando una provincia prohíbe, suelen
afirmar que la Nación es la única que decide sobre cuestiones de
megaminería. Y así se distorsionan los principios de la legislación
ambiental nacional.
Una problemática
que nos interesa abordar es la de las grandes urbes. Vos desarrollás
el concepto de extractivismo urbano…
Sí. Acompañando
las luchas de las ciudades por la urbanización de villas, en contra
de la instalación de shoppings, en defensa de los espacios verdes y
los lugares públicos, identificamos algunas características
comunes, una misma lógica. Con la especulación inmobiliaria,
grandes multinacionales se apropian de lo público, desplazan
poblaciones y generan un impacto socio ambiental inmenso.
También
encuentran acumulación por disposición: no hay petróleo, no hay
soja, no hay minerales… pero hay tierras. Los poderes públicos
legalizan, promueven e incentivan estos emprendimientos. Por ejemplo,
en los últimos 20 años, en la Ciudad de Buenos Aires se
construyeron 10 millones de metros cuadrados de inmuebles, con la
misma cantidad de población. Sin embargo, en ese mismo período, la
población de las villas aumentó exponencialmente, un 50% mas. Más
de la mitad de Puerto Madero se encuentra vacío. Costa Salguero es
un gran espacio público destinado a eventos privados y sin
habilitación para funcionar como tal. En otras palabras: el inmueble
pasó de ser un bien de uso a ser un bien de cambio, como si fuera un
commodity. Entonces, ¿para qué y para quién se construye?
¿Qué opinás
acerca de la Conferencia sobre las Buenas Prácticas para la
aplicación de Fitosanitarios, realizada en julio por los ministros
de Salud, Ciencia, Medio Ambiente y Agroindustria?
Quieren legitimar
la cuestión, pero es un maquillaje más, nunca fueron al fondo de la
cuestión. La utilización de agrotóxicos es el mayor desastre
socioambiental del país. Hay 12 millones de personas potencialmente
afectadas, y 350 millones de litros de glifosato arrojados
anualmente, 400 millones de litros de agrotóxicos en total. Llueve
glifosato. Hay glifosato en la comida, en los ríos. Eso es lo que
queremos debatir: 10 mil años de agricultura y con este modelo, que
tiene 20 años, han naturalizado el veneno en los alimentos. Las
alternativas son acusadas de antiguas y atrasadas. Con mucha
investigación al respecto, trabajadores de CONICET, médicos de
pueblos fumigados, profesionales de la Universidad de Rosario y de La
Plata han brindado evidencia de lo que generan los agrotóxicos:
cáncer, malformaciones, abortos espontáneos.
Pareciera que no
se puede producir de otra forma, pero hay sobrados ejemplos de
producción agroecológica y sustentable. Hay que debatir que
agricultura queremos. Es una lucha de sentidos para descolonizar el
pensamiento. ¿Qué es la agricultura? ¿Qué es un alimento?
Para finalizar,
¿cómo se logra la síntesis de todos estos reclamos a la hora
construir un movimiento mayor?
Esa es nuestra
obsesión. Nos preocupa que, a pesar de los conflictos, hay una
apatía generalizada. Cuesta mucho llegar a la gente con estos temas.
A los habitantes de la ciudad pareciera no afectarles el tema del
agua, como si fuera que simplemente sale de la canilla. El
extractivismo urbano provoca la emergencia habitacional y aleja de la
naturaleza a las personas. Los parques y las plazas enrejados, el
césped prohibido y muchos chicos que no asocian los alimentos con la
tierra de la que provienen. Además, hay un blindaje mediático que
no permite abrir el debate sobre estos temas.
Hemos sido muy
críticos del kirchnerismo, pero el macrismo no sólo empeoro todos
los índices sociales, sino que también profundizó el
extractivismo. Presionan a las provincias que prohibieron la
megaminería y quitan retenciones a las mineras y al agronegocio. En
esta coyuntura, todo es más complicado.
Fuente:
Rodrigo Fedele, Mauro Miguez, Enrique Viale: Megaminería significa comerse las últimas migajas, raspar el fondode la olla, septiembre 2018, Espartaco Revista. Consultado 13/09/18.
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