El uso de armas a raíz de las guerras a lo largo de la historia
provoca una "lenta pérdida del equilibrio ecológico" por
las sustancias que se emiten a la atmósfera, declaró a Efe el
físico Epifanio Cruz.
por Zoilo Carrillo
El investigador del Instituto de Ciencias Nucleares de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) señaló que, tras importantes conflictos bélicos, entidades internacionales evaluaron los efectos ambientales de las guerras, constatando alteraciones en el ecosistema, desde el suelo hasta los mares y la atmósfera.
Tras concluir la
guerras de los Balcanes en territorio de la antigua Yugoslavia entre
1991 y 2001, un comité de la ONU advirtió que la industria
armamentística usa plomo en sus municiones, pero también material
procedente de restos de la industria nuclear.
“Se probó que
había municiones de cañones o ametralladoras, por ejemplo, que
estaban contaminados con residuos radiactivos, principalmente de
uranio. Eso hacía que el medio ambiente se contaminase por las
detonaciones”, contó el experto.
Otro caso también
evaluado por la ONU fue el de la Guerra del Golfo (1990-1991), en la
que, de acuerdo con Cruz, se reportaron resultados similares.
Por ello,
insistió en que el residuo físico de las armas empleadas en los
conflictos queda en el suelo, en el subsuelo, en el agua y en el
aire, dejando efectos en el medio ambiente y en seres vivos, tanto
animales como vegetales.
Efectos no
inmediatos, pero sí altamente tóxicos
Enfatizó que
estos efectos “no son inmediatos, pero sí son altamente tóxicos”.
En el caso del
mencionado uranio, si al utilizarse munición quedasen en el suelo
pedazos de cascotes, estos “van contaminando paulatinamente el
lugar donde quedaron tirados y, si pasa el agua por allí, pues la
van a contaminar también”.
Además, el
empleo de gases tóxico-nerviosos en estos conflictos también hace
que se contamine el medio ambiente.
“Si alguno de
ellos tiene compuestos de fluorocarbono, este puede, de la misma
manera que la luz solar que nos llega, calentarse, elevarse a la
atmósfera y atacar la capa de ozono”, explicó.
Pero, más allá
de las guerras en las que se usan armas convencionales, el experto
miró hacia las guerras del futuro, mucho más rápidas y en las que
no habría ningún vencedor: las guerras nucleares.
En la actualidad,
los dos países con más cabezas nucleares son Rusia, con 7.000, y
Estados Unidos, con 6.750.
Bombas atómicas
que podrían eliminar a “la civilización de la faz la Tierra”
“Si explotan
1.500 o 2.000 bombas atómicas es suficiente para eliminar a la
civilización de la faz de la Tierra”, aseguró el investigador,
precisando que dicha situación sería un “invierno nuclear”.
De suceder esto,
tras las explosiones, las ciudades se volverían añicos y todo el
polvo que saldría de los edificios y de las extensiones naturales
crearía una capa de polvo densa en la atmósfera que no dejaría
paso a la luz solar.
Los que quedasen
vivos sufrirían las consecuencias de la radiación a largo plazo e
irían muriendo lentamente.
Las plantas
también morirían -ya que no habría luz solar- y arrastrarían
consigo a toda la cadena de animales que se alimentan de ellas,
incluido el ser humano.
Las temperaturas
también descenderían drásticamente al no haber calor ni luz en la
superficie del planeta.
“Sería un
escenario catastrófico”
“En zonas donde
fuera invierno comenzaría a extenderse el hielo; entonces,
probablemente, quienes sobrevivieran al ataque atómico morirían de
diversas maneras: por hambre, por sed, por contaminación del
ambiente. Sería un escenario catastrófico”, agregó.
En caso de no
haber una catástrofe nuclear pero sí un ataque directamente a un
estado de algún país, las masas de viento -calientes, húmedas y
frías- que circulan por el planeta se mezclarían entre ellas como
hacen habitualmente, pero con restos de radiación.
Esa radiación
sería diseminada por el planeta entero gracias a fenómenos
meteorológicos tales como huracanes, ciclones o tornados, entre
otros.
Pero, más allá
de estos escenarios hipotéticos, al día de hoy se han realizado
2.000 ensayos nucleares en todo el mundo desde que en 1945 se hiciese
la primera prueba de bomba atómica en Alamogordo, EEUU, menos de un
mes antes de los bombardeos atómicos contra las ciudades japonesas
de Hiroshima (6 de agosto) y Nagasaki (9 de agosto), en las
postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.
Estos ensayos,
pese a que son controlados, también tienen consecuencias sobre el
medio ambiente a largo plazo, tales como el cambio de color y la
mutación en los árboles, las aves y el pasto del lugar.
“Pero la
naturaleza es muy sabia, tiene mucha resistencia a cambios
ambientales y va a lograr regenerarse de nuevo. Pero sería en un
periodo de entre 50 y 70 años”, concluyó Cruz.
Fuentes:
Zoilo Carrillo, El uso de armas en guerras lleva a “lenta pérdida del equilibrio ecológico”, 10/08/18, EFEverde. Consultado 10/08/18.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Castle Bravo", del artista Martin Breedlove. La Operación Castle fue una serie de pruebas nucleares de alta energía, que Estados Unidos realizó en el atolón de Bikini en marzo de 1954.
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