jueves, 5 de julio de 2018

Un emblema nacido del miedo y del dolor


La gran inundación del 15 de enero de 1939 apuró la conciencia de la necesidad de una nueva obra de sistematización.

por Alejandro Mareco

Este arroyo que atraviesa el corazón de la ciudad con paso sigiloso, a veces casi como un suspiro de agua, no fue siempre una postal de la mansedumbre.

Tampoco esa reunión de piedras, cemento, faroles y tipas que lo contiene nació pensada para el futuro orgullo de los habitantes por la obra: el miedo, la angustia y la zozobra fueron sus padres.

Jerónimo Luis de Cabrera había elegido en 1573 fundar la Córdoba de la Nueva Andalucía a orillas del Suquía, un río de humor más o menos estable. A su curso iba a dar un arroyo que en aquel invierno inaugural acaso se veía apenas como un tímido fluido, pero que andando los veranos pronto mostró su agresivo temperamento.

Para sujetar sus peligrosos bríos fue que el gobernador Ángel de Peredo mandó a construir el Calicanto en 1671. El muro dividiría a la ciudad entre el Centro y la marginalia de Pueblo Güemes, mientras el penumbroso alrededor se poblaría de fantasmas como La Pelada de La Cañada, el más célebre de los aparecidos cordobeses.

Pero las inundaciones seguían. En la madrugada del caluroso viernes 19 de noviembre de 1890, un violento desborde alcanzó resultados trágicos. Se habló de decenas de muertos, y se contaba que en la calle Belgrano el agua llegó a los tres metros de altura, y que en la avenida Vélez Sársfield, entonces Calle Ancha, a un metro. “Murieron familias enteras; los estragos de esa inundación fueron apocalípticos”, recordaría La Voz el 17 de enero de 1939.

El recuerdo vino a la memoria a partir de un nuevo desastre: dos días antes, en la madrugada del 15 de enero, La Cañada salida de madre había llegado al borde de la plaza San Martín arrastrando autos, colectivos, muebles, animales y causando dos muertes.

La necesidad de una nueva obra de sistematización se volvió imperiosa. Por fin, en marzo de 1843, el gobernador Santiago del Castillo suscribió el proyecto. Y el 4 de julio de 1944, el presidente de la Nación, de facto, Edelmiro J. Farrel, acompañando al interventor Alberto Guglielmone, declaró inauguradas las obras.

El último rastro del Calicanto se conserva en la esquina con bulevar San Juan, gracias al artista plástico Miguel Ángel Budini, que poco después convenció al gobernador José Ignacio San Martín.

Los trabajos se extendieron hasta la primavera de 1948. “La obra de urbanización de La Cañada, sin duda la de mayor trascendencia para el progreso edilicio realizada en nuestra Capital, puede considerarse al presente prácticamente casi terminada. Por lo menos en lo que respecta a sus aspectos principales, ya que solamente restan detalles accesorios, como el de la iluminación”, decía La Voz el 10 de octubre de 1948.
La sombra de una nueva tragedia había apurado los pasos de las autoridades y los brazos de los obreros.

Y del miedo y del dolor sufrido por generaciones, finalmente había nacido un emblema de la identidad urbana de Córdoba.

Fuentes:
Alejandro Mareco, Un emblema nacido del miedo y del dolor, 05/07/18, La Voz del Interior.
La imagen que ilustra esta entrada es de la edición del diario Los Principios del lunes 16 de enero de 1939. Daba cuenta de la magnitud de la famosa creciente de La Cañada del domingo 15 de Enero por la tarde. La fotografía muestra una vista hacia el norte del viejo cauce de La Cañada. El puente que se ve es el del bulevard San Juan, y a la derecha se alcanza a ver la desaparecida Iglesia del Niño Dios. Fuente: Córdoba de Antaño.

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