Los funerales de Atahualpa, por Luis Montero, óleo sobre lienzo. Museo de Arte Concejo Provincial de Perú |
Varios autores
muy citados apelan al concepto de extractivismo como explicación de
la sociedad latinoamericana actual. En función de las reflexiones,
en este artículo se propone un análisis alternativo.
por Guido Pascual
Galafassi y Lorena Natalia Riffo
En las últimas
décadas la discursividad sobre la problemática ambiental y
territorial se ha visto inundada por el concepto “extractivismo”.
Ha entrado en escena superando las disquisiciones previas que
remitían fundamentalmente la problemática ambiental a desajustes de
planificación, organización o hasta de conductas individuales para
poner en el centro de la escena al modelo de desarrollo y sus
injusticias geopolíticas o, por lo menos, a ciertos aspectos de
dicho modelo como la fuente primordial a partir de donde poder
entender la “crisis ambiental” del presente. Sin embargo, previo
al concepto de extractivismo los pensamientos más lúcidos y
críticos ya habían puesto sobre el tapete la centralidad del
desarrollo, pero fueron voces escasas y casi solitarias.
En función de
esto nos preguntamos cuál o cuáles son los conceptos más
pertinentes para dar un debate dialéctico sobre el proceso de
despojo, entendiéndolo como central en la confrontación con el
pensamiento científico hegemónico orientado a profundizar la
instrumentalización de la naturaleza a escalas cada vez más
profundas. A su vez, en esta tarea indagamos qué tipo de importancia
tiene, en el contexto actual, recuperar las nociones de capitalismo y
lucha de clases y qué nociones o perspectivas podemos incorporar
para complejizar este tipo de reflexiones.
Aproximación a
la conceptualización extractivista
Varios autores
muy citados apelan hoy al concepto de extractivismo como explicación
de la sociedad latinoamericana actual. De este modo, al extractivismo
debemos tanto la pobreza como las crisis económicas, así como el
modelo democrático y de convivencia. Al mismo tiempo, el carácter
autónomo del extractivismo, en el sentido que desde esta práctica
puede explicarse tanto el patrón de desarrollo como el derrotero
político y hasta la división internacional de trabajo, es
ampliamente compartido por la bibliografía sobre el tema. Pero
además aflora en muchos escritos su carácter novedoso, como nueva
forma de producción que si bien puede guardar ciertos lazos con el
pasado, asume todas sus características y fuerzas en este presente
extractivista. Por otra parte, el carácter autónomo del
extractivismo, junto a su novedad, se colige muy ajustadamente con
una de las más ilustrativas definiciones de las últimas décadas
como es aquella referida a la “sociedad del riesgo”.
En síntesis, el
extractivismo, bajo un manto de novedad, se presenta como un modelo
autónomo distinguido de otras variables que hasta el momento han
sido utilizadas para explicar el sistema dominante. A su vez, al
vincular el extractivismo con la globalización y la ruptura con lo
local, eclipsa las antiguas teorizaciones sobre la división
internacional del trabajo. En función de las reflexiones, y teniendo
en cuenta la importancia del rol que ocupa la naturaleza y lo
territorial en la constitución de este sistema, proponemos, a
continuación, un análisis alternativo.
Un repaso
histórico: extractivismo o acumulación
Para percibir y
entender toda la complejidad del proceso de relación
sociedad-naturaleza-territorio es necesario tomar el proceso
extractivo en tanto integrante de un complejo entramado de
relaciones, operaciones y procesos que adoptan las formaciones
sociales en tanto estrategia de producción, distribución y
reproducción de los recursos (naturales y humanos), los beneficios y
el trabajo, tal como ya lo explicó Marx en El Capital. Por esto,
resulta indispensable pensar al proceso extractivo (en tanto
práctica), más que al extractivismo (en tanto fenómeno
sustantivo), como una etapa del proceso total de la acumulación. Y
como etapa, va sufriendo –al igual que el proceso de acumulación–
cambios y transformaciones a lo largo del tiempo, pero siempre en
relación con los principios básicos que implican tanto la
explotación del trabajo como de la naturaleza (primera y segunda
contradicción del capital).
Si el proceso de
acumulación capitalista tiene ya casi cinco siglos de existencia es
obvio esperar que el proceso extractivo se haya modificado
ampliamente, atendiendo especialmente al dinámico ritmo de
innovación tecnológica que caracteriza al capital. Sin embargo,
esto de ninguna manera implica que con cada renovación se acceda a
un nuevo (neo) proceso extractivo ni nuevo (neo) proceso de
acumulación. La lógica capitalista que subyace no deja de asentarse
en tanto estrategia de explotación y dominación, en la extracción
de plusvalía y producción de desigualdad al separar medios de
producción y fuerza de trabajo. Como vemos la extracción
(expropiación) no es un fenómeno exclusivo de las relaciones entre
sociedad y naturaleza y claramente va adoptando una multiplicidad de
formas y variantes tanto a lo largo del espacio como a través del
paso del tiempo.
La articulación
sociedad-naturaleza-territorio debe entenderse como mediación
dialéctica. Es la mediación social la forma de articulación
existente entre los mundos físico-biológicos y el mundo humano (que
incluye dialécticamente al primero), y es irremediablemente
mediación pues cada uno de ellos, si bien conforman la unidad
diversa naturaleza-cultura/historia, se configura en base a premisas
particulares y características singulares. Esta articulación
sociedad-naturaleza-territorio y esta unidad dialéctica de la
existencia implica siempre el aprovechamiento de la naturaleza por la
sociedad más sus diversas formas de representarla y la consecuente
construcción social de un territorio.
El ser humano en
sociedad tiene, desde siempre, la capacidad de “trascender
histórico-culturalmente” las leyes ecosistémicas, convirtiéndose
así en sujeto que interactúa con la materia y el espacio, los
piensa y los transforma. Esta transformación implica la valorización
y utilización de esta materia, la representación y extracción de
componentes de la naturaleza y los resignifica al introducirlos en su
propio proceso de producción y reproducción en relación siempre a
un régimen de acumulación predominante (material y simbólico);
procesos que contienen al mismo tiempo la construcción de uno y
múltiples territorios. Esta transformación permanente y creciente,
implica necesariamente un proceso social, histórico y cultural de
construcción del territorio a partir de un espacio dado naturalmente
o ya previamente transformado, un territorio así, que se hace
moldeando y remodelando el espacio natural en pos de su
aprovechamiento.
Esta construcción
y reconstrucción territorial se hace siempre sobre la base de la
extracción de recursos de la naturaleza, extracción que es
inherente al ser de lo humano sobre la tierra, pero que se enhebra en
cada momento histórico y en cada espacio con determinados patrones
de acumulación que son aquellos que definirán tipo e intensidad de
esta extracción. Así, el proceso de extracción nunca es la
variable independiente del proceso. Y esta construcción está
mediada también por la conflictividad, dadas las relaciones
antagónicas inherentes a toda sociedad de clases y que configuran un
determinado proceso y modo de acumulación.
En cuanto al
proceso socio-histórico regional podemos confirmar que la historia
del desarrollo de los países latinoamericanos ha sido definida
primariamente por la ecuación capital-recursos
naturales/territorio, por cuanto emergieron al mundo moderno con un
papel predominante de dadores de materias primas, ya sea recursos
minerales o agropecuarios. La cita de Cristóbal Colón en su Diario
de Viajes no deja lugar a dudas: “Yo estaba atento y trabajaba de
saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un pedazuelo
colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude
entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba
allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho”
(porque) “del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace
cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”.
Es claro que el mismísimo “descubrimiento” y colonización
llevaba en su impronta el objetivo de aprovecharse de los recursos
materiales y humanos disponibles en las tierras más allá del Viejo
Mundo para que sirvieran de incentivo y estímulo al proceso de
acumulación capitalista de la Europa moderna naciente.
El hoy llamado
extractivismo es en realidad intrínseco, cuanto menos, a la
modernidad misma y muy especialmente al “nacimiento” de
Latinoamérica y el resto de la periferia como resultado de la
expansión europea moderna. Decimos “cuanto menos” dado que, y
como afirmamos más arriba, el ser humano como especie se constituye
cultural e históricamente a partir de su capacidad diferencial para
la utilización de la naturaleza a través del proceso
extracción-producción-consumo.
Es sin dudas en
la modernidad cuando el usufructo de la naturaleza y el espacio se
intensifican exponencialmente para ponerlo al servicio de la
ganancia. Es que la territorialización capitalista es, por propia
definición, sinónimo de instrumentalización diferencial del
territorio que conlleva en sí mismo los mecanismos extractivistas.
Extractivismo significa no solo extraer componentes de la naturaleza
para el sostenimiento, sino una extracción asociada con el proceso
de acumulación, ganancia y desigualdad de clases.
El extractivismo
de la modernidad capitalista es consecuencia precisamente de la
racionalidad instrumental que se constituye con la propia modernidad
y no sólo en las últimas décadas neoliberales. Instrumentalidad,
por cuanto la naturaleza pasa a ser primordialmente un objeto de
usufructo en tanto instrumento esencial para la construcción del
“confort” (ideario de felicidad según la razón subjetiva), en
el sentido en el que ampliamente lo desarrollaron Theodor Adorno y
Max Horkheimer a mediados del siglo XX.
Este
extractivismo que responde a la maximización de las ganancias
variará en su expresión y modo de articulación a medida que los
procesos de producción económica y reproducción social y política
vayan evolucionando, de manera que lo que ayer no era extraíble o
transformable, hoy sí ya pueda serlo; y de lo que ayer no era una
necesidad, hoy se erija como tal. Entonces, lo que ha variado en
estas últimas décadas, además de las herramientas tecnológicas,
fue una presencia complementaria en mayor o menor medida de algún
proceso parcial de industrialización y la consolidación de un
determinado tipo de consumo. De ahí que aquellos que la definen como
extractivista (o neoextractivista) están de alguna manera soslayando
la historia latinoamericana y de la propia modernidad, planteando
como novedad un proceso que define a toda la trayectoria de
“acumulación dependiente” del subcontinente americano.
En relación al
concepto de neoextractivismo que algunas posiciones esgrimen como
noción diferenciadora, vale recordar que desde una perspectiva
dialéctica referir un momento en base al prefijo “neo” es por sí
mismo obvio y evidente, por cuanto la dialéctica implica
precisamente una dinámica cambiante. Por lo tanto, lo “neo”
resultaría redundante, debido a que cada nuevo momento del proceso
dialéctico implicaría un “neo”-momento. Solo desde miradas que
fijan la realidad y la conciben más bien estática, asume el prefijo
“neo” algún sentido por cuanto con él se refieren al cambio
como una novedad. Claramente no es el caso si entendemos al proceso
extractivo como un componente esencial del proceso de acumulación
moderno, en donde el cambio y la novedad son unas de sus definiciones
fundantes. Más que hablar de “neo” quizás sería más preciso
definir como “ni todo nuevo, ni siempre igual”.
A su vez, la
particular conjunción entre tecnología y territorio constituye un
eje clave de la competencia internacional a la vez que pilar
fundamental en el proceso de construcción de hegemonía. Las
disputas internas al capital, disputas por el grado de participación
en la distribución de los beneficios, se expresan cada vez más
fuertemente tanto en el desarrollo tecnológico como en la carrera
por la búsqueda y transformación de territorios, ya sea para la
extracción de los recursos-insumos como para la construcción de
mercados de consumo (de esos recursos extraídos y transformados).
Esto viene generando relaciones desiguales entre los territorios y
las naciones gestando situaciones diferenciales de desarrollo,
subdesarrollo, dependencia, desigualdad y subordinación.
Si la propia
acumulación originaria se basó en la apropiación por la fuerza
(mediación violenta) de tierras y recursos para convertirlos en la
matriz esencial de arranque del sistema capitalista de producción,
su evolución posterior no estuvo tampoco ajena a esta ecuación
expropiatoria (lo que hoy se denomina “extractivismo”). Esta
acumulación, basada en la predación y la violencia sin disimulo, en
un sector (clase social y territorio), mediada por la desposesión de
otro adquiere entonces en la actualidad una evidente visibilidad,
cuando el agotamiento de muchos recursos está llamando la atención
incluso al propio capital. Vale aclarar que este proceso de
crecimiento y desarrollo basado en la desposesión, el saqueo y el
pillaje no es privativo del capitalismo, aunque el ritmo y la
eficiencia del actual proceso de predación es inhallable en
cualquier ejemplo del pasado. De diversas formas y expresiones se lo
registra en reiteradas oportunidades en la historia de occidente.
Fue muy intensa
la discusión sobre estos tópicos en las décadas previas a la
instalación del neoliberalismo y nos remiten de alguna manera a las
discusiones actuales sobre el desarrollo y el extractivismo. Las
discusiones y reflexiones sobre la relación metrópoli-satélite,
desarrollo-subdesarrollo, liberación-dependencia,
civilización-formación social, etc., se centraban justamente en la
discusión sobre la producción y distribución de los recursos, que
incluye obviamente todo lo referido a la actividad extractiva, pues
no hay producción sin extracción. Si el hoy llamado extractivismo
no estaba presente como concepto tiene que ver, por un lado, con la
todavía escasa sensibilidad ambiental de aquellos años, pero
también, por otro lado, con la secuencia intelectual obvia que
remite a la renovación permanente de las categorías y de su
capacidad de interpelación de la realidad en dialéctica relación
con los procesos sociopolíticos.
Sin embargo, esta
renovación permanente no implica desconocer o no reconocer la
existencia de un modo de acumulación particular. Por el contrario,
lo ideal sería recuperar conocimientos y discusiones previas sobre
su caracterización y profundizar en su análisis. Un ejemplo
interesante es el aporte realizado por Silvia Federici en el libro
titulado El calibán y la bruja sobre el rol de las mujeres como
reproductoras de la fuerza de trabajo y sobre la necesidad del
aniquilamiento de miles de mujeres consideradas “brujas” en el
proceso constitutivo del capitalismo como sistema dominante. Por
poner solo un ejemplo de todo el desarrollo que hace la autora, las
mujeres al ser consideradas como máquinas de producción de nuevos
trabajadores también son parte del proceso dialéctico
acumulación-producción-extracción. Así, la innovación
intelectual, dentro de los estudios dialécticos y complejos
estructurados sobre la reflexión del modo de acumulación, es una
tarea fundamental para continuar re-pensando en profundidad el mundo
en el que vivimos.
En resumen, el
extractivismo implica una mirada sobre lo emergente, cuando lo
importante sigue siendo una perspectiva de raíz, de la fuente misma
de los sucesos. Entonces, la recuperación del análisis del
capitalismo como modo de acumulación y de la lucha de clases como
conflicto social inherente, forma parte tanto de la disputa política
como de la disputa epistemológica en el contexto actual. Para estas
disputas no es suficiente elegir un tema de
investigación/estudio/enseñanza de relevancia histórico-coyuntural;
sino que también es clave el modo de analizar ese tema y los
presupuestos que cada herramienta conlleva. Asimismo, son relevantes
porque no quedan enclaustrados en los limitados espacios académicos,
también influyen en la lucha diaria de numerosos movimientos
sociales, en los que investigadores e investigadoras solemos
participar.
Acumulación-producción-extracción
como proceso dialéctico
Acumulación
primitiva, reproducción ampliada y nuevos cercamientos representan
una ecuación importante a la hora de entender la estrategia de
apropiación de la naturaleza y construcción del territorio en la
sociedad capitalista. Los nuevos cercamientos entonces implican la
apropiación de aquellas porciones de territorio y espacios de vida
aún no incorporados plenamente a la lógica del capital, reeditando
así algunos de los procesos de la llamada acumulación primitiva que
conviven de esta manera con los mecanismos predominantes de la
reproducción ampliada.
Así, debemos
considerar a la “segunda contradicción del capital” (como la
denomina James O´Connor), o sea la contradicción capital-naturaleza
(la primera sería la contradicción capital-trabajo) como aquel
proceso que trata en tanto mercancía a la naturaleza y el espacio,
de tal manera de poder incluirlos en su ecuación instrumental. La
tendencia es al socavamiento de la propia base natural de
sustentación del sistema productivo, dado que el capital no puede
prever los costos de reproducción de la naturaleza en pos de una
sustentabilidad real debido a que afectaría claramente la tasa de
ganancia.
En este esquema
de racionalidad instrumental, segunda contradicción y conjunción de
procesos de acumulación, se vienen definiendo históricamente toda
una serie diversa de recursos estratégicos que se relacionan
dialécticamente: por un lado, aquellos que la dinámica global del
capital define como recurso demandado en un momento histórico
determinado y, por otro, aquellos que las condiciones ecológicas
regionales determinan como aptos para ser producidos o extraídos en
cada territorio.
Podemos hablar de
un proceso extractivo que se va transformando en base a la innovación
tecnológica permanente y a la propia dinámica de cambio del proceso
de acumulación. En esta continuidad extractiva en función del
proceso de acumulación, el caucho es un ejemplo histórico en la
América Tropical, la plata en la América Andina y el quebracho en
la América Subtropical. Más contemporáneo, la explotación de los
hidrocarburos y de minerales no deja de generar conflictos
socio-políticos y territoriales, donde entran en juego intereses
geoestratégicos estadounidenses, capitales multinacionales de base
europea y gobiernos con orientación popular-reformista o
conservadora. Sin ir más lejos, es importante no dejar pasar los
importantes conflictos geopolíticos derivados por la posesión de
los yacimientos de gas y petróleo en las recientes historias de
Venezuela y Bolivia, más la llamada Guerra del Agua, también en
Bolivia, o las más recientes disputas en torno a la potencial
energía hidroeléctrica de los ríos patagónicos tanto como los
cuestionamientos al avance de la frontera hidrocarburífera con el
fracking en dicha región, los cuales muestran de forma elocuente lo
central de esta cuestión. Primordial es también mencionar el
proceso creciente de sojización de América del Sur, que arrasó con
ecosistemas, agrosistemas y culturas, constituyéndose no sólo en la
extracción de un recurso en base a su “oportunidad” en términos
de su demanda por las naciones más industrializadas (alimento de
ganado y biodiésel) sino que también en la aplicación de la
tecnología más concentrada y asociada a fuertes niveles de
dependencia.
Alienación
socio-ecológica, “extractivismo” histórico e
instrumentalización de la razón están en la base y las
consecuencias de todos estos procesos de acumulación basados en la
territorialización extractiva desde que el continente americano es
“descubierto” por el capital europeo. Es así que la
caracterización que hiciera Galeano en Las Venas Abiertas de América
Latina en la década del 70 sigue absolutamente vigente, poniendo en
entredicho los supuestos “descubrimientos intelectuales” del
extractivismo o neo-extractivismo.
“Es América
Latina la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento
hasta nuestros días todo se ha trasmutado siempre en capital europeo
o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se
acumula en los lejanos centros de poder. Todo, la tierra, sus frutos
y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de
trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos.
El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han
sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación
al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado
una función siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli
extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las
dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que
por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión
de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro
de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos
ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Hace
cuatro siglos ya habían nacido dieciséis de las veinte ciudades
latinoamericanas más pobladas de la actualidad)”.
En definitiva, la
clave diferenciadora no está en pensar en extractivismo sino en
acumulación, entendiéndolo como la articulación entre el despojo,
o sea los mecanismos de la acumulación primitiva, y la reproducción
ampliada del capital. El extractivismo es solo un instrumento para la
acumulación capitalista y debe ser tratado conceptualmente como tal.
El eje está en la lógica de acumulación. Para terminar con el
extractivismo es necesario discutir todo el proceso complejo y
dialéctico de la acumulación y sus diferentes facetas y solo en
este entramado discutir la etapa extractiva del capital, por cuanto
el proceso extractivista es parte de la totalidad y si bien tiene sus
especificidades solo se explica en su sentido íntegro en función de
esa totalidad.
Los autores son miembros del Grupo de Estudio sobre Acumulación, Conflictos y Hegemonía (GEACH). Lorena Natalia Riffo es docente de la Licenciatura en Comunicación Social de la Universidad Nacional del Comahue y becaria doctoral del Conicet en el Instituto Patagónico de Humanidades y Ciencias Sociales en la misma universidad. Guido Pascual Galafassi es profesor titular en la Universidad Nacional de Quilmes, investigador independiente del Conicet y director de la Maestría en Desarrollo Territorial y Urbano en la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad Nacional de Avellaneda.
Fuente:
Guido Pascual Galafassi, Lorena Natalia Riffo, ¿Qué es el extractivismo? Apuntes críticos para un debate necesario, 15/07/18, La Izquierda Diario.
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