por Daniel Gutman
BUENOS AIRES, 24
jul 2018 (IPS) - La carne vacuna es uno de los símbolos que han
identificado históricamente a Argentina. Tras años de vacas flacas,
la producción y las exportaciones crecen, igual que el debate sobre
el impacto ambiental de la actividad, que está en el radar de los
ecologistas y de los actores productivos.
El problema de
las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de la ganadería,
que son metano y óxido nitroso, se planteó desde la Cumbre de la
Tierra de Río Janeiro de 1992.
Pero “Argentina
costó mucho que se lo tomara en serio”, dijo a IPS el veterinario
Guillermo Berra, que lideró el primer grupo investigador del tema en
el gubernamental Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria
(INTA).
“La
intensificación de los procesos de producción a través de
‘feedlots’, o corrales de engorde, ha mejorado los rendimientos
últimamente y por eso ha contribuido a reducir la emisión de GEI,
pero ha generado otro problemas, que es la contaminación de suelos y
aguas subterráneas”, explicó.
De acuerdo al
último Inventario Nacional de GEI, que Argentina presentó el año
pasado ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio
Climático (CNMUCC), la actividad agropecuaria, incluida la
deforestación, genera 39 por ciento de las emisiones totales.
Si se profundiza
en los datos surge un detalle significativo: la ganadería es el
subsector de mayores emisiones, por encima del transporte, con 76,41
millones de toneladas anuales de dióxido de carbono (CO2)
equivalentes, o un 20,7 por ciento del total.
La llamada
“fermentación entérica”, que hace referencia al metano que el
ganado vacuno libera a la atmósfera como resultado de su proceso
normal de digestión, es el principal rubro.
Sebastián
Galbusera, profesor de Economía Ambiental en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, dijo a IPS que “estos resultados no deberían
sorprender en un país donde la actividad agropecuaria es clave. Pero
nos indican la complejidad que presenta el desafío de reducir las
emisiones”.
“El objetivo
debe ser mejorar la productividad de los sistemas ganaderos. El
índice de destete, que refleja la proporción de vacas que produce
el ideal de un ternero por año que está listo para ser engordado,
es de 60 por ciento, cuando en Estados Unidos es del 85. Mejorar ese
índice significaría producir más carne con las mismas emisiones”,
agregó.
Argentina supo
ser el mayor exportador mundial de carne vacuna a comienzos del siglo
XX. Sin embargo, la ganadería no experimentó en las últimas
décadas el mismo desarrollo tecnológico que la agricultura, que le
ganó espacio y la condenó a esos corrales de engorde al aire libre
o zonas marginales.
Osvaldo Barsky,
investigador de la historia rural en Argentina, detalló a IPS que
“con la incorporación de tecnologías y variedades, la agricultura
se expandió sobre las mejores tierras”.
“En la
ganadería los procesos fueron más lentos e incluso hubo momentos de
mucho retroceso, como cuando el presidente Néstor Kirchner
(2003-2007) prohibió temporalmente las exportaciones para contener
los precios internos”, explicó.
Como resultado,
“se produjo una gran baja en la producción, se perdieron 10
millones de cabezas y vecinos como Uruguay y Paraguay nos superaron
en el mercado internacional”, detalló Barsky, mientras Brasil
logró convertirse el último bienio en principal exportador mundial
de carne de res, además de avícola.
Hoy, la carne es
uno de los escasos sectores de la actividad económica donde el
gobierno de Mauricio Macri puede mostrar números favorables de su
gestión, comenzada en diciembre de 2015.
Como reflejo de
esas noticias positivas, el propio Macri, de hecho, encabezó el 16
de este mes la reunión bimestral de la Mesa Nacional de Carnes, que
reúne a distintos actores estatales y privados.
De acuerdo a
datos oficiales, en los primeros cinco meses de este año Argentina
exportó 60 por ciento más de carne vacuna que en el mismo período
de 2017: 121.277 toneladas contra 75.934.
De hecho,
proyecciones oficiales difundidas el 19 de julio indican que el país
exportaría este año 435.000 toneladas de carne vacuna, con lo que
superaría por primera vez en años a Uruguay y Paraguay, aunque muy
lejos de Brasil que vendería a mercados externos unos dos millones
de toneladas.
Actualmente, la
mitad de las exportaciones de carne argentina van a China. Le siguen
como destinos Rusia, Chile, Israel y Alemania, en ese orden.
Las exportaciones
alcanzaron 1.200 millones de dólares en 2017 y el gobierno aspira a
que se acerquen a 2.000 millones este año.
La producción
también está creciendo, aunque a ritmos menores.
El consumo
interno promedio de carne vacuna en este país de 44 millones de
habitantes, que llegó a acercarse a 80 kilos anuales promedio por
persona, bajó por la competencia de otras carnes, pero sigue siendo
alto. Se ubica en 59 kilos, según números actualizados del
Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina.
En ese contexto
advierte Berra: “Si queremos seguir exportando en el largo plazo,
la producción ganadera no solo deberá ser eficiente en términos
económicos sino que tendrá que ser ambientalmente sustentable y
sociablemente responsable”.
“Argentina, a
futuro, puede quedar en posición desventajosa en términos
comerciales si se implementan restricciones de carácter ambiental”,
agregó.
En este sentido,
un papel fundamental lo juegan los corrales de engorde. La ganadería
extensiva y su imagen de las vacas pastando en campos abiertos es
cada vez menos habitual.
En los 90
desembarcaron en Argentina estos feedlots, como les llama localmente,
que permiten producir carne de manera intensiva, en menos tiempo y
con menos espacio.
Actualmente,
entre 65 y 70 por ciento del ganado vacuno que llega a los mataderos
en Argentina sale de esos corrales, dijo a IPS el gerente general de
la Cámara Argentina de Feedlot, Fernando Storni.
“La actividad
en Argentina es relativamente nueva y todavía se están diseñando
las reglamentaciones. La disposición de los residuos pecuarios solo
está regulada en una provincia (Córdoba)”, agregó.
Storni aseguró
que “somos conscientes de que hay que trabajar en mitigar los
impactos porque las exigencias van a ser cada vez más mayores a
nivel internacional”.
El tema es
seguido con preocupación por investigadores de la Facultad de
Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Ana García,
doctora en Investigación Agraria y Forestal e investigadora de la
Facultad de Agronomía de ese centro de estudios consideró que “es
urgente reglamentar estas actividades porque tienen un impacto
negativo sobre el ambiente y pueden afectar la salud humana”.
“Estudios los
feedlots desde 2004 y veo que no hay tratamiento ni destino final
adecuado para el adecuado, que se acumulan durante ante años. Falta
una sincronización del sistema productivo con criterios ambientales.
Se debe ayudar al productor para fijar criterios y luego se podrá
exigir”, planteó
Ileana
Ciapparelli, docente de la cátedra de Química Inorgánica, también
de la UBA, explicó que “los productores no saben cómo disponer
los residuos sólidos del feedlot y hacen lo que pueden. Algunos los
usan para intentar mejorar la fertilidad del suelo pero otros los
dejan apilado, con lo se convierten en una fuente de emisión de
metano”.
Ciapparelli
realizó un estudio que demostró que cientos de toneladas de
estiércol depositadas en suelo arcilloso generan concentraciones de
sustancias que pueden penetrar en el suelo hasta más de un metro de
profundidad y contaminar las napas, que a su vez están conectadas
con los cursos de agua superficiales.
Una de las
principales de esas sustancias es el fósforo, un nutriente que los
productores agropecuarios compran a través de fertilizantes y que
podría ser aprovechado de los residuos de los feedlots, que hoy
contaminan los cursos de agua.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Daniel Gutman, La carne argentina, entre la recuperación y el impacto ambiental, 24/07/18, Inter Press Service.
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