En numerosos
documentales y libros, Marie-Monique Robin investigó y denunció los
males y abusos del mundo global, desde el tráfico de órganos hasta
los métodos de tortura de Estados Unidos en Medio Oriente. En los
últimos años abordó la exposición de los cuerpos al glifosato,
con sus consecuencias físicas de malformaciones congénitas. En el
flamante El glifosato en el banquillo (De la Campana), narra la
historia del juicio a Monsanto que la tuvo como participante y donde
se emularon los mecanismos de la Corte Penal Internacional de La
Haya.
por Diego
Fernández Romeral
Las dimensiones
más profundas del horror se fueron abriendo ante sus ojos. Tejieron
una ruta invisible que la llevó por el mundo persiguiendo los
dispositivos humanos que les daban causa, origen. Registró con
detalle cada uno de sus engranajes: nombres, fechas, documentos.
Desentrañó sus conexiones y las hilvanó con el testimonio de las
víctimas hasta entonces condenadas al silencio. A través de sus
libros y documentales, la periodista francesa Marie-Monique Robin
describió el origen del tráfico de órganos entre Europa y América,
los métodos de tortura utilizados por el ejército estadounidense en
Medio Oriente, las enfermedades crónicas nacidas en el centro de una
industria alimenticia envenenada, el entrenamiento de las Fuerzas
Armadas Argentinas para utilizar el terror y el sinfín de cuerpos
expuestos al glifosato, signados por el cáncer y las malformaciones
congénitas. Pero también se propuso viajar en la dirección
opuesta, retratando los caminos alternativos abiertos por la
agroecología y la posibilidad de frenar el horror desatado por el
propio ser humano. Su último libro, El glifosato en el banquillo (De
La Campana), parte en esa dirección para narrar las experiencias que
permitieron a la sociedad civil condenar a Monsanto, dentro del
Tribunal de La Haya, por el delito de ecocidio.
En octubre de
2016, con Marie-Monique Robin como referente mundial -junto a la
filósofa hindú Vandana Shiva, ganadora del Premio Nobel
Alternativo-, el Tribunal Internacional contra Monsanto reunió
cientos de casos-testigo e investigaciones científicas de todas
partes del mundo, expuestos frente a un equipo de jueces
internacionales que emuló los mecanismos de la Corte Penal
Internacional de La Haya y que estableció la culpabilidad de la
corporación por “causar daño severo y destruir el medioambiente
alterando de forma significativa y duradera los bienes comunes del
ecosistema, de los cuales ciertos grupos humanos dependen”. Un año
y medio después, Robin recrea dentro de El glifosato en el
banquillo, como testigo y partícipe, el desarrollo y las incidencias
de ese juicio popular que tuvo como objetivo establecer las bases
para que los funcionarios de Monsanto sean juzgados penalmente.
Nacida en 1960 en
el seno de una familia de agricultores de Gourgé, un pueblo rural
del oeste de Francia, Marie-Monique Robin viajó durante su juventud
para formarse como periodista en Alemania, en la Universidad del
Sarre. “En aquella época mis padres estaban muy ligados a Amnistía
Internacional. Tenían un amigo católico, agricultor y sindicalista
que en los setenta se fue a Misiones, Argentina, y fue detenido por
la dictadura. Entonces comenzaron una campaña para saber qué
pasaba”, recuerda Robin, que habla en un castellano fluido, apenas
rozado por la cadencia francesa.
En esa
confluencia entre periodismo, derechos humanos y agricultura fue
forjando la mirada con la que le dio vida a un trabajo colosal que
logró desplegar en los cinco continentes. Más de cincuenta libros y
documentales –financiados en su mayoría a través de crowdfunding
e instituciones como la Embajada de Francia en Argentina– que le
valieron premios como el Albert Londres -equivalente francés del
Pulitzer, el Rachel Carson Price y la Legión de Honor, una
distinción que le fue entregada en 2013 por el Ministerio de
Ecología de Francia, durante la presidencia de François Hollande.
“Al principio pensé en rechazarla, porque no estaba de acuerdo con
su política”, reconoce Robin. “Pero pedí que me la entregaran
en una comunidad cercana a Nantes, que estaba en conflicto por unas
tierras que iban a ser vendidas para que se fabrique allí un
aeropuerto. Lo vi como una manera de continuar lo que había hecho
desde el periodismo. Creo que el periodismo sirve para dar
información bien verificada y que eso luego permita que los
ciudadanos se organicen. En ese lugar había un gran símbolo de
resistencia”.
Las más de cien
mil copias vendidas en Francia de El mundo según Monsanto -traducido
a 22 idiomas-, a la par del documental que se replicaba en todo el
mundo, la habían colocado en el centro de una discusión global que
su gobierno no podía ignorar. A través de las páginas de ese
libro, Robin desenmascaraba las operaciones mediante las cuales la
corporación había escondido documentos internos en los que se
aseguraba que el glifosato que contenían sus productos podía
resultar cancerígeno para quienes estuviesen en contacto con él. A
la par, mostraba un recorrido casi enciclopédico repleto de datos y
testimonios que iban acompañados por los estudios científicos
falseados por Monsanto para “sanear” sus herbicidas frente a la
comunidad mundial.
¿Cuál fue la
respuesta de Monsanto frente a la publicación de tu libro?
- Monsanto
buscó y revisó el libro con abogados y no pudieron encontrar nada,
todo está documentado, se puede verificar. Nunca me hicieron un
juicio. El libro y el documental tuvieron tanto impacto que eso
también me protegió. Lo presenté en los Congresos de Canadá,
Japón, Paraguay. Fue pirateado de manera increíble incluso en
países africanos. En Córdoba conocí a las madres y amas de casa
que hacían de a trescientas copias del documental.
Los viajes de
Marie-Monique Robin a la Argentina se habían vuelto constantes desde
mucho antes de la publicación de El mundo según Monsanto, con el
que recorrió decenas de pueblos y ciudades donde se replicaban las
denuncias por fumigaciones con glifosato. En 2003, la salida de
Escuadrones de la muerte: La escuela francesa (De la Campana) -prologado en la edición argentina por Horacio Verbitsky, que lo
define como una “proeza periodística”- implicó que Robin se
volviese una de las testigos en varios de los juicios de
lesa-humanidad abiertos luego de la última dictadura militar.
Poco tiempo
después de la aparición de El mundo según Monsanto,
Marie-Monique-Robin comenzó a trabajar en una nueva investigación,
movilizada por un interrogante que se desprendía de ese libro:
“¿Monsanto constituye una excepción en la historia industrial o,
por el contrario, su comportamiento criminal es característico de la
mayoría de los fabricantes de productos químicos?”. La búsqueda
de una respuesta terminó llevándola a reconstruir la ruta mundial
de la producción de alimentos y el rompecabezas en el que se
encastran sus efectos más devastadores: las enfermedades
degenerativas, la esterilidad y el cáncer. El veneno nuestro de cada
día: La responsabilidad de la industria química en la epidemia de
enfermedades crónicas (2010, De La Campana) –publicado casi en
simultáneo con un documental, al igual que casi todos sus trabajos–
significó una escalada en el nivel de sus denuncias.
“Todos los alimentos producidos de manera industrial hoy llegan a nuestros platos cargados de veneno y pesticidas. Las empresas dicen que no se puede hacer de otra manera, que si no, no podríamos alimentar a todo el mundo. Pero los que dicen esto se olvidan que tampoco alimentamos al mundo con pesticidas. Hoy existen mil millones de personas que sufren hambre en el mundo, así que estamos hablando de un gran fracaso. Tanto dinero invertido en este modelo para que después de cuarenta años de locura química, una de cada siete personas muera de hambre”.
Fuente:
Diego Fernández Romeral, Un mundo non santo, 27/05/18, Página/12. Consultado 28/05/18.
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