La Comisión
Europea ha prohibido el uso de neonicotinoides al aire libre. Esa es
una buena noticia para las abejas, pero también para los insectos
dañinos. Fabian Schmidt opina que se requieren mejores plaguicidas.
por Fabian
Schmidt
El hecho de que
la Comisión Europea haya confinado a los invernaderos a tres
insecticidas de la familia de los neonicotinoides que probablemente
dañan a las abejas, parece a primera vista una buena noticia. Las
abejas y muchos otros insectos -útiles o perjudiciales para el ser
humano- estarán por lo pronto mejor protegidos. Pero que dichos
insecticidas ya no puedan utilizarse no significa necesariamente que
a las abejas les vaya a ir en verdad mejor a largo plazo.
Agricultura
industrial
Cabe sospechar
que los agricultores recurrirán en el futuro a otros pesticidas.
Probablemente los aplicarán en mayores concentraciones. Y resulta
dudoso que esos productos sean realmente más seguros y mejores para
los insectos provechosos que los ahora prohibidos.
Una cosa es
clara: la agricultura moderna no puede prescindir de los plaguicidas.
Los organismos dañinos se adaptan con rapidez y pueden destruir
enormes plantaciones en tiempo récord. Y hay otra verdad incómoda
para muchos amigos de la agricultura orgánica: solo la agricultura
industrializada puede alimentar a la larga a la creciente población
mundial.
Alternativa
compleja
Existe un atisbo
de solución para este dilema: los pesticidas muy selectivos, que
afectan solo a determinada plaga. Pero eso exige mayores esfuerzos de
parte de los investigadores científicos, la industria y los
agricultores. Se trata de productos que combaten a los organismos
perjudiciales en estado larvario e impiden que lleguen a
desarrollarse. Al mismo tiempo, no deben dañar a los insectos
beneficiosos.
Naturalmente, eso
es mucho más complicado que un insecticida de amplio espectro, con
el que uno se puede proteger de muchas plagas a la vez. Porque cada
plaga debe ser detectada individualmente y se debe desarrollar una
estrategia específica para combatirla. Eso supone un conocimiento
especializado. Cuesta tiempo y dinero, y, a la postre, siempre se
producirán pese a todo pérdidas de cosechas.
Más naturaleza
Mucho más
importante para la conservación de la biodiversidad sería una cosa
muy distinta: ¡dar más espacio a la naturaleza! Y hacerlo allí
donde se pueda, sin que suponga grandes sacrificios. Por ejemplo, los
legisladores deberían prescribir franjas de tierra donde puedan
crecer las hierbas a lo largo de las calles y caminos rurales, con
prohibición de cortarlas. Así podrían volver a desarrollarse
setos, arbustos, árboles y flores silvestres. Eso no mermaría mucho
el rendimiento de un campo cultivado industrialmente, pero sería en
cambio una enorme ganancia para la naturaleza.
También en las
ciudades y poblados podríamos hacer mucho más por los insectos y
por los pájaros. ¿Por qué no les damos una oportunidad a las
praderas con flores allí donde ahora hay céspedes meticulosamente
cortados? ¿Por qué cualquier plantita de diente de león debe ser
extirpada? ¿Por qué instalan los arquitectos paisajistas enormes
áreas cubiertas de grava, de las que debe retirarse de inmediato
cualquier supuesta maleza? ¿Por qué se llena todo de asfalto y no
de plantas?
Un poco más de
"desorden” no perjudicaría nuestro paisaje. Así las abejas,
mariposas y otros insectos tendrían de nuevo la posibilidad de
desarrollarse, y también muchos otros animales.
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Fuente:
Fabian Schmidt, El desafío de proteger a las abejas, 27/04/18, Deutsche Welle. Consultado 01/05/18.
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