Lo dijo el
abogado y docente de la UBA Marcos Filardi, quien visitó la ciudad
de Río Cuarto para una capacitación que centró en la soberanía alimentaria.
“Todos sufrimos la contaminación originada en el campo”, señaló.
Para el
ambientalista Marcos Filardi el modelo dominante de producción
agropecuaria está “enfermando a la población y destruyendo el
ambiente”. En su paso por la ciudad, el especialista advirtió
sobre el profundo impacto que tiene el sistema productivo sobre la
salud de la población y sobre los ecosistemas, por el uso
indiscriminado de agrotóxicos, transgénicos y el esquema de
distribución de alimentos como mercancías.
Filardi es
abogado especializado en Derechos Humanos y miembro de la cátedra
libre de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la
UBA. El martes y miércoles de la semana pasada brindó una
capacitación centrada en el derecho a la alimentación y el modelo
de agronegocios, organizada por la cátedra abierta de Soberanía
Alimentaria de la Universidad.
“El agronegocio
es el modelo dominante en todo el país, y Río Cuarto es un
exponente de eso, basado en la exportación, el supermercadismo como
forma de distribución de alimentos, y en la circulación de los
alimentos como mercancías. Descansa en el uso de organismos
genéticamente modificados. Argentina es el tercer exportador mundial
de transgénicos, que hoy ocupan el 75 por ciento de la superficie
cultivada del país. A eso hay que sumarle lo que se denomina el
paquete tecnológico asociado, que implica por ejemplo el uso
indiscriminado de 400 millones de litros de agrotóxicos por año”,
expone Filardi.
Derecho a la
alimentación
¿Qué impacto
tiene sobre el ambiente y la salud humana?
A nuestro
criterio, constituye una violación a los derechos humanos. Destruye
el derecho a una alimentación adecuada, porque afecta la
disponibilidad, la accesibilidad, la adecuación y la sustentabilidad
de nuestra alimentación. Esto hace que, en el país que se jacta de
exportar alimentos para 400 millones de personas, tenemos situaciones
de desnutrición aguda en diferentes puntos del territorio, y un 60
por ciento de malnutrición. Por otro lado, somete a nuestros pueblos
rurales fumigados -entre 12 y 14 millones de personas- a condiciones
de vida que están acarreando su muerte, a través del aumento de los
cánceres, malformaciones, trastornos del sistema endócrino,
trastornos del sistema neurológico, de la fertilidad -con abortos
espontáneos, enfermedades de la piel y respiratorias. Pero el
impacto, al final, les llega a los 45 millones de habitantes del país
porque los alimentos que comemos están contaminados y también lo
están el aire y el agua. Como si esto fuera poco, este sistema
convirtió a la Argentina en uno de los países con mayores índices
de desforestación de América Latina y del Mundo. Y esto afecta
también la regulación del ciclo del agua. No es casual que la mitad
de la superficie estuvo bajo el agua durante el año pasado. Si se
desmonta un bosque para sembrar soja, un cultivo de raíces pequeñas
y que necesita barbecho químico, generamos la condiciones ideales
para la inundación. Y también se contamina el agua, esencial para
la vida humana.
Ante semejante
cuadro de situación, ¿por qué no aparece el Estado?
A pesar de todas
las consecuencias negativas de este modelo, este sistema de
producción persiste porque está sostenido por grandes intereses.
Esos intereses son los de las grandes empresas cerealeras, altamente
concentradas, las industrias de insumos agropecuarios como las
semilleras y las fabricantes de agrotóxicos, los hipermercados y
supermercados, la industria alimentaria, la farmacéutica, las
petroleras y dinamizado por el sistema financiero. Hablamos de los
intereses más grandes del capitalismo global, entrelazados entre sí
para mantener este modelo. Y esos intereses a su vez tienen
ramificaciones políticas en todos los niveles: financian las
campañas y los gobiernos, financian la pauta publicitaria de los
grandes medios, y por eso estos temas no se debaten en esos medios.
¿Hay
alternativas al modelo dominante?
Se puede producir
sin fertilizantes sintéticos, sin insumos químicos, sin
transgénicos ni agrotóxicos. Es la agroecología en todas sus
formas. Eso es necesario, es posible y tiene diferentes expresiones
en nuestro país. También hay otra manera posible de distribuir los
alimentos, por fuera del esquema del súper e hipermercadismo;
acercar al productor con el consumidor y achicar las cadenas de
comercialización. La apuesta central de la soberanía alimentaria
pone en el centro del sistema productivo a la agricultura familiar,
campesina e indígena. Por eso, hay que entender que el acceso a la
tierra, al agua y a las semillas son derechos fundamentales,
indispensables para el ejercicio de la soberanía alimentaria.
“La energía
del hambre”
¿Cómo entiende
el uso de alimentos como el maíz para producir energía?
Siempre
escuchamos que cada vez hay más bocas para alimentar y por eso es
necesario avanzar en este esquema de agricultura industrial,
concentrada y de agronegocios porque, de lo contrario, no podríamos
alimentar al mundo. Pero lo cierto es que este sistema no está
pensado para alimentar al mundo. Tan es así que el 25 por ciento de
toda la cosecha de granos que se hace en Argentina se destina a la
producción de agrocombustibles. Nosotros decimos que esta es la
energía del hambre, porque son granos o tierras que estarían
perfectamente disponibles para la producción alimentaria, y en lugar
de eso se utilizan para llenar los tanques de nafta de los europeos.
Es muy importante tener en claro cuál es el destino de nuestros
cereales. Se necesitan 200 kilos de maíz para llenar un tanque de
agrocombustible. Con esa cantidad de granos se puede alimentar a una
persona durante un año. A cultivos o tierras disponibles para la
producción de alimentos los utilizamos para producir energía, que
por otro lado tampoco es limpia, que tampoco es verde.
Fuente:
“El agronegocio está enfermando a la población y destruyendo el ambiente”, 16/04/18, El Puntal de Río Cuarto. Consultado 18/04/18.
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