por Mario Osava
RÍO DE JANEIRO,
20 abr 2018 (IPS) - La transición en materia de energía tiende a
diseminarse por el mundo, pero será más contrastante en Brasil, al
sustituir grandes centrales hidroeléctricas por microgeneradoras
solares y decisiones gubernamentales por aquellas familiares y
comunitarias.
“El futuro es
solar, pero será un proceso difícil y lento, porque las empresas
concesionarias de electricidad no aceptarán un nuevo papel, ante la
pérdida de mercado. Las personas ya no serán meras consumidoras”,
vaticinó Joilson Costa, coordinador del Frente por una Nueva
Política Energética para Brasil (FNPEB).
Los datos
actuales contradicen su previsión. La fuente hídrica sigue
dominando la generación eléctrica brasileña, con 63,8 por ciento
de la capacidad instalada en el país y un total de 158.798
megavatios, según la Agencia Nacional de Energía Eléctrica
(Aneel), el órgano regulador del sector.
Brasil posee tres
de las seis mayores centrales hidroeléctricas del mundo, una de las
cuales, Belo Monte, sobre el amazónico río Xingu, se inauguró en
2016. Su potencia alcanzará 11.233 megavatios cuando se complete la
entrada en operación de todas sus turbinas en 2019.
En esos
megaproyectos ha centrado mayormente Brasil hasta ahora la transición
energética, como se define la paulatina sustitución de los
combustibles fósiles por otros ambientalmente más amigables.
La electricidad
de fuente solar todavía se limita a 0,73 por ciento del total, lo
que equivale a 1.164 megavatios, según los datos de Aneel que se
refieren solo a 1.445 centrales, es decir plantas de empresas que
usan placas fotovoltaicas como negocio energético, para venta al
mercado, en la misma lógica de las hídricas o térmicas.
Pero son las
micro o minigeneradoras para consumo propio en viviendas y empresas,
las llamadas unidades consumidoras con generación distribuida,
también conocida como descentralizada, las que presentan
perspectivas de mayor crecimiento y transformación del sistema
eléctrico en Brasil.
En ese rubro, en
abril había un total de 26.620 unidades instaladas, 99,3 por ciento
de fuente solar y el resto de hídrica, eólica o térmica, que
incluye la biomasa. En total generan 317,7 megavatios, en una
capacidad que está casi triplicándose anualmente.
La parte solar en
la matriz eléctrica de Brasil subirá a 15 por ciento en 2024,
estima la Aneel. Alcanzará el liderazgo en 2040 con 32 por ciento,
la mayor parte generada en los techos residenciales, según informe
de Bloomberg Energy de 2017.
Ese crecimiento
explosivo, involucrando millones de viviendas, empresas y edificios
públicos, exigirá, y seguramente forzará, la eliminación de
barreras a su desarrollo, especialmente regulatorias.
En Brasil esas
micro y minigeneradoras no pueden vender su electricidad, lamentó
Costa, ingeniero electricista de formación. Sus kilovatios son
incorporados a la red de distribución y se descuentan del consumo de
la residencia, empresa o institución responsable, detalló a IPS.
Si hay
excedentes, quedan como crédito para compensar en el consumo futuro.
De esa forma, no producen ingresos como ocurre en Alemania y otros
países europeos, en que la venta constituye “un estímulo más
para impulsar la generación distribuida”, comparó Costa en su
diálogo con IPS.
Contribuyen así
al presupuesto familiar o empresarial al reducir costos.
“Apoyamos la
energía solar por ser la de menor impacto social y ambiental entre
todas las fuentes. Puede usar el espacio ocioso de los tejados, por
eso luchamos por su incorporación a los programas habitacionales y
al sector público”, predicó el activista.
La campaña
“Energía para la vida” del FNPEB, una red de decenas de
organizaciones sociales, reclama incentivos para la generación
distribuida solar, como forma de “fortalecer el sistema eléctrico”
y reducir la pobreza.
Una iniciativa
considerada ejemplar por Costa fue la construcción, en Juazeiro, una
ciudad del nororiental estado de Bahia, de dos conjuntos de “Mi
casa mi vida”, programa habitacional oficial para familias pobres,
con 9.144 paneles fotovoltaicos en las 1.000 viviendas.
La iniciativa de
la Caixa Econômica Federal, un banco estatal con fines sociales, y
la empresa privada Brasil Solair, destina 60 por ciento del producto
a las 1.000 familias, 30 por ciento al condominio para mejorar la
vida comunitaria con servicios e instalaciones y diez por ciento para
la mantención de los equipos.
En este caso hay
excedentes importantes, ya que se estima que la capacidad de 2,1
megavatios puede abastecer 3.600 viviendas, que pasan a la comunidad,
incluso en forma de ingresos monetarios.
“Pero es una
experiencia única, un proyecto piloto financiado por el Fondo
Socioambiental de la Caixa, a fondo perdido, que opera como una
minicentral”, explicó Costa.
Formalmente es la
empresa la que vende la energía generada en los tejados arrendados
para ese fin, en un “arreglo” que difícilmente es reproducible,
según el activista, porque requiere donaciones y una empresa que se
una al destino de la comunidad.
La solución que
él propone es la creación de un fondo nacional para financiar la
generación distribuida, con reembolso pero a largo plazo, de manera
que el costo del préstamo no supere el ahorro logrado con la
electricidad generada por el deudor.
“Soberanía
energética” es otro beneficio de esas microgeneradoras, sostuvo.
Con eso las familias, empresas y comunidades ganan poder de decisión,
se evitan los daños sociales y ambientales de las grandes centrales
hidroeléctricas.
La resistencia de
los pueblos indígenas y ribereños, el alto costo de las
compensaciones por los daños ambientales y sociales, además de la
fuerte sequía en las cuencas que más generan electricidad y la
recesión económica de los últimos años, interrumpieron la oleada
de grandes centrales hidroeléctricas iniciada en la última década.
El fin de los
megaproyectos
Posiblemente Belo
Monte será el último megaproyecto del sector en Brasil,
reconocieron autoridades y expertos energéticos, que siempre
defendieron que los grandes ríos eran la fuente más propicia, más
barata y sustentable para la electricidad nacional.
La crisis en el
sector y la reducida generación hídrica en los últimos años
fomentaron la creciente participación de los combustibles
hidrocarburiferos en la matriz eléctrica brasileña, haciéndola más
cara y contaminadora.
El avance de la
energía solar podría interrumpir esa tendencia. “La generación
distribuida tiene un efecto extremadamente positivo para el sistema
eléctrico brasileño, que es distinto de todos los demás”,
sostuvo Roberto Pereira D’Araujo, director del Instituto del
Desarrollo Estratégico del Sector Eléctrico (Ilumina).
La singularidad
del sistema eléctrico brasileño, DÁraujo y otros muchos expertos,
es la elevada proporción de fuentes renovables con la que ya cuenta.
A la hidroelectricidad se suman la biomasa de caña de azúcar y la
eólica, para totalizar 80 por ciento de electricidad y 42 por ciento
general de fuente renovable.
Eso incluye el
transporte, por cuanto el país usa la mayor proporción del
biocombustible etanol del mundo.
Otro elemento
diferente es que el máximo consumo de electricidad en Brasil ocurre
actualmente cerca de las 15:00 horas, no en el comienzo de la noche
como antes.
En esa nueva
realidad, el sol permite conservar agua en los embalses, favoreciendo
la gestión de los reservatorios hídricos, explicó a IPS el
especialista, ingeniero electricista y exfuncionario de una empresa
estatal eléctrica.
La
complementación entre hidroelectricidad y solar es más manejable
que la de centrales termoeléctricas a combustibles petroleros
pesados, los más usados en Brasil, que exigen más tiempo para
activarse o desactivarse, apuntó.
La generación
solar ocupa poco espacio, comparado con otras fuentes, y a largo
plazo tiende a ser más barata, aunque no ahora. El gran problema
será reorganizar todo el sistema, especialmente en la distribución,
donde las empresas instaladas se resistirán con fuerza al cambio,
concluyó D’Araujo.
Edición:
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, De lo mega a lo micro, transición democratizará energía en Brasil, 20/04/18, Inter Press Service. Consultado 23/04/18.
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