En los años 60 y
70, tener energía atómica representaba toda una idea de progreso. Y
no es casual que haya sido así: estábamos en el epítome de la
Guerra Fría, caracterizada por quién tenía más cantidad de armas.
Chernobyl primero, y Fukushima después, terminaron con esa falsa
percepción de desarrollo. El descenso de costo de las tecnologías
renovables volvieron al poder del átomo en aún más obsoleto. Ni
siquiera Trump, el último enamorado de las armas nucleares, está en
condiciones de revivir las centrales en los propios Estados Unidos,
mientras que en Alemania y Japón e -incluso- Francia, por decir
algunos, la energía nuclear está en retirada. Entonces, no se
entiende el apuro del Gobierno por tener cinco plantas de esta
generación en la localidad bonaerense de Lima, camino a Rosario, los
centros más populosos del país. Y de pagarle a los chinos US$ 12
mil millones en momentos en que la lucha por el déficit fiscal
afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad como los
jubilados. Aquí, además hay otro punto importante: el dinero para
un parque eólico lo ponen los privados. En cambio, el de las plantas
nucleares, lo pone el Estado. Y, por lo tanto, jamás lo recuperará.
Se prende, no se
apaga
Los halcones
nucleares del ministerio de Energía podrán justificar la ampliación
de parque nuclear en la naturaleza intermitente de las renovables. Y,
sin embargo, ese argumento también es falaz. Argentina aún tiene un
porcentaje nimio de renovables, aunque tiene proyectado crecer mucho
en ese terreno. Acaso al 25 % de la matriz en pocos años. Pero en
ningún país se complementan renovables con nucleares, porque una
vez que prendés estas plantas, no se pueden apagar. En cambio sí se
complementan con fuentes flexibles, que pueden reaccionar rápido a
la falta de oferta, como el gas. Entonces, ¿en qué están pensando?
Fuentes:
Marina Aizen, Apuro nuclear, 02/03/18, Clarín. Consultado 03/03/18.
La obra de arte que ilustra esta entrada es "Nuclear Marsh" del artista Wolfang Ertl.
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