Casi la mitad de
los haitianos carece de una fuente potable a menos de 500 metros de
su domicilio. Una inmersión en los problemas y soluciones para un
bien básico en el país menos desarrollado de América.
por Pablo Linde
Puerto Príncipe, 22 febrero 2018.- Agua gratis para
todos es una de las promesas electorales recurrentes en Haití. Un
compromiso tan seductor como inviable en un país donde el acceso es
escaso y tremendamente caro: a las familias se les va un 14 % de sus
ingresos en este líquido esencial. Por eso, en las ciudades es
frecuente ver tanto tiendas privadas como dispensadores públicos -los llamados kioscos, más asequibles- donde, generalmente las
mujeres, dan cuatro y cinco viajes al día cargando 20 litros para
proveer a la familia. Tampoco es raro ver mafias saqueando estas
mismas instalaciones para lucrarse con un bien básico que en Haití
se acerca más a la categoría de lujo.
En Martissan, un
barrio desfavorecido de Puerto Príncipe -valga la redundancia-
una manguera amarilla y ancha deja escapar un enorme caño de agua
cristalina que se pierde ladera abajo. A pocos metros, un camión
cargado de garrafas de plástico hasta arriba se aleja tranquilamente
de la escena. Son ladrones de agua que marchan con el botín para
venderlo en el mercado negro, ya sea en los propios bidones o
envasado en bolsas de plástico. Tienen mucha salida porque casi la mitad de los 11 millones de haitianos carece de una fuente potable amenos de 500 metros, según datos de Naciones Unidas.
Por eso, más de
cinco millones de personas beben en manantiales desprotegidos o en
fuentes que sufren filtraciones de las letrinas de las casas. Porque
otro problema es la falta de saneamiento: menos de un tercio de la
población cuenta con un inodoro mejorado. Un chollo para el Vibrio
cholerae, el bacilo que causa unas tremendas diarreas agudas que se
quedarían en eso con buena asistencia sanitaria, pero que en Haití,
el país a la cola del desarrollo en América, el cólera se ha
cobrado la vida de más de 10.000 personas (con más de 800.000
afectados) desde 2010.
Con este panorama
hídrico, en Jacmel, una ciudad a 90 kilómetros de Puerto Príncipe,
un grupo de vecinos ha decidido retener en las oficinas de la agencia
municipal de aguas a un funcionario para exigir la presencia del
director del organismo. El sistema, que se ha construido con fondos
de la Cooperación Española y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) -que hizo posible la logística para este viaje- es
modélico en el país. La gran mayoría de sus más de 180.000
habitantes sí cuentan con una fuente potable a menos de 500 metros,
que es lo que se define como acceso al agua según los Objetivos de
Desarrollo Sostenible de la ONU. Pero este grupo de vecinos quiere
más: reclama que llegue directamente a sus hogares.
“Es el signo de
que el sistema funciona muy bien, que el agua es de calidad y
asequible, por eso todo el mundo la quiere”, explica Frantz
Pierre-Louis, director de la agencia municipal de agua, que se
persona para conversar con los vecinos y explicarles que están
trabajando para que llegue a los hogares de este barrio a lo largo
del año. “Ya hemos comenzado a pagar para garantizarnos el acceso,
no tenemos problema en abonar las cuotas”, asegura César Lesly,
uno de los vecinos sublevados pacíficamente.
Conseguir esto no
ha sido sencillo. Las promesas electorales de agua gratis provocan
que muchos ciudadanos consideren que no deben pagar por ella una vez
que llega a sus casas. Aunque cuando se empezaron a instalar
contadores hubo algunos actos de sabotaje, el trabajo comunitario de
la agencia del agua ha conseguido que eso pase a la historia. “El
proyecto que ha logrado cambiar el comportamiento del jacmeliano con
respecto al agua, saben que no deben malgastarla, que quien lo haga
tiene que pagar. El reto ahora es cobrar cada mes para asegurar la
sostenibilidad del sistema”, explica Pierre-Louis, que asegura
orgulloso que el departamento Sureste, donde se asienta Jacmel es el
que tiene una tasa de cólera más baja de todo Haití.
Lo han conseguido
gracias a un sistema de depuración sencillo, pero eficaz y barato,
que se basa fundamentalmente en procedimientos mecánicos y químicos
que reducen al máximo el consumo de energía, uno de los grandes
problemas para el suministro en un país donde la electricidad es muy
cara, escasa (solo cuenta con ella un tercio de la población) y
discontinua. Forestal Yvens, el joven técnico responsable de
asegurar la salubridad muestra orgulloso una hoja con los niveles de
calidad del agua, que suele estar a la altura de las capitales
europeas, alrededor de 0,5 NTU, una unidad que se usa para medir la
turbidez del líquido. “Aquí bebo agua directamente del grifo,
cuando estaba en Puerto Príncipe tenía que clorarla yo mismo para
asegurarme de que no fuera perjudicial”, asegura.
Colin Espelancia,
de 29 años, todavía no cuenta con un grifo en casa, así que tiene
que ir al kiosco más cercano, que queda a unos 10 minutos. Cada día
hace varios viajes para llenar unos 10 bokits, unas garrafas de 20
litros. En su casa es la responsable del suministro, que se usa para
el aseo y para cocinar, pero no para beber. “No nos gusta el
sabor”, argumenta. Esto hace que sigan comprando para el consumo,
lo que le cuesta 20 gurdas por galón (25 céntimos de euro por 3,7
litros), más del doble de lo que paga en el kiosco.
Conseguir agua
transparente y segura en los hogares de Haití es todo un logro. Pero
no es menos que la empresa que lo gestiona sea sostenible. Sergio
Pérez, especialista del BID, explica que llegar a este punto,
incluso estar pensando en la expansión, como el caso de Jacmel, es
algo casi único. “Ver cómo funciona aquí nos hace pensar que
puede ser un modelo exportable”, asegura. “Toda la
infraestructura es una donación, ellos han de cobrar a los clientes
y esto no es fácil porque muchas veces no saben ni dónde están.
Antes el sistema era a mano y se tardaba una semana en tener listas
las facturas. Trabajamos en informatizarlo para que se resolviera en
unas horas y pudiera llegar antes a los ciudadanos que, aún así,
van a pagar mucho menos que si tuvieran que comprarla a vendedores
informales, como sucede en muchas partes del país”. Ahora, en
lugar del 14 % del ingreso se acercará más al 3 %, que es lo que
Naciones Unidas considera un gasto razonable.
Todos estos
logros no se podrían hacer sin las donaciones extranjeras, que
abastecen el 64 % de los fondos de la dirección nacional de aguas. El
gran donante es la Cooperación Española que, con una inversión de
más de 180 millones de dólares pretende llevar este bien esencial a
dos millones de personas. Manuel Alba, coordinador técnico de la
Aecid en Haití, expresa las mismas preocupaciones que el
especialista del BID: “Estamos trabajando en la parte comercial
para garantizar que hay medios técnicos y económicos para que
puedan mantenerse las infraestructuras, ese es el talón de Aquiles.
Porque una vez que la construyes, se puede romper una válvula o una
tubería, problemas muy peregrinos que acaban con todo un sistema por
falta de recursos para su mantenimiento”.
Ambas
instituciones, BID y Aecid está trabajando mano a mano para llevar
soluciones a Puerto Príncipe, una enorme urbe de más de tres
millones de habitantes donde la situación no está tan resuelta como
en Jacmel. Como explica Alba, el fondo del agua de la Cooperación
Española, una enorme donación del Gobierno a Latinoamérica de casi
800 millones de euros desde 2007, estaba pensado para zonas rurales.
“Porque en otros países estos problemas están solucionados en las
grandes ciudades. Pero tenemos que ir donde está la gente. Y en la
capital de Haití todavía queda mucha sin agua”.
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Fuente:
Fuente:
Pablo Linde, Lo que hay que hacer para beber agua en Haití, 22/02/18, El País. Consultado 27/02/18.
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