Los habitantes de
la Ciénaga Grande de Santa Marta pasaron de sufrir el conflicto
armado a sobrevivir en medio de una catástrofe ambiental.
por Javier Sulé
Ortega
La Ciénaga
Grande de Santa Marta se ve como un inmenso mar que solo puede
dimensionarse en un mapa a escala. Son 450 kilómetros cuadrados de
espejo de agua los de esta laguna costera colombiana que llegó a ser
la gran despensa pesquera del país. Ubicada junto al mar Caribe, en
la región del Magdalena, cuenta con poblaciones palafíticas de
postal que parecen una Venecia tropical y tiene el honor de haber
sido declarada reserva de la biosfera por la Unesco y de estar
incluida en la llamada lista Ramsar que recoge los humedales de mayor
importancia del mundo. Es realmente hermosa, equiparable al Parque
Nacional de Doñana en España, pero hoy languidece, victíma de una
crisis medioambiental y social que la muestra como un caso
paradigmático de ecosistema degradado por la acción del hombre.
Dicen que todavía es posible salvarla.
Para cualquier
humedal, su razón de ser es el agua. En el caso de la Ciénaga, su
funcionamiento hídrico es muy particular por las interacciones de
agua dulce y salada que tiene con el mar Caribe, con el poderoso río
Magdalena que desemboca en el Atlántico y con los ríos que bajan de
la Sierra Nevada de Santa Marta. A la Ciénaga, el agua le entra por
todas esas vías. En realidad, cada vez menos porque esos flujos
están rotos y los expertos advierten que, de no tomar medidas, el
humedal podría secarse con trágicas consecuencias para la fauna y
para las miles de personas cuya vida depende del ecosistema.
La bióloga
marina Sandra Vilardy, una de las científicas que mejor conoce esta
laguna, señala que no se puede afirmar rotundamente que el humedal
se esté secando pero sí es preocupante el riesgo que corre por el
gran volumen de agua que le está dejando de entrar al sistema. Para
la también decana de la Universidad del Magdalena, Colombia no es
consciente de la importancia de la Ciénaga Grande de Santa Marta.
“Es el delta del río Magdalena, el más importante del país, y
como todo delta es un ecosistema clave en cuanto a captura de carbono
y regulación hidrológica y de sedimentos”, explica.
Misión Ramsar
Que la situación
es critica lo corroboró recientemente una misión de expertos de la
Convención Ramsar, un tratado internacional firmado por 169 países
que propugna la conservación y recuperación de los humedales
poniendo en valor su importancia como ecosistemas relacionados con el
agua, ya sean lagos, ríos, acuíferos, pantanos, marismas, estuarios
o deltas. La misión evaluó el estado de conservación de la Ciénaga
a petición del Ministerio de Ambiente colombiano. Su informe
concluyó que todas las características ecológicas del ecosistema
estaban afectadas en un nivel muy elevado. Entre las consideraciones
que entregó al Gobierno colombiano, recomendaba incluirla en el
llamado Registro de Montreux, la lista de humedales más amenazados
del mundo para así poder obtener acompañamiento internacional y
acceso a recursos.
Y es que Ramsar,
especialmente en el Dia Mundial de los Humedales, sigue alertando que
éstos son los ecosistemas que más rápidamente se están perdiendo
en el planeta y que siguen siendo minusvalorados por el desarrollo.
Los expertos recuerdan que son la base de la alimentación de
milllones de personas que dependen del arroz o de la pesca en agua
dulce, que son fundamentales para la emigración de aves, que son una
barrera para las tempestades y que almacenan mas carbono que
cualquier bosque tropical.
Dicen que el
deterioro de la Ciénaga empezó hace 50 años cuando se construyeron
dos carreteras que la separaron abruptamente del mar Caribe y del río
Magdalena. Al actuar como barreras, afectaron los intercambios de
flujos de agua dulce y salada que necesita el humedal. El desastre se
empezaría a evidenciar muchos años después en un paisaje
apocalíptico de 26.000 hectáreas de bosque de manglar muerto. Desde
entonces, las agresiones ambientales a la laguna no han cesado. Los
paisajes apocalípticos tampoco. En agosto de 2016, las aguas del
ecosistema amanecieron con un manto de 25 toneladas de peces muertos.
La falta de oxigeno y los altos niveles de salinidad por la
interrupción de los flujos hídricos estarían afectando la calidad
de las aguas.
La agroindustria,
con los monocultivos de banano y palma de aceite, es ahora la
señalada como principal de buena parte de los males de la Ciénaga
por el uso indiscriminado e irresponsable que hacen de las aguas
subterráneas y de los ríos que deberían nutrirla. Y es que el
caudal que baja de los ríos de la Sierra Nevada, denuncian las
comunidades, ha sido desviado por los empresarios agrícolas debido a
la gran demanda de riego de sus plantaciones. A la Ciénaga no le
está llegando entonces el agua dulce suficiente y sí muchos
sedimentos y vertidos de plaguicidas. Desde el sector ambiental se
clama por recuperar las fuentes hídricas de la Sierra Nevada y su
reordenamiento teniendo en cuenta que el 53 % de los flujos de agua,
dicen, ser concesiones a las empresas.
Los empresarios
agrícolas tienen, sin embargo, un inusitado apoyo en la Corporación
Autónoma Regional del Magdalena (Corpamag), la entidad encargada de
la gestión ambiental en la región, siempre reticente a reconocer el
grave estado ecológico del humedal. “Las concesiones representan
solo el 20 % del caudal que ingresa a la Ciénaga. Es un sector con
120 años de existencia y del que depende el producto interno del
departamento. Tenemos 25.000 hectáreas de banano que generan 25.000
empleos más la explotación de palma africana. Esas concesiones
fueron otorgadas hace muchos años respetando los caudales
ecológicos”, afirmó enfático su director Carlos Francisco
Granados en un reciente foro dedicado a la Ciénaga.
Empobrecimiento
Pero la situación
de la Ciénaga va mas allá de un problema ambiental. Recuperar el
ecosistema no es solo salvar el humedal, sino a los 300.000
pobladores de sus 14 municipios. Es un hecho que el estado ecológico
del entorno ha repercutido en el empobrecimiento de las comunidades
que presentan altos índices de necesidades básicas insatisfechas.
En la zona no existe un solo municipio que tenga una planta de
tratamiento de aguas residuales ni tampoco manejo de residuos sólidos
ni recolección de basuras. Todo va a parar directamente a la
Ciénaga.
La pesca
artesanal, de la que viven unas 15.000 personas, también se ha
resentido particularmente y con ello la seguridad alimentaria de la
población. Las capturas han disminuido en un 90% en menos de 20
años, asegura Vilardy. La escasez de pescado ha hecho que los
propios pescadores se vean obligados a recurrir a métodos más
agresivos para pescar que han generado más daño al ecosistema.
La pesca es cada
vez menor y su hábitat cada vez más contaminado, pero en el
interior del humedal, las poblaciones palafíticas de Nueva Venecia y
Buenavista siguen resistiendo y construyendo su vida sobre el agua
como han hecho desde hace dos siglos. Situadas una de otra a 25
minutos de distancia en lancha, ambas localidades están rodeadas
completamente de agua. Entre las dos cuentan con unas 400 casas
flotantes que reposan sobre columnas de madera en las aguas del
humedal. Solo es posible llegar por vía fluvial y cualquier
desplazamiento, por pequeño que sea, debe hacerse en canoa, incluso
para ir a la escuela o a la casa del vecino. La vida aquí pudiera
parecer idílica, pero no lo es. Su vulnerabilidad es cada vez mayor,
aunque se niegan a desaparecer y perder su condición cultural de
comunidades anfibias.
Sí podría dejar
de existir el cercano pueblo de Bocas de Cataca. “Sería el primer
la primera población colombiana en desaparecer por falta de agua.
Las personas mayores no se quieren ir, pero los jóvenes ya se
marcharon todos. Es una gran tristeza”, lamenta Vilardy. Es la
crónica de la muerte anunciada de un pueblo que sucumbió a la
catástrofe ecológica y que en el año 2000 fue también víctima de
una masacre paramilitar que dejó siete muertos y provocó el
desplazamiento de sus mil habitantes. Solo retornaron unas 25
familias que hoy apenas tienen que pescar ni qué comer.
El dolor de la
guerra se vivió intensamente en toda la Ciénaga Grande de Santa
Marta causando cerca de 300.000 víctimas y el narcotráfico, la
guerrilla y los paramilitares, especialmente, agravaron el deterioro
del ecosistema. Estos últimos tuvieron el control estableciendo,
como indica un informe del Centro de Memoria Histórica, alianzas con
la clase política local y regional y con el poder empresarial del
sector bananero y palmero.
Los paramilitares
asesinaron a líderes de pescadores y ambientalistas e implantaron su
régimen de terror ejecutando 17 masacres en varios municipios de la
Ciénaga que provocaron el éxodo masivo de sus pobladores. Lo sabe
bien Trojas de Cataca, pero también Nueva Venecia cuando en el año
2000, paramilitares armados llegaron en lancha al pueblo y mataron e
hicieron desaparecer a unas 70 personas. Maria Isabel Mendoza tenía
20 años y una niña de 46 días cuando lo vivió. “Oímos gritos y
disparos. En nuestra desesperación cogimos nuestra canoa, llegamos a
una zona que estaba seca y allí nos escondimos. Aquel día mataron a
mi cuñado, al suegro de mi otra hermana y a un primo de 17 años. El
pueblo quedó vacío. Nos fuimos todos. También la gente de
Buenavista se marchó”, recuerda.
A Nueva Venecia y
Buenavista regresaron de nuevo casi todos. Retornar fue la única
opción de hacer lo que habían hecho siempre, pescar, y seguir
desarrollando su cultura, tan apegada al agua. “Un pescador no
tiene nada que hacer en la ciudad. Hemos sido una comunidad muy
resiliente, pero ya no somos los mismos. Rompieron el tejido social y
será difícil recomponerlo. Todavía no nos han reparado
colectivamente como víctimas y la pesca ya no volverá a ser lo que
fue”, señala María Isabel.
Pese a la grave
situación, son muchas las voces que piensan que la recuperación de
la Ciénaga es posible. Vilardy es una de ellas. “Lo que se debe
hacer es liberar el agua porque está secuestrada y que el humedal se
comunique nuevamente con el mar por las cinco bocas que había. Si
entra el agua, se recupera el resto”, señala convencida.
Desde el
Ministerio de Ambiente dicen que la Ciénaga es una prioridad. “Debe
haber una reconsideración estratégica por parte de la actividad
agroindustrial, de la urbana y de la ganadera. La Ciénaga debería
ser un proyecto de construcción de paz desde el territorio en el que
no podemos seguir violando los derechos de las comunidades”, afirma
su director de bosques y biodiversidad César Rey. En la hoja de ruta
para salvar el humedal estaría presentar diferentes proyectos al
llamado Fondo Colombia Sostenible, un ente creado por el Gobierno
colombiano y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para aunar
la recuperación social y medioambiental en las zonas rurales más
afectadas por el conflicto armado.
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Fuente:
Javier Sulé Ortega, La ‘cultura anfibia’ de Colombia, en peligro, 01/02/18, El País. Consultado 03/02/18.
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