viernes, 29 de diciembre de 2017

Un espejo que nos refleja

Alimentos desperdiciados. La gran pregunta es qué se puede hacer para salvar esos alimentos. Aquí es donde esa basura se vuelve un espejo que nos refleja como sociedad.

A diario, los contenedores de basura del Mercado de Abasto cordobés se llenan de frutas y verduras. Llegaron allí para ser comercializadas. Pero, por distintos motivos, se deterioran y dejan de ser comestibles.

Un tesista de Ingeniería Industrial de la Universidad Nacional de Córdoba investigó el tema. El resultado de su investigación muestra simbólicamente los problemas que debe enfrentar y saber superar nuestro país más temprano que tarde.

Los desperdicios en el Mercado de Abasto de la ciudad de Córdoba rondan los 74 mil kilos diarios. En el promedio nacional, representan las frutas y verduras que consumen por día 270 mil personas.

Pero no llegan a la mesa de nadie. Son basura. Antes de que termine el día con ese vergonzoso cuadro, los voluntarios del Banco de Alimentos recuperan apenas unos 500 kilos de mercadería. Una vez analizada, descubrirán que sólo la mitad es apta para el consumo. Pero esos 250 kilos que salvan diariamente ayudan a alimentar a muchos cordobeses.

Supongamos que nuestra ciudad tiene un millón y medio de habitantes. Si un tercio de ellos está por debajo de la línea de pobreza, estamos hablando de casi 500 mil personas que tienen serias dificultades económicas para alimentarse. La cuenta es rápida: en el Mercado se tira lo que podrían comer uno de cada dos pobres para, al menos, asegurarles el componente vital de una dieta saludable.

Por lo tanto, la gran pregunta es qué se puede hacer para salvar esos alimentos. Aquí es donde esa basura se vuelve un espejo que nos refleja como sociedad.

Primero, los puesteros del mercado no se preocupan por evitar pérdidas, sino por vender más. Compiten entre ellos, en vez de actuar en conjunto. Y cargan al precio de venta aquello que tiran. Al desperdicio, entonces, lo pagamos los consumidores.

Segundo, una mayor cantidad de trabajadores permitiría un mayor control y aumentar lo que se rescata, aun si la única opción fuera entregarlo al Banco de Alimentos. Pero tener más empleados es un costo demasiado alto para un beneficio insignificante.

Tercero, contar con una planta envasadora, según la investigación, evitaría la pérdida de casi cinco millones de kilos por año. Así, se reduciría el desecho actual en un 20 por ciento. Pero la inversión inicial es tan elevada que resulta difícil concretarla.

Cuarto, si lo que se pierde fuera a parar a un biodigestor, serviría para producir biogás, energía renovable. Pero, otra vez, la inversión necesaria torna inviable el proyecto.

Aquí están conjugados cierta negligencia, el costo argentino, la pobreza y nuestra dificultad para captar inversiones. En suma, nuestra impotencia.

Fuentes:
Un espejo que nos refleja, 28/12/17, La Voz del Interior.

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