Alimentos
desperdiciados. La gran pregunta es qué se puede hacer para salvar
esos alimentos. Aquí es donde esa basura se vuelve un espejo que nos
refleja como sociedad.
A
diario, los contenedores de basura del Mercado de Abasto cordobés se
llenan de frutas y verduras. Llegaron allí para ser comercializadas.
Pero, por distintos motivos, se deterioran y dejan de ser
comestibles.
Un
tesista de Ingeniería Industrial de la Universidad Nacional de
Córdoba investigó el tema. El resultado de su investigación
muestra simbólicamente los problemas que debe enfrentar y saber
superar nuestro país más temprano que tarde.
Los
desperdicios en el Mercado de Abasto de la ciudad de Córdoba rondan
los 74 mil kilos diarios. En el promedio nacional, representan las
frutas y verduras que consumen por día 270 mil personas.
Pero
no llegan a la mesa de nadie. Son basura. Antes de que termine el día
con ese vergonzoso cuadro, los voluntarios del Banco de Alimentos
recuperan apenas unos 500 kilos de mercadería. Una vez analizada,
descubrirán que sólo la mitad es apta para el consumo. Pero esos
250 kilos que salvan diariamente ayudan a alimentar a muchos
cordobeses.
Supongamos
que nuestra ciudad tiene un millón y medio de habitantes. Si un
tercio de ellos está por debajo de la línea de pobreza, estamos
hablando de casi 500 mil personas que tienen serias dificultades
económicas para alimentarse. La cuenta es rápida: en el Mercado se
tira lo que podrían comer uno de cada dos pobres para, al menos,
asegurarles el componente vital de una dieta saludable.
Por
lo tanto, la gran pregunta es qué se puede hacer para salvar esos
alimentos. Aquí es donde esa basura se vuelve un espejo que nos
refleja como sociedad.
Primero,
los puesteros del mercado no se preocupan por evitar pérdidas, sino
por vender más. Compiten entre ellos, en vez de actuar en conjunto.
Y cargan al precio de venta aquello que tiran. Al desperdicio,
entonces, lo pagamos los consumidores.
Segundo,
una mayor cantidad de trabajadores permitiría un mayor control y
aumentar lo que se rescata, aun si la única opción fuera entregarlo
al Banco de Alimentos. Pero tener más empleados es un costo
demasiado alto para un beneficio insignificante.
Tercero,
contar con una planta envasadora, según la investigación, evitaría
la pérdida de casi cinco millones de kilos por año. Así, se
reduciría el desecho actual en un 20 por ciento. Pero la inversión
inicial es tan elevada que resulta difícil concretarla.
Cuarto,
si lo que se pierde fuera a parar a un biodigestor, serviría para
producir biogás, energía renovable. Pero, otra vez, la inversión
necesaria torna inviable el proyecto.
Aquí
están conjugados cierta negligencia, el costo argentino, la pobreza
y nuestra dificultad para captar inversiones. En suma, nuestra
impotencia.
Fuentes:
Un espejo que nos refleja, 28/12/17, La Voz del Interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario