Los restos del edificio de promoción industrial de la Prefectura de Hiroshima en septiembre de 1945, actualmente se lo conoce como el domo de la bomba atómica. Foto: AFP/ Getty Images |
Francisco defiende su labor diplomática en Myanmar con los rohingya y alerta del riesgo para la humanidad de la escalada de armamento atómico.
por Daniel Verdú
Cuando el avión
llevaba una hora en el aire y descubrió que no había más de dos
cuestiones sobre su periplo por Myanmar y Bangladés, Francisco se
lamentó y se abrió un turno de preguntas espontáneo sobre el tema.
Quería hablar del viaje. El resto de asuntos preparados por los
periodistas para la tradicional rueda de prensa en el cielo quedaron
relegados y el Papa pudo desgranar su estrategia durante la visita de doble filo diplomático a la antigua Brimania que, como reconoció,
había sustituido a última hora el buscado viaje a India. A 31.000
pies, justo cuando sobrevolaba ese país, volvió a usar la palabra
“rohingya” para referirse a la minoría musulmana expulsada de
Myanmar por el ejército y defendió que haberla obviado hasta el
último día respondió a una estrategia comunicativa para no
bloquear el diálogo con sus interlocutores. “El mensaje ha
llegado”, señaló convencido de haber acertado.
La única
pregunta sin ninguna relación con el viaje que se coló en la rueda
de prensa tuvo que ver con la potencial crisis nuclear entre Estados Unidos y
Corea del Norte. Concretamente, sobre el cambio de postura del
Vaticano respecto a este tipo de armamento, dado que en 1982 Juan
Pablo II consideró que el rearme nuclear era moralmente aceptable.
El Papa cree que 35 años después ya no queda espacio para una
consideración parecida. “En lo nuclear se ha ido más allá. Hoy
estamos al límite de la licitud de usar y tener esas armas. Hoy con
el arsenal nuclear así de sofisticado nos arriesgamos a la
destrucción de la humanidad”.
Pero más allá
de este apunte, la primera pregunta sobre el viaje era obvia. ¿Porqué no dijo antes la palabra rohingya? “Busco decir las cosas paso
a paso para que llegue el mensaje. Si en el discurso oficial hubiese
dicho esa palabra, les daba con la puerta en las narices”, dijo en
referencia al ejército, responsable de la limpieza étnica que
provocó el éxodo de más de 620.000 rohingya de Myanmar, y a la
cúpula budista que le dio amparo. “Pero describí la situación de
los derechos, de los excluidos, la ciudadanía… Para ir más allá
en las conversaciones privadas, de las que estoy muy satisfecho. No
me di el placer de dar un portazo, de hacer una denuncia pública…
pero he podido dialogar y dar mi opinión. Y el mensaje ha llegado
hasta tal punto que ha continuado cada día y terminó ayer con
aquello”.
El viernes por la tarde, al final del gran acto interreligioso que celebró en Daca (Bangladés), el Papa se reunió por fin con los refugiados sobre el escenario y terminó llorando con ellos fundido en una plegaria conjunta. Esto no estaba programado exactamente así, señaló.
“Sabía que les encontraría, era una condición para el viaje,
pero no sabía cómo”. La puesta en escena final se produjo sobre
el escenario del acto. “Cuando subieron estaban asustados. Alguien
les dijo que saludasen al Papa y se fueran sin decir nada. […]
Luego quisieron echarlos rápido y me enfadé y grité un poco. Dije
muchas veces la palabra respeto. Luego pensé que no podía dejarles
ir sin decir nada y cogí el micrófono. En el momento lloré, pero
busqué que no se viera. [..] Luego le pedí a uno de ellos que
hiciera una plegaria. Parte estaba programado, pero la gran frase
salió espontáneamente”.
¿Fue buena idea
el viaje visto el panorama que le esperaba? El Vaticano supo a partir
del 25 de agosto, al inicio la campaña militar, que el viaje se
complicaba. La visita adquiría el torno de crisis de refugiados,
justo el tema en el que Francisco ha hecho una bandera. Pero en
Myanmar, una delicada democracia donde el ejército influye todavía
en las decisiones políticas, no podría expresarse libremente. Algo
que quedó muy claro solo dos horas después de aterrizar, cuando el
jefe de los uniformados pidió cambiar la agenda sorpresivamente y
verse con el Pontífice adelantándose a su encuentro con Aung San
Suu Kyi, consejera de Estado y jefa de facto del Gobierno. El
Pontífice, que aceptó el cambio, quiso matizar en el vuelo. “Hay
dos tipos de encuentros: aquellos a los que he ido a ver y los que he
recibido. Al general lo recibí porque él lo pidió y yo nunca
cierro la puerta. Fue una interesante conversación donde no negocié
con la verdad. Lo hice de modo que él entendiese que el camino de
los malos tiempos hoy no es viable”.
Al margen de la
misión local, el proceso de apertura de relaciones del Vaticano con
China -que sigue sin aceptar el nombramiento de obispos por parte del
Papa y pide que la Santa Sede rompa relaciones con Taiwán-, permite
también analizar el viaje. Myanmar es una pieza clave en los
intereses del gigante asiático. De hecho, como Francisco explicó en
el vuelo, hoy Aung San Suu Kyi se encuentra en Pekín. “Hay
diálogos. China tiene una gran influencia en la región, es natural.
En todas las misas había ciudadanos chinos”, señaló mientras
volvía a insistir en su interés por visitar el país, con el que el
Vaticano discute desde hace tiempo la reinstauración de relaciones.
“Las negociaciones son de alto nivel. También culturales. […].
Pero se debe ir paso a paso, con delicadeza, como se hace. De hecho,
mañana empieza una reunión de la Comisión Mixta –la comisión
que coordina las relaciones entre ambos estados-. Las puertas del
corazón están abiertas. Creo que nos hará bien a todos un viaje a
China”.
Fuente:
Daniel Verdú, El Papa sobre la crisis nuclear: “Se ha llegado al límite”, 03/12/17, El País. Consultado 04/12/17.
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