La mayor
frecuencia de inundaciones, olas de calor y huracanes pone en peligro
tesoros de grandes museos del mundo.
por Miguel Ángel
García Vega
El mundo
descubrió que el clima extremo era una amenaza para los museos y sus
obras maestras hace 51 años. A la una de la madrugada del 4 de
noviembre de 1966. El otoño había sido una infinita sucesión de
días de lluvia en Florencia. Solo entre el 2 y el 3 de noviembre la
ciudad acumuló un tercio de su precipitación media anual. El agua
anegaba siete siglos de historia de Europa y el cauce del Arno
claudicó pronto. A esa hora de la madrugada reventaron los diques de
Rovezzano, un barrio al este de Florencia, y los ingenieros de Enel,
la compañía pública de electricidad, tomaron la decisión “menos
mala”. Las dos presas de la ciudad, sobrepasadas, corrían el
riesgo de romperse y optaron por descargar 10 millones de toneladas
de agua. La corriente devastó el centro de la ciudad. Al menos 100
personas murieron y 20.000 quedaron sin hogar. Pero también se
destruyeron o dañaron 14.000 obras de arte, 3 millones de libros, 30
iglesias, museos y bibliotecas.
Esa fragilidad frente a la naturaleza agravada por el cambio climático ha vuelto a
sentirse en Florencia en agosto. La ola de calor que recorría Europa
obligó a cerrar durante un día la Galería de los Uffizi. En
verano, una pintura necesita un entorno de 23 grados y un 55 % de humedad relativa. Algo difícil de conseguir cuando fuera de las
salas el mercurio marca más de 40 grados, dentro están atestadas de
turistas y falla el aire acondicionado. De repente la posibilidad de
dañar obras esenciales de la historia del arte pasó de pesadilla a
realidad. “Todo está en riesgo. Las piezas, el edificio, las
personas que dirigen o visitan el museo, incluso el futuro de la
institución”, advierte Sarah Sutton, fundadora de Sustainable
Museums, una firma que asesora a museos en temas de sostenibilidad.
Vivimos tiempos
en los que sucede lo impensable. El Louvre soportó en julio un diluvio que inundó parte del museo y dañó dos lienzos de Nicolas
Poussin. La pinacoteca sabe que juega a la ruleta rusa. Almacena -según la revista The Art Newspaper- una cuarta parte de su
colección bajo tierra y cerca del Sena. Por eso ha decidido quitar
las balas del tambor. El próximo año inaugura un depósito en
Liévin (al norte de Francia) que concentrará 250.000 obras. Poner
fin a un Louvre históricamente disperso ha costado 60 millones de
euros. Dinero a cambio de tranquilidad.
“Toda la
colección está intacta”. Al otro lado del teléfono, la voz de
Gary Tinterow, director del Museo de Bellas Artes de Houston, no
esconde su alivio. El huracán Harvey zarandeó en septiembre el patrimonio de la principal institución artística de la ciudad y
puso en peligro 65.000 pinturas (incluidas varias obras maestras),
esculturas y objetos. “Pero estábamos preparados”, sostiene. Un
equipo de 30 personas, como monuments men de agua y viento, se
atrincheró en el museo durante la tormenta para proteger la
colección. Sin embargo, el arte, en la era del cambio climático,
necesita más previsión que héroes. Por eso Tinterow está
construyendo un nuevo edificio que soportará huracanes de categoría
cinco (el máximo nivel de fuerza).
Sin embargo,
pocos museos disponen de los recursos necesarios para embarcarse en
reformas millonarias o construir nuevas instalaciones. Resulta fácil
comprender que el presupuesto tenga otras prioridades, como armar un
programa expositivo que atraiga al público o ampliar la colección.
Algo que además complica la topografía. El Bass Museum, en Miami
Beach, está situado en una zona de enorme riesgo. El ritmo de subida
del nivel del mar se ha triplicado en la pasada década. Esto cambia
su forma de mirar. “¿Nos sentimos cómodos comprando para nuestra
colección acuarelas muy sensibles a la humedad? ¿O una fotografía
en blanco y negro muy frágil frente a la luz?”, se pregunta George
Lindemann, presidente del museo, en Artnet News. “Probablemente
no”.
Desde una
vanguardista torre de apartamentos de Miami, el promotor de origen
cubano Jorge Pérez escucha esas palabras. Es una de las personas más
ricas del planeta. Tiene una fortuna de 3.000 millones de dólares.
Pero sobre todo es un apasionado del arte contemporáneo. Posee más
de mil obras almacenadas en un décimo piso. “Están completamente
protegidas”, asegura. También las del Pérez Art Museum Miami
(PAMM). El museo de la ciudad que lleva su nombre y del que es su
principal benefactor. El primer nivel (donde se exhiben las piezas)
se diseñó en altura y las plantas situadas a ras del mar se
utilizan como aparcamiento. Aunque reconoce el espejismo. “Uno
puede resguardar lo propio, pero si persisten las causas del
problema, o sea, el cambio climático, será muy difícil proteger el
arte en el futuro”, apunta el coleccionista.
Algunos museos lo saben y alzan parapetos para defender sus tesoros. Levantan muros
antihumedad, utilizan embalajes a prueba de agua, ensayan prácticas
de evacuación de las obras, almacenan las pinturas en niveles
elevados, seleccionan localizaciones alternativas donde conservar las
piezas en caso de peligro y, sobre todo, protegen el sistema de
climatización. Porque suele ser lo primero que falla cuando golpea
un huracán o una inundación. Ese desafío es todavía mayor si hay
que proteger un valiosísimo conjunto de obras sin museo propio.
La mayoría de
las piezas de la Colección Patricia Phelps de Cisneros (quizá el
mejor conjunto de arte latinoamericano en manos privadas del mundo)
está en depósito o en préstamo. Viajan constantemente. “El momento de mayor riesgo son los traslados; sobre todo, los aeropuertos. Es mucho más probable que surja un problema ahí que
por el cambio climático”, valora Gabriel Pérez-Barreiro, director
de la Colección. “Los museos en su mayoría son edificios muy
antiguos, estructuras que tienen más de cien años. Es verdad que
podrían no ser tan seguros”. Pensemos lo que está en riesgo.
Pensemos en el Prado. La pinacoteca madrileña no solo construye el
relato de un tiempo, sino la identidad de un país. ¿Cómo sería
sin Las meninas o Los fusilamientos de Goya?
Nadie quiere
responder a esa pregunta. El problema de España es que buena parte
de su patrimonio está cobijado en edificios históricos y “la
posibilidad de acometer cambios es menor”, reconoce José Luis
Díez, director del Museo de las Colecciones Reales. Y nada es lo que
fue. Gracias a su elevada cota, Madrid parece a salvo de
inundaciones. Sin embargo, el clima extremo encuentra grietas. En
2015 una ciclogénesis explosiva arrancó en Aranjuez árboles de los
tiempos de Carlos IV. Es la pérdida de otro patrimonio. ¿Quién
puede sentirse inexpugnable? “Es un tema que nos preocupa y nos
afecta”, admite Jorge García, jefe de restauración del Reina
Sofía. Hace tres años el museo puso en marcha un plan de
emergencias que cubre la posibilidad de atentado y de desastre
climático en sus cuatro sedes. Los conservadores trabajan con un
listado que establece en qué orden deben “salvarse” las obras.
La primera, claro, el Guernica. El Prado también tiene su propio
plan. De él se sabe poco. La pinacoteca solo aporta explicaciones
genéricas. “Las obras se evacuarán hacia almacenes dentro del
mismo edificio o, en casos de extrema gravedad, a otro inmueble de
los integrantes del campus”, relatan. Ideas sencillas para afrontar
un problema inmenso.
Fuente:
Miguel Ángel García Vega, El cambio climático podría dejarnos sin ‘la Mona Lisa’, 30/11/17, El País. Consultado 01/12/17.
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