CIUDAD
DE MÉXICO - Era casi la medianoche cuando dos hombres patearon la
puerta de entrada a la casa de Berta Cáceres en La Esperanza, su
pequeño pueblo en Honduras. Pasaron por la cocina; uno de ellos
abrió la puerta de la habitación y disparó seis veces. Cáceres
murió poco más tarde.
En un
país donde la lucha por proteger el derecho a la tierra provoca
venganzas violentas, el asesinato en marzo de 2016 de la defensora
del medioambiente podría haberse simplemente perdido entre el oscuro
conteo de víctimas lamentables.
Sin
embargo, Cáceres, de 44 años, era reconocida a nivel internacional
por liderar a su comunidad indígena lenca en contra de una presa que
una empresa planeaba construir en sus tierras. Su fama transformó su
asesinato en un crimen emblemático y convirtió a la investigación
que le siguió en un desafío a la arraigada impunidad de los
poderosos en Honduras.
A
veinte meses de su asesinato, un equipo internacional de cinco
abogados ha advertido que la gente que ordenó el asesinato podría
no enfrentar nunca a la justicia.
La
evidencia, según los abogados, apunta a una conspiración en contra
de Cáceres que llevó meses de planeación y provino de los altos
ejecutivos de Desarrollos Energéticos, conocida como Desa, la
empresa hondureña con la concesión para la presa.
“La
prueba existente es concluyente respecto de la participación de
numerosos agentes estatales, altos directivos y empleados de Desa en
la planeación, ejecución y encubrimiento del asesinato”, dicen
los abogados en un informe. “Sin embargo, el ministerio público no
ha realizado imputaciones respecto de estas personas”.
Desa
ha negado en repetidas ocasiones cualquier participación en la
muerte de Cáceres o algún nexo con “cualquier acto de violencia o
intimidación en contra de cualquier persona”.
Hay
ocho sospechosos detenidos, incluyendo a Sergio Rodríguez Orellana,
el gerente de asuntos comunitarios y medioambientales de Desa, y
Douglas Geovanny Bustillo, un teniente retirado del ejército
hondureño que fue el director de seguridad de Desa hasta mediados de
2015.
“Lo
que falta es procesar a las personas que contrataron a Bustillo para
planificar la operación”, dijo Miguel Ángel Urbina Martínez, uno
de los abogados que revisa el caso a petición de la familia de
Cáceres. El informe de los expertos fue publicado el 31 de octubre
(The New York Times obtuvo una copia previa).
La
investigación del gobierno, realizada por una unidad de élite de la
Procuraduría General de la República de Honduras, todavía está
abierta, aunque el grupo de abogados dice que no hay señales de que
haya progresado más allá de los sospechosos actuales.
Entre
los integrantes del equipo de investigación hondureño están dos
asesores estadounidenses (un detective de homicidios retirado y un
antiguo fiscal federal) que han estado trabajando con las autoridades
desde los primeros días de las pesquisas, como parte de un esfuerzo
de la Embajada de Estados Unidos por presionar al gobierno del
presidente Juan Orlando Hernández para que se resuelvan casos
criminales de alto perfil.
Muchos
de estos involucran la participación de grupos poderosos que, según
críticos, operan fuera de la ley.
“El
gran desafío de Honduras es desmontar las fuerzas paralelas a las
instituciones del Estado”, dijo Urbina, un experto en justicia
criminal guatemalteco y asesor de la reforma judicial.
Para
elaborar el informe, el grupo de Urbina analizó aproximadamente
40.000 páginas con mensajes de texto transcritos, que los
investigadores del gobierno hondureño recuperaron a partir de tres
teléfonos celulares, uno requisado en las oficinas de Desa y dos
usados por Rodríguez y Bustillo.
De
acuerdo con el informe, los mensajes muestran que los dos hombres
estuvieron en contacto frecuente con tres altos ejecutivos en Desa
mientras monitoreaban los movimientos de Cáceres y otros miembros de
su organización, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e
Indígenas de Honduras, o Copinh.
Los
abogados dicen que las conversaciones revelan que las órdenes de
amenazar al Copinh y sabotear sus protestas provenían de ejecutivos
de Desa que estaban en control de las fuerzas de seguridad en el
área; daban instrucciones y pagaban la comida, el alojamiento y el
equipo de radio de las unidades policiacas.
“Había
una estructura criminal formada por ejecutivos y empleados de la
compañía, agentes del Estado y pandillas criminales que recurrían
a la violencia, las amenazas y la intimidación”, dijo Roxanna
Altholz, directora asociada de la Clínica de Leyes de Derechos
Humanos de la Universidad de California en Berkeley y una de las
integrantes del grupo de abogados.
Los
otros miembros del equipo legal son un exfiscal de crímenes de
guerra, Dan Saxon, y dos fiscales colombianos que han lidiado con
casos de derechos humanos, Jorge E. Molano Rodríguez y Liliana María
Uribe Tirado. Han estado trabajando en el caso durante un año y han
realizado varios viajes a Honduras para hacer entrevistas y revisar
material del caso.
Bertha
Zúñiga, hija de Cáceres, escogió a los abogados a partir de
recomendaciones del Centro por la Justicia y el Derecho
Internacional, una organización latinoamericana de defensa de los
derechos humanos.
Los
mensajes de texto fueron entregados a la familia de Cáceres en mayo
pasado por órdenes de un juez después de que los fiscales
hondureños cancelaron cuatro citas para compartir sus hallazgos.
Altholz
dijo que una de las preguntas que han surgido de su investigación es
por qué la procuraduría, que requisó los teléfonos en abril y
mayo de 2016, no actuó a partir de “la calidad y la cantidad de
información” que “había tenido en su posesión durante el
último año y medio”.
Un
vocero de la procuraduría dijo que no podía hacer comentarios
inmediatos.
Para
la hija de Cáceres, el contenido de los mensajes demuestra que los
ejecutivos de Desa se sentían intocables. “Estaban tan confiados
de su impunidad que hablaban abiertamente”, dijo Zúñiga.
La
empresa ha salido en defensa de su empleado, Rodríguez, el gerente
de asuntos ambientales. Es “un hombre de familia, honesto y
trabajador, quien en este momento está injustamente privado de su
libertad”, señaló la división de presas de Desa, Hidroeléctrica
Agua Zarca, en un correo electrónico que no fue firmado por alguien
en particular. La empresa “confía plenamente también en la
inocencia del Sr. Rodríguez”.
Desa
obtuvo la concesión para construir una presa en el río Gualcarque,
al oeste de Honduras, en 2009. Por ley, la empresa debía consultar
con la comunidad lenca, pero el Copinh se opuso al proyecto desde el
principio con el argumento de que la presa pondría en peligro los
recursos acuíferos y la forma de vida de la comunidad.
La
empresa incluso fue establecida de manera extraña, señaló Juan
Jiménez Mayor, jefe de MACCIH, una comisión para combatir la
corrupción en Honduras respaldada por la Organización de Estados
Americanos: Desa contaba con un capital de solo 1200 dólares cuando
obtuvo la concesión de la presa, junto con los permisos de
operación, los derechos al agua y un contrato para vender
electricidad a la paraestatal de energía eléctrica.
En
2011, miembros de la familia Atala Zablah, una de las más
influyentes en Honduras, inyectaron millones de dólares a la empresa
y se unieron a la junta directiva. La comisión de Jiménez ha
empezado a investigar los contratos de Desa, una acción que ha
generado enojo entre grupos empresariales hondureños.
Copinh
luchó en contra de la presa por distintos frentes. Presentó
litigios, realizó reuniones comunitarias y sometió el caso ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que ordenó al gobierno
hondureño tomar medidas para proteger a Cáceres. Ella había
recibido amenazas de muerte y sabía que eran serias: cuatro miembros
del Copinh fueron asesinados en 2013 y 2014.
En
2015, Cáceres ganó el Premio Medioambiental Goldman, que se otorga
a líderes ambientalistas comunitarios, pero eso no fue suficiente
para protegerla.
En
noviembre de 2015, de acuerdo con el informe de los abogados, el
exdirector de seguridad Bustillo se reunió con un alto ejecutivo de
Desa. En enero, visitó La Esperanza y luego obtuvo una pistola
mediante Mariano Díaz Chávez, un antiguo oficial de las fuerzas
especiales hondureñas a quien se acusa de organizar el grupo de
choque que asesinó a Cáceres.
De
acuerdo con los abogados, se había planeado un intento de asesinato
contra Cáceres para principios de febrero, pero se canceló.
“Misión
abortada hoy”, le escribió Bustillo a un ejecutivo de Desa. “Ayer
no se pudo”.
El
informe no nombra a los ejecutivos de Desa, porque las autoridades
hondureñas no han presentado cargos en su contra.
Bustillo
regresó a La Esperanza durante varios días a finales de febrero y
arregló una reunión con el mismo empresario para el 2 de marzo.
Después
del asesinato, Rodríguez, el gerente de medioambiente detenido,
reenvió detalles del informe de la escena del crimen que la policía
había proporcionado a uno de los ejecutivos de la empresa.
“Sergio,
relájate”, le respondió a Rodríguez otro ejecutivo por medio de
WhatsApp unos días después. “Todo va a salir bien, ya vas a ver.
No caigas en pánico, que lo vas a trasladar a otra gente”.
Fuente:
Elisabeth Malkin, El homicidio de Berta Cáceres sugiere una trama de complicidad con el gobierno hondureño, 30/10/17, The New York Times. Consultado 02/11/17.
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