Entrevista
a Javier Auyero. El etnógrafo argentino presentó en Chile las
conclusiones de su trabajo “Los pacientes del Estado” en que
analiza cómo las filas de espera son un capital político para la
dominación, entre éstas esperar por una atención de urgencia, por
un metro colapsado en hora punta o conseguir una matrícula en la
educación pública.
La
raíz de la palabra paciente tiene dos connotaciones muy
relacionadas. La primera habla de quien sufre una enfermedad y tiene
una raíz latina “pati” que significa “sufrimiento”, como
describe el doctor en sociología de la Universidad de Texas, Javier
Auyero. “Hacer esperar a los pobres es una herramienta de control
para el poder que les permite vigilar y castigar. A la vez, genera
una subjetividad en los pobres, quienes creen que ‘deben’ esperar
y que, en ese sentido, actúan como buenos esperantes”, explica el
autor del ensayo Los pacientes del Estado (Eudeba, 2013), que
desgrana lo que hay detrás de las esperas y burocracias que utilizan
los gobiernos como herramienta represiva pero pasiva.
Auyero
también es autor, junto a Debora Swinton, de la investigación
“Inflamable: estudio del sufrimiento ambiental” (2008),
publicación en la que indaga en el presente y devenir de la Villa
Inflamable, del barrio porteño de Avellaneda en Argentina, donde el
plomo, el carbón y los productos químicos de un complejo petrolero
asesinan milígramo por milígramo a la población desde hace
décadas. “Creo que un medio ambiente degradado debe ser puesto en
el centro del debate y el estudio porque el entorno en que vivimos es
un capital tan o más importante que cualquier otro capital material
o social”, dice durante su clase magistral “La espera del
intoxicado”, en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
El
académico y director del Laboratorio de Etnografía Urbana de la
Universidad de Texas agrega que la investigación sobre una población
víctima de la polución y la desesperanza aprendida permite hacer
una segunda lectura sobre otra recurrente alienación a nivel
latinoamericano. “¿Has notado que rara vez la gente se enoja junta
y que este tipo de inacciones son colectivas mientras se experimentan
los abusos del poder? “Los alienados esperan soluciones de otros
rindiéndose a la voluntad de estos otros. Se convierten así en
parias urbanos, es decir, lo opuesto al ciudadano”, señala el
sociólogo francés Pierre Bourdieu, sobre ese sujeto en tránsito a
la justicia, pero que camina por un callejón sin salida.
En
ese aspecto, las esperas, las filas y la interminable burocracia se
transforman en una herramienta de dominación del poder contra los
marginales en sus espacios suburbanos. Ya sea una villa colindante
con una refinería en Argentina o quienes esperar un bus del
Transantiago en un paradero en San Bernardo durante 40 minutos. Lo
mismo en el caso de las personas sin previsión que aguardan por un
médico en los pasillos del consultorio del barrio o por un trabajo
en la OMIL de la municipalidad. Lugares donde el tiempo objetivo se
alarga en esperas interminables y condiciones precarias, según el
trámite. Porque no es lo mismo esperar en la fila por el recital de
U2 que por una matrícula para un “Liceo de excelencia” al frío
de un fin de semana de junio.
En
este ecosistema de la espera, son los funcionarios, autoridades y
dueños de una cuota de poder quienes mantienen en el limbo a estos
pacientes del Estado. “A través de pequeños progresos y avances
que se informan de manera escueta, pequeñas recompensas que
mantienen la expectativa de las personas indicándoles que la espera
no es totalmente en vano. Este es el marco de la espera en el que se
subordina aún más la espera simbólica”, agrega Auyero.
Ejemplifica con la ayuda a cuentagotas que suelen recibir pobres o
damnificados que reciben por cuotas bonos, subsidios o materiales de
construcción.
“Usted
tiene todo a su favor porque tiene caca en al agua”, les dicen
alegremente los abogados a las víctimas de la polución en busca de
clientes y querellantes, dice el sociólogo, realizando un paralelo
con otro pilar fundamental de los ciudadanos en espera: el sentido
del sufrimiento, un commodity que suele ser de utilidad para las
religiones y que invierte la carga y la convierte en un valor,
inclusive.
Siéntate
ahí y espera
Otras
variables que son moneda de cambio para este tipo de control son
tiempo, comportamiento y sumisión, destaca el argentino. Hacer
esperar a la gente, pero sin desesperarla al máximo, es parte
constitutiva del proceso de la dominación si se quiere entender
estas dinámicas de la marginalidad urbana. El etnógrafo explica que
no sólo los pobres esperan. Las clases medias también, pero mucho
menos y con una carga subjetiva mucho menos dramática. “Los largos
periodos de espera cansan. Se usan para ir despejando las filas de
esperantes y son interpretadas subjetivamente por ellos según sus
intereses y perseverancia, toda vez que el funcionario les contesta:
siéntate ahí y espera. Esto está descrito y estudiado”, insiste
el experto.
“Es
la misma espera de chicos más privilegiados que esperan la carta que
les informa que son aceptados en Harvard. Pero ésta espera está
cargada de un sentido muy distinto porque te piden que esperes y vas
a hacerlo si deseas que tu hijo ingrese a un buen colegio. Es una
inversión en tiempo y esfuerzos para que él pueda asegurar su
futuro y aunque sean las mismas 10 horas de espera del inmigrante en
espera de sus papeles o un atención médica de urgencia, la
subjetividad de esas 10 horas será muy distinta”, cree Auyero.
¿Cómo
se ejecuta en la práctica “el capital político” de hacer
esperar al otro?
Eso
uno lo registra en la voz y experiencia de los pacientes, en el
sentido de que tienen que verse sometidos cada vez que la acción de
esperar o estarse quieto es una orden. El subordinado lo hará pues
sabe que reclamar no sirve de nada. Incluso, sabe por experiencia que
el que se pone díscolo es enviado al final de la fila. Si a mí me
ordenan que espere 10 horas y al final me piden que vuelva mañana,
es algo que tendré que hacer. Pero esas esperas tienen
consecuencias, quieren decir que tengo que pedir permiso en el
trabajo o dejar a mi hijo al cuidado de su hermano o la abuela; esto
hace que el Estado precarice aún más la vida de los más pobres en
aras de ofrecerles un beneficio mínimo. Esas esperas no son
inocentes; si pierdo mi tiempo, pierdo también el tiempo de hacer
muchas otras cosas.
En
estas interacciones la política deja de ser algo inmaterial y se
convierte en algo concreto y fantasmagórico a la vez. Las esperas
infligidas están investidas por una idea cotidiana, una idea de que
es normal y práctico estar bajo la lluvia esperando por un bus que
tarda dos horas en llevarme del trabajo a casa. Esa lógica de que
“todos saben que los pobres deben esperar” es la misma lógica
tras la dominación masculina que es conocida como patriarcado. Es
visto como algo normal, validado incluso por los evangelios de las
iglesias. Algo que está ahí y que ya casi ni cuestionas. Algo
inscrito en el orden de las cosas, algo no sólo natural sino
necesario, pues si quieres algo debes esperar.
Usted
también se ha referido a una carga subjetiva de la espera, que al
final todos esperan lo mismo, pero por distintos objetivos
Fíjate
que respecto a los pobres los sectores medios deben esperar por otro
tipo de servicios. Si uno mide cuánto tiempo esperan en el espacio
social, una sala de emergencias, una evacuación, una oficina de
pagos y otros trámites del Estado, uno se da cuenta de que los que
menos tienen, tienen esperas infinitamente superiores a la de los
sectores medios. Uno suele esperar por una licencia de conducir y se
queja, pero no solo es la cantidad de tiempo lo que los demás
sufren, sino la incertidumbre involucrada en esa espera. La espera de
los más pobres es mucho más incierta y cargada de un no saber qué
va a pasar y ahí se les va la vida muchas veces. Literalmente.
Universidad
Academia de Humanismo Cristiano
Fuentes:
La obra de arte que ilustra esta entrada es "La Manifestación" de Antonio Berni.
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