A 70 años de la
masacre de Rincón Bomba, los pilagá reclaman justicia. El 10 de
octubre de 1947, Gendarmería cometió una matanza en las comunidades
indígenas de Formosa. El recuerdo sobrevivió en la región, pero el
Estado nunca pidió disculpas. El juicio comenzó hace doce años
aunque no avanza.
por Darío Aranda
Fue en la tarde
del 10 de octubre de 1947, durante el primer gobierno de Juan Domingo
Perón. La Gendarmería Nacional abrió fuego sobre comunidades
indígenas en Formosa. Cientos de pilagá asesinados, violaciones de
mujeres, muerte de ancianos y niños. La matanza fue invisibilizada
durante años, pero permaneció en la memoria regional como la
“masacre de Rincón Bomba”. El Pueblo Pilagá nunca olvidó, ni
perdonó. Ningún gobierno pidió perdón ni propuso reparación.
Ninguno de los tres poderes de Estado dio respuesta, y el juicio
lleva doce años cajoneado. Hoy, a 70 años de la masacre impune, el
Pueblo Pilagá reitera: “La memoria sigue, solo falta justicia”.
Luciano Córdoba
(su nombre indígena era Tonkiet) era un sanador para los pilagá. Su
presencia convocaba a cientos de indígenas. Y así sucedió a
inicios de octubre de 1947, cuando las comunidades originarias se
movilizaron hasta el paraje La Bomba (en las afueras de Las Lomitas)
en busca de sanación.
La Gendarmería
Nacional, bajo el falso argumento de “malón”, llegó hasta el
lugar y fusiló con rifles y ametralladoras. Incluso un avión
disparaba y asesinaba pilagá desde los cielos. No fue solo el 10 de
octubre, al menos 20 días duró la matanza. Los gendarmes
persiguieron a los indígenas hasta monte adentro, los fusilaban y
violaban a las mujeres y niñas. A los heridos los dejaban morir sin
atención médica ni agua. Hubo cientos de detenidos, que fueron
trasladados a las colonias de Bartolomé de las Casas y Francisco
Muñiz, que funcionaron como campos de concentración, donde fueron
obligados a trabajo esclavo, 134 años después de ser abolida la
esclavitud en Argentina.
“Para nosotros,
hace más de 500 años la justicia es muy lenta. Ya han muerto la
mitad de los testigos de esta terrible matanza. Nos sentimos
profundamente tristes ya que hemos esperado 12 años desde que
iniciamos la demanda judicial. Nos entristece ver que nosotros, como
Pueblo Pilagá, hemos esperado mucho para ver un juicio que se
posterga durante años. Queremos justicia para los ancianos que ya no
están y para los que aun esperan con su salud frágil, como así
también para los hijos y nietos de los sobrevivientes”, denunció
la Federación Pilagá en abril pasado, ante el fallecimiento de uno
de los acusados, Carlos Smachetti, de la Fuerza Aérea, que ni
siquiera fue llamado a declarar en la causa.
Valeria Mapelman
es la no-indígena que más ha hecho para visibilizar la matanza de
Rincón Bomba. Realizadora del documental y el libro “Octubre
Pilagá. Relatos sobre el silencio”, acompaña a las comunidades
indígenas desde hace más de una década y realizó una
investigación detallada que confirmó la decisión política de
asesinar a los pilagá, dejó en evidencia que el malón no existía
y perforó el silencio mediático que ocultaba el asesinato masivo de
indígenas.
“La masacre de
La Bomba no es un hecho aislado, se inscribe en un proceso genocida,
y convive con otros hechos similares. Este proceso no tiene una fecha
de caducidad y podemos ver su continuidad en la falta de
reconocimiento de las víctimas como tales, la falta de acceso a la
justicia, y el silenciamiento de estos casos que ni siquiera cuentan
con el acompañamiento de organismos de derechos humanos y ONG. El
Pueblo Pilagá jamás recibió ningún reconocimiento oficial por los
crímenes sufridos. Sin embargo sus memorias han logrado penetrar la
historia oficial. Ancianos y ancianas atestiguaron y transformaron la
historia probando que la prensa de la época y el relato de
Gendarmería que los acusaba de haber realizado un ‘malón’ era
totalmente falso”, afirmó Mapelman.
La investigadora
detalló que el ministro de Guerra, Humberto Sosa Molina, ordenó la
movilización de tropas, incluso el despegue de un avión desde El
Palomar. Fue una decisión política del Gobierno. Los efectivos
contaban con fusiles y ametralladoras pesadas que disparaban hasta
5000 balas por minuto. De la reconstrucción que realizó Mapelman
junto a los ancianos pilagá estiman que había unas 4000 personas y
escaparon 500. “Falta saber qué pasó con 3500 personas”,
alertó. Es el trabajo que debiera hacer el Estado, para determinar
el número de víctimas. Se hallaron tres fosas comunes pero se abrió
solo una, y se encontraron 27 cuerpos. El Pueblo Pilagá afirma que
fueron “cientos” de asesinatos.
“La masacre de
La Bomba fue ocultada porque como tantas otras masacres contra
pueblos originarios es la vergüenza de una Nación. Se ocultó
también para encubrir a los asesinos y sus cómplices”, alertó
Mapelman.
Denunció la
demora del juicio y destacó la lucha de los pilagá, pilar
fundamental para visibilizar el crimen. Un ejemplo de esa resistencia
es la recuperación territorial que hicieron las comunidades pilagá
Oñedie y Penqole. Luego de la matanza de 1947, Gendarmería Nacional
se apropió del territorio indígena que fue epicentro de los
asesinatos, en Las Lomitas. Las comunidades indígenas volvieron a su
lugar ancestral. “Aquí la sangre pilagá fue derramada”, solía
resumir Julio Suárez, abuelo indígena, sobreviviente de la matanza,
que dedicó sus años a recordar y difundir lo sucedido.
En el mismo lugar
hoy habrá conmemoración de la masacre.
“Seguir, porque
muchos no saben”
por Darío Aranda
“¿Cuántos
organismos de derechos humanos les mandarán sus adhesiones? ¿Cuántas
figuras públicas acompañarán al Pueblo Pilagá? ¿Cuántos medios
de comunicación destinarán amplias coberturas a esta masacre
impune? ¿En cuántas escuelas recordarán este hecho histórico? ¿Y
por qué hay dolores que conmueven más que otros?”, escribió
Luciana Mignoli, de la Red de Investigadores en Genocidio y Política
Indígena, grupo de académicos con decenas de estudios sobre cómo
el Estado argentino se construyó sobre un genocidio. En su artículo
“Gendarmería, muerte y silencio”, Mignoli cita la voz de los
sobrevivientes pilagá. “Falta seguir, porque muchos no saben. Y
porque todavía duele”, explicaba el abuelo Pedro Pavalecino (su
nombre indígena era Salqoe). Solano Cabalero (su nombre pilagá era
Ni´daciye), también víctima de la masacre, dejó testimonio pocos
días antes de morir: “Tengo 97 años y no olvido. Yo no olvido
esta causa. ¿Por qué? Porque ahí está la sangre, ahí están los
huesos, ahí en la tierra. Este es mi dolor. No es chiquito. Es
grande, está arriba este dolor para mí. Pero la justicia tiene que
ser grande, porque pasaron muchos años”.
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Fuentes:
Darío Aranda, El pueblo que espera reparación, 10/10/17, Página/12. Consultado 10/10/17.
Darío Aranda, “Seguir, porque muchos no saben”, 10/10/17, Página/12. Consultado 10/10/17.
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