por Mario Osava
PARANAITA,
Brasil, 16 oct 2017 (IPS) - El incendio del bosque local, el 29 de
junio de 1979, fue el acto inaugural de la ciudad de Paranaita, en un
municipio que ahora intenta superar el estigma de un gran
deforestador del Brasil amazónico y pasó a autodenominarse “capital
de la energía”.
Dos grandes
centrales hidroeléctricas, una todavía en construcción, alteraron
la vida en Paranaita. Pero aún no se define su futuro entre los
bosques amazónicos, la ganadería extensiva y los monocultivos de
soja y maíz que avanzaron desde el sur, deforestando Mato Grosso,
estado del centro-oeste de Brasil y portal suroriental de la
Amazonia.
“Las obras
trajeron inversiones, nuevas viviendas y hoteles, impulsó el
comercio que ahora cuenta con grandes supermercados en la ciudad. Mi
hotel tenía solo seis apartamentos, ahora tiene doce completos y una
fachada más atractiva”, celebró Francisco Karasiaki Júnior,
durante un recorrido de IPS por la zona.
La central de
Teles Pires, 85 kilómetros al noroeste de Paranaita, empleó 5.719
trabajadores en su mayor apogeo, en julio de 2014.
Su construcción
comenzó en agosto de 2011 y terminó al final de 2014, cuando ya
empezaban las obras de la central São Manoel (antiguo nombre del río
Teles Pires), menor y más alejada de la ciudad, a 125 kilómetros
río abajo.
São Manoel
sufrió interrupciones por orden judicial y la casi quiebra de su
constructora por escándalos de corrupción, con consecuentes atrasos
y despidos masivos a fines de 2016.
“Perdí plata
(dinero), no me pagaron muchos hospedajes”, se quejó Ster Seravali
Petrofeza, de 68 años, dueña del Petros Hotel y de una gran tienda
de equipos de producción, construcción y uso doméstico, en un
edificio en la calle central de la ciudad a la que vio nacer y
crecer.
“El ‘garimpo’
propició la mejor época para mis negocios”, sostuvo, recordando
el auge de la minería informal de oro que hizo prosperar Paranaita
durante la década de los 80 y algunos años posteriores.
La venta de
dragas, motores y otros equipos mineros les aseguraron el éxito
comercial a ella y su marido, quien “vivía en la carretera,
buscando productos, ensamblando dragas y entregándolas a los
‘garimpeiros’ en el río, trabajando sin parar”, recordó.
“El ‘garimpo’
hizo surgir 11 hoteles en la ciudad entre 1982 y 1989” y sustituyo
los frustrados intentos de sembrar tomates, café, cacao y frutas
amazónicas como el guaraná, contó Karasiaki, otro pionero que
vivió 37 de sus 53 años en Paranaíta y heredó el hotel construido
por su padre.
“Nuestros
empleados desaparecían, se iban a ‘garimpar’”, chismeó.
La minería
decayó en los años 90 y la crisis se superó por la intensificación
de la extracción maderera y la proliferación de aserraderos en la
ciudad. “Pasamos a vender motosierras como agua, unas 12 cada día”,
contó Petrofeza.
Ese ciclo
concluyó la década siguiente, ante la represión ambiental. La
construcción de las centrales hidroeléctricas “permitió un
renacimiento”, reactivando el mercado local, pero “no dejaron
nada de permanente para nosotros”, lamentó la empresaria, viuda
desde 1991.
“La agricultura
es la esperanza”, coinciden Karasiaki y Petrofeza, cuyos dos hijos
se dedican a cultivar soja y maíz.
Paranaita
ejemplifica la alternancia “boom-colapso” que afecta a una
economía que se basa en la explotación de recursos naturales de la
Amazonia brasileña, explicó el economista João Andrade,
coordinador de Redes Socioambientales en el no gubernamental
Instituto Centro de Vida (ICV), que actúa en el norte de Mato
Grosso.
Minería, caucho,
madera, ganadería y monocultivos se suceden de forma insostenible en
distintas áreas, algunas recién atropelladas por los proyectos
hidroeléctricos.
Las centrales no
cambian el modelo de ocupación de la Amazonia, sino que pueden
inaugurar un nuevo ciclo, al facilitar energía para la minería y la
expansión agroexportadora con mejores carreteras, teme Andrade.
Paranaíta, con
10.684 habitantes según en el censo de 2010, decretó un estado de
emergencia en noviembre de 2013, ante el colapso en los servicios
públicos, porque la población había aumentado en dos tercios en
los primeros años de construcción de la central de Teles Pires,
según la Prefectura de la ciudad (alcaldía).
Subieron
abruptamente los alquileres de viviendas, los precios de bienes y
servicios, la criminalidad y las demandas de salud y educación,
señaló el biólogo Paulo Correa, director de Proyectos y
Licenciamiento Ambiental de la Prefectura y exempleado de la Teles
Pires, que decidió quedarse en Paranaita.
Aumentaron las
enfermedades contagiosas, como malaria (paludismo) y las
transmisibles sexualmente, durante el apogeo de las obras en los
municipios afectados, constató Carina Sernaglia Gomes, analista de
Gestión Ambiental Municipal de ICV.
Las violaciones a
mujeres más que se triplicaron en la ciudad de Alta Floresta, polo
regional con sus 50.000 habitantes, aeropuerto y escuelas superiores.
De 11 casos en 2011 se pasó a 36 en 2015, según datos de la
policía, destacó Gomes.
En Paranaita, los
homicidios y otros delitos contra las personas pasaron de 20 a 70
casos en ese periodo.
Tantas visiones
negativas contrastan con las millonarias inversiones sociales y
ambientales hechas por las empresas, especialmente la Compañía
Hidroeléctrica Teles Pires (CHTP). Casi siempre en ese tipo de
proyectos, las compensaciones y medidas mitigadoras llegan tarde,
después que ya ocurrieron los peores impactos de las obras.
Pavimentar la
carretera de 55 kilómetros a Alta Floresta sacó a Paranaita del
aislamiento. “No era una obligación, pero nos dimos cuenta del
anhelo de la población y lo hicimos”, destacó Marcos Azevedo
Duarte, director de Medio Ambiente de CHTP.
El trayecto entre
las dos ciudades se redujo de tres horas a poco más de media hora,
permitiendo a los jóvenes de Paranaita estudiar en universidades de
Alta Floresta.
El entrenamiento
de 2.800 trabajadores locales, la mayoría sin emplearla CHTP, queda
como “un legado en conocimiento”, observó Duarte, igual que la
capacitación de mano de obra local, que representó 20 por ciento
del total durante el apogeo de la construcción.
La empresa se
ocupó de devolver a sus lugares de origen los empleados venidos de
fuera, para evitar presiones demográficas sobre Paranaíta, la más
afectada por la proximidad y su pequeña población, aseguró.
Además de los 44
proyectos con que buscó compensar daños en los municipios
afectados, CHTP trata de promover el desarrollo local.
Junto con la
Prefectura y el ICV, fomenta mejoras productivas y administrativas en
el asentamiento rural São Pedro, con 5.000 habitantes y a 40
kilómetros de Paranaita, todavía dependiente de alimentos
provenientes del sur del país. Asegurar títulos de propiedad a los
agricultores familiares es una prioridad, aseguró Duarte.
Sacar Paranaita
del grupo de municipios que más deforestan la Amazonia, según la lista negra del Ministerio de Medio Ambiente, es una meta de la
alcaldía que cuenta con apoyo de CHTP. Reducir el área deforestada
y legalizar las propiedades rurales en un catastro nacional son las
exigencias.
En relación a
los indígenas, que la empresa compensó con 20 programas
específicos, principalmente de donación de vehículos,
embarcaciones, combustibles y casas comunitarias, Duarte reconoce un
pecado básico: la inundación de un sitio sagrado para el pueblo
munduruku, en las llamadas “Siete caídas”.
“No hay como
compensar un lugar sagrado”, la empresa siente como obligación
atender propuestas como construir una Casa de Memoria y Cultura para
los indígenas y entregarles las urnas funerarias encontradas en las
excavaciones de la planta de obras, explicó.
Editado por
Estrella Gutiérrez
Fuente:
Mario Osava, Ciclos amazónicos en Brasil: oro, madera, ganadería y ahora energía, 16/10/17, Inter Press Service. Consultado 20/10/17.
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