por Ricardo
Ragendorfer
“¡Este hijo de
puta buen mozo es mi jefe de gabinete!”, lo presentó en sociedad
Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad, en un video casero que se
volvió viral. El funcionario Pablo Noceti fue defensor de
represores, reivindica públicamente la represión ilegal y es el
autor ideológico y material de la “lucha contra el indio” en la
administración de Mauricio Macri. Con varios viajes al Sur, Noceti
venía “preparando el terreno” para la represión a los mapuche,
que culminó con la desparición de Santiago Maldonado. “Quedate
tranquila; este es un tema de Mario (Das Neves)”, indicó el camino
negacionista Macri a la oreja de la ministra Bullrich.
Noceti, de
incógnito, en el juicio de Facundo Jones Huala.
El jefe de
gabinete del Ministerio de Seguridad, Pablo Noceti, vestía un traje
gris y sobretodo oscuro. Con esa vestimenta en medio del paisaje
cordillerano su silueta pasaba tan desapercibida como una tarántula
en un plato lleno de leche. Así fue fotografiado mientras hablaba
con un oficial de la Gendarmería a la vera de la estancia Benetton
en Leleque, al noroeste de Chubut. Corría la primera tarde de
agosto.
Sólo habían
transcurrido un par de horas desde la desaparición forzada del
mochilero Santiago Maldonado, visto por última vez mientras lo
cargaban a una camioneta blanca de esa fuerza durante la brutal
represión encabezada por Noceti en la lof de Cushamen, apenas a tres
kilómetros de allí.
Lo cierto es que
esa fotografía -captada a hurtadillas por un gendarme y difundida
por Nuestras Voces el 7 de agosto- subraya su participación en ese
delito de lesa humanidad, el primero de la era macrista.
Para descorrer el
velo de su génesis bien vale reparar en la figura de su presunto
“hacedor”. Y también en sus pasos hacia aquel ominoso martes en
el que Santiago fue visto por última vez cuando lo subían a una
camioneta de Gendarmería Nacional.
El doctor
Torquemada
Este abogado de
51 años es un sujeto de hábitos casi espartanos y bajo perfil. Por
eso resulta paradójico que tras exactamente un año de silencioso
trabajo en la función pública su nombre haya saltado a la luz el 13
de diciembre de 2016 por un desliz jolgorioso de su jefa, Patricia
Bullrich.
“¡Este hijo de
puta buen mozo es mi jefe de gabinete!”, exclamó esa noche a viva
voz y ya con dicción incierta, durante un festejo por el fin de año
en la sede ministerial de la calle Gelly y Obes. “¡Todas andan
locas por él!”, volvió a clamar. A su lado, el aludido forzaba
una sonrisa incómoda. Un video del asunto no tardó en viralizarse.
Hasta entonces el
doctor Noceti había circulado como un fantasma por los pasillos del
actual gobierno. Era consciente de que su profusa labor como defensor
de represores y apologista de la dictadura le podría jugar en
contra.
Sin embargo, en
el ámbito tribunalicio no es un secreto que su postura ideológica
lo sitúa a la derecha de Atila. Por eso no debe asombrar que en sus
alegatos califique los juicios contra genocidas como la “legalización
de una venganza diseñada por el poder político al servicio de
inconfesables intereses” o que la anulación de las leyes de
obediencia debida y punto final “tendría que avergonzar a todo
jurista serio de la República”. Fogueado profesionalmente bajo el
ala del camarista durante el “Proceso”, Alfredo Battaglia –quien
luego tuvo a Galtieri entre sus defendidos–, Noceti supo afinar su
visión del mundo en las filas de la Corporación de Abogados
Católicos, un distinguido antro de propagandistas del terrorismo de
Estado influenciado en su momento por la organización
ultraderechista La Cité Catholique, cuyo imaginario bailoteaba sobre
los siguientes pilares: la doctrina de la guerra
contrarrevolucionaria, el método de la tortura y su fundamento
dogmático tomista, cuya dialéctica se sostenía en el “principio
del mal menor por el bien común”. De modo que con tal soporte él
redondeó su reivindicación teórica de la desaparición forzada de
opositores. Y con una escalofriante economía de palabras: “Un
enemigo no convencional exige protocolos atípicos”. En realidad su
gran problema es que ahora alucina una guerra imaginaria.
Tal ensoñación
en esta etapa de su vida se cristaliza en una “hipótesis de
conflicto” sostenida por él con notable empeño: la amenaza
indigenista. Algo que la señora Bullrich adoptó como propio y que
además le vino de perillas al gobernador de Chubut, Mario Das Neves,
en el marco del litigio por tierras de la comunidad mapuche con el
Grupo Benetton.
Ya el 30 de
agosto del año pasado el Ministerio de Seguridad elaboró un informe
de gestión con el siguiente andamiaje argumental: los reclamos de
los pueblos originarios no constituyen un derecho garantizado por la
Constitución sino un delito federal porque “se proponen imponer
sus ideas por la fuerza con actos que incluyen la usurpación de
tierras, incendios, daños y amenazas”. Una dinámica cuasi
subversiva, puesto que –siempre según ese documento– “afecta
servicios estratégicos de los recursos del Estado, especialmente en
las zonas petroleras y gasíferas”.
Ahora se sabe que
ese paper es fruto del puño y la letra de Noceti, quien 20 días
antes había sido detectado en Esquel por la Asociación de Abogados
de Derecho Indígena (AADI). Tal revelación provocó su segundo
traspié: ser sorprendido por un reportero gráfico del medio
Noticias de Esquel durante el juicio por la extradición a Chile del
líder mapuche Facundo Jones Huala. Su foto fue publicada esa misma
tarde.
Entonces le fue
imposible eludir una entrevista con Radio Nacional de aquella ciudad
en la que blanqueó sus intenciones: “Evaluar la comisión de un
delito federal, porque acá hay un grupo que pretende atemorizar a la
gente con el método de la violencia”. Fue el inicio de la
estigmatización del movimiento Resistencia Ancestral Mapuche (RAM).
Ya en ese instante él se jactó de poder encarcelar a sus
integrantes sin orden de un juez, en base a una interpretación algo
antojadiza del artículo 213 bis del Código Procesal, referido a
situaciones que ponen en riesgo la seguridad interna de la nación.
A partir de aquel
día en Esquel, El Bolsón y otras localidades aledañas comenzaron a
circular caras extrañas; personal encubierto de Gendarmería y la
Policía Federal, junto con agentes de la AFI. Sin mucho disimulo
todos ellos espiaban a la población, algo prohibido por la ley de
inteligencia Nº 25.520. En medio de esa tensa calma transcurrieron
los siguientes cuatro meses.
Noceti había
activado una bomba de tiempo.
“¡Ese es mi
jefe de gabinete!”, repetía la ministra durante ese simpático
festejo de diciembre. El aludido ya no sonreía.
Es posible que en
aquel instante pensara en otro “jubileo” de inminente
realización. Una especie de homenaje a la Campaña del Desierto. A
tal fin se mantenía en contacto con el gobernador Das Neves, el juez
federal de Esquel, Guido Otranto y su par en la justicia ordinaria,
José Colabelli.
Cuatro semanas
después Noceti viajó otra vez a esa ciudad chubutense.
El regreso del
general Julio Argentino Roca
El evento se
efectuó en la localidad de Cushamen entre el 10 y 11 de enero del
corriente año, auspiciado por las máximas autoridades de la
provincia con el apoyo del Ministerio de Seguridad de la Nación. Su
cronograma ofreció tres espectáculos de categoría: el martes a la
mañana, apaleamiento de “indígenas” –incluidos niños y
mujeres– por 200 gendarmes en un tramo de las vías del tren La
Trochita; el martes a la tarde, saqueo de los animales de la
comunidad mapuche y cacería de “indígenas” por patotas de la
policía local; miércoles a la madrugada, prácticas de tiro al
blanco –con postas de goma y plomo– sobre objetivos “indígenas”,
también a cargo de aquella fuerza policial. El saldo de ambas
jornadas fue fructífero: 11 detenidos y 15 heridos; dos, de
gravedad. En la clausura de la celebración el gobernador Mario Das
Neves se lució con una rima: “Entre los mapuches hay violentos que
no respetan las leyes, la Patria y la bandera, y que agreden a
cualquiera”.
Aquellas fueron
sus exactas palabras. Una frase por cuya terrorífica simpleza se
desliza un auténtico progrom en clave telúrica.
Noceti volvió a
Buenos Aires, dejando atrás una agria disputa entre Das Neves y
Otranto por las repercusiones negativas del asunto a nivel nacional.
“¡Fue el juez
quien armó todos este lío! Fue él quien ordenó reprimir”,
proclamaba el gobernador ante todo micrófono que tuviera a tiro.
Entre ambos había
un encono preexistente originado por la nulidad del proceso de
extradición contra Facundo Jones Huala decretada por Otranto al
probarse que el único testigo había aportado datos bajo tortura.
Entonces Das Neves lo denunció en el Consejo de la Magistratura.
Y ahora insistía:
“¡Fue el juez quien armó todo este lío!”
Pero Otranto
argumentó que su orden a la Gendarmería solo se limitaba a “remover
y secuestrar los obstáculos materiales que se encuentren colocados
sobre las vías del tren sin que ello contemplara detenciones”,
apuntando -sin nombrar a nadie- hacia el enviado del Poder
Ejecutivo nacional.
Mientras tanto,
en Buenos Aires reinaba un clima apaciguado. “Quedate tranquila;
este es un tema de Mario”, susurró Mauricio Macri a la oreja de la
ministra Bullrich. El tal Mario, claro, no era otro que Das Neves.
Esas palabras
fueron dichas el miércoles por la tarde en el Salón Blanco de la
Casa Rosada minutos antes de que el Presidente les tomara juramento a
los nuevos ministros Nicolás Dujovne y Luis Caputo.
Y muy tranquila -como bien quería Mauricio- “Pato” aplaudía a rabiar los
chascarrillos futbolísticos vertidos por él durante la ceremonia.
A su lado, con
expresión imperturbable, ya estaba Noceti.
El siguiente
capítulo de esta historia comenzó a palpitar durante la visita
oficial de Macri a su par chilena, Michelle Bachelet. Era el martes
27 de junio cuando el mandatario argentino ingresó al Palacio de la
Moneda. Allí mantuvo una reunión privada con la anfitriona, de
quien se despidió pasadas las tres de la tarde. Después trascendió
que entre otros asuntos ambos hablaron sobre la situación de Facundo
Jones Huala, requerido por la justicia trasandina por su presunta
autoría en el incendio de una propiedad rural También se supo que
Macri prometió hacer lo posible por dar curso favorable a su
extradición.
Ese mismo día el
líder mapuche fue detenido por la Gendarmería en la ruta 40 y
encerrado en la cárcel federal de Bariloche. No había ninguna orden
de arresto en su contra. El hecho de que su captura haya sucedido en
ese sitio indica que lo venían siguiendo. El responsable de dicha
tarea de inteligencia ilegal fue nada menos que Noceti, quien hasta
se dio dique por ello.
El asunto causó
una nueva escalada de fricciones entre los mapuches y los
uniformados. Tanto es así que el 31 de julio, integrantes de esa
comunidad reclamaron ante el juzgado federal de Bariloche la
liberación de Jones Huala. Por toda respuesta hubo una andanada de
balas de goma sobre el cuerpo de los manifestantes. Muchos resultaron
heridos y se efectuaron nueve detenciones.
Horas después
Noceti convocó en Esquel a todas las fuerzas federales y
provinciales de Río Negro y Chubut.
Seguidamente se
prestó a la requisitoria periodística para dar a conocer el motivo:
“Comenzar a tomar intervención y detener a todos y a cada uno de
los miembros de la RAM que causen delitos en la vía pública y en
flagrancia”. Otra vez se jactó de que para eso no necesitaba la
intervención de un juez. Y casi en clave de lapsus supo reconocer el
espionaje sobre esa organización al afirmar: “Sabemos quiénes
son; los tenemos identificados a todos y estamos investigando sus
fuentes de financiación”. Por último, ya con un extraño brillo
en la mirada, implicó en las acciones de la RAM al premio Nobel de
la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, a “gente vinculada al gobierno
anterior” y también al “extremismo kurdo”.
Al día siguiente
su bomba de tiempo estalló en mil pedazos.
El martes negro
Eran exactamente
las 11 de la mañana del martes cuando una horda de 100 gendarmes
irrumpió en la lof de Cushamen disparando balas de goma y plomo a
mansalva, antes de quemar objetos pertenecientes a las familias. En
aquellas circunstancias muchos pobladores corrieron hacia el río, a
unos 100 metros al este de la comunidad. Entre ellos, Santiago. La
mayoría alcanzó a cruzar las aguas y así ponerse a salvo. Santiago
no pudo hacerlo.
La tropa
pertenecía a los escuadrones de Esquel, Bariloche y El Bolsón.
Mientras el primero -al mando del comandante Pablo Ezequiel Bodié-
cubría el perímetro del teatro de operaciones, el segundo -al
mando del comandante Luis Alberto Pizzati– ingresaba al predio
mapuche detrás de la columna del tercer escuadrón -al mando del
comandante Fabián Méndez-, cuyos hombres tuvieron el papel más
activo en la faena. Tanto es así que su jefe llevaba la voz cantante
entre los gendarmes de las tres unidades y funcionaba como correa de
transmisión entre todos ellos y las órdenes impartidas por el
doctor Noceti.
Mientras unos 30
gendarmes del Escuadrón de El Bolsón perseguían a quienes se
replegaban por él río, Santiago quedó agazapado entre la maleza,
detrás de un árbol. Veinte minutos después desde la otra orilla se
escuchó el vozarrón de un uniformado al exclamar: “¡Tenemos a
uno!”; luego se oyó otra exclamación: “¡Estás detenido!”. A
continuación, una persona que estaba en una lomada próxima a dicha
orilla vio un grupo de gendarmes golpeando a un muchacho maniatado
que era arrastrado hacia la lof. Hasta allí, raudamente, ingresó un
camión liviano Unimog en cuya caja el cautivo fue subido. Y otra vez
raudamente, ese vehículo avanzo 400 metros hasta detenerse junto a
una camioneta Amarok con el logo de la fuerza, estacionada a la vera
del cruce hacia El Maitén. Allí -siempre según las personas que
observaban la escena desde la orilla opuesta- los gendarmes
formaron en hilera para obstaculizar la visión del trasbordo de
Santiago a ese vehículo, que finalmente arranco hacia Esquel. Desde
entonces no se sabe nada de él.
Pero sí de
aquella camioneta. A pesar de haber sido lavada, el peritaje
realizado en El Bolsón por la Policía de Chubut y la Federal pudo
detectar una mancha de sangre en el asiento trasero y otra en la
caja. Las conclusiones al respecto están cifradas en los exámenes
del ADN.
En tanto, como si
él no fuera el principal sospechoso del asunto, Noceti declaraba a
radio Belgrano Bariloche: “Tenemos una hipótesis que está siendo
investigada, pero por el momento no puedo contarla”. Casi un
chiste.
En tanto, la
única respuesta oficial del hecho se reduce a 13 palabras: “No hay
testimonio de nadie que diga que Maldonado estuvo ahí aquel día”.
En tanto, la peor
tragedia política de la historia argentina se repite pero de ninguna
manera con forma de farsa.
@Ragendorfer
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Fuente:
Ricardo Ragendorfer, Noceti, la mano ultraderecha de Bullrich, 10/08/17, Nuestras Voces.
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