Nadie
murió. No hubo impactos directos sobre la salud de las personas,
pero el accidente de la central atómica Three Mile Island (TMI)
marcó tan profundamente la psique de Estados Unidos que ha ayudado a
constreñir el uso futuro de esa energía en ese país.
Hace
casi cuatro décadas de ese accidente, la planta TMI cerrará sus
puertas confirmando las múltiples incertidumbres que rodean el
negocio de la energía nuclear en Estados Unidos.
Uno
de los principales factores que convirtieron en un "desastre"
el accidente, ocurrido en 1979, fue el momento en el que se produjo.
Apenas
12 días antes de que se produjera la fusión parcial del núcleo de
uno de los dos reactores de la planta de Pennsylvania, los cines del
país empezaron a proyectar "El síndrome de China",
película cuyo argumento se basa en la revelación de una grave falla
de seguridad en una central atómica en California.
Era
un contexto espeluznante para el peor accidente nuclear de la
historia de Estados Unidos.
Lo
ocurrido espantó a los ciudadanos, pero también a los inversores.
El
accidente se produjo cuando la planta llevaba apenas tres meses de
operación comercial, lo que causó la quiebra de sus propietarios.
Las
labores para limpiar los efectos del suceso requirieron 14 años y
costaron casi 1.000 millones de dólares.
Tras
lo sucedido en TMI, la demanda por instalaciones nucleares se
desvaneció. La planta Watts Bar, en Tennessee, la primera planta
atómica nueva construida en Estados Unidos, empezó a funcionar en
2016. Para entonces, habían transcurrido dos décadas sin que se
inaugurara una nueva planta.
Una
opción ante el cambio climático
Muchos
científicos estadounidenses, preocupados por la amenaza del cambio
climático, han manifestado su apoyo a la energía nuclear con el
argumento de que la necesidad de obtener gran cantidad de energía
baja en emisiones de gases de efecto invernadero es mayor que las
preocupación por cuestiones de seguridad.
Justo
tras la firma del acuerdo sobre cambio climático de París, en 2015,
cuatro investigadores destacados escribieron una carta pública
abogando por el rápido desarrollo de nuevas plantas atómicas.
"(La
energía) nuclear hará la diferencia entre que el mundo no logre
importantes objetivos para proteger el clima o sí los consiga",
escribió el grupo de expertos que incluía al científico de la
NASA, James Hansen.
"El
futuro de nuestro planeta y de nuestros descendientes depende en
basar las decisiones en los hechos y en soltar los antiguos
prejuicios sobre la energía nuclear", agregaron.
En el
caso de la central TMI, sin embargo, un problema adicional es el
hecho de que el estado de Pennsylvania no considera la energía
nuclear como renovable.
Algunos
analistas creen que a menos que las plantas atómicas sean tratadas
como fuentes de energía renovable sus días están contados.
"El
anuncio de la central de TMI muestra la clara necesidad de que se
establezca un precio (a la emisión) al carbono en los mercados
energéticos de Estados Unidos o veremos cómo seguirá disminuyendo
el papel de la energía nuclear", dijo John Larsen, un experto
en el sector energético estadounidense del Grupo Rhodium.
"Sin
señales de que eso ocurrirá al nivel federal, la cuestión queda en
manos de los estados", agregó.
En el
último lustro seis plantas nucleares han cerrado en Estados Unidos.
Se espera que otras cinco cierren en los próximos cinco años.
El
invencible gas natural
Pero,
incluso si los operadores de plantas atómicas se pudieran beneficiar
del dinero público como hacen los productores de energías
renovables como la solar o la eólica, lo que realmente está
acabando con la energía nuclear es el gas natural.
Gracias
a la fracturación hidráulica, la producción de gas en Estados
Unidos ha aumentado 40 % entre 2006 y 2016.
Este
combustible es abundante, barato y flexible. Sus productores pueden
aumentar o disminuir su extracción rápidamente en respuesta a las
demandas del mercado.
Además
de afectar la industria nuclear, el gas también ha puesto contra el
suelo a la industria del carbón, cuya producción cayó un tercio
entre 2006 y 2016.
En el
año 2015 por primera vez la cantidad de energía producida en
Estados Unidos por combustión de gas superaba a la generada con
carbón.
Así
pues, ¿pueden las promesas del presidente de Estados Unidos, Donald
Trump, de eliminar regulaciones y de limitar las normas ambientales
ayudar a impulsar nuevamente a la industria del carbón?
Realmente
no, según afirman algunos expertos. El viejo carbón y la antigua
energía nuclear no funcionan tan bien como los nuevos protagonistas
del sector: la energía solar y el viento.
"Es
muy difícil aumentar y disminuir la producción de las plantas
atómicas. Lo mismo ocurre con las plantas que funcionan con carbón",
dijo Jeremy Weber, profesor de la Universidad de Pittsburgh.
"Ellas
no complementan tan bien como el gas natural la naturaleza
intermitente de las energías renovables. Y son más caras. Es
realmente como un puñetazo con la izquierda y otro con la derecha",
agregó.
El
carbón seguirá jugando un papel importante dentro de la diversidad
de energías utilizadas en Estados Unidos en los años venideros y
algunos incluso creen que los esfuerzos del presidente Trump a su
favor pueden incluso derivar en un aumento de la producción. Sin
embargo, en el largo plazo, el futuro de la industria del carbón y
de la energía nuclear no luce promisorio.
"Las
reformas del presidente Trump pueden mover las cosas ligeramente a
favor del carbón, pero ya ha habido un cambio importante y la mayor
parte de este no será revertido con la eliminación de las
regulaciones", señaló Weber.
"Con
el tiempo, el gas natural y las renovables se van a comer al carbón
y a la energía nuclear. Nadie está siquiera planeando una inversión
de alto riesgo como una planta de energía nuclear fuera de mercados
altamente regulados. No veo nada que vaya a revertir esa tendencia",
concluyó.
Fuente:
Matt McGrath, Seis plantas cerradas en cinco años: los problemas de la industria de la energía nuclear en Estados Unidos, 31/06/17, BBC Mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario