lunes, 12 de junio de 2017

Seis plantas cerradas en cinco años: los problemas de la industria de la energía nuclear en Estados Unidos


por Matt McGrath

Nadie murió. No hubo impactos directos sobre la salud de las personas, pero el accidente de la central atómica Three Mile Island (TMI) marcó tan profundamente la psique de Estados Unidos que ha ayudado a constreñir el uso futuro de esa energía en ese país.

Hace casi cuatro décadas de ese accidente, la planta TMI cerrará sus puertas confirmando las múltiples incertidumbres que rodean el negocio de la energía nuclear en Estados Unidos.

Uno de los principales factores que convirtieron en un "desastre" el accidente, ocurrido en 1979, fue el momento en el que se produjo.

Apenas 12 días antes de que se produjera la fusión parcial del núcleo de uno de los dos reactores de la planta de Pennsylvania, los cines del país empezaron a proyectar "El síndrome de China", película cuyo argumento se basa en la revelación de una grave falla de seguridad en una central atómica en California.

Era un contexto espeluznante para el peor accidente nuclear de la historia de Estados Unidos.

Lo ocurrido espantó a los ciudadanos, pero también a los inversores.

El accidente se produjo cuando la planta llevaba apenas tres meses de operación comercial, lo que causó la quiebra de sus propietarios.

Las labores para limpiar los efectos del suceso requirieron 14 años y costaron casi 1.000 millones de dólares.

Tras lo sucedido en TMI, la demanda por instalaciones nucleares se desvaneció. La planta Watts Bar, en Tennessee, la primera planta atómica nueva construida en Estados Unidos, empezó a funcionar en 2016. Para entonces, habían transcurrido dos décadas sin que se inaugurara una nueva planta.

Una opción ante el cambio climático
Muchos científicos estadounidenses, preocupados por la amenaza del cambio climático, han manifestado su apoyo a la energía nuclear con el argumento de que la necesidad de obtener gran cantidad de energía baja en emisiones de gases de efecto invernadero es mayor que las preocupación por cuestiones de seguridad.

Justo tras la firma del acuerdo sobre cambio climático de París, en 2015, cuatro investigadores destacados escribieron una carta pública abogando por el rápido desarrollo de nuevas plantas atómicas.

"(La energía) nuclear hará la diferencia entre que el mundo no logre importantes objetivos para proteger el clima o sí los consiga", escribió el grupo de expertos que incluía al científico de la NASA, James Hansen.

"El futuro de nuestro planeta y de nuestros descendientes depende en basar las decisiones en los hechos y en soltar los antiguos prejuicios sobre la energía nuclear", agregaron.

En el caso de la central TMI, sin embargo, un problema adicional es el hecho de que el estado de Pennsylvania no considera la energía nuclear como renovable.

Algunos analistas creen que a menos que las plantas atómicas sean tratadas como fuentes de energía renovable sus días están contados.

"El anuncio de la central de TMI muestra la clara necesidad de que se establezca un precio (a la emisión) al carbono en los mercados energéticos de Estados Unidos o veremos cómo seguirá disminuyendo el papel de la energía nuclear", dijo John Larsen, un experto en el sector energético estadounidense del Grupo Rhodium.

"Sin señales de que eso ocurrirá al nivel federal, la cuestión queda en manos de los estados", agregó.

En el último lustro seis plantas nucleares han cerrado en Estados Unidos. Se espera que otras cinco cierren en los próximos cinco años.

El invencible gas natural
Pero, incluso si los operadores de plantas atómicas se pudieran beneficiar del dinero público como hacen los productores de energías renovables como la solar o la eólica, lo que realmente está acabando con la energía nuclear es el gas natural.

Gracias a la fracturación hidráulica, la producción de gas en Estados Unidos ha aumentado 40 % entre 2006 y 2016.

Este combustible es abundante, barato y flexible. Sus productores pueden aumentar o disminuir su extracción rápidamente en respuesta a las demandas del mercado.

Además de afectar la industria nuclear, el gas también ha puesto contra el suelo a la industria del carbón, cuya producción cayó un tercio entre 2006 y 2016.

En el año 2015 por primera vez la cantidad de energía producida en Estados Unidos por combustión de gas superaba a la generada con carbón.

Así pues, ¿pueden las promesas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de eliminar regulaciones y de limitar las normas ambientales ayudar a impulsar nuevamente a la industria del carbón?

Realmente no, según afirman algunos expertos. El viejo carbón y la antigua energía nuclear no funcionan tan bien como los nuevos protagonistas del sector: la energía solar y el viento.

"Es muy difícil aumentar y disminuir la producción de las plantas atómicas. Lo mismo ocurre con las plantas que funcionan con carbón", dijo Jeremy Weber, profesor de la Universidad de Pittsburgh.

"Ellas no complementan tan bien como el gas natural la naturaleza intermitente de las energías renovables. Y son más caras. Es realmente como un puñetazo con la izquierda y otro con la derecha", agregó.

El carbón seguirá jugando un papel importante dentro de la diversidad de energías utilizadas en Estados Unidos en los años venideros y algunos incluso creen que los esfuerzos del presidente Trump a su favor pueden incluso derivar en un aumento de la producción. Sin embargo, en el largo plazo, el futuro de la industria del carbón y de la energía nuclear no luce promisorio.

"Las reformas del presidente Trump pueden mover las cosas ligeramente a favor del carbón, pero ya ha habido un cambio importante y la mayor parte de este no será revertido con la eliminación de las regulaciones", señaló Weber.

"Con el tiempo, el gas natural y las renovables se van a comer al carbón y a la energía nuclear. Nadie está siquiera planeando una inversión de alto riesgo como una planta de energía nuclear fuera de mercados altamente regulados. No veo nada que vaya a revertir esa tendencia", concluyó.

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