viernes, 7 de abril de 2017

La Madrid: bajo el agua, entre la bronca y la desolación

En este pueblo tucumano, las calles están anegadas, 900 personas fueron evacuadas y no hay energía eléctrica; sus habitantes reclaman por las promesas de obras que no se cumplieron.

por Loreley Gaffoglio

La Madrid, Tucumán. En el sur de esta provincia inundarse se convirtió en una rutina. Al menos durante la temporada de lluvias que asolan al final del verano. También es moneda corriente entre los pobladores perder todo, palear montañas de barro, secar en las veredas los muebles, los colchones, la ropa y los electrodomésticos y resignarse a volver a empezar.

Pero, por más repetitiva que se vuelva esa gimnasia, la angustia, la impotencia y el hartazgo de los 4500 habitantes de esta localidad, ubicada 100 km al sur de la capital provincial, alcanzó un punto de inflexión: "¿Hasta cuándo deberemos soportar una misma tragedia, las promesas incumplidas, y el oportunismo político de quienes nos reclaman el voto y luego desaparecen?", se enoja Miguel, un jornalero de 53 años.

Las copiosas precipitaciones del sábado pasado y el desborde del río Marapa y de otros afluentes sumieron en la desolación y el desamparo a más de una docena de parajes y localidades del sur de la capital provincial. Desde Simoca hasta La Cocha y Taco Ralo, el agua barrió con todo, incluidos los animales de granja para la subsistencia, como pollos y cerdos; los cultivos de caña de azúcar, soja y trigo, y, por supuesto, las posesiones de los vecinos.

Oficialmente, son 900 los evacuados en La Madrid, la localidad de 4500 habitantes más afectada por las crecidas. Sin embargo, el número de damnificados se multiplica exponencialmente entre los pobladores, que improvisan acampes a la vera de la ruta nacional 157 -el punto más alto en el área-, y los de otras decenas de comunidades más aisladas y pequeñas, ubicadas campo adentro a ese acceso.

Hileras de carpas, cubiertas por plásticos, de unos dos kilómetros de largo a ambos lados de esa ruta, dan muestra del número y de la gravedad de la situación. También de la solidaridad de muchísimos voluntarios tucumanos, que en sus autos, con tráilers con canoas y gomones, o en la caja de camiones se trasladaron con agua y comida, pagada de su propio bolsillo, para socorrer a los vecinos en el ingreso de La Madrid.

Dentro del pueblo, la situación es caótica. No hay luz ni agua potable. Al desbordar su cauce, el río descargó su furia dentro de los hogares y en las calles, que continúan anegadas, formando espesas lagunas de lodo y basura.

Hay sectores todavía con 50 centímetros de agua, y si bien el grueso del caudal escurrió, el pronóstico no es alentador: para hoy no sólo se pronostican más lluvias, sino que con la retirada del agua afloran las alimañas, los insectos y las víboras.

En los puestos sanitarios ya se atienden diversas patologías: desde diarreas, fiebre y deshidratación en chicos hasta cuadros severos de estrés entre quienes han perdido todo. También son usuales los casos de enfermedades agravadas entre aquellos que no lograron llegar a los centros de atención con su medicación habitual.

"Esto que nos pasa es una calamidad, pero que se entienda bien: es una calamidad repetida año tras año", dijo a La Nación Carlos Avica, mientras repartía guiso de pollo y arroz sobre un puesto improvisado en la ruta 157. Junto con su amigo Martín Luna, cargó ayer temprano su camioneta con víveres, agua, cacerolas y una cocina de gas. A las 8, junto con otros voluntarios, repartía un desayuno de bollos y mate cocido entre los afectados. Y al mediodía se puso a cocinar un guiso y repartió 200 raciones. "Ante esta catástrofe, no queda otra que ayudar. Pero que se entienda bien: acá a la gente la ayuda la gente y el gobierno sólo se encarga de proveer la logística y de repartir la solidaridad de todos los tucumanos", se quejó.

Los reclamos de los voluntarios y de los damnificados se repiten con diferentes argumentos. El más usual es la inacción del estado provincial por su imprevisión y por las promesas incumplidas en obras de infraestructura.

Desde 1987, el sur de Tucumán ha sufrido al menos seis inundaciones similares, aunque según apuntan aquí "todos los años hay crecidas de mayor o menor magnitud". Otros culpan por negligencia a los funcionarios por haber dispuesto la apertura simultánea de las siete compuertas del dique Escaba para escurrir el agua, cuando ya el nivel de la cota estaba al límite. "Si no lo hubiéramos hecho, la catástrofe podría haber sido mayor, ya que la presa, construida en 1930, podría haber cedido", se defendió Carlos Gómez, subsecretario del Ministerio del Interior provincial. Calculó que si las lluvias no agravan la situación, en una semana seguramente los vecinos podrán volver a sus casas. "Lo primero es la asistencia y la normalización de La Madrid. Recién entonces veremos qué tipo de ayuda podremos brindarle para la reconstrucción de los hogares", dijo. No descartó el riesgo de que algunas edificaciones, muchas de ellas precarias, cedan en sus cimientos por la humedad.

Advertencias
En otras localidades, como Niogasta, en el departamento de Simoca, pegada a La Madrid, las inundaciones fueron más severas. Aunque allí la población es más escasa y los hogares están más desperdigados y aislados. El desborde del río Chico y el del arroyo Barrientos diezmaron esa localidad. Sobre la ruta los pobladores de Simoca autoevacuados recordaron que años atrás las crecidas sepultaron literalmente dos pueblos: Sud de Lazarte y Esquina. Ellos temen correr la misma suerte. Por eso, le reclaman al gobernador Juan Manzur las obras civiles anunciadas dos años atrás.


Anteayer, el obispo de Añatuya, monseñor José Melitón Chávez, que preside la Pastoral Social del NOA, adelantó que los obispos pedirán limitar los desmontes, el uso de agroquímicos y la tala indiscriminada. "El problema no es que ahora llueve más -dijo-, sino que ya no hay más bosques nativos. En estado natural, la tierra absorbe 300 milímetros de agua por hora. Pero si se desmonta para ganadería el suelo sólo logra retener 100 milímetros en el mismo lapso y ese margen se reduce a 30 milímetros por hora en los campos sembrados con soja", alertó.

El mensaje del papa Francisco
El papa Francisco transmitió su "cercanía espiritual" a los miles de evacuados en la Argentina por las inundaciones. Así lo informó ayer el diario vaticano L'Osservatore Romano.

"Te pido, querido hermano, que hagas llegar mi cercanía espiritual a las miles de personas que han tenido que ser evacuadas", escribió en un mensaje enviado al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo. También transmitió su apoyo a aquellos que asisten a los damnificados.

La angustia, en primera persona

por Loreley Gaffoglio

Carmen Morán: "Nada de todo esto lo podré reponer"
La Madrid. La peluquería unisex se llama Carmen como su dueña, Carmen Morán, de 53 años. Luego de años de ahorro para adquirir el equipamiento, liberó el living de su casa y montó el salón, que goza de una ubicación neurálgica: está frente a la plaza central de La Madrid. Lo que queda todavía mojado es una carcasa, invadida por una gruesa pátina de barro, que se encarga de expulsar con una escoba vieja. El agua dejó su marca sobre la pared, a 1,5 metros del suelo, y al escurrirse impuso un vaho pestilente, que el aire y el sol no han logrado disipar. Los secadores, las bucleras, planchitas y tijeras, y hasta el sillón de cuerina para lavar el pelo, no sirven más. "Nada de esto lo podré reponer", dice quebrada. La feroz crecida se llevó en la madrugada del sábado sus herramientas de trabajo y su única vía de subsistencia. "Me despertó el ruido de la correntada afuera golpeando contra la puerta y lo primero que hice fue socorrer a mi marido, que no puede caminar. Con la ayuda de vecinos lo llevamos a la ruta. Dios nos mandó esto y Dios también me dará la fuerza para soportar este desastre", se resigna entre llantos. Ella es el sostén del hogar.

Héctor Cerrizuela: "El rancho de mi viejo quedó todo inclinado"
Arroyo Atahona. A Héctor Cerrizuela lo despertaron en la madrugada los graznidos de los chanchos y el cacareo de pollos y gallinas, los animales que tiene en su rancho para su subsistencia. "Mi primer instinto fue soltar a los caballos, que corrieron al monte. Luego, acomodamos los colchones entre los tirantes del techo y resguardamos el resto de las pertenencias en altura. Lo más difícil vino después. Debimos sortear un camino que parecía un río. Por turnos, crucé con el agua hasta el pecho a mis hijos y a mi bebé de tres meses y lo dejé con el mayor, en una alcantarilla en la ruta. Como mi mujer no sabe nadar y le tiene miedo al agua, la arrastré por la cintura hasta que llegamos a la ruta." Así describe el salvataje de su familia. Su padre, que vive frente a su casa, en un rancho de adobe, no se quiso evacuar. Previsor, se construyó una cama a más de un metro del suelo. Los Cerrizuela pasaron la noche en la ruta, temiendo lo peor. Quizá porque sus casas tienen piso de tierra, el agua demoró un día en drenar. "Mirá cómo quedó el rancho de mi viejo: totalmente inclinado", señala a La Nación. Teme un derrumbe, por eso les prohibió a sus hijos visitar al abuelo.

Raquel Mendoza: "No puedo seguir viviendo de esta manera"
Arroyo Atahona. "Ya está, abandono, me voy, no hay vuelta atrás. No se puede seguir viviendo así", dice Raquel Mendoza. Su casa está a unos 600 metros de la ruta 157, por un acceso sinuoso e intransitable que llegó a contener más de un metro de agua. Durante días nadie pudo salir, salvo en canoa o a nado. Pero como tiene experiencia, apenas empezó a subir el agua en la madrugada despertó a Raúl, su marido, y a su hija, Gisela, que tiene síndrome de Down, y juntos desplegaron el operativo rescate de muebles mientras avanzaba la crecida: sobre seis sillas montaron las camas y arriba de éstas, todo lo demás. Lograron salvar así muchas de sus pertenencias. A la moto de Raúl la elevaron sobre troncos. "Lo peor de todo vino después, porque las víboras se nos metían en la galería, y nos invadieron las arañas y las hormigas", cuenta Raúl.


Desde hace 20 años que su casa, aislada en el campo, a 20 kilómetros de La Madrid, se inunda "al menos una vez por año". "Voy a esperar que todo se asiente y salir de acá. Esto no es vida y más con mi hija que va a un colegio especial en la capital, a 80 kilómetros de acá", dice con resignación.

Fuentes:
Loreley Gaffoglio, La Madrid: bajo el agua, entre la bronca y la desolación, 07/04/17, La Nación. Consultado 07/04/17.
Loreley Gaffoglio, La angustia, en primera persona, 07/04/17, La Nación. Consultado 07/04/17.

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