Independientemente
de los números, si consideramos a la energía nuclear como
industria, podemos mostrar todas las desventajas de una manera muy
lógica.
por Agustín Saiz
El Ministerio de
Planificación y Energía ve a la energía nuclear como una
industria, como una posibilidad dentro del mercado de generación, y
proyecta para los próximos años aumentar el share en un porcentaje
dado. El mismo es del 15 % o un poco más para dentro de diez años,
lo que implica la instalación de dos reactores más. Pero esto no
viene al caso, ya que podría haber sido más o menos. Quiero poner
el foco en otro lado, para complementar lo que ustedes ya saben, e
intentar explicarles por qué nos definimos como Antinucleares desde
Zárate.
Independientemente
de los números, si consideramos a la energía nuclear como
industria, podemos mostrar todas las desventajas de una manera muy
lógica: es cara, contamina, su elaboración produce igual CO2 que
una central térmica, hay conflictos bélicos y sociales en cualquier
lugar donde hay minería de uranio, no se sabe qué hacer con los
residuos más que tirarlos clandestinamente a países del tercer
mundo, es no renovable… Estamos invirtiendo plata en algo que tal
vez se acabe antes que el petróleo mismo.
El debate es
ganable bajo cualquier aspecto, y a partir de allí la idea de
concientizar a la gente, abrir el debate y empoderar la causa fue el
horizonte natural a seguir, y el único camino que intentamos librar
y en el cual perseveramos. Pero más allá de nuestra capacidad de
lucha, no muy distinta aquí con la de cualquier otro lado, la
realidad es que están levantado otro cementerio nuclear en frente
nuestro.
¿Qué pasó en
el medio? Vertidos de agua contaminada al Paraná, se perforó el
subsuelo del basurero nuclear de Ezeiza, montañas de colas de uranio
sin tratar en la precordillera, intentos sistemáticos de convertir
la Patagonia en un basurero para traer residuos nucleares del
extranjero, inconmensurables cantidades de material radioactivo
despedido al medioambiente en el suelo, agua y aire, crecieron las
tasas de enfermedades oncológicas en zonas donde se realiza esta
actividad y más. Los conflictos siguen alterando el orden social en
las comunidades de las provincias, en Chubut, La Rioja, Formosa, y en
todas la localidades por donde trepan los tentáculos de este
proyecto que se impone de manera absurda en el nombre de la soberanía
energética y del progreso. Sin embargo todo continua.
Para el caso de
los reactores de uranio enriquecido, los de Atucha 3, los acuerdos
fueron enmarcados dentro del intercambio comercial entre una potencia
como China, que necesita colocar el mayor sobrante posible de todo lo
que produce, y una Argentina que se desespera por tener respaldo
financiero y motorizar la economía por medio de la obra pública con
cualquier tipo de proyecto. Es decir, la racionalidad de la elección
del proyecto nuclear responde a una oportunidad política.
Dicho sea de
paso, Argentina maneja solo tecnología de uranio natural y agua
pesada, algo que desapareció del mercado. Es decir, tampoco hay
continuidad de ningún proyecto… por suerte. En cambio, para Macri
la disyuntiva respecto a Atucha 1 y Embalse (Córdoba), es cerrar o
postergar el desmantelamiento. Cerrar un reactor significa disponer
de mil millones de dólares, colocando dinero en algo para que no
sirva más (no tiene retorno), entonces es conveniente extender la
vida útil, actualizarla (los diseños son de hace casi 50 años) o
agregar otro módulo que justifique el reciclado de los servicios ya
existentes. Porque mientras aporte algo a la red de abastecimiento,
siempre será menos caro en el corto plazo.
Es decir, no se
compara un proyecto contra otro, sino que se compara el costo de
cerrar ahora o más tarde. Algo que al inicio del proyecto no era
discutible. El problema en el futuro se potencia y el riesgo
permanece, expandiéndose exponencialmente como una plaga por el
planeta Tierra.
Todos los
gobiernos encontraron una excusa frente a lo inexplicable de una
tecnología inviable, cuya razón de ser nació para el uso militar,
y que para la aplicación de uso civil, se la fuerza a competir con
alternativas posibles y racionales.
Atucha 1 aportó
menos del 1 % durante casi 30 años, el gobierno militar exploró en
un inicio la posibilidad de avanzar en un proyecto, que convertía a
Argentina en potencia militar con capacidad nuclear. Atucha 2 fue una
de las cajas negras más grande del Estado, donde confluyeron
sindicatos, gremios, patotas, gendarmería y política. Y de allí su
razón de ser es la un emprendimiento que se justifica según como
quede entramado en el poder. La necesidad energética siempre estuvo
y fue la excusa, no el argumento. Por eso el debate no terminó en
ningún lado.
Bolivia y
Venezuela, exportadores netos de energía, con sobrada capacidad para
autoabastecerse de manera interminable, son los únicos países que
eventualmente evalúan importar tecnología nuclear desde acá.
Tampoco en estos casos el objetivo de traer reactores de tercera
generación es energético.
En la actualidad
hay 450 centrales nucleares y para 2030 se proyectan cerca de 900. En
fin, si todo sigue así, existirán dentro de poco, si sumamos las
que están ya fuera de funcionamiento, aproximadamente mil
cementerios nucleares, la mayoría sin desmantelar como corresponde,
porque nadie va a poner esos mil millones de dólares por cada
reactor para salvar el mundo. Pero además, si se hiciesen las cosas
bien deberían quedar militarizados de por vida (lo cual ya es una
mala noticia), pero si no lo hiciesen (que es lo más probable) es
aún peor, porque lo dejan expuesto a bandas de todo tipo, militares,
paramilitares, terroristas (alguien se imaginaba hace algunos años
algo como un ISIS o Blackwater). En África se han robado hasta el
combustible usado de reactores de experimentación, y llegado el caso
esos sitios potencialmente pasan a ser objetivos de guerra con algo
que se llama bomba sucia, que en definitiva es pegarle un misilazo a
una central para hacer inhabitable toda la región en un radio de
300 km. Son objetivos militares que se evalúan en Medio Oriente, en
Europa y acá en 1982, durante la guerra con Inglaterra, el enemigo
lo trabajó como hipótesis dentro del conflicto.
¿Cuál es el
escenario geopolítico para los próximos 20 o 30 años? Nadie lo
sabe. ¿Y para los próximos 100?
Y ese es el
problema de ver a la energía nuclear como una industria, porque se
evalúa una situación de riesgo determinada en un contexto que no
existirá. Se proyecta el futuro bajo la idea de que el progreso
tiene determinadas características, y que además ese progreso es
lineal, entonces, se presupone (no sé por qué) que irán surgiendo
soluciones cada vez más eficientes, pero en la práctica a lo que se
llega es a problemas cada vez más complejos y prácticamente
irresolubles.
¿Cómo se supone
que será el mundo dentro de 100 años? ¿Para ese entonces habrá
capacidad de desmantelar reactores? ¿Cuántas guerras pueden suceder
en el medio? ¿Ocurrirán nuevos genocidios? ¿Existirán los mismos
países? ¿Habrá más o menos población? ¿Se sostendrá nuestro
modo de vida cultural social y tecnológico?
Nadie podrá
negar que un escenario así es tan viable que ocurra como que no. Es
tan lícito pensar que en el futuro tendremos por siempre la
capacidad de control sobre reactores fuera de funcionamiento y de los
basureros nucleares, como ponernos a ver cuáles son las bases que
llegaremos para el próximo modelo civilizatorio.
Aunque todo esto
parezca apocalíptico, lamentablemente, enfocarse en otro aspecto
cuando hablamos de energía nuclear queda bastante disociado de la
realidad y suena, verdaderamente, sin sentido. Y este es el problema
de ver a la energía nuclear como una actividad más que produce el
ser humano, que si seguimos así podemos simplemente llegar a
desaparecer.
Agustín Saiz es ingeniero, miembro del Movimiento Antinuclear Zárate - Campana
Fuente:
Agustín Saiz, El peligro de ver la energía nuclear como industria, 03/02/17, La Izquierda Diario. Consultado 04/02/17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario