Fue y, aún
después de su desaparición física, sigue siendo el ecólogo más
respetado de la provincia de Córdoba y uno de los máximos
referentes en el país entero.
Su trayectoria se
extendió por décadas en el campo de la lucha por la conservación
de los recursos naturales y lo convirtió en uno de los científicos
más respetados del mundo.
Ricardo Luti,
Doctor en Ciencias Naturales, hablaba con tono solemne sobre los
problemas ambientales pero se entusiasmaba con ánimo pueril cuando
recordaba anécdotas de sus decenas de viajes por el planeta. Sus
estudios recorrieron los cinco continentes. Contratos de trabajo
hicieron que se estableciera en Alaska y El Zaire y llevó sus
conocimientos a lugares tan lejanos como Suecia y Noruega.
El 31 de
Diciembre de 2010, fallecía en la ciudad de Córdoba a los 86 años
el Dr. Ricardo Luti Herbera, el pionero de la Ecología en Córdoba.
Interludio de la
selva
En el interior de
su pequeño departamento, con vista al parque Sarmiento, sus dedos
larguísimos y arrugados señalan fotografías, libros y papeles.
Señala con las mismas manos que tocaron la nieve del Aconcagüa y
los hielos de los bosques siberianos.
Su conversación
se aviva cuando la mano roza la frente curtida por el impiadoso sol
del continente africano, mientras dice: “Cuando fui por primera vez
al Amazonas, en 1947, conviví dos años con una comunidad de indios
y allí trabé amistad con Nanguerey”, cacique del que tiene una
inmensa fotografía en el living. “Por las noches – agrega –
dos boas se acurrucaban junto a mí entre las mantas mientras
dormía.” Rosita I y Rosita II, tal como el Doctor las bautizó,
eran enormes Lampalaguas de más de 3 metros de longitud que
habitaban el departamento de su salvador.
Después de 21
años el doctor Luti volvió por tercera vez al lugar. Así describe
lo vivido: “Aparecieron los primeros blancos reclamando las tierras
y junto con su ambición llevaron enfermedades. No quedó ningún
indio vivo. El resfrío del blanco hizo estragos en ellos, pues no
tenían desarrolladas defensas contra este virus y vimos como los
aborígenes se asfixiaban delante de nosotros. En su esfuerzo por
respirar, sufrían contracciones espantosas, algunos morían con los
ojos fuera de sus órbitas, fue tremendo”.
Un profundo
silencio acompaña su mirada que se pierde en quien sabe que imagen y
recomponer el diálogo no es fácil porque su dolor se expande y
acusa de impertinencia a quien se atreva a interrumpirlo.
Hablar con
Ricardo Luti es conversar con el primer ecólogo cordobés y uno de
los pioneros de la defensa del ambiente en los países
subdesarrollados. Fundador de la primera organización ecologista de
Córdoba, presentó hace mas de 40 años el proyecto originario para
la creación del Parque Nacional “Quebrada del Condorito”, en
nuestra provincia.
Luego de muchos
años dedicados a la docencia universitaria, un Centro de
Investigaciones de la Universidad Nacional de Córdoba lleva su
nombre, además, fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad y
obtuvo reconocimiento como uno de los principales científicos de la
Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
El naturalista,
tiene apilados sobre la mesa de la pequeña cocina, viejos periódicos
de hojas ásperas y amarillentas, testigos del impiadoso paso del
tiempo que amontona recuerdos: “Mi papá fue Senador y mamá
maestra en una escuela normal”, y agrega: “Cada vez que tomaban
el poder los militares la echaban de su trabajo porque su marido era
político. Mi madre era muy idealista, pero no podía aspirar a
ningún cargo, en aquella época las mujeres ni siquiera tenían
derecho a votar”.
Un niño llamado
Dito
Cuentan que de
niño, “Dito” tal como lo llamaban, sufrió quemaduras en sus
piernas mientras combatía un incendio en las sierras; heridas que
hoy, con sus 74 años, le provocan severas hemorragias. Mientras en
Europa se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial, el ferrocarril
llegaba a las canteras de “El Sauce”, próximas a Candonga, donde
el joven Ricardo Luti vivía y allí, por las tardes, montaba a
caballo corriendo a la par de los trenes, compitiendo con ellos. Sus
adversarias, humeantes máquinas de hierro, se convirtieron no sólo
en contrincantes de sus juegos, sino que marcaron el augurio para una
nueva era tecnológica y el progreso alocado; “La producción
industrial se movilizaba sobre la base del combustible obtenido de la
madera; muchos montes en la provincia fueron arrasados por ello”.
El progreso,
según Luti
“El petróleo
en aquella época era escaso en nuestro país y, por lo tanto, la
energía se obtenía de los troncos de los árboles”, señala el
científico y agrega: “Así es que se talaron muchos bosques de
maderas nobles, duras y muy energéticas. Esto conllevó la pérdida
de esos ecosistemas. Eran árboles de crecimiento lento, requerían
de un ciclo de recuperación extremadamente largo, entonces, a la
tala se sumó la quema de la piedra para la obtención de cal con
leña de ejemplares de proliferación muy escasa. Así, nuestros
ambientes de montaña y de llanura fueron desapareciendo: Algarrobos
y quebrachos blancos fueron devastados y la fisonomía del paisaje
fue cambiando porque dejaron solo lo que no tenía valor, maderas de
rendimiento mínimo”.
Las guerras
mundiales fueron un punto de inflexión donde se produjo un quiebre
en la conservación de los ecosistemas cordobeses. Allí comienza la
historia de la depredación de los ambientes naturales de la
provincia: “Recuerdo locomotoras que arrastraban 40 o más vagones
repletos de leña, atravesando la provincia” y explica; “a su vez
las importaciones que el país realizaba se pagaban con materias
primas, recursos naturales de cualquier tipo”.
El tiempo
transcurrió y los diques proliferaban, lo que no solo permitía el
abastecimiento de agua, sino también la obtención de energía: “La
construcción y el funcionamiento de estas represas demandaron
nuevamente un sacrificio del ambiente. Todo fue subsidiado por la
naturaleza”, y dice, “además no hay que olvidar la atracción en
pequeña escala de plantas autóctonas en todas nuestras sierras. Al
vivir en las sierras vi como talaban bosques en forma irracional para
generar espacios abiertos, pastizales para alimentar el ganado.
Prácticamente nos hemos quedado sin árboles en las sierras. La
recuperación de estos ecosistemas demandará mucho tiempo por lo que
la situación es muy preocupante. Hoy uno pasa por un lugar que
recorrió 20 años atrás y se pregunta: ¿Dónde está lo que acá
había antes?”.
Ojos en la nieve
Impulsado por la
investigación científica y su apetito aventurero el Doctor Luti
recorrió regiones tan inhóspitas como la helada Siberia: “Me
detuve buscando algún motivo para tomar fotos, cuando vi detrás de
un tronco, muy cerca de mí, una gran masa blanca que se movía
camuflada entre la nieve y las cañas. Yo sabía que habitaban los
hermosos tigres blancos siberianos en una región ubicada al norte de
donde me encontraba y este era un magnífico ejemplar. Acechaba
inmóvil y me miraba. Yo le gritaba, ¡Eh, soy viejo, mi carne ya
está dura!”, sonríe distendido.
“Claro, que
presa del pánico no acerté a sacarle ninguna fotografía”, aclara
jocosamente.
Los gigantes de
la muerte
En un estrecho
pasillo del departamento se ve un mural de una pequeña comarca en la
que vivieron sus antepasados españoles. El paisaje serrano del lugar
recuerda la imagen de las sierras en la que está enclavada la mina
de uranio de “Los Gigantes” en la mediterránea provincia. A
pesar del cese de sus actividades varios años atrás, la corriente
de rumores acerca de los niveles de radiactividad de la mina nunca
cesó.
“¿Lo de “Los
Gigantes” es un mito?”, enfatiza. “Decían que la proporción
de uranio era mínima, sin embargo yo vi como murió mi primo que
trabajaba como geólogo allí. Luego murió su hermana y después el
marido de mi prima, producto de la radiactividad del uranio.
Cuando operaron a
mi primo, luego de sacarle la tapa del cráneo y al analizar la masa
cerebral, vieron como estaba cubierta de nódulos producidos por el
material radiactivo. Ya no había nada que hacer…, alcanzó a tener
hijos, y bueno… se acabó…”, y el dolor se expande por su
rostro inmóvil mientras sus ojos se clavan en un punto del piso.
“Estoy hablando de gente que conocí de cerca. Con mis primos nos
criamos juntos. Los perdí a causa de la radiación. No es fácil, no
es fácil…” repite.
Y otra vez la
pesadumbre se hace dueña de su rostro y Ricardo Luti, como otras
tantas veces, levanta su cabeza y cualquier signo de derrota
desaparece de su espíritu, retomando la conversación: “Perspectivas
para el futuro… difíciles, porque la capacidad reproductiva de los
ambientes dependerá de condiciones muy rígidas para su uso. Si no
corregimos el camino escogido la única solución es irnos a otro
planeta”, dice mientras sonríe desnudando sus blancos dientes,
tras lo cual afirma: “Si hubiésemos escuchado a otros que fueron
más sabios que nosotros…, y su voz se apaga.
Ernesto
Retratado en
cerámicas y fotografías, el “Che Guevara” observa
silenciosamente desde una mesita baja que constituye un altar en un
rincón del living. El Doctor Luti observa que las miradas se dirigen
hacia allí y comenta para nuestra sorpresa: “La última vez que lo
vi a Ernesto con vida, yo estaba desarrollando estudios en una zona
del río Beni, a cuatro mil metros de altura, en Bolivia. Al poco
tiempo me enteré que lo había matado el ejército boliviano”,
toma aire en un profundo suspiro y agrega, “los mismos bolivianos
que se morían de hambre lo mataron. Cuando llegamos al lugar nos
detuvo la policía y nos quitaron las cámaras fotográficas. Allí
estaba tendido, en una tapera de cuero, con disparos por todos
lados”.
Dialogar con Luti
es aventurarse a entrar en un camino que, con cada paso, se
transforma en un sendero mágico de anécdotas y sabiduría que
parece no tener final. Sapiencia que responde presurosa cuando
preguntamos acerca de las causas de la situación ambiental en la que
estamos: “Supongo que por desconocimiento de lo que sucedería en
el futuro y por la forma inapropiada en el uso de los recursos
naturales, que en algunos casos ya no recuperaremos. Es que no se
hicieron ni se hacen consultas a la gente que entiende en estos
temas. No quieren comprometerse consultando a científicos… Priman
intereses de otro tipo y de otra magnitud también. Sinceramente no
sé cuál es el grado de reversibilidad de la situación en la que
estamos…”
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Fuente:
Daniel Díaz Romero, Ricardo Luti, el largo atardecer del caminante, 20/12/16, Sala de Prensa Ambiental.
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