El ordenamiento
no es prioritario, mientras no haya una explosión.
por Virginia
Guevara
La empresa que
procesa uranio, en pleno barrio Alta Córdoba, para fabricar un
compuesto que se usa para hacer el combustible de las centrales
atómicas había sido clausurada hace dos años por la peligrosidad
de los materiales que manipula, por incumplir sus promesas de
traslado de 58 mil toneladas de residuos radiactivos y por violar
durante décadas la normativa municipal sobre radicaciones
industriales.
Nada cambió
desde el momento de la clausura en Dioxitek. Pero todos esos riesgos
e incumplimientos ahora parecen ser parte del pasado: podrá seguir
funcionando.
La pelea entre la
Comisión Nacional de Energía Atómica -propietaria de Dioxitek-
y el municipio se remonta a los ’90, cuando el exintendente Rubén
Martí llegó a impedir el ingreso a la ciudad de los camiones con
uranio. Desde entonces, la cantidad de anuncios de relocalización de
esa planta de uranio tendieron al infinito. Ninguno se concretó.
Hace dos años,
luego de fracasar en numerosas negociaciones con el gobierno
kirchnerista y de que explotó la Química Raponi en Alta Córdoba,
el intendente Ramón Mestre clausuró Dioxitek “definitivamente”.
Ahora, en buena relación con el gobierno macrista, aceptó la
reapertura. La Justicia federal facilitó el escenario que permitirá
reducir los costos políticos y dejó establecidas las condiciones
para el cierre definitivo, dentro de 24 meses.
Años atrás,
además de las entidades ambientalistas, eran los propios vecinos de
Alta Córdoba los más preocupados por Dioxitek y sus riesgos
potenciales. Ahora, muchos de esos vecinos agradecen la reapertura:
temían que el predio fuera usurpado y que se extendiera a esa zona
la villa Los Galpones, que les complica la vida. Sorprende el grado
de avance de la ciudad y de la forma en que “evolucionan” las
preocupaciones de los vecinos.
Dioxitek es un
ejemplo. En igual situación irregular de funcionamiento hay
centenares de industrias -al menos 200, según la estimación
municipal- que siguen operando en zonas residenciales de la
Capital, pese a que la norma que ordena su reubicación es de
mediados de los ’80. Y está claro que ese ordenamiento no es
prioritario para nadie, mientras no haya una explosión o un
conflicto con los vecinos.
La dificultad de
la ciudad para resolver los problemas que requieren decisiones
políticas firmes y políticas públicas de largo plazo es cada vez
mayor. Los problemas se agravan sin pausa a medida que se van
sucediendo las gestiones.
Sobran los
ejemplos. Además de las radicaciones industriales, el manejo
integral de la basura, el saneamiento o la imparable extensión de la
mancha urbana, pese a que todos los urbanistas -incluidos los que
son funcionarios municipales- reiteran que la ciudad se hará más
inviable a medida que se expanda en el territorio. Sin embargo, es el
propio municipio el que alienta urbanizaciones en sitios remotos con
beneficios para desarrollistas.
En muchos de
estos frentes, la ciudad avanza retrocediendo. Gestión tras gestión.
La basura ofrece
otro ejemplo. El complejo de Cormecor avanza en los planes de
negocio, pero seguirá muy lejos del terreno si no aparecen los
argumentos y los mediadores eficientes entre los municipios y los
vecinos de Villa Parque Santa Ana, que siguen sin aceptar esa
radicación.
Así como
Dioxitek antes era malo para la ciudad y ahora puede funcionar, es
posible que en breve alguien explique los beneficios de extender la
vida útil del actual enterramiento de Piedra Blanca, precario desde
el vamos y con pocos meses más de capacidad.
Fuente:
Virginia Guevara, Larga vida a los grandes conflictos urbanos, 14/01/17, La Voz del Interior. Consultado 14/01/17.
No hay comentarios:
Publicar un comentario